jueves, 23 de abril de 2009

Crítica


Creo recordar que fue en uno de aquellos magníficos artículos que publicaba Gabriel García Márquez en un periódico nacional, hace de esto ya sus buenas décadas (por lo que pido de antemano perdón si la memoria me traiciona), donde comentó entre la sorpresa y el lamento la anécdota sucedida en un examen que unos escolares habían hecho sobre su Cien años de soledad; entre las preguntas que el profesor había preparado, una de ellas consistía en que explicasen los sufridos alumnos el significado del gallo que aparecía, a modo de ilustración, en la portada de la edición que habían manejado. El gallo, se puede uno suponer, no era más que el motivo ornamental de la publicación. En esto de las portadas y por poner dos ejemplos sobre el mismo tema, a todos los miembros que componemos el club de lectura de la biblioteca municipal nos sorprendió la escasa, por no decir nula relación que las portadas de los libros Apartamento en Atenas, de Glenwey Wescott, y Un hombre soltero (éste quizá algo más), de Christopher Isherwood, guardan con el contenido de estas dos novelas en la colección Debolsillo. Viene la anécdota de García Márquez a cuento porque el papel de la crítica, por su propia naturaleza, siempre está en entredicho. Famosa es la frase de que detrás de un feroz crítico sólo hay un escritor frustrado. Periódicamente las revistas dedicadas a los asuntos artísticos en general reflexionan sobre la figura del crítico, es decir, de aquellos a los que los escritores desprecian, o dicho de otro modo, de aquellos que odian a los escritores. En la revista Mercurio de este mes, en la entrevista que le hacen a Juan Marsé días antes de que recoja su bien merecido Premio Cervantes, comentaba el catalano-castellano: “sobre mis personajes hay críticos y estudiosos de mi obra que han escrito cosas que han sorprendido al propio autor, que soy yo”. En cierta ocasión, una chica universitaria le hizo ver que su novela Las últimas tardes con Teresa era un ajuste de cuentas que Marsé hacía con la burguesía; a lo que el escritor le respondió que realmente la había escrito “porque siempre soñé con irme a la cama con una chica rubia y con los ojos verdes y los muslos que tú tienes, y como no pude conseguirlo, me inventé a Teresa.” Dice Marsé que la chica cogió su carpeta y salió despavorida. Por eso siguen escribiendo, y no por otra razón, Juan Marsé y tanto otros. José López Romero.

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