Es
curioso cómo ha evolucionado el concepto de novela histórica desde sus orígenes
-hoy uno de los géneros con más seguidores-, si podemos reconocer como tales
aquellas historias surgidas de la pluma
de Walter Scott o Enrique Gil, Larra y Fernández y González en el caso de
nuestro país. Aquellas novelas históricas se enfrentaban al hecho histórico de
una manera muy singular, utilizando la historia despreocupadamente más como
decorado que como motor de la trama, y poblando esta de personajes
ficticios, donde las aventuras de sus
protagonistas eran el principal atractivo. Igualmente era denominador común de estas novelas situarlas en un pasado
lejano, preferentemente la Edad Media, por la
incomprensible creencia de que ello garantizaba una mayor libertad al
autor y una menor contaminación de este por la realidad histórica donde se situaba la narración. Decimos
incomprensible pues si esa premisa del
distanciamiento del autor de los hechos históricos tratados, es indispensable
mantenerla por parte de los historiadores, carece de significado y valor cuando
nos situamos en el lado de la literatura, de la ficción, donde se le presupone
al escritor una cierta libertad, y no estar supeditado a las normas básicas que sujetan el mencionado trabajo del
historiador. Como decíamos, hoy la novela histórica, género que siempre gozó de
la complicidad de los lectores, y mucho más desde hace unas décadas, ha
modificado su manera de acercarse al hecho histórico. Ya no es generalizado situar el escenario temporal muy lejos del actual,
y por otro es el hecho histórico el auténtico protagonista de la narración, siendo los personajes
y parte de la trama elementos complementarios y secundarios, solo necesarios en
la medida que sean útiles para dar la visión de un escritor sobre un
determinado personaje o acontecimiento histórico. Escritores como Pérez
Reverte, Posteguillos, Eslava Galán o Lozano Leyva - en el apartado
español- o Yourcenar y más recientemente
Philip Kerr entre otros muchos, son claros ejemplos de esta otra manera
enfrentarse al hecho histórico desde la literatura, y donde la
rigurosidad histórica guarda un escrupuloso equilibrio con la ficción. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
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