LECTORES SIN REMEDIO

Este blog tiene su origen en la página semanal de libros de "Diario de Jerez", "lectores sin remedio", que llevamos escribiendo desde el año 2007. Aunque el blog no es necesariamente una copia de la mencionada página, en él se podrán leer artículos que aparecen en ella. Pero el blog, por supuesto, pretende ser algo más... Los responsables son los dos lectores sin remedio, de los que facilitamos la siguiente información: Ramón Clavijo es Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y es actualmente Técnico Superior Bibliotecario del Ayto. de Jerez de la Frontera. Está especializado en fondos bibliográficos patrimoniales. José López Romero es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y actualmente es Catedrático de Lengua y Literatura en el I.E.S. Padre Luis Coloma de Jerez de la Frontera. Especializado en la literatura dialógica del s. XVI y en la novela del s. XIX.

sábado, 29 de enero de 2011

SESIÓN INFANTIL

Todos conocemos la intensa relación del cine con la literatura, hasta el punto de que resultaría harto difícil relacionar la gran cantidad de películas que se han nutrido de “fuentes literarias” con mayor o menor fortuna a lo largo de la historia. Muchas de ellas fueron pensadas para un público infantil y atrajeron a las salas de cine, durante el periodo comprendido entre los años treinta y ochenta del pasado siglo, a muchos pequeños que no solamente se iniciaron en el amor hacia el séptimo arte sino también a conocer, a través de la gran pantalla, en aquellas denominadas “sesiones infantiles”, los clásicos de la literatura. En el caso de nuestra ciudad el cinematógrafo se introdujo alrededor de 1905, luego, como en tantos otros sitios, aquella nueva manera de interpretar o reflejar la realidad, se hizo con innumerables seguidores que llenaban las salas que empezaron a habilitarse en la ciudad para contemplar las películas, primero mudas, luego sonoras. Primero en blanco y negro, luego en color. A lo largo de algo más de un siglo en el que el cine forma parte irrenunciable de nuestra vidas, mucho ha cambiado y evolucionado, no solo desde el punto de vista técnico, sino también en nuestra particular forma, como espectadores, de ver las películas. Nada tienen que ver las actuales proyecciones con sonido envolvente y técnica en tres dimensiones, que incluso podemos contemplar en privado en el salón de nuestra casa con la pantalla adecuada, con aquellas realizadas en antiguos cines, tan fastuosos como teatros, donde la multitud se agolpaba en mullidas butacas esperando el comienzo de la sesión. Pero algo sigue inalterable: la fascinación que a las sucesivas generaciones les sigue produciendo el denominado séptimo arte. De aquella época, a la que nos referíamos al principio, cuando los más pequeños se agolpaban en las salas de cine, en la denominada “sesión Infantil”, trata la exposición que desde hace algunas semanas se exhibe en la Biblioteca Municipal de Jerez, y que se puede entender como un homenaje a aquellas sesiones infantiles, que en todas las ciudades españolas, y aquí en Jerez en lugares como el teatro Villamarta o el cine Jerezano, sirvieron para iniciar y apasionarse a muchos jóvenes por el cine, y como decíamos, por la literatura. En ella se expone una cuidada selección de la colección de programas de mano que la Biblioteca Municipal conserva de aquellas sesiones infantiles en nuestra ciudad, en su día donados por Cine Club Popular de Jerez. Son estos programas de mano, algunos muy antiguos y otros que harían las delicias de un coleccionista, versiones reducidas de los magníficos carteles en los que se anunciaban y publicitaban aquellas películas. Películas que hoy constituyen un recuerdo entrañable para niños de ayer, adultos de hoy, irremediablemente atrapados por la magia del cine y de la literatura. Ramón Clavijo Provencio

LIBRO/S

Esta mañana, cuando me disponía a sacar por primera vez de paseo a mi recién adquirido y flamante ebook, noté como un murmullo entre los anaqueles de mis estanterías repletas de libros; creí ver hasta algún movimiento. Murmullos que fueron creciendo de intensidad y en nitidez a medida que le iba poniendo su funda (de estreno) y comprobaba la carga de la batería. “Pues a mí sólo me sacaba para ir al médico”, oí el comentario a mis espaldas procedente de “Rabos de lagartija” de Juan Marsé. “¡Y cuántas veces lo he acompañado yo a recoger a los niños!”, sentí el reproche de “Sigismondo”, una magnífica novela de Alberto Cousté. “Pues a mí me llevó a la playa varias veces el verano pasado”, dijo unos “Cuentos” de Bolaño, “pero ni me metió en una fundita como a ése. Dejó que me entrara la arena, y ni me sacudió después. Y ahora todavía sufro en mis páginas algunos arañones”. Yo seguía en silencio haciendo mis comprobaciones de rigor: los libros que tenía cargados en el aparato y los que me dedicaría a leer en una soleada y bien templada mañana  de invierno que ya anunciaba la primavera. Sin embargo, aquellas voces se hacían oír cada vez más exaltadas y, a fe, que los movimientos en las estanterías no parecían fruto de mi imaginación. “¡A saber si en esos inventos del demonio, en vez de un humilde pícaro –recelaba Lázaro- me han convertido en un promotor inmobiliario o, peor aún, en un político”; “Pues yo no me atrevo ni a hablar –decía la  Melibea de  la excelente edición de Crítica, llena de notas por todas partes-; con mis antecedentes lo mismo soy en ese aparato infernal famosa y me gano la vida en las tertulias de la tele contando mis amores con Calisto”. Y así, fueron levantándose voces por aquí y por allá, hasta que cerré la puerta tras de mí. Con el ebook fuera de sus vistas, lo mismo se apaciguaban. Pero mucho me temo que la cosa va de guerra. Cuando he vuelto, los libros parecían organizados de otra manera  de como estaban, parecían ordenados de mayor a menor. Pero lo peor es que cuando he dejado el ebook encima de la mesa, he visto cómo le susurraba algo al ordenador y de inmediato se ha acercado a un disco duro externo y a una cámara digital. “Estos no nos duran ni dos telediarios”, he oído que les decía con el desprecio pintado en su reluciente pantalla. José López Romero. 

sábado, 22 de enero de 2011

MORALIDAD

“El fundador de Wikileaks, Julian Assange, ha firmado un contrato para publicar su autobiografía que le permitirá ganar más de un millón de euros”, leo en la prensa de estos días. La verdad es que fue enternecedor ver en los medios de comunicación las manifestaciones que espontáneamente (¿?) se hacían en las calles de las grandes ciudades, cuando lo apresaron, en defensa de este nuevo héroe de la verdad por haber publicado realmente tres obviedades, cuatro evidencias y alguna que otra opinión que ya suponíamos. Con respecto a España, la diplomacia norteamericana tiene mucho mejor concepto de nuestros políticos que nosotros mismos (¿astuto Zapatero? Seguramente lo calificarán así por la rapidez con que reaccionó a la crisis). En esto, como en tantas cosas, los americanos tienen un conocimiento de la realidad que pasa inevitablemente por sus ombligos. Pero no olvidemos que a Julian Assange, este adalid de los que se sienten engañados por la globalización lo han metido en la cárcel acusado de dos supuestas violaciones. En una sociedad que condena hasta sin el más mínimo respeto por el principio de presunción de inocencia a los maltratadores, las dos supuestas violaciones cometidas por Julian Assange parecen pecadillos veniales en comparación con el enorme beneficio que le ha reportado a toda la humanidad su Wikileaks y sus obviedades y perogrulladas. Ahora, y quizá desde la celda de una cárcel, en la que permanecerá por poco tiempo, escribirá sus memorias, ¿contará en ellas cómo agredió sexualmente a las dos mujeres que lo acusan? Seguramente se excusará en que eran mujeres fáciles y consintieron, y lo perdonaremos. Estos detalles no son más que esas pequeñas hipocresías que nos podemos permitir de vez en cuando, como si fueran esos caprichos o pequeños lujos por los que nos salimos de nuestro presupuesto moral. No de otro modo podemos entender las declaraciones del escritor Dominique Lapierre, que ya se hiciera célebre por sus libros escritos al alimón con Larry Collins (“¿Arde París?; “Oh, Jerusalén”), y ya en solitario con obras como “La ciudad de la alegría”, ambientada en los barrios marginales y miserables de Calcuta. Lapierre vivió sin duda la miseria espantosa que describe en su libro, no como esa India o África de cartón piedra que vemos en las revistas del corazón cuando le hacen un reportaje a algún famoso. Pero a pesar de esa miseria, el señor Lapierre vive en un castillo en la Provenza francesa, en cuyo cementerio quiere ser enterrado y que escriban sobre su tumba: “Dominique Lapierre, ciudadano de Calcuta. Todo lo que no se da, se pierde”. Lapierre ha sabido construirse en su castillo esos muros que lo defienden de la miseria y le hacen ciego y feliz. Es su pequeña hipocresía, se la puede permitir, como algunos se la permiten con Julian Assange, mientras medimos con toda nuestra severidad otros comportamientos. La gestión de nuestro presupuesto moral está claro que es manifiestamente mejorable. José López Romero.

sábado, 15 de enero de 2011

La galaxia Leibniz

El pasado 31 de diciembre se cumplieron los treinta años del fallecimiento de Herbert Marshall McLuhan, el formidable visionario que a través de obras como “La Galaxia Gutenberg”, y  “La comprensión de los medios como extensiones del hombre” nos empezó a introducir en el significado de conceptos como “la aldea global” o que las nuevas tecnologías aplicadas a los medios de comunicación y la cultura (algo que adquiere un profundo sentido con Internet), precipitarían inevitablemente a la humanidad, después de 40.000 años de existencia, en otra etapa evolutiva, donde los sistemas informativos se convertirían en una nueva  corteza cerebral colectiva que movería al planeta. Discutido y aplaudido, hoy vuelven con más fuerza que nunca las teorías de McLuhan (de la misma manera que se hace imprescindible releer la genial narración de Borges “La biblioteca de Babel” ), por lo que el comunicólogo Román Gubern no ha dudado en afirmar que ya vivimos en esos mundos vaticinados por McLuhan y Borges, esto es, “que el universo cultural entero pueda aparecer en la pantalla de consulta”, lo que él mismo ha definido como la entrada en la “Galaxia Leibniz” ( homenajeando de esta manera al propio  McLuhan). Hoy no hace falta tener mucha imaginación, pues solo con comprobar las prestaciones que nos puede ofrecer un Iphone o un Ipad, con sus e-reader incorporados, podemos saber que el proceso es irreversible y nos está afectando en mayor o menor medida a todos. Así la tradicional prensa en papel vive cambios vertiginosos, pero también las librerías, las empresas relacionadas con la edición, o incluso las mismas bibliotecas observan con preocupación cómo todo va llegando más deprisa de los que esperaban. Seguramente todos nos iremos adaptando y las piezas irán encajando en lo que ahora es el gran rompecabezas de las nuevas tecnologías aplicadas a la información, ocio y cultura, pues como decía Rosa Regás “estos grandes cambios serán paulatinos”. Pero lo que ya nadie discute  ni pone en duda es que la pantalla, antes que después, triunfará finalmente, aunque como el escritor Claudio Magris declaraba “una biblioteca –o una librería- es como una perfumería con sus olores” y nadie vaticina aún que estos olores (los libros  en papel) no sean necesarios. Ramón Clavijo Provencio  

Buenos deseos

- “Father, el primer diíta de trabajo - el diminutivo en mi hija es síntoma inequívoco de esa fina ironía heredada de su madre, una santa- lo ocuparéis en besitos, abracitos -¡dichosos diminutivos!- que si felicidades por aquí, que si mucha paz por allí… es decir, mucho cuento y poco trabajo”. – “Niña, -tuve que ponerme serio- en el trabajo, los saludos de rigor, el feliz año nuevo y a las trincheras”. – “Sí, sí… ni que Gladiator y su fuerza y honor”. A pesar de las impresiones de mi hija, la verdad sea dicha no hace ni dos días, como quien dice, que le hemos echado el cerrojo a otra Navidad y esos buenos sentimientos que estas fiestas suelen despertar empiezan a enfriarse, y apenas quedan rescoldos de esos deseos de paz, amor, prosperidad que nos pedimos los unos para los otros; quizá algún rezagado que se incorpora tarde al trabajo, aún recibe nuestra felicitación ya a estas alturas consecuencia o manifestación más de nuestra cortesía que de un sincero y ya efímero deseo, tan efímero como los días de vacaciones. Quizá para recuperar el ánimo, acabo de releer el discurso que Mario Vargas Llosa pronunció en la entrega del Nobel, en el que vuelve sobre su idea de la literatura (que ya expusiera en el prólogo a su libro “La verdad de las mentiras”) como creación de esos sueños tan necesarios para el ser humano, sin los cuales no seríamos capaces de transformar la realidad. “Por eso -termina Vargas Llosa su discurso- tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible”. Sin duda, el discurso de don Mario es un canto a la esperanza, a la confianza en la humanidad que lee. Pero también hay pasajes en los que levanta la voz de alarma contra formas de intolerancia como son los nacionalismos, que contrapone al proceso de transición en nuestro país, y que no podemos por menos que comparar con la imagen de la Barcelona de la década de los setenta (en la que vivió por cinco años), una ciudad que “se convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde había que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría”. ¨¿Paz, prosperidad, felicidad? ¡qué pronto se nos olvidan los buenos deseos! Con la misma rapidez con que de nuevo desconfiamos del prójimo, y albergamos muy pocas esperanzas en el bien de la humanidad. Por eso, después de leer el discurso de Vargas Llosa, me he sumergido en las páginas de la biografía de José Fouché (el genio tenebroso), que escribiera Stefan Zweig, para darme un baño de pesimismo y desencanto, el mismo pesimismo que me entra cuando leo noticias de Barcelona, hoy nido de tanto Fouché, políticos sin escrúpulos, intrigantes y amorales en esta España de la democracia, y en otro tiempo ciudad que fue, en aquellos estertores de la dictadura, la capital cultural de España y donde se respiraban los aires de libertad. José López Romero.

viernes, 7 de enero de 2011

TWAIN

 
Se habla estos días de la próxima edición de "Las Aventuras de  Huckleberry Finn" a cargo de la editorial norteamericana NewSouth Books. Hasta aquí todo normal salvo porque al responsable de dicha edición Alan Gribben, profesor universitario  y especialista en Mark Twain, se le ha ocurrido alterar algo el original, en concreto suprimir la palabra "nigger", con la que se referían despectivamente a la gente de color en la época del escritor, sustituyendola por otra políticamente más correcta. Realmente no entendemos estas manías post modernas de "tocarlo" todo en razón de la estética, gustos o sensibilidades actuales. Es algo parecido a la moda que se esta imponiendo entre algunos historiadores de observar el pasado con ojos contemporáneos, lo que es tanto como tergiversar la realidad histórica.
Volviendo a nuestro profesor que se confiesa gran admirador y especialista en la obra del genial Twain, se sorprende ahora de la reacción provocada por su decisión, y se defiende diciendo que "no estoy de ninguna manera expurgando a Mark Twain. Las intensas críticas sociales están ahí. El humor está intacto. Simplemente tuve la idea de alejarnos de la obsesión con esta palabra, y dejar que las historias se mantengan por sí mismas”. Pero yo me echo a temblar si el ejemplo tiene éxito, y ya me veo releyendo una versión del Robinson Crusoe de Daniel Defoe, donde algún osado elimina la figura del salvaje  "Viernes". R.C.P.