sábado, 22 de enero de 2011

MORALIDAD

“El fundador de Wikileaks, Julian Assange, ha firmado un contrato para publicar su autobiografía que le permitirá ganar más de un millón de euros”, leo en la prensa de estos días. La verdad es que fue enternecedor ver en los medios de comunicación las manifestaciones que espontáneamente (¿?) se hacían en las calles de las grandes ciudades, cuando lo apresaron, en defensa de este nuevo héroe de la verdad por haber publicado realmente tres obviedades, cuatro evidencias y alguna que otra opinión que ya suponíamos. Con respecto a España, la diplomacia norteamericana tiene mucho mejor concepto de nuestros políticos que nosotros mismos (¿astuto Zapatero? Seguramente lo calificarán así por la rapidez con que reaccionó a la crisis). En esto, como en tantas cosas, los americanos tienen un conocimiento de la realidad que pasa inevitablemente por sus ombligos. Pero no olvidemos que a Julian Assange, este adalid de los que se sienten engañados por la globalización lo han metido en la cárcel acusado de dos supuestas violaciones. En una sociedad que condena hasta sin el más mínimo respeto por el principio de presunción de inocencia a los maltratadores, las dos supuestas violaciones cometidas por Julian Assange parecen pecadillos veniales en comparación con el enorme beneficio que le ha reportado a toda la humanidad su Wikileaks y sus obviedades y perogrulladas. Ahora, y quizá desde la celda de una cárcel, en la que permanecerá por poco tiempo, escribirá sus memorias, ¿contará en ellas cómo agredió sexualmente a las dos mujeres que lo acusan? Seguramente se excusará en que eran mujeres fáciles y consintieron, y lo perdonaremos. Estos detalles no son más que esas pequeñas hipocresías que nos podemos permitir de vez en cuando, como si fueran esos caprichos o pequeños lujos por los que nos salimos de nuestro presupuesto moral. No de otro modo podemos entender las declaraciones del escritor Dominique Lapierre, que ya se hiciera célebre por sus libros escritos al alimón con Larry Collins (“¿Arde París?; “Oh, Jerusalén”), y ya en solitario con obras como “La ciudad de la alegría”, ambientada en los barrios marginales y miserables de Calcuta. Lapierre vivió sin duda la miseria espantosa que describe en su libro, no como esa India o África de cartón piedra que vemos en las revistas del corazón cuando le hacen un reportaje a algún famoso. Pero a pesar de esa miseria, el señor Lapierre vive en un castillo en la Provenza francesa, en cuyo cementerio quiere ser enterrado y que escriban sobre su tumba: “Dominique Lapierre, ciudadano de Calcuta. Todo lo que no se da, se pierde”. Lapierre ha sabido construirse en su castillo esos muros que lo defienden de la miseria y le hacen ciego y feliz. Es su pequeña hipocresía, se la puede permitir, como algunos se la permiten con Julian Assange, mientras medimos con toda nuestra severidad otros comportamientos. La gestión de nuestro presupuesto moral está claro que es manifiestamente mejorable. José López Romero.

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