viernes, 25 de marzo de 2022

INVASIÓN

En septiembre de 1540 una armada turca, al mando de Acenagaga, uno de los hombres de confianza de Barbarroja, el gran almirante y corsario otomano invadía o, mejor dicho, hacía una incursión en las costas españolas, en concreto en Gibraltar, plaza de ubicación estratégica, entrada al continente africano y vigía de los movimientos de las continuas armadas que se preparaban sobre todo en Argel y que no tenían otro objetivo que hostigar las costas cristianas del mediterráneo. Del saco que sufrió la plaza, en pérdida de vidas, prisioneros para ser vendidos como esclavos y todos los bienes que pudieron robar los turcos, nos da cumplida cuenta el escritor Pedro Barrantes Maldonado en su ‘Diálogo entre Pedro Barrantes Maldonado y un caballero extranjero’ (editorial Renacimiento, Espuela de Plata, 2009). Un Barrantes que unía a su actividad de escritor la de soldado (según el modelo del caballero renacentista: las armas y las letras) y que intervino en la campaña de defensa y socorro de Gibraltar en aquellas jornadas, ya que por aquel año residía en Sanlúcar de Barrameda, al servicio del Duque de Medina Sidonia, a quien acompañó en tal empresa. Por carta del propio Duque conocemos que “Por la hora que me vino el aviso de lo de Gibraltar, me partí con toda la gente de pie y de caballo de esta mi tierra para allá, lo mismo hizo la ciudad de Jerez. Llegado a Medina eran salidos cien lanzas y quinientos peones a socorrer aquella ciudad y que de Jimena, que está cinco leguas de ella, había ido toda la gente de caballo y de pie con muchos bastimentos y con otras provisiones”. Y la misma ayuda prestó la ciudad de Sevilla, que días después del saco, envió una carta al emperador Carlos con la súplica de que atendiera la necesidad de fortificar la plaza “y proveerla de armas y de gente que convenga para su guarda y defensa”. La incursión, como era habitual en la época, apenas duró una jornada, el tiempo necesario para hacerse con un suculento botín en seres humanos y bienes materiales. Pero en este caso, la jugada no les salió a los turcos tan a su gusto como se felicitaban satisfechos después del saqueo y ya en alta mar, pues a su encuentro salió don Bernardino de Mendoza, general de la armada de España, y en combate naval “venció, mató y cautivó la mayor parte dellos, y les tomó diez navíos y libertó setecientos y cincuenta cristianos”, como nos cuenta Barrantes en la segunda parte de su libro. Esta crónica que ahora leemos por una parte como pieza de valor literario, pues es un excelente ejemplo y modelo de uno de los géneros renacentistas por excelencia como es el diálogo, y por otra, como una página más de nuestra historia, de un tiempo ya lejano y cerrado, se vuelve trágicamente a abrir, alcanza  terrible vigencia y actualidad porque siempre, sea el tiempo que sea, hay un monstruo que en su delirio de locura decide una y otra vez repetir hechos históricos que creíamos que solo pertenecían ya a la literatura. José López Romero.

  

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