viernes, 1 de abril de 2011

LA DESPEDIDA

El año 1971 fue un año atípico y en apariencia irrelevante para Manuel Esteve Guerrero. El por entonces Director de la Biblioteca, Archivo y Museo Arqueológico Municipal (primero un simple Depósito y luego  Colección arqueológica hasta que en  1963 se le denomina Museo por orden ministerial. En la ilustración) cumplía cuarenta años al frente de dichas instituciones y  se hallaba, por otro lado, a cuatro años de su jubilación. Si dicen que diez años es una eternidad, imagínense cuatro décadas en las que nuestro personaje había protagonizado muchas de las más importante iniciativas culturales en las que se vería inmersa la ciudad a lo largo de su historia. Sin embargo,  por estas fechas ya el mismo Esteve intuye  que su tiempo es más pasado que futuro. Lo cierto es que a  partir de 1971 ya no veremos a Esteve a la cabeza de grandes proyectos y sí redescubriendo como en una  larga despedida a viejas amistades, volviendo a una de sus  pasiones juveniles, la pintura  (con la que por cierto ganó algún que otro concurso de cierta relevancia e incluso algún dibujo suyo fue portada de la Revista África), o dejando sus escasas fuerzas para luchar  por un sueño que él ya no vería como una nueva sede para la Biblioteca Municipal. Uno de estos reencuentros lo tendría  con Fernando Bruner Prieto, viejo amigo sevillano y con el que la Biblioteca de Jerez siempre tendrá una deuda de gratitud, pues fue el donador de su libro impreso más antiguo, el incunable veneciano de 1475, que contiene los Epigramas de Marcial. Bruner viajó a Jerez  precisamente para revisar aquel incunable que había donado años antes, ya que dicho libro guardaba una importante relación con Miguel Romero Martinez, erudito sevillano, sobre el que preparaba un artículo para  ABC.  Un par de años después Esteve tendría otro reencuentro entrañable, esta vez con Pierre Ponsot, profesor de la Universidad de Lyon, que regresaba a Jerez después de doce años. Estaba preparando un estudio sobre la economía vinícola de la zona y qué mejor que visitar a su viejo amigo. Esteve lo recibió en su despacho de la plaza de la Asunción. Quizás el profesor francés lo notó más viejo de lo esperado tras su gran mesa de caoba, siempre repleta de papeles y de algunos objetos llevados hasta allí por particulares, pensando que podrían ser interesantes piezas para el Museo.  Siguieron horas de distendida charla donde se mezclarían las anécdotas con los motivos de trabajo, como la necesidad de Ponsot de consultar el libro de Jesús de las Cuevas “Nuevas páginas sobre la viñas en Jerez”, que  le fue   imposible conseguir en Lyon. Sí, ese  en apariencia irrelevante  1971 marca en realidad el comienzo de la despedida de la vida profesional, de Manuel Esteve cuyo punto final se produciría en 1974, cuando la importante editorial Everest reedita su ya clásica “Guía Oficial de Arte”. El último éxito, la definitiva despedida. Ramón Clavijo Provencio

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