sábado, 15 de noviembre de 2014

DEUDA

Ha tenido que pasar demasiado tiempo para recordar que tengo una deuda pendiente y, por ello, más vergonzante con un escritor y con los lectores que se acercan a estas líneas. En mi descargo puedo argumentar que son tantos en tantos siglos que no uno, sino un ciento y hasta millares son los escritores que se te pueden escapar, y que necesitaría más de tres vidas para leer algo, no todo, de aquellos que realmente merecen la pena. Por fortuna para mí, aunque debí encontrarme con sus novelas mucho antes (nunca es tarde…), puedo contarme entre el sin duda enorme grupo de rendidos lectores de Francisco González Ledesma. Hace unos meses, después de haber leído varias de sus narraciones, me hice con la reedición que la editorial Menoscuarto publicó de su primera novela “El adoquín azul”, una narración breve sobre la represión de la dictadura. Una novelita por la que podemos comprobar que González Ledesma es mucho más que un escritor de novela negra. Pero no hubiese hecho falta tal demostración, porque en sus propias novelas policíacas, con su comisario Ricardo Méndez como protagonista, ya se puede apreciar que González Ledesma es un escritor de mucho más recorrido y profundidad de lo que te permite o creemos que permite el género negro. Si la figura del Méndez crepuscular, ya de vuelta de tantas batallas cuyas huellas se dejan notar en las cicatrices del cuerpo pero también del alma, nos acerca al tipo de protagonista clásico del género, son la fina ironía, la capacidad del personaje para reírse de sí mismo, la mezcla de lo trágico y lo cómico los rasgos que relacionan a Méndez con los personajes más emblemáticos de la literatura española, y a las novelas de González Ledesma con la mejor de nuestra literatura clásica. Después de leer “Expediente Barcelona” y “Una novela de barrio” me di cuenta de que quizá el género policíaco anglosajón podía estar sobrevalorado, al amparo de las versiones de Hollywood; de que el emergente y ya consolidado género norte-europeo no dejaba de ser una literatura menor, incluso con productos de desecho (caso de Stieg Larsson); y de que la novela negra mediterránea bien merecía un buen periodo de atenta y, de seguro agradecida, lectura. Si ya había descubierto hacía unos años a Donna Leon y su Brunetti enredado en los turbios asuntos políticos, sociales y económicos tan italianos, y a Camilleri con su amable Montalbano (personajes cuyas series televisivas lejos de hacerles justicia, los ensombrecen), o a Petros Márkaris y su comisario Kostas Jaritos, la lectura de González Ledesma ha sido en mi caso uno de los grandes y afortunados descubrimientos de los últimos años. Con él y con los lectores de esta página había contraído una deuda que espero haya pagado. Ya solo me queda seguir leyendo sus obras… ¡Qué pena no encontrar su nombre en un monográfico sobre la novela negra en España publicado por una de las revistas literarias del momento!. José López Romero.


 

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