viernes, 18 de marzo de 2011

RUTAS

La cara del chaval se iluminó cuando le comenté que aquel libro que observaba había sido impreso antes del descubrimiento de América. ¿De verdad? Alcanzó a decir incrédulo. Se trataba de los “Epigramas” de Marcial, obra impresa por Juan de Colonia en Venecia, en 1475. Uno está acostumbrado a tratar diariamente con libros patrimoniales, pero me sigue sorprendiendo y, por supuesto, alegrando la sorpresa en el rostro de algunos cuando descubren los tesoros en papel que conservamos en Jerez, y que permanecen ignorados por la mayoría.  Pero pese a ello me  también me invade la sensación, a medida que uno  ve pasar el tiempo, de que seguimos luchando contra corriente y que pese a las apariencias de una legislación más sensible sobre el  patrimonio bibliográfico, la tozuda realidad es que los libros como el que mencionaba al comienzo de estas líneas siguen siendo, para muchos, como ese objeto recibido en herencia y que se debe conservar  más como un deber  que por tener clara conciencia de su valor. Claro que cuando nos topamos con uno de esos libros, los “Epigramas” ya mencionado o  “La historia de la composición del cuerpo humano”, impreso en Roma en 1567, plagado de ilustraciones y notas de algún estudiante de medicina de la época, la cosa cambia y los rostros demuestran sorpresa y admiración.  Jerez es una de esas ciudades  en la que, pese a su importante patrimonio histórico artístico, se sabe poco del bibliográfico o no se quiere saber, y eso que la ciudad sí ha tenido y sigue teniendo un lugar en el mapa en cuanto a su papel  en la historia  del libro. ¿Qué es lo que nos queda materialmente de esa historia del libro en Jerez a la que hago referencia?  Pues fundamentalmente  dos colecciones bibliográficas excepcionales: la que se conserva en la Biblioteca Municipal Central, y la del Obispado. Si en la primera destaca una colección de impresos de los siglos XVI a XVIII, de varios miles de títulos, el sello distintivo de la segunda es su numerosa colección de incunables. Son colecciones patrimoniales que de alguna manera sitúan a nuestra ciudad de una manera relevante,  en un hipotético mapa  donde estuvieran señaladas aquellas bibliotecas de importancia, en razón del valor de sus fondos bibliográficos.  Pero también, y a lo largo de los últimos años, hemos ido conociendo la existencia de otras bibliotecas de relevancia, a las que las circunstancias mantuvieron durante demasiado tiempo en las sombras. Bibliotecas como la conservada en el Instituto Coloma  o la del Casino Jerezano, ambas con valiosos impresos anteriores al siglo XVIII, y en el caso de la Biblioteca patrimonial del Instituto “Coloma” con algún que otro pos incunable.  Quizás no tardemos mucho tiempo en sumar nuevas colecciones  a ese mapa de bibliotecas patrimoniales que sin duda prestigian esta ciudad, y con las que se podría organizar una  ruta del libro que sería al menos tan atractiva y, quizás, más sorprendente que las ya tradicionales sobre los monumentos arquitectónicos. Ramón Clavijo Provencio.

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