sábado, 1 de octubre de 2016

MANKEL

Estos últimos meses la actualidad literaria nos ha traído numerosas noticias en torno al escritor sueco Henning Mankel,  y lamentablemente una de ellas nunca la hubiéramos querido leer, la de su fallecimiento en la localidad sueca de Gotemburgo en octubre  del año pasado. Como es sabido Mankel se hizo un hueco entre los lectores de medio mundo, por la serie de novelas que escribió protagonizadas por el inspector Kurt Wallander, aunque para ser justos hay que decir de inmediato que  su contribución  a la literatura va más allá de la afortunada creación del mencionado personaje literario. La muerte de un escritor es tanto más sentida cuando, como es el caso, sucede en plena madurez creativa como lo confirman sus dos últimos libros publicados en un intervalo de escasos meses,   ‘Arenas movedizas’ y  ‘Botas de lluvia suecas’ (Tusquets).  Ambos  han sido comentados en estas páginas –el último de los mencionados, en la sección de Reseñas de hoy- pero creo necesario decir algo más de ellos. Son libros que si los leemos detenidamente, más allá de su contenido, nos hablan de un antes y un después en  la vida de Mankel –no solo como persona, lo que resulta comprensible, sino también como escritor- tras recibir la noticia de que padecía una enfermedad terrible. A partir de  ese momento escribirá los libros mencionados. El primero, ‘Arenas movedizas’, se va redactando en ese periodo difícil que va desde que el escritor recibe  como un mazazo la noticia de su enfermedad,  y luego  sigue ese proceso turbio  de adaptación a esa realidad, con periodos de   aceptación o negación  de la misma. El resultado es un libro lleno de melancolía, bello y donde aún queda sitio para la esperanza. En cambio ‘Botas de lluvia suecas’, su libro póstumo, se escribe cuando ya es consciente del final, cuando no queda espacio para la esperanza y sin embargo –y ahí lo intrigante del libro- Mankel nos deja una novela de un pulso narrativo intachable y que desprende vitalidad y belleza en todas y cada una de sus páginas no dejando margen para la derrota. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

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