jueves, 16 de abril de 2009

Recuerdos


De los muchos recuerdos que uno conserva de la infancia y primeros años de la adolescencia, cuatro son en mi caso los que con más intensidad se han grabado en mi memoria: la caja de lápices de colores marca Alpino, la primera pluma estilográfica, la primera máquina de escribir y la enciclopedia que antes de nacer ya mi padre había comprado. Tener aquella caja de lápices en perfecto estado de revista, es decir, en su orden correspondiente y con sus puntas bien afiladas, dispuestos a colorear cualquier dibujo, era realmente una verdadera satisfacción. Comenzaba el antiguo y siempre llorado Primero de Bachillerato (yo soy de aquel Bachillerato de seis años, del que ahora tanto nos acordamos) y el profesor de Lengua exigió como material obligatorio una pluma estilográfica, una vez pasada aquella etapa de la caligrafía a plumilla y tintero, también tan añorada. Mis padres me compraron una Parker, la más barata que encontraron, conocedores como eran de lo delicado del objeto y el poco cuidado que un estudiante suele tener por los utensilios de su trabajo. Mi, o mejor, “nuestra” primera máquina de escribir ya fue una necesidad para que tanto mi hermano como yo pudiéramos hacer los trabajos de clase y presentarlos con la decencia que ya aquellos tiempos requerían; yo creo que si no todos, buena parte de nuestra generación aprendió a escribir a máquina con dos dedos (técnica rudimentaria que hemos trasladado al teclado del ordenador) en aquellas Olivetti verdes (todavía alguna queda entre los armarios de mi casa), a las que en unos años o se le iba una tecla o se agolpaban si uno era más rápido de lo que la pobre podía admitir. El ruido de una máquina de escribir sigue siendo uno de esos recuerdos imborrables que lamentablemente nos llevaremos con nosotros cuando a Dios le dé la gana. Pero mucho de lo que yo escribí por aquellos siempre “maravillosos años”, a pesar de la modestia familiar, con aquella estilográfica y después en la máquina de escribir, lo saqué de una enciclopedia que acompañó a la vida de la familia durante mucho tiempo. La componían unos doce tomos de pastas duras de color burdeos, había sido publicada por la editorial Labor, y era una enciclopedia temática. Después se fueron comprando una Espasa abreviada ya organizada alfabéticamente y alguna otra, que utilizábamos ocasionalmente a modo de diccionario para aclarar significados o para ampliar alguna materia. Pero aquella de Labor era para nosotros el perfecto modelo de lo que podría llamarse el “saber enciclopédico”, desde las Matemáticas, la Física, la Literatura, la Historia, y hasta las reglas de un deporte o las medidas de una cancha de baloncesto o de una mesa de ping-pong; y todo profusamente ilustrado con fotos, dibujos o imágenes que reproducían la materia explicada. ¿Internet? Al lado de este teclado desde el que escribo, al que por cierto le falla ya alguna tecla, tengo algunos lápices de colores que ahora me sirven para subrayar, varias plumas (una Parker, por supuesto) y en el salón sigo teniendo una enciclopedia, por si se va la luz. José López Romero.

No hay comentarios: