Me gustan esas
imágenes donde tras las figuras de personajes anónimos o conocidos, aparecen
estanterías repletas de libros. Me gustó la fotografía que se publicaba
recientemente del admirado poeta
Francisco Bejarano, posando entre los libros de su biblioteca. Antes este tipo de imágenes eran comunes, tan
comunes como ver escenas callejeras donde los libros de una u otra manera
aparecían y no nos llamaban la atención. Personas leyendo en los bancos de un
parque público, o en el bus. Transeúntes portando algún libro o periódico
cuando iban o volvían de algún lugar, pero con el deseo confesable o
inconfesable de que llegara pronto el momento para leer las hojas de papel que portaban con mimo, y a las que cualquier alto
en el camino –un semáforo, o la espera en la marquesina de la línea 5, que cada
vez se hace más larga- era una buena excusa para hojearlas rápidamente. Me
gustan esas imágenes hoy, pero me invade cuando las contemplo una cierta
melancolía, quizás tristeza, porque tras su belleza puesto que los libros siguen teniendo un poder estético
y evocador de difícil competencia,
comprendo que el libro ha sido
borrado de los hábitos cotidianos de una gran mayoría, y pese a que aquella vieja canción nos diga machaconamente en una de sus
estrofas La vida sigue igual, la vida
sigue igual…nada sigue igual. Cuando
paseo por mi ciudad no suelo ver paseantes con libros, todo lo contrario,
también estos parecen haber desaparecido del paisaje cotidiano, y si excepcionalmente en algún paseo público,
cafetería o cualquier otro lugar del
entramado urbano nos topamos con alguien
ensimismado en la lectura, la singularidad de la imagen rápidamente atrae
miradas furtivas de los paseantes. Me gustan esas imágenes donde en segundo
plano, tras las figuras de personajes anónimos o conocidos aparecen libros,
pero cuando estas no son artificiales,
incluso cuando estas son captadas con un sentido reivindicativo. Todo lo
contrario de aquellas en las que una fauna variada se hacen cuando llega algunas
efemérides o actos de homenaje a viejas glorias de las
letras, pese a que no pisen desde hace años una biblioteca o en sus
domicilios las librerías destaquen por su ausencia. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
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