domingo, 10 de abril de 2016

EL DILEMA DE UN BIBLIOTECARIO

Aunque para Esteve (en la imagen cuarto por la izda.) la vida parecía  transcurrir de una manera  plácida, incluso se casa en el año 1937 con Rosario Castilla, él no era el mismo. No podía serlo a menos de que fuera alguien carente de emociones. En el Ayuntamiento se había vivido tras la llegada de las nuevas autoridades una durísima represión, que se extendería además a numerosos personajes vinculados hasta ese momento al mundo cultural o educativo de la ciudad. Ello no sólo disgustaría al bibliotecario  sino que le produciría desazón e inquietud sobre el rumbo que todo iba tomando. Periodistas, educadores, artistas, algunos de ellos muy relacionados con él, otros por los que tenía cierta admiración sufren las consecuencias de la nueva situación. Además bibliotecas privadas y librerías sufren las inspecciones de batallones de milicianos que  deciden sobre su idoneidad o no, es decir,  sobre su conservación o destrucción. La represión sobre el libro, se prolongará  en su forma más álgida casi una década, y luego seguirá  de una manera atenuada pero amenazadora durante algunos años más. Es muy significativa  la frase que escribe el presidente del Instituto Nacional del Libro (INLE), el jerezano Julián Pemartin, en el primer número de la Revista Bibliografía Hispánica (1942): Tenemos que esgrimir el arma del libro en todas direcciones y contra toda clase de enemigos.  En definitiva, en el primer periodo de la posguerra la censura será el primer elemento y casi la única política del libro llevada por el régimen en estos años. Desde Jerez el otrora entusiasta bibliotecario Esteve, para no ser represaliado -no todo el mundo tiene madera de héroe- trató de mantenerse en un segundo plano ante la marea represora sobre  la cultura y fue mudo y avergonzado testigo de las incautaciones de material bibliográfico privado, y su paso obligatorio por la biblioteca municipal para que un comité de expertos dictaminara qué hacer con ellos.  Sin duda fue la situación vivida en torno al libro en nuestro país, y en concreto la realidad diaria en la biblioteca de Jerez en los primeros años de la posguerra, las que llevaron al bibliotecario municipal a ir progresivamente marginando esa actividad a la que tanto entusiasmo había dedicado hasta entonces, para ir gastando sus energías en labores para él más gratas y menos “sensibles” desde la perspectiva política, como la investigación y divulgación de la historia del arte local y sobre todo, lo que yo he definido como la “huida a Asta”. Y es que “casualmente” la primera campaña de excavaciones sobre las Mesas de Asta que Esteve dirige  comienzan en el periodo más álgido de la represión sobre el libro: 1942. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

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