jueves, 30 de abril de 2009

Libros, libros, libros...


En más de una ocasión me he referido a la necesidad de recuperar viejas ediciones. Reeditar libros olvidados que nunca tuvieron una segunda oportunidad. Y es que me acompaña la sensación, desde hace ya tiempo, de que muchas editoriales parecen haberse creado artificialmente la necesidad de dar nuevas historias a los lectores a costa de lo que sea. Es algo que me parece magnífico siempre y cuando esas historias merezcan ser publicadas. Y lamentablemente es lo que, en la mayoría de las ocasiones, no ocurre. Desde hace ya demasiados años vivimos esa vorágine del mundo editorial, donde se nos intenta engañar, me refiero al lector, de las mil maneras imaginables, la más recurrida la del señuelo de poner nombres “ilustres” sobre elaboradas portadas, aunque los mejores tiempos de estos (que se prestan a ello por meras razones alimenticias) puede que no vuelvan más. Hace poco, al hilo de esto que decimos, ha habido un curioso pero preocupante cruce de descalificaciones entre representantes del mundo del cine, encabezados por Vicente Aranda (que le pregunten a Gala sobre lo que opina sobre este Director, después de versionar su “Pasión Turca”), y algunos escritores (en este caso, y como en otras ocasiones, espoleados por unos comentarios de Marsé). Unos y otros poco menos que se tiraban los trastos a la cabeza al comparar el valor, desde el punto de vista creativo, que actualmente tiene ambas formas de expresión artística en nuestro país. Si han seguido la polémica seguramente se habrán divertido, aunque me reconocerán que nos deja a los lectores un cierto halo de desilusión. Retomando lo que le decía al principio, es decir, cuando no encuentro atractiva la vertiginosa oferta editorial, algo que me sucede cada vez con mayor frecuencia (y me refiero a que tras ardua búsqueda por los anaqueles de las librerías, no encuentro nada con un mínimo de encanto para llenar mis horas de lectura), vuelvo la vista a esas viejas ediciones que permanecen intocadas durante décadas en las bibliotecas públicas. Les puedo asegurar que cada vez estoy más atrapado por lo que me cuentan esa infinidad de libros, tan olvidados como maravillosos. Ramón Clavijo Provencio

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