LECTORES SIN REMEDIO

Este blog tiene su origen en la página semanal de libros de "Diario de Jerez", "lectores sin remedio", que llevamos escribiendo desde el año 2007. Aunque el blog no es necesariamente una copia de la mencionada página, en él se podrán leer artículos que aparecen en ella. Pero el blog, por supuesto, pretende ser algo más... Los responsables son los dos lectores sin remedio, de los que facilitamos la siguiente información: Ramón Clavijo es Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y es actualmente Técnico Superior Bibliotecario del Ayto. de Jerez de la Frontera. Está especializado en fondos bibliográficos patrimoniales. José López Romero es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y actualmente es Catedrático de Lengua y Literatura en el I.E.S. Padre Luis Coloma de Jerez de la Frontera. Especializado en la literatura dialógica del s. XVI y en la novela del s. XIX.

viernes, 26 de enero de 2018

145 años de Lectura Pública en Jerez: Los inicios (I)

Este año conmemoramos en nuestra ciudad el 145 aniversario de la creación de la Biblioteca Municipal de Jerez, y no es este un hecho anecdótico ni carente de importancia, pues con el correr del tiempo esta institución se ha convertido en la más antigua de las que dependen de corporaciones locales en nuestro país. El implacable tiempo también vio desaparecer otras bibliotecas públicas, en sus inicios denominadas populares, y  que fueron surgiendo antes o a la par que la de Jerez, en aquella iniciativa pionera en España  que se iniciaba en 1868 con el propósito de ir creando una red de lectura pública, como instrumentos complementarios a la labor de los centro educativos, y con objetivos muy distintos de los de otros tipos de bibliotecas entonces existentes como las Nacionales o Provinciales, dependientes de instituciones privadas o de la Iglesia. Aquel loable propósito que abanderó el ministerio de Fomento de la primera república, especialmente con el ministro Ruiz Zorrilla (en la imagen), tuvo una suerte dispar. La ley Zorrilla pretendía ni más ni menos que “las bibliotecas populares suplan  la falta de comunicaciones, vida científica y literaria y de todos aquellos elementos que abundan en  las naciones más adelantadas y que llevan la instrucción con muy diversos aspectos y motivos a los pueblos más apartados y de menos vecindario”.  La preocupación por la culturalización de las clases menos favorecidas se extendía por Europa –incluso se consideró seriamente que el fomento de la lectura pública combatiría lacras tan extendidas entonces como el alcoholismo-, y la mencionada ley de Ruiz Zorrilla materializaba en nuestro país dichas preocupaciones, reservando un papel muy relevante a las bibliotecas populares, de las que se crearon un centenar por la geografía española en el periodo 1868/73 entre ellas, la de Jerez. Pero lo que empezó siendo un revulsivo cultural comenzó a diluirse. Primero por la inestable situación política española del último tercio del siglo XIX, también por la falta de colaboración de muchos Ayuntamientos implicados en el mantenimiento de los centros bibliotecarios y, por qué no decirlo, debido al poco atractivo para el público al que iban destinadas estas bibliotecas de los libros allí dispuestos –muchos de ellos procedentes de la expropiación de fondos bibliográficos de la Iglesia- , a lo que había que sumar los elevados índices de analfabetismo de la sociedad española de la época. Una tras otra aquel centenar de bibliotecas fueron cerrando sus puertas, y sus libros empezaron a deteriorarse no por el manoseo de sus muchos lectores, sino por el polvo que se les iba acumulando. Sin embargo la Biblioteca Municipal de Jerez que era inaugurada un 23 de abril de 1873 por el alcalde Revueltas y Montel, resistió las duras pruebas que fueron cruzándose en su camino hasta el día de hoy (continuará). Ramón Clavijo Provencio

LA FAMILIA

Cuando el padre murió, los hijos ya bien sabían que apenas la casa familiar y unas cuantas acciones les iba a dejar por herencia. Las acciones se venderían sin problemas, y la casa, donde había vivido toda la familia durante varias décadas, estaba muy bien situada, era espaciosa, y seguro que también se vendería a buen precio. El pobre anciano había dejado este mundo con la misma discreción y modestia como había vivido durante toda su vida. Solo una cosa incomodaba a la familia: la enorme cantidad de libros que había ido acumulando en la casa y que ahora cubrían por completo las paredes de casi todas las habitaciones, solo la cocina y los baños apenas se libraban de tal invasión. A medida que sus hijos habían ido abandonando la casa, el padre no había hecho más que meter estanterías en sus cuartos para albergar lo que había sido su única afición, o incluso vicio: los libros. No se le había conocido a aquel señor otra afición que la lectura, y a ella se había dedicado en los ratos libres que le dejaba su profesión. ¿Qué hacer con tantos libros? Se preguntaban los familiares, porque la casa se debe poner a venta totalmente vacía. Y lo que había sido un alivio (papá se entretiene con sus libros, no necesita que lo visitemos), ahora se había convertido en un problemas de enormes dimensiones. Hasta que alguien hizo una propuesta: crear cuadrillas para ir poco a poco tirando los libros a los contenedores de basura con “nocturnidad y alevosía”, como apostilló queriendo hacer la gracia fácil y grosera. Todos se miraron y no encontraron otra solución. Así, tres días a la semana, para no levantar muchas sospechas, cuatro miembros de la familia se turnaban y sacaban en cajas aquellos libros y los tiraban sin contemplaciones en los contenedores de basura más cercanos. Cuenta la leyenda que avisado por un conocido, un bibliotecario del municipio esperaba pacientemente, protegido por la oscuridad, a que la familia hiciera su trabajo, se acercaba al contenedor y recogía los libros. A los pocos meses, el diario local se hacía eco del hallazgo en la basura de un incunable de la Gramática de Nebrija de valor incalculable.  José López Romero.


sábado, 20 de enero de 2018

TERAPIA

Se consideraba una joven como todas las de su entorno. Tenía sus amigas y amigos, con los que se corría las juergas propias de esos diecisiete años (la edad del pavo, que continuamente le lanzaba como reproche su madre cuando ambas discutían por casi nada), y estaba enganchada al móvil con una adicción que nadie, ni ella misma, quería reconocer. No iba del todo mal en los estudios, hacía el mínimo esfuerzo por aprobar, y con sacar adelante los cursos aunque por los pelos, se creía con derecho a utilizar la frase que cerraba toda discusión familiar sobre su futuro y sus capacidades desaprovechadas: “dejadme en paz”. Cuando le pasaron por “washap” un pequeño vídeo de los cambios en las costumbres producidos en la juventud islandesa, apenas le prestó atención. Los índices de consumo de alcohol y de drogas habían llegado a tales niveles, que las autoridades de aquel lejano país del norte de Europa, habían tomado medidas al respecto; la más importante: atractivas actividades culturales y deportivas que le ofrecían a la juventud. Una oferta que bien vendida y llevada a cabo por los ayuntamientos, había hecho disminuir hasta extremos insospechados aquellos niveles de alcohol y drogas que querían combatir. Todo un éxito. Pero ella no se dio por aludida ¡Los islandeses no saben disfrutar de la vida! Pero de vez en cuando esa misma vida te tira un pellizco donde más duele y nos hace ver la realidad con otros ojos. Bastó un pequeño accidente para que todo cambiara. Una pierna rota tras una tonta caída de la moto de su amiga. A pesar de que no revestía gravedad, la operación y la posterior rehabilitación fueron muy complicadas; y fue en el propio hospital que le ofrecieron un libro de relatos para aliviar esos momentos de aburrimiento, sin poder apenas moverse de la cama. Y recordó que el año pasado en clase de Lengua, el profesor había traído un texto para comentar, en el que se hablaba del poder curativo de los libros, y cómo unas investigadoras  inglesas habían abierto una consulta en la que se recetaban libros a los pacientes en vez de medicinas; recordaba que los alumnos, ella misma, habían discutido con el profesor al dudar de aquella terapia, quizá indicada para ciertas depresiones, pero ¡¿para una pierna rota?! Y le dio por probar si aquello que en su día le había parecido una chorrada, era verdad o, al menos, podía funcionar con ella. Se aficionó a la lectura, hasta el punto de que mientras hacía los ejercicios de rehabilitación o le daban las sesiones de masaje, siempre tenía un libro en las manos. Y con la lectura la recuperación se fue haciendo menos dolorosa.  Los padres no daban crédito al cambio que había experimentado su hija, que ahora pedía para Reyes o por su cumpleaños libros y más libros, en vez del último modelo de móvil, y que a veces prefería quedarse en casa leyendo que irse de juerga con los amigos… Escrito este artículo bajo los efectos aún del espíritu navideño ya pasado, perdónenme, amables lectores, que me haya dejado llevar por los sueños. Era solo un cuento. Pero a veces la vida después de darte un pellizco, “te besa en la boca”. José López Romero.   

¿POR QUÉ SE MATA UN LECTOR?

No hace muchos días leí un interesante artículo sobre el escritor norteamericano David Foster Wallace –la gran promesa de la literatura norteamericana a comienzos de este siglo- y que se quitaba la vida en el año 2008. Ello me llevó inesperadamente a un libro que tenía en casa, y que se detiene en este oscuro capítulo de la historia de la literatura: “Los escritores suicidas” (José Antonio Pérez Rojo.  Uno Edt. 2015). En él se escarba en esa  crónica de sucesos, en la que los protagonistas son escritores que por uno  u otro motivo decidieron poner fin a su vida, dejándonos en algunos casos un halo de misterio tras su desaparición terrenal -Larra, Mishima, Zweig, Plath, Kennedy Toole, Virginia Woolf, Cesare Pavese, etc.-. El autor, psiquiatra de profesión, deja caer algunas preguntas una vez llegamos al final de su obra: ¿tienen aquellos que se dedican al noble arte de escribir  una proporción mayor que el resto de los mortales a inclinarse por el suicidio? ¿Ser escritor es una profesión de riesgo? Bueno, es conocida la frase anónima de que “el único riesgo del poeta es el suicidio”, como recordaba Héctor Abad en su artículo ¿Por qué se mata un escritor? (El País). Aunque ni uno ni otro pueden llegar a ser concluyentes en su explicación final,  Pérez Rojo si sentencia  con convicción que “los hombres crean porque se saben incompletos, inventan para llenar esa carencia. Los más radicales, los que se atreven a meter el pie en la hoguera y removerlo, tienen un riesgo mayor", y finaliza “el viaje de la creatividad es azaroso. Se necesita una estructura interior fuerte para que el viaje pueda ser de ida y vuelta, no solo de ida”. Al hilo de esta lectura no he podido evitar “darle la vuelta a la tortilla”, y preguntarme sobre los lectores. Sí, preguntarme si tras el suicidio de muchos personajes célebres llegados a la cúspide en los más variados campos profesionales,   personajes de los que era también muy conocida su pasión por la lectura,  si no estaría tras su decisión de abandonarnos el no haber podido soportar la lectura de un mal libro? Ramón Clavijo Provencio



viernes, 12 de enero de 2018

LOS "ALELUYAS", GERMEN DE LAS VIÑETAS GRÁFICAS

“Con su guitarra en la mano da placer el jerezano”. Esto es lo que reza bajo una de las viñetas del pliego titulado “Habitantes de las provincias de España”.  Son los “aleluyas”, unas estampas, normalmente cuarenta y ocho, contenidas en láminas de llamativos colores y descritas al pie con pareados en octosílabos. La que ilustra este artículo da un repaso a la mayoría de territorios hispanos, tanto peninsulares como de Ultramar: “De La Mancha el buen vino, pero el manchego ladino ; De la honradez es la vid al que es de Valladolid”. En ocasiones los ripios aciertan de pleno: “El natural de Sevilla con suma arrogancia brilla”, “El asturiano infanzón no es de gran disposición” o “El navarro en robustez a nadie cede la vez”. En otras, sin embargo, no sabemos si el dibujante juega con la ironía o estaba desinformado: “En su trato el granadino, es honrado franco y fino”. Hoy circulan otros tópicos sobre los naturales de Granada, que omitimos por razones obvias. Una casa editorial que publicó muchas “aleluyas” fue la de Hernando en Madrid, cuyo taller estuvo abierto desde el último cuarto del siglo XIX, llegando hasta 1921, ya en manos de sus hijos. También salieron estos materiales de las prensas madriñeñas de J. Marés o de Boronat y Satorre. Es un formato de publicación, y un género, si podemos llamarlo así, que tuvo su auge en el siglo XIX. Puede que los antecedentes se encuentren en los llamados “pliegos de cordel”, unos cuadernillos impresos sin encuadernar que los ciegos llevaban de ciudad en ciudad desde el siglo XVI, y que exhibían para su venta en tendederos  de cuerda. Lo que está fuera de toda duda es que estas piezas fueron el germen de nuestras actuales historietas gráficas, dedicándose en sus comienzos no solo a entretener sino también a educar al público lector que, dicho sea de paso, en el XIX no constituía un grupo muy nutrido. Los temas que tocaba eran muy variados: la religión, la historia, las costumbres, la tauromaquia, la literatura, el humor e incluso el ejercicio físico. En el Legado Soto Molina de la Biblioteca Municipal contamos con una veintena de ejemplares, que abarcan prácticamente toda la temática que acabo de mencionar: “Escenas matritenses”, un cuadro costumbrista sobre el Madrid de la época: “En las noches de verbena, al Prado baja la gente, a respirar puro ambiente y a bailar sobre la arena”. Sobre historia trata el llamado “Los Reyes y el ejército de España”, o uno sin título sobre la vida de Napoleón, quizás el más antiguo que conservamos. Son mayoría los de temática cómico-burlesca, tocando asuntos vedados para el humorista actual: “Vida del enano don Crispín”, “Desdichas de un hombre flaco” o “Vida de una criada de servir”, donde la susodicha no sale muy bien parada. Dramas literarios, como “La historia de Fausto” o la llamada “Historia de Atalo”, completan una colección de “aleluyas” que son algunas de las valiosas piezas custodiadas en el Fondo de Materiales Gráficos Patrimoniales. NATALIO BENITEZ RAGEL.  

BIENESTAR

“Sé que cientos de millones de nuestros congéneres prefieren el fútbol a la música de cámara y que se quedarán absortos ante un culebrón o una película porno antes que coger un libro, y menos un libro serio. Amén a todo eso, dice el capitalismo. Que elijan libremente. Que se cocinen en su bienestar”, dice un personaje de la novela ‘Pruebas’ de George Steiner. La verdad es que algunas de las opciones o alternativas al libro o a la música de cámara expuestas tienen su punto. Como aficionado al fútbol y, por tanto, espectador impenitente hasta el cansancio y el aburrimiento (mi mujer dixit) de varios partidos a la semana (“hasta de la liga de Guinea Conakry”, mi mujer dixit), no puedo engañar a nadie: para mí la música de cámara, de vez en cuando y en pequeñas dosis. Sin embargo, nunca he seguido un culebrón en la tele, aunque algún amigo tengo por ahí que no paraba de recomendarme aquel “Caballo viejo” o don Epifanio del Cristo Martínez, por nombre del protagonista, que tanto éxito tuvo por los años finales de los ochenta y que incluso llegó a estudiarse en la universidad. Ahora, en estos tiempos tan azarosos, la libertad de elección que tenemos todos entre las alternativas a la música de cámara o a ese libro serio de lo que se lamentaba el personaje de Steiner ya no es el fútbol o un culebrón; la queja que entonamos los que nos lamentamos del bajo nivel cultural general de este país, y en concreto de la escasez de lectores, va dirigida a las nuevas tecnologías: los móviles, las plays, incluso Internet como instrumento de distracción. No se lee, la gente, sobre todo nuestra juventud, cada vez es más inculta (analfabetos funcionales) porque el mundo de hoy les ofrece muchas más posibilidades de entretenimiento que la música de cámara o la telenovela. ¿Y hay remedio a esto? ¿se puede revertir la situación? ¿qué hacer para formar a una sociedad lectora cuando, como dice Steiner, cada uno se cocina su propio bienestar, es decir, su modelo de vida? Una propuesta: ¿y si los actores de las pelis porno salieran leyendo? Mejor no. Nadie se fijaría ni en el título del libro. José López Romero.