viernes, 26 de enero de 2018

LA FAMILIA

Cuando el padre murió, los hijos ya bien sabían que apenas la casa familiar y unas cuantas acciones les iba a dejar por herencia. Las acciones se venderían sin problemas, y la casa, donde había vivido toda la familia durante varias décadas, estaba muy bien situada, era espaciosa, y seguro que también se vendería a buen precio. El pobre anciano había dejado este mundo con la misma discreción y modestia como había vivido durante toda su vida. Solo una cosa incomodaba a la familia: la enorme cantidad de libros que había ido acumulando en la casa y que ahora cubrían por completo las paredes de casi todas las habitaciones, solo la cocina y los baños apenas se libraban de tal invasión. A medida que sus hijos habían ido abandonando la casa, el padre no había hecho más que meter estanterías en sus cuartos para albergar lo que había sido su única afición, o incluso vicio: los libros. No se le había conocido a aquel señor otra afición que la lectura, y a ella se había dedicado en los ratos libres que le dejaba su profesión. ¿Qué hacer con tantos libros? Se preguntaban los familiares, porque la casa se debe poner a venta totalmente vacía. Y lo que había sido un alivio (papá se entretiene con sus libros, no necesita que lo visitemos), ahora se había convertido en un problemas de enormes dimensiones. Hasta que alguien hizo una propuesta: crear cuadrillas para ir poco a poco tirando los libros a los contenedores de basura con “nocturnidad y alevosía”, como apostilló queriendo hacer la gracia fácil y grosera. Todos se miraron y no encontraron otra solución. Así, tres días a la semana, para no levantar muchas sospechas, cuatro miembros de la familia se turnaban y sacaban en cajas aquellos libros y los tiraban sin contemplaciones en los contenedores de basura más cercanos. Cuenta la leyenda que avisado por un conocido, un bibliotecario del municipio esperaba pacientemente, protegido por la oscuridad, a que la familia hiciera su trabajo, se acercaba al contenedor y recogía los libros. A los pocos meses, el diario local se hacía eco del hallazgo en la basura de un incunable de la Gramática de Nebrija de valor incalculable.  José López Romero.


No hay comentarios: