viernes, 28 de mayo de 2010

PESADILLA


La verdad es que no me había preocupado hasta ahora. Creí que sólo eran habladurías, que el asunto no llegaría a mayores, pero cuando he terminado de leer la carta que acabo de recibir del Controlador de lectores, me he topado con la dura realidad. Por lo visto, todo parte del excesivo tiempo que se gasta en este país en leer, tanto que se ha decidido aplicar la tijera de manera drástica, y el resultado es que al final, como siempre, vamos a pagar justos por pecadores, es decir, esa mayoría silenciosa a la que es tan fácil aplicarle la tijera cuando las “alegrías” de los que deciden empiezan a pasar factura. En mi caso se me define en este escrito críptico que, como les decía, acabó de recibir, de “lector empedernido”, y como tal se me conmina a una reducción drástica de mis horas dedicadas a la lectura. La verdad es que todavía no me lo creo. ¿Pero cómo se ha llegado a esto? En la dichosa carta, como era de esperar, hablan del bien común y que es el momento de compartir algo de nuestro ardor lector, que hasta este instante habíamos administrado con prudencia, con aquellos otros no tan afortunados que han perdido su derecho a leer y ya fueron despojados de sus libros. Nunca me he considerado un insolidario, pero echo de menos, en estas líneas que me envían estos que deciden por todos y que parecen levitar por encima del bien y del mal, explicaciones de por qué hubo una época cercana donde los controles fallaron, donde repartieron el tiempo que era de todos a diestro y siniestro, con unas alegrías impropias de los que creíamos buenos y preparados administradores. Luego ha resultado que en ese rimbombante organismo denominado Controlador de lectores, ni son tan buenos ni estaban preparados. ¿Asumirán responsabilidades? Me entra la risa tonta… Derrotado me acomodo en mi viejo sillón orejero, ese en el que van dejando huella tantas horas de lectura, mientras observo en la pequeña mesita auxiliar los libros que aguardan ser leídos y para los que ya no habrá tanto tiempo, incluso quizás me obliguen a desprenderme de algunos de mi hasta ahora bien surtida biblioteca. Lo único que tengo seguro es que seguiré por lo menos con el libro que estoy hasta ahora leyendo, este de Lorenzo Silva, La estrategia del agua, que tan buenos ratos me está haciendo pasar. Eso sí, con menos tiempo para dedicarle… Ramón, Ramón... ¿qué pasa…? Me despierto sobresaltado en el viejo sillón orejero, mientras mi señora me apremia a darme prisa para llegar a tiempo a una reunión familiar…Observo que sobre la mesita de lectura está, aún sin abrir, La estrategia del agua, pero a mis pies en el suelo reconozco los periódicos que desde sus portadas aún me lanzan decretazos y otros asuntos de pesadilla. Ramón Clavijo Provencio

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