viernes, 30 de noviembre de 2018

LA TÍA JUDIT


En uno de sus cuentos breves, “La Biblioteca de la tía Judit”, Govanni Papini nos introduce en una biblioteca que posee solo tres títulos, y pese a tan modesto contenido a primera vista, el lector se verá convencido al final de la lectura del mencionado relato que en ella no falta nada, cosa que nos sorprendería comprobar no siempre sucede en muchas de las más inmensas y voluminosas bibliotecas. Esta especie de parábola nos trata de concienciar, con la sutil y poética elegancia del autor italiano, sobre la permanente confrontación entre lo esencial y lo prescindible que nos asalta en cada parcela de nuestra vida. Por tanto, el relato también es un buen ejemplo para trasladarlo al campo de la industria editorial. No es la primera vez, y me temo que tampoco será la última, que reflejamos sobre el papel nuestro estupor e incredulidad ante los miles de nuevos  títulos que las editoriales nos ofertan año tras año -y no incluimos en esta referencia a las reediciones, merecidas o inmerecidas, de otro no menos despreciable número de libros-. ¿Son todos necesarios? Parece evidente que no, pero el mercado y la industria se mueven al parecer por otros parámetros que nunca terminaremos de descifrar. Son estas fechas -la otra coincide con el inicio de la primavera y los actos conmemorativos en torno al libro donde no faltan las  innumerables Ferias en la que se  publicitan las novedades literarias- donde tenemos una incontestable prueba de lo que decimos. Multitud de autores aprovechan estos días para presentar sus creaciones ante sus potenciales lectores, y las librerías se las ven y las desean para acoger en sus escaparates la avalancha. Todo sería una gran fiesta que saludaríamos con entusiasmo, si no fuera porque a poco que hurguemos en los escaparates y estantes de las librerías,  en los suplementos y revistas literarias, repasando sus listados y reseñas escritas  sobre las novedades que despiden el año, volveremos a recordar el certero relato de Papini y su reflexión sobre lo esencial y lo prescindible. Pero no todo es negativo. Yo disfruto con ese juego excitante cual es la búsqueda de las “perlas escondidas” entre esta  ingente oferta. ¿Qué sería del  placer de la lectura sin ese eterno juego? Ramón Clavijo Provencio.

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