miércoles, 17 de marzo de 2010

LAZARILLO


Sobre las 6’50 de la mañana del pasado viernes y en pleno fragor del aseo personal estaba yo, cuando de repente la radio me dio la noticia por tantos siglos esperada: don Diego Hurtado de Mendoza era el autor de ‘El Lazarrillo de Tormes’. Tal fue mi sorpresa que por poco me hago un costurón en la mejilla izquierda con la cuchilla de afeitar. Las pruebas que presentaba la paleógrafa Mercedes Agulló no daban lugar a la duda; todo lo contrario, certificaban irrefutablemente una teoría que ya a principios del siglo XVII se había aventurado a defender el belga Valerio Andrés Taxandro en su ‘Catálogus clarorum Hispaniae scriptorum’, y que tuvo durante cierto tiempo general aceptación hasta el punto de que muchas ediciones se publicaron con el nombre del famoso militar y diplomático español, amigo personal del emperador Carlos V (magnífica la novela ‘el embajador’ del admirado Antonio Prieto, que recrea la vida de don Diego). La fama de escritor procaz era otra de las razones que sus defensores esgrimían para su candidatura a la autoría de una de las obras más importantes de la literatura europea (tomo estos datos de la ‘Historia de la literatura española’ de J.L. Alborg). Una vez recuperado de la conmoción o sorpresa y con la cara embadurnada en loción balsámica, tomé verdadera conciencia de lo que esa confirmación significaba: se descifraba uno de los grandes enigmas de la literatura española, y de inmediato mi primer recuerdo fue para el eminente Francisco Rico, ¡tantas horas y tantos desvelos dedicados a Lázaro, a sus fortunas y adversidades, y ahora se le adelantan por la mano, o mejor dicho, por la letra, y otra (no menos eminente en su terreno) le pisa el autor! Pero no hay que preocuparse, otros no menos grandes y complejos misterios quedan aún por resolver en esta nuestra literatura, llena por otra parte de laberintos: el autor del primer acto de ‘la Celestina’; ¿quién se esconde realmente detrás de ese espurio Alonso Fernández de Avellaneda?; ¿fue Tirso de Molina el autor de ‘El burlador de Sevilla?, son problemas que siguen dando trabajo a la investigación. Con el primer café me acerqué a los medios de comunicación para comprobar el impacto de la noticia, desolación: apenas alguna breve reseña o comentario y sólo una revista cultural daba cuenta con detalle del hallazgo de Mercedes Agulló y su base documental. Por la noche, pensé, seguro que las televisiones dedicarán algún espacio. Cuando hacía el consabido zapping, me encontré con Julián Muñoz. Y en mi infinita confianza en el género humano, y no digamos en las cadenas de t.v., no pude por menos que pensar: ¡qué gran homenaje a don Diego y su ‘Lazarillo’, no han podido elegir mejor pícaro o, por decirlo más exactamente, mayor truhán, porque el pícaro al fin y al cabo tiene su encanto. Don Diego estará ahora disfrutando en la gloria!; la otra gloria, la que se le hurtó por tanto tiempo, Mercedes Agulló se la ha merecidamente devuelto. José López Romero.

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