jueves, 2 de abril de 2009

Elegía


El sábado, 21 de marzo, se publicaba en la sección “Cartas al Director” de este periódico el “hasta luego” con que un padre despedía a su hijo fallecido en accidente de tráfico. Después de leer la carta, y sin haberme repuesto aún de la honda impresión que me produjo, no pude por menos que acordarme de toda la corriente elegíaca que jalona la historia de nuestra literatura. Desde las famosas “Coplas a la muerte de su padre” de Jorge Manrique hasta llegar a la “Elegía a Ramón Sijé” de Miguel Hernández, o el “Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejía” de Lorca, por citar las más conocidas, la literatura elegíaca se ha ido ampliando en cantidad y calidad a lo largo de los siglos. No les podemos negar a ninguna de ellas el sentimiento de dolor que en su día las alumbró, porque la muerte de un padre o de un amigo produce los mismos efectos: el desamparo de los que aquí quedamos y el vacío que deja en todos la persona querida. Pero las tres piezas literarias señaladas no dejan de ser eso: literatura. En el caso de Manrique, ya el propio Pedro Salinas se encargó de estudiar con rigor toda la influencia de la tradición, los tópicos a los que acudió Manrique para componer su obra; más sentidas e intensas nos parecen por su proximidad las de Hernández y Lorca. Pero hay otra elegía que quizá se acerque más al dolor de ese padre que se despide de su hijo: el último acto de “La Celestina” ocupado exclusivamente por el llanto de Pleberio ante el cuerpo sin vida de su amada hija Melibea. A pesar de que la influencia de Petrarca es poderosa en la composición de Rojas, Pleberio lamenta un suceso tan inexplicable como antinatural: que un hijo muera antes que su padre, en la flor de la edad, cuando tiene toda la vida por delante. El final de su llanto no puede ser más conmovedor: “¿por qué me dejaste triste y solo in hac lachrimarum valle?” La carta publicada el pasado día 21 en este periódico no es literatura; más lejos de la intención de su autor convertir su despedida en una pieza estética, no busquemos en ella, por tanto, ni influencias de otros escritores ni tópicos que pone a nuestra disposición la tradición; porque el “hasta luego” de ese padre a su hijo no es una expresión más del dolor, es realmente el dolor mismo, ese dolor tan inconmensurable como desconsolado que ningún padre querría sentir nunca. José López Romero.

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