“Las provincias
andaluzas encierran en su seno fuentes inagotables de riqueza, que si hoy dan
frutos abundantísimos, los prometen más cuantiosos aún en el día en que ciertas
trabas desaparezcan y se pongan por obra todos los proyectos, cuya realización
reclama imperiosamente su creciente estado de prosperidad”. No es ninguna
broma, sino la opinión del poeta gaditano Arístides Pongilioni, uno de los dos
cronistas del viaje de Isabel II a nuestras tierras: “Crónica del viaje de SS.MM y
AA.RR a las provincias de Andalucía en
1862”, publicado por Gautier al año siguiente en Cádiz. El otro cronista es
el político y escritor sanroqueño Francisco M.ª Tubino, con un título casi
idéntico para una obra publicada aquel mismo año en Sevilla. Algo más realista
este último, se atreve a decir que “Andalucía
es una demarcación poco o mal conocida en la Corte. Ya se atribuya a la falta
de comunicaciones fáciles… ya a la incuria de nuestros hombres influyentes… lo
cierto es que se han venido sosteniendo juicios poco favorables a nuestros
conciudadanos… Andalucía no ha sido mirada con el debido interés por las
administraciones, viviendo casi siempre relegada en la noche del olvido”.
Pongilioni, siempre más positivo, alaba la visita regia como “el principio de una nueva era de
prosperidad, en que proyectos de
transcendental interés… llegarán a ser una
brillante realidad, dando impulso poderoso al desarrollo de los grandes
gérmenes de riqueza que atesora esta privilegiada parte de la Nación”. Bueno,
don Arístides, sepa usted que hubo desarrollismo, eso sí, pero desarrollo lo
que se dice desarrollo…, tan solo en la Sierra Norte de Sevilla… El resto, casi
sumido en el Ancien Régime. Sea como
fuere, nuestra poco agraciada Reina
(aunque no por ello menos fogosa), se puso en marcha un 12 de septiembre
de 1862, entrando por Jaén y llegando a Jerez,
procedente de Cádiz, el 3 de
octubre. Los jerezanos, que habían soltado “veinte
mil duros” para costear el soberano paseo, la acompañaron en masa por donde
quiera que se desplazase, pues con más de sesenta coches, la comitiva regia no
pasaba precisamente desapercibida. Hasta se colocó un arco de triunfo en plena
plaza del Arenal, como se observa en la ilustración. El alcalde José María
Izquierdo Peñasco, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, pidió a la
Reina protección para el proyecto de la traída de aguas de Tempul. La soberana
accedió, si bien a la terminación de las obras en 1869, “La Gloriosa” ya la había enviado de excursión eterna a París, donde
sin duda siguió explotando sus dudosos encantos terrenales. No son muchos los
centros que tienen estas crónicas en su poder: la Biblioteca de Andalucía en
Granada, la de Cádiz, además de hallarse en otras bibliotecas de Asturias, León
o Navarra. Por supuesto, en el Legado Soto Molina de la Biblioteca de Jerez no
podía faltar prueba de tan singular y elevado periplo. NATALIO BENITEZ RAGEL.
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