viernes, 21 de octubre de 2016

LIBRO Y PAISAJE

Me gustan esas imágenes donde tras las figuras de personajes anónimos o conocidos, aparecen estanterías repletas de libros. Me gustó la fotografía que se publicaba recientemente del  admirado poeta Francisco Bejarano, posando entre los libros de su biblioteca. Antes  este tipo de imágenes eran comunes, tan comunes como ver escenas callejeras donde los libros de una u otra manera aparecían y no nos llamaban la atención. Personas leyendo en los bancos de un parque público, o en el bus. Transeúntes portando algún libro o periódico cuando iban o volvían de algún lugar, pero con el deseo confesable o inconfesable de  que llegara pronto  el  momento para leer  las hojas de papel  que portaban con mimo, y a las que cualquier alto en el camino –un semáforo, o la espera en la marquesina de la línea 5, que cada vez se hace más larga- era una buena excusa para hojearlas rápidamente. Me gustan esas imágenes hoy, pero me invade cuando las contemplo una cierta melancolía, quizás tristeza, porque tras su belleza puesto que  los libros siguen teniendo un poder estético y evocador de difícil competencia,  comprendo  que el libro ha sido borrado de los hábitos cotidianos de una gran mayoría, y  pese a que aquella vieja  canción nos diga machaconamente en una de sus estrofas La vida sigue igual, la vida sigue igual…nada sigue igual.  Cuando paseo por mi ciudad no suelo ver paseantes con libros, todo lo contrario, también estos parecen haber desaparecido del paisaje cotidiano,  y si excepcionalmente en algún paseo público, cafetería o  cualquier otro lugar del entramado urbano  nos topamos con alguien ensimismado en la lectura, la singularidad de la imagen rápidamente atrae miradas furtivas de los paseantes. Me gustan esas imágenes donde en segundo plano, tras las figuras de personajes anónimos o conocidos aparecen libros, pero cuando estas  no son artificiales, incluso cuando estas son captadas con un sentido reivindicativo. Todo lo contrario de aquellas en las que una fauna variada se hacen cuando llega algunas efemérides o actos de homenaje a viejas  glorias de las  letras, pese a que no pisen desde hace años una biblioteca o en sus domicilios las librerías destaquen por su ausencia. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO


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