Hubo un tiempo (“cualquiera tiempo pasado fue mejor”) en
que cuando mi mujer se quedaba sin lectura, me pedía alguno de mis adorados
libros; y cuando eso sucedía siempre le sugería el “Relox de príncipes”, de
fray Antonio de Guevara. La edición que conservo en casa es un tomaco editado
por la Conferencia de Ministros Provinciales de España (CONFRES), y en cuanto
le enseñaba el libro a mi mujer, no hacían falta palabras; tanto hemos llegado
a conocernos en estos tan largos como amorosos años de vida en común, que en su
mirada podía leer el sitio en que me sugería meterme la magnífica edición del
“Relox de príncipes”. Nada le reprocho, todo lo contrario, hasta la comprendo.
Ocioso es decir que de un tiempo a esta parte no me pide libros. Y la verdad es
que no sé qué le indignaba más si el autor o si la obra, pero lo cierto es que
tanto el uno como la otra fueron en su época auténticos best-sellers. Fray
Antonio de Guevara fue en la década de los años 20 y 30 del siglo XVI uno de
los escritores más leídos en toda Europa, y su obra más emblemática, el “Libro
áureo de Marco Aurelio” alcanzó un enorme éxito de ventas nada más imprimirse
por vez primera en Sevilla en 1528. Un éxito que prolongó con sus obras
siguientes, entre ellas las “Epístolas familiares”, el “Menosprecio de corte y
alabanza de aldea”, y el citado y no muy bien acogido “Relox de príncipes”,
editado en 1529 en Valladolid, ciudad donde Carlos V había trasladado la corte
y donde el fraile de la orden franciscana ostentaba el cargo de cronista
oficial por nombramiento del propio emperador, quien con buen gusto leía las
obras de su fiel servidor, consejero y escritor de algunos de sus discursos.
Hoy, para perfilar este artículo, mi mujer me ha visto coger el voluminoso
ejemplar y si en esta ocasión su mirada no me ha dicho nada, en la sonrisilla
de sus labios he advertido el recuerdo de aquel sitio donde ella pretendía que
metiese tan eximia obra. ¡Qué buena memoria tiene! José López Romero.
Una biblioteca es lo más parecido a un laberinto, un laberinto lleno de libros, de mundos por descubrir.En homenaje a las bibliotecas y a la lectura , preside la cabecera de este blog un dibujo del pintor jerezano Carlos Crespo Lainez: "Noche de lectura".
LECTORES SIN REMEDIO
Este blog tiene su origen en la página semanal de libros de "Diario de Jerez", "lectores sin remedio", que llevamos escribiendo desde el año 2007. Aunque el blog no es necesariamente una copia de la mencionada página, en él se podrán leer artículos que aparecen en ella. Pero el blog, por supuesto, pretende ser algo más... Los responsables son los dos lectores sin remedio, de los que facilitamos la siguiente información: Ramón Clavijo es Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y es actualmente Técnico Superior Bibliotecario del Ayto. de Jerez de la Frontera. Está especializado en fondos bibliográficos patrimoniales. José López Romero es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y actualmente es Catedrático de Lengua y Literatura en el I.E.S. Padre Luis Coloma de Jerez de la Frontera. Especializado en la literatura dialógica del s. XVI y en la novela del s. XIX.
domingo, 30 de marzo de 2014
UN VIAJE SINGULAR DE UN PERSONAJE SINGULAR
Neville nunca ha sido tomado excesivamente en
serio en la literatura, su personalidad de
dandi y sus inclinaciones por la buena vida –amar, viajar, beber, comer-
que traslada a sus libros, obras de teatro, y producciones cinematográficas, le
han relegado a un papel secundario, todo lo más a ser incluido en esa “otra
Generación del 27” como la denominó el académico José López Rubio y donde
aparecen también Mihura, o Jardiel Poncela entre otros. Pero esa visión de este
personaje no casa con el interés, calidad y singularidad de algunas de sus
creaciones, entre las cuales destacan películas como La vida en hilo o
libros como este Mi España particular, singular peripecia viajera de
Neville por la España de 1957. Políticamente incorrecto ya desde el inicio se
advierte al lector que “cuando no se tiene dinero se queda uno en casa,
ahorrando para viajar cuando se tenga…” ¿Pero qué se puede esperar de un tipo
que fue actor en películas de Chaplin, se asentó como guionista en el Hollywood
de los dorados veinte o se marcha a Londres a comprarse un deportivo Aston
Martin (en la ilustración) para realizar este periplo viajero por la Península Ibérica?
Como lector el libro me llamó la
atención desde el primer momento, por no ser una de esas guía de viaje
pretensiosas pero limitadas por la necesidad de dar detalles minuciosos sobre cada
lugar por el que se pasa, temerosos sus autores de olvidar alguna pequeña
localidad, o no nombrar a este o aquel monumento, no vayan a ofender a los nativos.
Neville divierte al lector tanto que este se siente también protagonista del viaje, a la vez que va
comprobando como lleva a sus ultimas consecuencias aquello de “ni me ocupo
de todos los pueblos de España, ni voy a dar con exactitud las fechas de los
monumentos, porque no me importan nada”, ahora sí “mi lector puede tener la seguridad de que
cuando yo le recomiende un hotel o un sitio donde comer, puede ir con los ojos
cerrados, seguro de obtener satisfacción”. Libro divertido donde los haya,
compagina esa característica con una utilidad que no ha desaparecido con el
paso de los años, incorporando una
selecta guía de vinos y de lugares donde
comer bien, anticipándose así a la
afición actual por la gastronomía y los buenos caldos. Es cierto que el autor escribe como le viene en gana y
parece que todo le importara un comino, quizás de ahí lo singular y atractivo
del resultado. Al lector local le interesará saber además que uno de sus
capítulos está dedicado a nuestra ciudad. Un capítulo delicioso y sorprendente
donde aparte del vino da una visión magistral de ese otro mundo, el flamenco.
RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
sábado, 22 de marzo de 2014
¡ALELUYA!
Recuerdo cuando hace años, demasiados, una vez
terminé de ver por vez primera la película El diablo sobre ruedas –por
cierto feliz carta de presentación del
que luego sería el aclamado director
Steven Spielberg- sentí el deseo irrefrenable de leer la historia original. Y
he aquí para mi sorpresa, que en aquellos tiempos previos a Internet, no encontré
edición castellana de la que resultó ser una narración corta del escritor Richard
Matheson. Fue aquel, creo recordar, el primero
de una larga lista de libros que
por una u otra razón no he podido
conseguir, y que el paso de los años va convirtiendo a mis ojos en piezas tan
deseadas como inalcanzables. Es cierto
que hoy, a diferencia del caso que les narraba antes, puedo rastrear lo que sea
a través de Internet, e incluso leer la versión digital de libros que deseo
pero de los que no encuentro la edición
original. Esta posibilidad me ha permitido no obsesionarme con algún que otro
libro, aunque no lo ha logrado con otros de los que sigo deseando tener entre mis manos la primera edición impresa. Pese a todo, he
tenido éxito en mi búsqueda de algunos de esos tesoros, logrando así que la
lista de la que les hablaba antes no se haga interminable. Libros como Poesías Completas de Kavafis (Hiperión)
o el Al sur de Granada de Brenam (siglo XXI), ya descansan en los
anaqueles de mi biblioteca. Pero con Matheson parecía haber pinchado en hueso.
Por eso cuando hace unos días me llamaron de mi librería de guardia, para
decirme que habían localizado un ejemplar de la última de las tres escasas ediciones
aparecidas en castellano a lo largo de los años de El
increíble hombre menguante (Circulo, Bruguera y la Factoría, 2006), no me
hice ilusiones. Cuando tuve en mis manos
aquel libro- con su bella portada diseñada por
Chris Moore- me llevé una nueva sorpresa: en las páginas finales se
incluían algunas historias cortas del autor, entre ellas El Diablo sobre
ruedas. ¡Aleluya! Ramón Clavijo
Provencio
ESTILOS
“Me recomendaron este libro y lo tuve que dejar al poco
de empezarlo. Es un ladrillo. Y la pena es que me costó unos buenos euros”.
“Pues yo, en cambio, me compré este, y me resultó muy entretenido”. ¿Quién no
ha oído no una, sino muchas veces estos comentarios cuando de hablar sobre
libros y lecturas se trata? Y sin embargo, afirmar que hay libros para todos
los gustos, épocas y bolsillos es una obviedad que cualquier interesado en la
lectura puede comprobar fácilmente a poco que se pase por una librería. Ya no
puede ser una excusa para justificar el desapego de la lectura no haber dado
con un libro que le haya absorbido hasta el punto de no poder dejar de leerlo;
ni tampoco la falta de tiempo, porque siempre, si realmente se tiene interés,
se encuentra esa media hora, al menos, todos los días para coger el libro que
has podido dejar en la mesilla de noche; y mucho menos quejarse del precio de
los libros, porque ediciones hay de bolsillo que colman perfectamente las
inquietudes lectoras de cualquier aficionado. Otros casos son ya las ediciones
especiales o para especialistas, o incluso, reconozcámoslo, si uno quiere leerse
el libro de su autor favorito nada más salir a la venta; casos en los que se
aprecia hasta cuánto puede llegar a ser cara la cultura en este país. Variedad,
pues, y accesibilidad en todos los aspectos que también notamos en los estilos.
Para definir el estilo de Robert Walser, el gran escritor suizo que murió loco
en 1956, en muchas ocasiones se ha utilizado el adjetivo “naif”, una ingenuidad
no exenta de ironía y burla que podemos apreciar en novelas como “El paseo” o “Jakob
von Gunten”. Esa misma fina ironía que mezclada con el sentido del humor
británico gustamos en autores como Roal Dalh o Alan Bennett, y últimamente en Julian
Barnes o Nick Hornby. Pero anda por ahí otro estilo, otra opción para el
lector, que gusta del párrafo más que largo, infinito, acorde a los laberintos
y retorcimientos de la mente, de la psicología de unos personajes tan
atormentados como la sintaxis que utilizan sus autores. El ejemplo más acabado
de esta literatura bien puede ser Thomas Bernhard, obras como “Tala” o “La
calera” están escritas sin capítulos, ni siquiera un mísero punto y aparte, es
decir, ninguna concesión al lector; en esa misma línea, aunque más
condescendiente y generoso con sus numerosos lectores, podemos inscribir a
Javier Marías o, más actual, a Marcos Giralt Torrente con su novela “París”,
premio Herralde de 1999 (aquí reseñada la semana pasada). Estilo que, a pesar
de la evidente dificultad que presenta, cuenta también con un nada desdeñable
número de seguidores. Dos propuestas u
opciones tan distintas que entre ellas cabe un sinfín de estilos, que la
literatura pone a disposición del lector para que este elija lo que mejor se
acomode a su gusto, tiempo y bolsillo, sin que ninguno de estos tres elementos
se vea perjudicado por los otros. José López Romero.
viernes, 14 de marzo de 2014
PEDAGOGÍA
En el recientemente aparecido tomo 2 titulado “La
conquista del clasicismo. 1500-1598” de la excelente Historia de la literatura española (editorial Crítica), dirigida
por José Carlos Mainer, se insiste en uno de los aspectos fundamentales del
Humanismo que ya había sido puesto de relieve por Eugenio Garin (gran estudioso
del Renacimiento europeo): la pedagogía y, sobre todo, la renovación en el
sistema educativo procedente de la Baja Edad Media. Por eso, argumentan los
autores del volumen: “algunos de los principales humanistas del Quattrocento
fueron excepcionales pedagogos”, y hasta editores de textos para las escuelas.
En el Museo del I.E.S. Padre Luis Coloma aún se conservan, gracias a la labor
impagable de rescate de Mª Dolores Rodríguez Doblas y de Miguel Hernández
Zarandieta, manuales escritos por los propios profesores que impartieron su docencia
en el siglo XIX en nuestro ilustre instituto. Pero volviendo al humanismo
renacentista, los autores de “La conquista del clasicismo” ponen como ejemplo y
punto de partida del humanismo en Castilla la publicación de las Introductiones latinae del gran Nebrija (Salamanca, 1481). Y no
porque esta gramática fuera un mamotreto farragoso de normas y reglas con el
único fin de hacer más sufrido aún de lo que ya por su naturaleza es, el
aprendizaje de los escolares, sino por todo lo contrario, porque era una
pequeña gramática que contenía las reglas más básicas y esenciales del latín
para que después alumnos y profesores, con ese breve compendio de fácil manejo,
aprendiesen la lengua latina a través de la lectura y comentarios de los
autores clásicos. Un cambio que revolucionó el sistema educativo español del
siglo XVI. Hoy, no necesitamos tanta perspectiva histórica como desde la que
contemplamos los más de cuatro siglos pasados desde los tiempos de Nebrija,
para reconocer que la historia del sistema educativo español de las últimas
décadas lejos de ser una revolución humanística, ha sido un estrepitoso
fracaso. Un fracaso en el que todos los elementos, estamentos, instituciones,
es decir, todos los que tienen algo de parte en el sufrido, e ingrato a veces, quehacer
de la docencia, tienen su buena parte de culpa que nadie le debe quitar, ni de
la que nadie puede inhibirse. Y una de las grandes damnificadas es sin duda el
aprendizaje de las lenguas extranjeras o idiomas, hasta el punto de que ya se
están haciendo estudios de genética para analizar si al español le falta en su
ADN el gen del idioma. “No estamos dotados”, reconocemos resignados cuando
abandonamos después del enésimo intento por aprender inglés. Pero más grave aún
es que nuestros escolares se pasen años y años con una asignatura para que
después no sepan mantener una mínima conversación básica en la lengua
extranjera que tanto trabajo y tiempo les ha costado. Quizá después de tanto
tiempo transcurrido lo único que necesitemos es un Nebrija que ponga un poco de
orden y cordura para solucionar tanto fracaso. José López Romero.
XERXES
Estamos ante una avalancha de libros sobre la
I Guerra Mundial, conflicto bélico del que somos herederos. No sólo se rescatan viejos tratados que en su día
pasaron desapercibidos por si ahora, llegado el caso con la efemérides, tienen
mejor suerte, sino que observamos con estupor cómo se editan libros firmados
por autores de los que no hubiéramos sospechado un especial interés por el
tema. Está claro que el oportunismo en la literatura siempre ha sido una lacra
difícil de erradicar. Pero pese a esta introducción no les voy a hablar de las
repercusiones editoriales de la I Guerra Mundial, -ya llegará el momento- y sí
de otro fenómeno editorial del momento que no le va a la zaga: la recuperación
o la tergiversación –según se mire- de otra guerra, esta más lejana, que
enfrentó a Oriente y Occidente durante varias décadas y que pasó a conocerse en
los tratados de Historia como Guerras
Médicas. Muchos creen que la visión distorsionada de las mismas se debe a ese
fenómeno cinematográfico que fue 300, pero realmente el origen está en
la novela gráfica publicada años antes por Frank Miller, nombre de culto en la
mitología del cómic. Recuerdo los meses que me pasé buscando aquella edición, y
cómo después de un gran esfuerzo me la consiguieron como un pequeño tesoro en
la librería Alternativa. Aquel cómic fue la base de la posterior película, y
esta la que transformó al cómic, de artículo minoritario y deseado por unos
pocos, a fenómeno de masas repetidamente reeditado. Ahora con la película 300.
El origen de un Imperio, basado nuevamente en el cómic Xerxes, del
mencionado Miller, seguramente se volverá a
producir el mismo fenómeno. Me siguen apasionando la visión
–distorsionada, sí- de Miller sobre las Guerras Médicas. Está claro que no es
la de Herodoto, pero su visión es de una belleza inusual, y aunque su traslado
al cine haya impactado igualmente, la magia del mago Miller ha desaparecido en
esa metamorfosis. RAMÓN CLAVIJO
PROVENCIO
viernes, 7 de marzo de 2014
EL VAGABUNDO
Ha llegado puntual. Llevo algunos días observando
su aspecto desaliñado con la bolsa colgada del hombro. Busca asiento en una
mesa al fondo de la rectangular sala, cerca de una ventana. Siempre la misma
mesa que sólo ocupará él, pues el resto de lectores y
usuarios de la biblioteca parecen respetar – o seguramente temer- ese territorio
que el circunstancial visitante ha decidido ocupar desde unas jornadas atrás.
No es la primera vez que un vagabundo recala en la Biblioteca. Últimamente
incluso es algo más habitual; por ello, mientras no molesten –y no lo suelen
hacer-, todos prefieren dejarlos en esa soledad que arrastran, que traen
consigo y que les acompaña incluso cuando la sala está atestada de gente variopinta. Estos
vagabundos suelen coger algunos libros de las estanterías, pero sólo es un
gesto de protección, de defensa. Intentan impedir con ello que el encargado que otea el panorama desde su
mostrador, les diga algo. Fingen leer esos libros, pero sólo buscan el calor de
la sala, y el
cercano aseo al que, una vez han comprobado que el puesto de lectura
escogido ya no se lo arrebatan, se dirigirán intentando dar a su porte cierta
dignidad, conscientes de que docenas de miradas furtivas los irán siguiendo en
el corto trayecto. Luego, algo más presentables, volverán a la farsa de la lectura
hasta que llegue la hora de la salida. Pero este nuevo vagabundo, aunque parece
marcado por las mismas señales que los demás, esas huellas del fracaso, que
quizás tuviera su origen en la mala suerte o en una casi intrascendente decisión que luego se mostró más decisiva de lo
esperado hasta lanzarlo a la soledad de
los caminos, es diferente. Tardé en
darme cuenta de que pese a mantener las mismas rutinas de los demás, el “nuevo”
no se acercaba titubeante a la estantería más cercana a su mesa, y cogía
cualquier libro al azar para defender ese territorio de calor y compañía
diario, hasta que las manecillas del reloj señalaran la hora de salida. Este permanecía
ajeno a las estanterías atestadas de libros, a las miradas furtivas, a la
intimidatoria vigilancia del bibliotecario desde su mostrador lejano, Este, el
“nuevo”, sacaba una estropeada libreta de anillas y una vez extraía de esas
anillas el pequeño lápiz allí guardado, parecía evadirse para escribir. Alguna
vez miraba, nos miraba a los allí presentes, y una vez, la última vez que lo
vi, tras la grieta de su sonrisa presentí más historias que todas las
contenidas en los libros que descansaban en la Biblioteca. RAMÓN CLAVIJO
PROVENCIO
DEPORTE
Si las estadísticas están para
creérselas a medias, la mitad que tienen de verdad nos explica con solo unos
pocos números lo que está pasando o los cambios que se producen en la sociedad.
Un dato: “en los primeros seis meses de
2013 se publicaron 1.379 libros (un 4%) de temática deportiva. El libro más
vendido fue el de Antoni Daimiel sobre la NBA”. Quizá la literatura deportiva
(¿hablaremos ya de un género?) no haya interesado tanto a lectores-espectadores
y deportistas-protagonistas porque la cultura, no sé si por una tradición mal
entendida, ha conciliado poco o nada con el ejercicio físico. A pesar de que los
tiempos de Pahíño quedan ya muy lejos, aún la opinión pública se sigue
sorprendiendo de que los deportistas en general, y los futbolistas en
particular, tengan inquietudes culturales e intelectuales. Hace unos días, en
una entrevista reportaje a Juan Mata, el flamante fichaje del Manchester
United, el periodista destacaba las dos carreras universitarias que estaba
estudiando y sus gustos lectores, entre los que citaba a Haruki Murakami. Y no
por casualidad he nombrado antes a Pahíño, porque hace también un tiempo que
leí en un periódico cómo este jugador, que se llamaba en realidad Manuel
Fernández y Fernández y que militó durante la década de los años 40 en equipos
como el Real Madrid y el Celta de Vigo, gustaba de leer a los novelistas rusos,
lo que junto con algún incidente con un cierto general de la época, le valió no
pocos disgustos. El caso de Pahíño lector de Tolstoi, Dostoievski e incluso
Hemingway por aquellos terribles años de la postguerra sí era una rarísima
excepción, pero que aún se siga destacando en Juan Mata su gusto por la lectura,
en pleno siglo XXI, es una forma de decirnos que el mundo del fútbol en este
aspecto ha cambiado muy poco o casi nada. Y es una lástima porque, ya lo he
dicho en otras ocasiones, no habría mejor campaña para la lectura que saliera
Messi o CR7 en la televisión recomendando un libro. Aunque, y perdonen mis
prejuicios, no me los imagino. José López Romero.
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