sábado, 4 de febrero de 2012

ANONYMOUS

La película “Anonymous” de Roland Emmerich ha vuelto a poner sobre el tapete uno de los grandes misterios, si así puede entenderse (para muchos es solo una patraña), de la literatura anglosajona. Es tal la dimensión del enigma (o del infundio) que no es de extrañar que con cierta periodicidad algún escritor, en este caso ha sido un director de cine, quiera divertirse con la provocación y remueva las aguas siempre turbulentas cuando se trata de tocar lo intocable: la figura y autoría de ni más ni menos que William Shakespeare. Ahora la teoría defendida en la película, “Anonymous”, es que fue Edward de Vere, decimoséptimo conde de Oxford, el verdadero autor de toda la obra que la historia le ha atribuido al príncipe de las letras inglesas. No hace mucho otros proponían al gran Cristopher Marlowe, con quien Shakespeare no tuvo precisamente una estrecha amistad. ¿Se puede sustentar la teoría de “Anonymous” con argumentos tan irrefutables que tengamos que volver del revés toda la literatura ya no solo inglesa, sino occidental, porque la dimensión literaria de Shakespeare traspasa sin duda los estrechos límites de Britania? Los expertos juran y perjuran que no y defienden, con todos los datos posibles, al gran Shakespeare. Entonces ¿para qué tanta teoría? ¿por qué tanto revuelo? Al margen de la diversión, de la provocación y del interés comercial que todo esto trae como consecuencia, reconozcamos que la filología sería muy triste y aburrida si en la historia de la literatura no hubiera enigmas por descifrar, autorías por descubrir y hasta falsos escritores por desenmascarar. Y cuando el problema surge, cuanto más alto se apunta, más delirantes son las teorías que se suelen sacar de la manga los que algún afán de notoriedad persiguen. Si tuviéramos que elegir, yo me quedaría con la atribución al siempre misterioso y escurridizo Marlowe, cuya biografía, aunque poco de él se sabe, podría dar para otra película. En nuestra literatura incontables son los problemas que la investigación sigue empecinada en resolver; y en este sentido, no me disgusta, modestamente hablando, la atribución del “Burlador de Sevilla” al discreto mercedario fray Gabriel Téllez, por nombre literario Tirso de Molina, aunque sólo sea por esa turbadora combinación de fraile y canalla. Como también considero muy acertada, y sigo con mi modestia, la atribución del “Lazarillo” a Diego Hurtado de Mendoza, ilustre de las letras y de las armas, perfecto caballero renacentista, como ha demostrado la paleógrafa Mercedes Agulló, con documentación bajo el brazo. Sin embargo, y a pesar de ello, hay quien no se resiste a no ser el muerto en el entierro o a que le pisen una investigación, por mucho manuscrito revelador. Si no, pregúntenle a  Don Francisco Rico quién es el autor de “El Lazarillo de Tormes”;o mejor,  léanse el artículo que publicó el soberbio filólogo en la excelente revista “Mercurio” de diciembre de 2011, nº 136. José López Romero.

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