miércoles, 20 de mayo de 2009

Cine


Creo que fue mi amigo y compañero Carlos Rigual por aquellos años del Instituto Asta Regia (de gratísimo recuerdo), quien me dijo la siguiente frase que él mismo había oído: “de una mala novela se puede hacer una buena película, y viceversa: de una buena novela se puede hacer una mala película”. Y así es realmente la historia de las relaciones que, como los matrimonios, han mantenido siempre el cine y la literatura: buenos y malos momentos por igual. Desde el amor hasta la pasión, desde el odio hasta el rencor. Para Juan Marsé su matrimonio con el cine tiene más de lo segundo que de lo primero; nunca se ha cansado de decir que sus novelas no han tenido suerte cuando se han pasado a la pantalla; y eso le ha llevado a la conclusión de que “el problema del cine español no es la piratería, sino la falta de talento”; una afirmación realmente dura y que muestra a las claras su decepción. Y quizá haya que darle la razón al flamante Premio Cervantes porque honrosas por escasas son las excepciones que ahora se nos vienen a la cabeza de películas españolas que, tomando como guión alguna obra literaria, merece la pena verse, aun participando en aquél el autor de ésta. En cambio, mucho mejores son las adaptaciones para la televisión que se han hecho de algunas de nuestras emblemáticas novelas del XIX: La Regenta, Fortunata y Jacinta, Cañas y barro, o incluso Los gozos y las sombras de G. Torrente Ballester. Parece que la televisión, por su posibilidad de convertir una novela en serie, es un medio que se acomoda mejor a la literatura; como pasa con el teatro y aquel añorado programa “Estudio 1”, donde buena parte de muchas generaciones pudimos disfrutar y conocer lo mejor del teatro tanto nacional como extranjero de todos los tiempos. En esto del cine, la televisión y la literatura, quizá los ingleses sean un referente en el que deberíamos mirarnos y aprender. Ahí están series como Yo, Claudio y, sobre todo, las versiones que de las obras de Shakespeare ya hiciera (muchas en blanco y negro) sir Laurence Olivier y, más moderno, el magnífico actor y director Kenneth Branagh, que deberían ser modelos para nuestros directores de cine. En este sentido, guardo como oro en paño en cinta de vídeo su película Enrique V, que me hizo comprar el drama de Shakespeare sólo para poder leer y releer el emotivo discurso o arenga que el rey le dirige a su menguado y exhausto ejército inglés antes de la batalla de Agincourt. ¿Falta de talento de nuestro cine? Salvando excepciones, ya digo, incluso cuando han versionado clásicos, el resultado no ha podido ser más horrible, y ahí están El libro de buen amor, La Celestina o La lozana andaluza para no desmentirme. Nada que ver con los ingleses. Y ya que hablamos de cine español, valga un ejemplo de bodrio; el otro día me castigué con una película titulada Fuera de carta, realizada a la mayor gloria de Javier Cámara. Si ése puede ser el modelo de comedia o cine, en general, que se hace en España, no dudo lo más mínimo que esté en crisis. Si en la esfera internacional, nuestros más célebres representantes son actualmente Almodóvar y sus chicas y chicos, cuando no hace mucho eran Buñuel, Saura, Paco Rabal, Fernando Fernán Gómez e incluso Alfredo Landa en su espectacular madurez, no me extraña que se dude del talento de nuestro cine. Ni talento, ni color. José López Romero.

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