Días atrás, en la inauguración de la
exposición “Jerez y el Paisaje” en la Biblioteca Municipal, se comentaba que gracias a exposiciones como la mencionada
el “gran público” tiene la oportunidad de acercarse y descubrir el gran patrimonio
que se esconde en los archivos y bibliotecas. A lo dicho habría que añadir que
también estas exposiciones, independientemente de su temática o del mayor o
menor atractivo visual de las piezas expuestas, son también otra manera de que
seamos conscientes del incalculable valor de ese otro patrimonio, el
bibliográfico y documental, que sigue
siendo sin duda el gran olvidado en muchos aspectos por los poderes públicos.
Volviendo a la singularidad de la mencionada exposición y en relación a lo que
decíamos antes, podemos encontrar en ella desde documentos del siglo XV, hasta
cartografía donde se pueden admirar mapas, que aparte de su belleza y enorme
valor histórico nos muestran la evolución del término municipal de nuestra
ciudad. Entre ellos destacar el de Tomás López de finales del siglo XVIII o el
de Manuel Lechuga Florido de 1897, cuando el territorio jerezano abarcaba una
superficie cercana a los 1.500 Kms cuadrados. En definitiva, en “Jerez y el
Paisaje” lo que se intenta, es un recorrido por el término municipal para
señalar sus características y qué transformaciones se han ido produciendo en él
a lo largo de los siglos. En este sentido libros como ‘Paisaje y Naturaleza’
del jerezano Parada y Barreto publicado en 1870, y que sorprendentemente en tan
lejana fecha ya muestra su preocupación por “la lenta agonía de la Naturaleza”,
o el ‘Álbum descriptivo de la casa Domecq’ de principios del siglo XX, donde
hemos encontrado y admirado fotografías y desconocidos grabados de la ciudad de
Jerez y su entorno, redundan en lo que decimos y en el valor de lo que atesoran
estas instituciones. También merece la pena mencionar el “guiño” que en esta
exposición se hace a la figura del naturalista y cazador británico Abel Chapman
consistente en exponer dos libros del mencionado autor: las primeras ediciones
en inglés de ‘Wild Spain’ (‘La España agreste’) y ‘Unexplored Spain’ (‘La
España desconocida’), auténticas joyas bibliográficas con textos e imágenes de
un interés indudable para el conocimiento de la Naturaleza en nuestro país a
finales del siglo XIX y principios del XX, y donde hay algunos pasajes
referidos al término municipal de Jerez donde destacamos por su especial
atractivo el capítulo XXV de ‘Wil Spain’ titulado “En busca del
quebrantahuesos. Una cabalgada invernal por las sierras gaditanas” y que se
inicia con estas evocadoras líneas: Hacia
el final de Enero salimos para una exploración de dos semanas por las montañas
de más allá del Tempul y Algar, una cabalgada de cuarenta millas al este de
Jerez…” Ramón Clavijo Provencio.
Una biblioteca es lo más parecido a un laberinto, un laberinto lleno de libros, de mundos por descubrir.En homenaje a las bibliotecas y a la lectura , preside la cabecera de este blog un dibujo del pintor jerezano Carlos Crespo Lainez: "Noche de lectura".
LECTORES SIN REMEDIO
Este blog tiene su origen en la página semanal de libros de "Diario de Jerez", "lectores sin remedio", que llevamos escribiendo desde el año 2007. Aunque el blog no es necesariamente una copia de la mencionada página, en él se podrán leer artículos que aparecen en ella. Pero el blog, por supuesto, pretende ser algo más... Los responsables son los dos lectores sin remedio, de los que facilitamos la siguiente información: Ramón Clavijo es Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y es actualmente Técnico Superior Bibliotecario del Ayto. de Jerez de la Frontera. Está especializado en fondos bibliográficos patrimoniales. José López Romero es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y actualmente es Catedrático de Lengua y Literatura en el I.E.S. Padre Luis Coloma de Jerez de la Frontera. Especializado en la literatura dialógica del s. XVI y en la novela del s. XIX.
sábado, 27 de abril de 2019
EL RULETISTA
Hace unas semanas emprendí la lectura de la novela corta de Mircea Cartarescu que le da título a este artículo.
Y a medida que la leía, más me llevaba ella a hacer una reflexión, a aplicar,
como tantas veces debemos hacer, nuestras lecturas a nuestra vivencia personal.
Les cuento. El narrador, un viejo escritor relata cómo fue adentrándose en los
bajos ambientes de los ruletistas, personas captadas por los llamados
“patrones” de entre los miserables, pordioseros y desarrapados para que se
jueguen la vida ante un revólver con una sola bala en el tambor, a cambio de un
poco de dinero, el que pueden conseguir de las apuestas si logran salir vivos
del envite. El escritor nos va describiendo y analizando tanto los ambientes
sórdidos en los que se celebra esta nueva danza macabra, así como los
porcentajes de probabilidades que cada ruletista tiene, más cuando si reinciden
en la provocación a su suerte. El narrador repite en varias ocasiones esa
especie de risita que se le antoja el sonido del tambor al girar, ni escatima
el detalle truculento de los sesos y astillas de huesos pegados a las
paredes. Hasta que se encuentra con un
viejo amigo de la infancia, el ruletista por excelencia. Y es entonces cuando
la narración entra en una espiral de acontecimientos que tienen a este
protagonista como eje, sobre todo porque la terca reincidencia le va granjeando
fama, dinero y con ello, el cambio de los sótanos asquerosos, viejos cascos de
bodega plagados de cucarachas gigantes, a los salones burgueses y
aristocráticos, en los que se van a celebrar los nuevos y más arriesgados
envites del ruletista con la muerte. Ya no es una bala solo la que mete en el
tambor, sino dos, y después serán tres, y cuatro….
Cuando terminé la lectura, no pude por menos que reflexionar sobre la cantidad
de políticos que, como manual de resistencia o supervivencia, juegan a ser
ruletistas pero con la sien de los demás, con la sien de todo un país. José López Romero.
viernes, 5 de abril de 2019
HOMENAJE
Casualmente en mis
lecturas más recientes me he encontrado con varias frases sobre la muerte o,
mejor dicho, sobre el ceremonial y las consecuencias de esta que me han llevado
a la reflexión. En ‘La vida de Iván Ilich’, por seguir un orden cronológico, en
el propio funeral del protagonista su amigo Piotr
Ivánovich piensa: “Los funerales de Iván Ilich en ningún caso son motivo
suficiente para alterar el orden del día, es decir, nada conseguirá impedir que
esta misma tarde oigamos cómo cruje el envoltorio de un mazo de cartas al
abrirse, mientras un criado dispone cuatro velas nuevas; en general, no
hay motivo para suponer que este incidente se vaya a interponer en nuestro
propósito de pasar la velada de un modo agradable”; y muy próximo en el tiempo
a Tolstói, Eduard Von Keyserling en su novela breve ‘Olas’
hace decir a uno de sus personajes: ““—Mi cuñado —prosiguió el consejero— decía a
mi hermana: «Karoline, si yo muriera una mañana, eso no sería motivo para
que aquel día la comida no se sirviera puntualmente a la hora acostumbrada; lo
contrario aumentaría el desconcierto». ¿No es cierto?, y lo mismo pasa en un
gran transatlántico que ha sufrido un accidente y en el cual, hasta el último
momento, se sirve la comida con toda normalidad. En cierto modo es el símbolo
del orden moral”. Y, finalmente, en ‘La investigación’ de Philippe Claudel,
novela que tanto gusta a mi amigo Ramón, la Sombra comenta: “Ver morir a un hombre es muy desagradable. Casi
insoportable. Ver u oír morir a millones diluye el horror y la compasión. Uno
pronto se da cuenta de que ya apenas siente nada. La emoción está reñida con la
cantidad”. Bien pensado, las tres frases tienen razón, aunque esta última nos
pueda parecer sin duda muy cruel. Mantener la normalidad a toda costa. Quizá no
sea la mejor manera de homenajear al fallecido seguir con la rutina diaria,
pero a él poco ya le va a importar; sin embargo, a los vivos les reconforta
mucho, o les sirve de evasión, seguir con sus vidas no como si nada hubiera
pasado, sino como forma de volver inevitablemente a la realidad. No se trata,
entiéndaseme bien, de “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”. Las distintas
culturas tienen formas variadas de homenajear a los muertos; la nuestra, la
cristiana, se duele pero al mismo tiempo se alegra, pues los vivos perdemos a
un ser querido, pero nos alegramos porque para el creyente aquel “pasa a mejor
vida”. Una alegría que se manifiesta en forma de fiesta verbenera en países
como México el Día de los Muertos, como así lo describe Lowry en su ‘Bajo el
volcán’. Por estas tierras en las que disfrutamos de un vino sin igual en el
mundo, llevamos muy a rajatabla el refrán “el que va a un entierro y no bebe
vino, el suyo viene de camino”, e incluso más de una familia me consta que ha
instaurado la tradición de irse a comer después del entierro de un familiar, lo
que me parece una hermosa manera de homenajearlo. Por mi parte, si me muero
alguna vez, me alegraría de que después de los correspondientes y obligados,
pero poquitos, llanto y duelo, mis familiares y amigos se fueran a comer como
testimonio del cariño y amor que nos tuvimos y que seguro permanecerán en la
memoria. Pero, por favor, que no brinden a mi salud. Cachondeo, el preciso.
José López Romero.
PAPER PASSION
Desde hace
unos meses he cogido la costumbre, no sé si consecuencia de la edad que no
perdona, de mirar la contraportada de los libros que me interesa adquirir, para buscar información –que cada vez es más
corriente- sobre si está fabricado con papel reciclado o
ecológico. La última manía de lector que recuerdo antes de esta, fue cuando
miraba el canto de estos para comprobar si estaban cosidos o pegados. El
abaratamiento de las encuadernaciones ha hecho casi desaparecer la prestancia
de los libros cosidos, y hoy es
común la insufrible visión de los libros
desencuadernándose a poco que por sus páginas pase más de un lector. Pero
ahora, como les decía, me asalta esta otra manía, de tal manera que a veces
estoy más pendiente de encontrar el dichoso sellito “libre de cloro” que de hojear y ojear como debe ser el libro que
puedo adquirir. Todo esto me lleva a recordar la curiosidad que despertó hace
unos años, la presentación de un perfume -Paper Passion- que conseguía evocar el aroma que desprenden los
libros, en este caso nuevos, y no el típico olor a viejo avainillado y dulzón
que provoca con el tiempo la descomposición de la celulosa y la liberación de
la lignina. En este caso se buscaba el olor que desprenden los compuestos
utilizados para fabricarlo –papel, pegamento, diversos productos químicos y
tinta- antes de su degradación, cuando se mezclan y volatilizan. El poner en un
perfume el olor a libro nuevo, el Paper Passion, fue una idea del estilista,
pero también gran bibliófilo, Karl Lagerfeld. Aquello tuvo un éxito efímero
pero tenía su lógica: si el libro en papel desaparecía por la irrupción del
libro electrónico, al menos para los nostálgicos se preservarían sus olores. Ya les digo que
el éxito fue fugaz, quizás porque lo que se vaticinaba como una guerra de
exterminio - donde el exterminado sería el libro convencional- acabó dando lugar a otro paisaje más llevadero, que no
significa menos fácil, donde lo electrónico y el libro convencional tratan de
coexistir. Ramón Clavijo Provencio
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