sábado, 6 de abril de 2013

CHILE, 1973


Ha salpicado el panorama cultural las últimas semanas una noticia que nos llega de Chile, donde el juez Mario Carroza ha decidido después de estudiar multitud de testimonios y revisar pruebas, exhumar el cadáver del gran poeta Pablo Neruda. Ya se conocía desde hace unos años las declaraciones del que fue asistente de Neruda, Manuel Ayara Osorio, en el sentido de que Neruda  no habría fallecido por el  cáncer que padecía –versión oficial- sino asesinado cuando, a una semana de consumado el golpe de Pinochet, se disponía a exiliarse en Méjico. Lo novedoso es que ahora al parecer nuevas pruebas han hecho decidirse al mencionado juez por la exhumación como último recurso para desvelar la verdad. Todo ello sucedía en 1973 un año en el que España vivía los últimos coletazos de la dictadura. Por entonces yo colaboraba en una ya desaparecida librería gaditana, Petrarca, en la que no había libros de Neruda, aunque sus poemas circulaban, como lo de otros poetas, en ediciones artesanales que pasaban de mano en mano, o en ansiados y raros impresos  editados por Losada. Por eso fue un acontecimiento la publicación en la España de 1974 de su obra póstuma Confieso que he vivido. En nuestro país se recibía por aquellos años con escepticismo el  aperturismo propiciado en el llamado espíritu del 12 de febrero de Arias Navarro, sustituto de Carrero Blanco, aunque la trayectoria de este no hacía presagiar nada positivo, como así fue. Pero aquel año ha quedado en mis recuerdos como el del descubrimiento de Pablo Neruda, pues tras aquel Confieso que he vivido empecé a escarbar –primero Crepusculario y luego los demás Residencia en la Tierra, etc.- en la obra del, según Harold Bloom, uno de los mayores poetas  contemporáneos. Neruda hoy sigue vivo, sus obras siguen editándose y los que lo descubrimos en difíciles momentos seguimos releyendo los libros adquiridos cuarenta años atrás. Al poeta poco le puede importar ya lo que ha decidido un juez, pero la historia necesita aclarar cuál fue el verdadero final del solitario residente de Isla Negra. Ramón Clavijo Provencio

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