miércoles, 23 de noviembre de 2011

ALDO Y LOS CLÁSICOS

Hay obras literarias que todo  el mundo admira, pero que nadie ha leído. Esta frase de Hemingway la recordaba Caballero Bonald en el XIII Congreso de la Fundación que lleva su nombre, celebrado a finales de octubre bajo el título “Releer a los clásicos”. Genial idea la de los organizadores para proponer, en palabras del autor jerezano, “algunas soluciones  u ofrecer determinadas pistas en este sentido”. Nada fácil, eso de acercar al gran público la Farsalia de Lucano, la Eneida de Virgilio o El criticón de Gracián, por poner algunos ejemplos. Pero nadie dijo que fuera fácil. Y tampoco que este intento de acercamiento a los clásicos sea nuevo. A finales del siglo XV se estableció un impresor en Venecia, llamado Aldo Manucio, con el fin primordial de publicar ediciones críticas de los clásicos. Se trataba de satisfacer nuevas modalidades de lectura, facilitando una colección de libros personales que iban destinados a colmar las apetencias del hombre culto. En un principio, Aldo siguió utilizando los formatos corrientes, el cuarto y el folio, pero con una edición de Virgilio de 1501 rompió abruptamente con las tradiciones y se dedicó a imprimir clásicos en un formato reducido, en octavo, que pueden ser llamados “libros de bolsillo”. La reducción del tamaño de las encuadernaciones repercutió en una bajada de precios de los impresos, lo que contribuyó aún más a la difusión de los “aldinos”. Estos libros destacaban por la cuidadosa preparación y corrección del texto. El propio Aldo, que había estudiado tanto griego como latín, se cuidó del necesario trabajo filológico, pero cuando la imprenta fue creciendo, tuvo que buscar colaboradores y recurrir a un cuerpo de filólogos, la “Aldi Neacademia”, a cuyo cargo corría la selección de los autores y el estudio de los manuscritos más autorizados. Y así fue poniendo al alcance de los limitados recursos económicos de muchas personas cultas y sensibles, buenas ediciones de los mejores autores. Manucio fue también el primero en utilizar un tipo de letra más inclinada, conocida como “itálica” y que ha llegado a nuestros días con el nombre de “cursiva”. Actualmente, cuando hablamos de libros “aldinos”, pensamos particularmente en estas pequeñas ediciones de clásicos impresas en cursiva. No son fáciles de encontrar, lógicamente. La red de bibliotecas municipales de Jerez tiene la suerte de contar con un “aldino”, que perteneció al bibliotecario del marqués de Villapanés, Francisco de Paula Peralta, y que hoy descansa en los anaqueles de la Biblioteca Municipal de Distrito “Padre Luis Coloma”. En España, hemos rastreado este ejemplar en otras seis bibliotecas públicas, entre ellas las de las universidades de Granada y Valencia o la pública de Toledo. En el exterior, solo lo encontramos en Inglaterra, donde la British Library también conserva una muestra del mejor de los editores educadores. NATALIO BENITEZ RAGEL

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