sábado, 16 de marzo de 2013

EL ABUELO


En las pasadas Navidades nos fuimos la familia a dar un paseíto por Sevilla, ciudad que si ofrece su máximo esplendor en primavera, no es menos atractiva en cualquier época o momento del año (absténganse en agosto), y en esos días de frío, alumbrado festivo y, sobre todo, gente, mucha gente y su bullicio, parece como si la vida estuviera a salvo de crisis y problemas diarios. Y con dos copitas parece como si no hubiera ni corrupción. Pues en ese transitar de la masa, donde se entrecruzan conversaciones y se oyen comentarios sin querer porque el español no habla sino grita, me quedé con uno oído al pie de unos famosos grandes almacenes vomitado por un joven metido de lleno en la veintena, si no rozaba ya la década siguiente, dirigido a dos o tres jóvenes seguramente familiares: “estas Navidades deberíamos hacer regalos que no sirvieran para nada. Al abuelo, un libro.” No sé si lo sacó de alguna desagradable campaña o anuncio publicitario, de esos que escarban en la idiotez del consumidor (¡hay tantos!), lo cierto es que el comentario dio su juego, el que le propuse a la familia. Sentados en un bar cercano y con cuatro bebidas calientes para reconfortar el cuerpo, nos dispusimos a alimentar el espíritu. Partiendo de la afirmación de que, y no nos duelen prendas en reconocerlo, hay libros que no sirven para nada, en todo caso para molestar y perder tiempo y dinero, nos dedicamos a imaginar cómo sería el abuelo del generoso e inteligente nieto. Los cuatro coincidimos en que sería un señor sin estudios, seguramente dedicado durante toda su vida a una profesión de carácter manual, aunque cabía también la posibilidad de que por sus años hubiera perdido la vista, con lo que el libro de nada le hubiera servido, fin último de su sin duda querido descendiente, lo que le confería al regalo un punto de maldad añadido. En cualquier caso, y dado que ya empezamos a imaginar más de lo que la lógica nos exigía y de que el juego tocaba ya a desvarío, en lo que sí estábamos los cuatro totalmente de acuerdo es en que el pobre abuelo no se merecía aquel nieto. José López Romero.

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