Ha llegado puntual. Llevo algunos días observando
su aspecto desaliñado con la bolsa colgada del hombro. Busca asiento en una
mesa al fondo de la rectangular sala, cerca de una ventana. Siempre la misma
mesa que sólo ocupará él, pues el resto de lectores y
usuarios de la biblioteca parecen respetar – o seguramente temer- ese territorio
que el circunstancial visitante ha decidido ocupar desde unas jornadas atrás.
No es la primera vez que un vagabundo recala en la Biblioteca. Últimamente
incluso es algo más habitual; por ello, mientras no molesten –y no lo suelen
hacer-, todos prefieren dejarlos en esa soledad que arrastran, que traen
consigo y que les acompaña incluso cuando la sala está atestada de gente variopinta. Estos
vagabundos suelen coger algunos libros de las estanterías, pero sólo es un
gesto de protección, de defensa. Intentan impedir con ello que el encargado que otea el panorama desde su
mostrador, les diga algo. Fingen leer esos libros, pero sólo buscan el calor de
la sala, y el
cercano aseo al que, una vez han comprobado que el puesto de lectura
escogido ya no se lo arrebatan, se dirigirán intentando dar a su porte cierta
dignidad, conscientes de que docenas de miradas furtivas los irán siguiendo en
el corto trayecto. Luego, algo más presentables, volverán a la farsa de la lectura
hasta que llegue la hora de la salida. Pero este nuevo vagabundo, aunque parece
marcado por las mismas señales que los demás, esas huellas del fracaso, que
quizás tuviera su origen en la mala suerte o en una casi intrascendente decisión que luego se mostró más decisiva de lo
esperado hasta lanzarlo a la soledad de
los caminos, es diferente. Tardé en
darme cuenta de que pese a mantener las mismas rutinas de los demás, el “nuevo”
no se acercaba titubeante a la estantería más cercana a su mesa, y cogía
cualquier libro al azar para defender ese territorio de calor y compañía
diario, hasta que las manecillas del reloj señalaran la hora de salida. Este permanecía
ajeno a las estanterías atestadas de libros, a las miradas furtivas, a la
intimidatoria vigilancia del bibliotecario desde su mostrador lejano, Este, el
“nuevo”, sacaba una estropeada libreta de anillas y una vez extraía de esas
anillas el pequeño lápiz allí guardado, parecía evadirse para escribir. Alguna
vez miraba, nos miraba a los allí presentes, y una vez, la última vez que lo
vi, tras la grieta de su sonrisa presentí más historias que todas las
contenidas en los libros que descansaban en la Biblioteca. RAMÓN CLAVIJO
PROVENCIO
Una biblioteca es lo más parecido a un laberinto, un laberinto lleno de libros, de mundos por descubrir.En homenaje a las bibliotecas y a la lectura , preside la cabecera de este blog un dibujo del pintor jerezano Carlos Crespo Lainez: "Noche de lectura".
LECTORES SIN REMEDIO
Este blog tiene su origen en la página semanal de libros de "Diario de Jerez", "lectores sin remedio", que llevamos escribiendo desde el año 2007. Aunque el blog no es necesariamente una copia de la mencionada página, en él se podrán leer artículos que aparecen en ella. Pero el blog, por supuesto, pretende ser algo más... Los responsables son los dos lectores sin remedio, de los que facilitamos la siguiente información: Ramón Clavijo es Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y es actualmente Técnico Superior Bibliotecario del Ayto. de Jerez de la Frontera. Está especializado en fondos bibliográficos patrimoniales. José López Romero es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y actualmente es Catedrático de Lengua y Literatura en el I.E.S. Padre Luis Coloma de Jerez de la Frontera. Especializado en la literatura dialógica del s. XVI y en la novela del s. XIX.
No hay comentarios:
Publicar un comentario