viernes, 13 de octubre de 2017

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El matrimonio formado por Theobald y Luise llegan a casa. A ella se le han caído las bragas en plena calle hasta asomar por las faldas, lo que ha provocado un considerable revuelo. El marido no puede estar más disgustado, no por la honestidad de su mujer, sino porque el suceso puede acarrearles el desprestigio social y con este la ruina económica, más cuando él es un modesto funcionario y, al parecer, el emperador se hallaba cerca de allí. La golpea con el bastón y la insulta: “Tengo la culpa de tener una mujer así, una puerca, una fulana, una lunática”. Pero aquí no queda la cosa. Los insultos y desprecios que Theobald le dirige a su esposa son continuos a lo largo de esta obra, ‘Las bragas’, del escritor alemán Carl Sternheim (reseñada en esta página). ¿Qué se puede esperar de un individuo que confiesa hasta con orgullo que no lee nada en absoluto, que apenas piensa y que no conoce a Shakespeare y muy superficialmente a Goethe? Y él mismo declara que su filosofía de vida es tan cómoda como primitiva: “Mi vida va a durar setenta años. Ciñéndome a mi conciencia adquirida, en ese lapso de tiempo puedo disfrutar a mi manera de algunas cosas. Si quisiera para mí un pensamiento más elevado… en mi difícil condición intelectual apenas habría conseguido interiorizarlo en cien años”. Una aclaración muy pertinente: Sternheim escribió ‘Las bragas’ a principios del siglo XX. Y sin embargo, ¡cúantos Theobald siguen existiendo repartidos por el mundo! Especímenes que se regodean en su primitivismo (Theobald alardea incluso de su fuerza física), más cercano a la prehistoria de la humanidad: comer, beber, dormir y marcar territorio. Pero a los Theobald se les ve venir. Mucho peores son los “tartufos” que bajo el aspecto del manso, del hombre de pensamientos elevados esconden su verdadera naturaleza: la del violento, la del maltratador. No hay día en que la fatídica estadística no aumente con una víctima más de este terrible mal. Hace más de un siglo que Sternheim escribió su obra, ¡qué poco hemos aprendido!. José López Romero.   

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