sábado, 24 de enero de 2015

UN MUNDO CASI DESAPARECIDO

A falta de datos actualizados  del Observatorio de la Lectura y el Libro (Ministerio de Cultura) –los últimos son de marzo de 2014, y nada alentadores-, nos fijamos en el más reciente estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), que sentencia que sólo al 35% de la población española podría considerársela lectora. Nada nuevo. Todos los círculos relacionados con la lectura ya emitían señales de socorro a lo largo de los últimos meses, en un año muy malo para el sector. La antaño potente industria editorial española –una paradoja en un mercado lector muy tibio,-  no sólo añora los tiempos donde la edición subvencionada campaba por doquier, sino que acusa la escasa regulación de los nuevos medios de distribución con evidentes grietas en el sistema, algunas de difícil control como la piratería. A todo ello se suma el derrumbe del tradicional mercado de fin de año. Los españoles ya no tienen al libro como una de sus preferencias –como sucedía hasta hace poco- para regalar, cuando incluso los no lectores al menos una vez al año se acercaban a las librerías para comprar libros. Una tradición ya  venida a menos, y sobre la que algunos estudiosos empiezan a preocuparse si se confirma que todo ello es debido a que el libro va perdiendo prestigio como objeto cultural.  ¿Asistimos a una progresiva devaluación de la lectura, no sólo del libro tradicional? Téngase en cuenta que no ha sido tampoco para echar campañas al vuelo, las ventas de dispositivos electrónicos de lectura en estas últimas fechas. No me gusta el panorama de un país de  35% de lectores (Finlandia un 75% por ponerles un caso), o donde los parlamentarios o presidentes responden sin rubor que la prensa deportiva es la que se lleva el mayor porcentaje de su tiempo dedicado a la lectura. Me sumerjo pues en las páginas donde James Salter rememora un mundo casi desaparecido, donde editores, escritores o libreros, brillaban socialmente y la   lectura y el libro no eran rarezas de gente políticamente incorrectas. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

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