El ‘Diccionario de los políticos’ de
Rico, por lo vigente de sus “definiciones”, más bien parece escrito ayer mismo
y no hace ciento sesenta años.
Abnegación: “cualidad desconocida en los políticos a pesar de que
casi todos hacen alarde de ella”. Juan Rico y Amat no se andaba por las
ramas en 1855, aprovechando que el “bienio progresista” había rebajado las
calores de Isabel II, aquella que se autodefinía “española hasta las cachas”,
esquivando así los peligros que para las opiniones arriesgadas conllevaba la
anterior etapa política, la “década ominosa”. Alicantino y abogado de
profesión, ya había desempeñado labores políticas en los gobiernos civiles de
Zaragoza y Barcelona, de ahí el título alternativo de su Diccionario: “verdadero
sentido de las voces y frases más usuales entre los mismos, escrito para
divertimento de los que ya lo han sido y enseñanza de los que aún quieren serlo”.
Los que se han dedicado a la cosa pública siempre han sido objeto de los
envenenados dardos de sus contemporáneos, si bien nuestro autor parecía que más
bien estuviese pertrechado con el “pilum” de las antiguas Legiones. Habla de los “abusos” como una “hierba muy
perjudicial que crece y se arraiga extraordinariamente en los campos de las gentes
que mandan”. Lo clavó. La Constitución de entonces era la de 1845, la única
hasta el momento que nació de acuerdo al procedimiento de reforma estipulado en
la anterior. Todo un logro. Para nuestro autor, “no hay mucho malo en lo que
encierra, lo rematadamente malo son los comentarios y aplicaciones que se hacen
de sus doctrinas”. Hablamos de una carta magna que fue la encarnación más
genuina del liberalismo doctrinario, que hacía descansar la soberanía nacional
en las Cortes con el Rey y que disminuía el censo electoral hasta un raquítico
uno por ciento de la población española. Cuando llega a la palabra “corrupción”,
parece que escuchemos a un periodista de nuestros días: “epidemia contagiosa
que provoca la marcha al extranjero, con objeto de cambiar de aires, de algún
depositario de fondos públicos, atacado mortalmente de esa enfermedad”. Es
justo lo que hizo, muchos años después, en 1937, el comunista Manuel Uribarri,
recién nombrado jefe del Servicio de Investigación Militar (SIM), la policía
política del gobierno Negrín, que acabó huyendo a Francia con un botín de
100.000 francos, un capital en aquellos tiempos, si acaso comparable al reunido
por el “conseguidor” de los ERE o por algún que otro avispado tesorero. Tampoco
se corta don Juan cuando define la “Diputación” como la “escuela de
primera enseñanza donde se aprende por algunos el arte de hacer fortuna”.
Hoy en día quizás deberíamos aplicar esta definición a la voz “Ayuntamiento”.
Y así una infinidad de conceptos hasta completar una obra de 336 páginas que
aguardan en los anaqueles del Legado Soto Molina de la Biblioteca Municipal a
disposición del público investigador. NATALIO
BENITEZ RAGEL.
Una biblioteca es lo más parecido a un laberinto, un laberinto lleno de libros, de mundos por descubrir.En homenaje a las bibliotecas y a la lectura , preside la cabecera de este blog un dibujo del pintor jerezano Carlos Crespo Lainez: "Noche de lectura".
LECTORES SIN REMEDIO
Este blog tiene su origen en la página semanal de libros de "Diario de Jerez", "lectores sin remedio", que llevamos escribiendo desde el año 2007. Aunque el blog no es necesariamente una copia de la mencionada página, en él se podrán leer artículos que aparecen en ella. Pero el blog, por supuesto, pretende ser algo más... Los responsables son los dos lectores sin remedio, de los que facilitamos la siguiente información: Ramón Clavijo es Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y es actualmente Técnico Superior Bibliotecario del Ayto. de Jerez de la Frontera. Está especializado en fondos bibliográficos patrimoniales. José López Romero es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y actualmente es Catedrático de Lengua y Literatura en el I.E.S. Padre Luis Coloma de Jerez de la Frontera. Especializado en la literatura dialógica del s. XVI y en la novela del s. XIX.
sábado, 17 de diciembre de 2016
PASIÓN Y PAISAJE
Con este título el poeta
y profesor Jacobo Cortines presentó este mismo año en curso su poesía reunida
(1975-2016). En la extensa e interesante “Adenda” final (“huellas de la
creación”) Cortines va desvelando, a modo de diario, su proceso creador, las circunstancias
que rodean la composición de muchos de sus poemas y, sobre todo, la lucha
individual –pero en realidad universal- del poeta con la materia poética para
hacerse con una voz personal. La finca familiar en Lebrija, “Micones”, los
paisajes marineros vistos y sentidos desde la urbanización portuense de El
Manantial, y especialmente la ciudad de Sevilla, en la que vive y en cuya
universidad ha ejercido la docencia como profesor de Literatura Medieval, y por
último su anhelada y soñada hacienda “El labrador” (magnífico el poema “Nombre
entre nombres”), son los espacios en los que Cortines se inspira y trabaja para
cincelar sus versos. El contacto tan íntimo con la naturaleza, campo y mar,
pero también con los paisajes urbanos se dejan notar en unos poemas que tienen
como constante esa relación entre sentimiento e imágenes y motivos naturales
(pájaros, flores, árboles) o las calles y plazas de la ciudad, y también con el
paso del tiempo; pero otras veces es solo al hombre y su doloroso vivir al que
escuchamos y que él mismo desnuda en ese diario final. Poemas como “Reflejo en
la ventana (autorretrato)”, o “Declaración”, o “Buenas noches”, por poner
algunos ejemplos nos muestran su proceso de introspección. Sin olvidar tampoco
la corriente social, el compromiso del escritor con su tiempo, en este caso
ante la guerra (“Europa”). Finalmente, tanto en la esclarecedora introducción
como en la “Adenda”, Cortines señala como punto de inflexión de su poesía la
“Carta de junio” dedicada a su padre, un poema en tercetos endecasílabos que
sin duda es el gran poema del libro. Cortines, fino traductor de Petrarca, nos
deja un poemario de mesilla de noche. José López Romero.
sábado, 3 de diciembre de 2016
ARTE Y LITERATURA
Al hilo de algunas
lecturas últimas y el lejano recuerdo de otras que más adelante citaré, me vino
a la memoria el otro día la anécdota que Juan Mayorga incluye en su obra ‘El
chico de la última fila’: le refería Juana, gerente de una galería de arte, a su
marido Germán, un descreído del arte moderno, la historia de aquel artista que
una vez pintadas unas acuarelas y grabadas en un CD la descripción de estas,
había decidido destruirlas y exponer, como si de los cuadros se tratara, el
disco que el espectador podía escuchar para hacerse una idea de lo que habían
sido las pinturas. Ante tal ocurrencia no nos sorprende y hasta comprendemos la
falta de fe y confianza del pobre Germán en una expresión artística que más
tiene de boutade que de verdadero arte. Y esto me venía a la memoria porque la
relación de las distintas artes con la literatura, con la lengua en general
siempre ha sido muy estrecha, aunque no exenta de grandes dificultades;
expresar con palabras los sentimientos, emociones o reacciones que despiertan
en un espectador un cuadro o una escultura o, más difícil aún, la descripción
de una pieza musical es un ejercicio literario que pone a prueba la pericia y,
lo más importante, el dominio de la lengua y, sobre todo, la inspiración del
escritor. ¿Cómo traducir en palabras las notas musicales que provocan en los
oyentes los más exquisitos y profundos
sentimientos? Entre los ejemplos que a vuela pluma acuden a mi memoria lectora,
el primero es la famosa ‘Oda a Francisco Salinas’ de fray Luis de León, por cuyos
maravillosos acordes llegamos, llegaba el fraile poeta al conocimiento de Dios
y a la perfección del mundo, movido a través de esa música celestial que salía
del órgano de su amigo. La casualidad ha hecho que algunas de mis lecturas
recientes aborden el tema que aquí tratamos: música y literatura. Muchos
escritores han confesado la influencia de la música en su literatura, como
tuvimos ocasión de comprobar en Cortázar, quien en su libro ‘Clases de
literatura’ nos daba una lección de jazz; como delicada y atormentada era la
música, la relación amorosa que nace y muere entre Erika y el joven violinista
en la novela de Stefan Zweig ‘El amor de Erika Ewald’. Tonos grises, otoños e
inviernos de aquella Viena de finales del XIX, música de nocturnos de Chopin,
que transformamos en ragtime, en ritmos populares, en el más puro jazz en aquel
barco, el Virginian, del que nunca saldrá Danny
Boodman T.D. Lemon Novecento, el protagonista de la novela de Baricco; o los
acordes de ‘norwegian wood’ que Reiko le saca a la guitarra en ‘Tokio blues’ de
Murakami. Pero si un escritor tuviera
que destacar, en mi opinión, de aquellos que convirtieron en palabras la
música, me quedaría sin duda con Bécquer y su leyenda ‘Maese Pérez el
organista’. Leer esta joya del relato corto es escuchar al mismo tiempo esa
música extremada que nos transporta, como el órgano de Salinas a su amigo Luis
de León, al cielo. Sin olvidarnos tampoco de ‘El Miserere’. ¡Y no hace mucho
estas leyendas se leían en Secundaria! ¡Qué tiempos! José López Romero.
PATRIA
Hay libros que no puede uno
dejar pasar. Sin saber bien por qué, entre la marabunta amenazante que nos sobrepasa, de repente destaca un título y
uno siente la necesidad imperiosa de asaltar sus páginas, esperanzado y a la
vez temeroso de acertar o errar en esa búsqueda incesante del lector tras la buena literatura, cada vez
más esquiva. Algo de eso me ha sucedido con ‘Patria’, la nueva
novela de Fernando Aramburu, autor al que habíamos perdido la pista desde aquel excelente ‘Años lentos’ publicado hace tiempo. Tratar de explicar la atracción hacia un
libro antes de leerlo puede ser compleja, o simplemente inexplicable. Otros
libros, como ‘Patria’, que me he ido encontrando y seguiré encontrando en mi
periplo de lector, también firmados por un escritor de prestigio, y que trasladan al lector historias que gozan del beneplácito unánime de público y
crítica, sin embargo no han logrado captar
mi atención hacia ellos o, en todo caso, si finalmente los llegué a ojear o
leer, lo fue más obligado por razones profesionales y de opinión que por
atracción. Con ‘Patria’, como
antes con ‘El mapa y el territorio’ de Houellebecq, ‘Némesis’ de Philip Roth, ‘La
Fiesta del Oso’ de Soler o ‘Un año en la otra vida’ de José Mateos, entre
otros, todo vuelve a suceder de una
forma tan natural como inexplicable, y en
mi simbiosis con el libro no han intervenido ni comentarios o escritos
ajenos, ni tan siquiera el grato recuerdo que me dejó como lector aquel libro
de Aramburu que antes mencionaba. ‘Patria’
una novela literariamente perfecta, nos hace llegar una historia
pegada a un territorio y pese a ello sortea con maestría el riesgo del
localismo para convertir un paisaje reconocible
en el escaparate de los valores y las miserias humanas universales. Pero
no, no son estas breves líneas una reseña de esta singular novela, sí en cambio
las que quieren dejar testimonio de ese misterio, el de volver a toparme con
otro de esos libros que uno no puede dejar pasar, de esos que sin saber por qué
te arrastran a asaltar sus páginas y reencontrarte con la cada vez más esquiva
literatura. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
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