La verdad sea dicha: iba a
escribir de Chus Visor y aquella polémica entrevista que se publicó en los
medios de comunicación allá por principios del verano (apenas ha llovido pero
¡cómo pasa el tiempo!), incluso la entrevista realizada a Ángeles Caso y
publicada en este diario (Diario de Jerez, el pasado 9 de octubre) me había
recordado la del famoso editor de poesía porque mientras este afirmaba tan
campante que la poesía femenina en España no está a la altura de las grandes
novelistas, la Caso se lamentaba en la suya de que “la literatura que hacemos
las mujeres se mira de forma distinta a la de los hombres”. Y no es que
estuviera con esta frase replicando a Visor, ya que ambas entrevistas no tienen
relación entre sí; es más, al ser esencialmente novelista Ángeles Caso no
debería haberse sentido aludida por las declaraciones del editor. Pero
¿realmente tiene razón la Caso? ¿se mira de forma distinta la literatura
escrita por mujeres a la de los hombres? Yo creo que no. Digo más, lectores y
lectoras hay que no se pierden las novedades de muchas de las narradoras
actuales, entre las que Almudena Grandes quizá se lleve la palma de la afición.
Tengo para mí que Ángeles Caso aprovechó la entrevista para lamentarse de lo
terrenal, es decir, de sus problemas con la Hacienda pública, más que para
protestar por la distinta forma de ver la literatura escrita por mujeres. Bajo
la apariencia de que ella no va de víctima con la que le está cayendo al resto
de la humanidad que sufre en silencio bajo la férula del PP (el culpable según
Caso de todos sus males), se lamenta de cómo la Agencia Tributaria la ha
terminado por arruinar, hasta el punto de que ya no puede vivir de la
literatura. En otra entrevista, anterior a la de este Diario, publicada en
distintos medios de comunicación el 15 de mayo de este mismo año, la Caso ya
utilizaba la prensa como paño de lágrimas de sus asuntos con Hacienda,
entrevista que es un monumento al cinismo. En ella se quejaba de que muchos
escritores no están enterados de lo que pueden desgravarse (“El problema con el que se encuentran los escritores
es que no saben qué es desgravable en su profesión”), ¡y eso lo dice
una señora con carrera universitaria!; y con la mayor de la desfachatez se
añade: “Señalan que todos los gastos de
internet, luz, agua y calefacción podrían entenderse como gasto profesional.
Caso pone un ejemplo más penoso para los bolsillos, el de los
viajes. "Si no viajamos no vendemos libros, muchas veces damos
conferencias o tratamos de documentarnos y eso forma parte de nuestro
trabajo, no son viajes de placer", explica.”
Todos sabemos que las conferencias se pagan bien y que los gastos de promoción
al final benefician al escritor por las ventas. Y finalmente, los que llevamos
más de lo que acostumbramos a recordar en esto de la investigación, hasta una
mísera fotocopia ha salido de nuestros bolsillos, por no decir viajes a
archivos y bibliotecas, etc. Mucha cara hay que echarle al asunto para
desgravarse viajes de promoción, conferencias e investigación. Mucho rollo bajo
esa apariencia de corderito degollado por Montoro. José López Romero.
Una biblioteca es lo más parecido a un laberinto, un laberinto lleno de libros, de mundos por descubrir.En homenaje a las bibliotecas y a la lectura , preside la cabecera de este blog un dibujo del pintor jerezano Carlos Crespo Lainez: "Noche de lectura".
LECTORES SIN REMEDIO
Este blog tiene su origen en la página semanal de libros de "Diario de Jerez", "lectores sin remedio", que llevamos escribiendo desde el año 2007. Aunque el blog no es necesariamente una copia de la mencionada página, en él se podrán leer artículos que aparecen en ella. Pero el blog, por supuesto, pretende ser algo más... Los responsables son los dos lectores sin remedio, de los que facilitamos la siguiente información: Ramón Clavijo es Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y es actualmente Técnico Superior Bibliotecario del Ayto. de Jerez de la Frontera. Está especializado en fondos bibliográficos patrimoniales. José López Romero es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y actualmente es Catedrático de Lengua y Literatura en el I.E.S. Padre Luis Coloma de Jerez de la Frontera. Especializado en la literatura dialógica del s. XVI y en la novela del s. XIX.
sábado, 31 de octubre de 2015
TIEMPO Y LECTURA
Durante el siglo XVIII se pusieron
de moda las recomendaciones de algunos intelectuales sobre la manera de
organizar el tiempo diario. Bartolomé Benassar
escribe que aparte del tiempo dedicado al trabajo y al sueño, debía quedar un
tercio del mismo para el tiempo de vivir, y será este tiempo para vivir el
objeto de numerosos tratados en los que se orientaba cómo administrarlo. El
libro de Benjamín Franklin ‘Libro del hombre de bien’ fue de los que más fortuna tuvieron. La idea
era establecer un orden diario que evitara perder el tiempo en cosas inútiles.
Por supuesto estas recomendaciones iban destinadas a la alta burguesía, ya que
la mayor parte de la sociedad tenía suficiente con dedicar todo su tiempo a
buscarse el sustento diario. Siguiendo esta moda iniciada en el siglo XVIII
(ver “La ordenación del tiempo burgués” en Actas de las I Jornadas de Historia
de Jerez, 1986), en 1830 se publicaba en
Jerez un curioso impreso titulado ‘Pajangam’,
donde a la manera de Franklin se aconsejaba a los burguesía local dividir su
tiempo según unos patrones preestablecidos, entre los que estarían dedicar
fracciones horarias a pasear, vagar, tomar la siesta y leer. Es curioso como el
leer ocupaba gran parte del tiempo del burgués tras la siesta, aunque con
variantes según estemos en invierno (dos horas y media) o verano (una hora y
cuarto). Hoy día en que tanto se habla de la decadencia de la lectura,
realmente a lo que estamos asistiendo es a la transformación de esta. La
quietud, el silencio y sobre todo el tiempo han estado vinculados siempre a la lectura, pero hoy es la falta de tiempo, ese del que se habla
en ‘Pajangam’, su peor enemigo. En la medida que va perdiendo protagonismo el
formato papel, el escaso tiempo
disponible para la lectura se utiliza cada vez más interactuando – a través de dispositivos digitales- con
otras formas de ocio e información
(juegos, consulta de bases de datos,
navegación , etc.). Afortunadamente la falta de tiempo se compensa con la
universalidad del acceso a la lectura ya no solo privilegio de una clase ociosa. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
sábado, 17 de octubre de 2015
AQUELLAS BIBLIOTECAS DE JARDINES
No hace mucho leía una noticia en un
periódico de tirada nacional, donde se denunciaba el deterioro de unos jardines
públicos, pulmón verde de una importante
ciudad española donde los niños y mayores,
se escribía , ya no jugaban o leían entres sus alcornoques o jacarandas,
pues se iban imperceptiblemente, años
tras año, convirtiendo en la viva imagen del abandono o, aún peor, de la desidia cuando se levantaban mercadillos
infames aderezados con la música a todo
volumen para ambientar cualquier fiesta de barrio. No hace falta señalar la
ciudad. A todos nos suena mucho lo que denuncian esas líneas, ya que en mayor o
en menor grado se describe una epidemia
que se extiende por las ciudades españolas.
En la misma nota informativa se mencionaba muy de pasada, o mejor se
recordaba, cómo en tiempos pasados no era infrecuente encontrar en los parques
y ciudades una pequeña biblioteca pública, más bien un kiosco, donde los
paseantes podían hacer un alto en el camino, y leer la prensa o iniciar la
lectura de un libro (aún se conservan algunos, como el de la imagen situado en
el Retiro de Madrid). El sosiego, la quietud, que se le presuponía a estos
entornos naturales hasta hace bien poco, los hacía lugar adecuado para la
lectura. En Jerez, como en otras muchas poblaciones, a finales del siglo XIX y
sobre todo durante el primer tercio del siglo XX, se crearon las bibliotecas de
parques y jardines. La primera la de la Alameda Vieja, a la que siguió la del
Retiro. Incluso el reputado arquitecto jerezano Rafael Esteve padre del que
luego sería el bibliotecario y arqueólogo municipal Manuel, diseñó en 1932 el
boceto de lo que se pretendía fuera el modelo normalizado de kiosco biblioteca
para estas zonas verdes de la ciudad. El ambiente que se respiraba en estos lugares lo podemos
palpar más de ochenta años después, en el documental que produjera el Ateneo de
Jerez a finales de los años veinte del siglo pasado, afortunadamente recuperado
y restaurado en formato digital, y donde se observa durante unos segundos al
vigilante del Retiro facilitando unos libros a unos paseantes. ¿Qué libros
albergaban estas pequeñas bibliotecas? Nada de sesudos tratados de las más
diversas disciplinas, y sí novelas de aventuras, cuentos infantiles u obras clásicas
en ediciones populares. Se trataba de
tentar a los paseantes para que
destinaran algo de ese tiempo que disponían
a la lectura; quietud, silencio y tiempo, los tres pilares en que
descansaba la lectura hasta no hace tantos años. En Jerez lamentablemente
aquellas bibliotecas de jardines hace tiempo que desaparecieron -
languidecieron en la posguerra para cerrarse definitivamente en los años
cincuenta- pero se conservan sus libros que actualmente forman parte de los
fondos patrimoniales bibliográficos de la actual Biblioteca Municipal Central. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
VECINDARIO
“Vecindario tranquilo,
horizontal y florido”, así define el excelente escritor francés Philippe
Claudel el cementerio que tiene enfrente de su casa familiar, es decir, el
paisaje que ha visto durante buena parte de su vida. Me sorprendió la
definición incluida en su libro ‘Aromas’,
por la obviedad de sus tres adjetivos y, por ello, por la forma tan natural de
referirse a un tema que a todos siempre nos produce cierto escalofrío: la
muerte. Y es que cuando se convive (vecino) tan de cerca y tan habitualmente
hasta con los asuntos o circunstancias más aterradoras, estos pierden el
sentido trascendente o macabro. Los médicos con las enfermedades; los
profesores con los suspensos; las fuerzas de seguridad con el terrorismo y la
delincuencia… el trato cotidiano profesionaliza ese trabajo o esa relación que
no pierde el prestigio de lo desconocido para el resto de los mortales, en este
caso nunca mejor dicho. Sin embargo, la literatura en torno a los muertos ha
tenido a lo largo de todos los siglos el tratamiento respetuoso que a los vivos
siempre nos ha merecido este asunto, a veces más íntimo (elegías), otras más solemne,
los escritores en general pocas bromas se han permitido si no es en las
representaciones del infierno. Por eso el pequeño texto de Claudel nos sigue
estremeciendo por la espontaneidad con que describe y compara el cementerio
(“Ciudad en miniatura, con barrios miserables… y otros lujosos”), los olores en
descomposición (“esos montones de dalias marchitas, esa ajada acumulación de
crisantemos…”) y los colores de esas mismas flores que adornan las sepulturas y
que pronto perderán su esplendor “como recién casadas abandonadas por sus
jóvenes y veleidosos maridos el día siguiente de su boda”, la comparación, como
otras del texto, contribuyen al tono distante, frío, como el mármol, con que
Claudel se acerca al espacio que ocupan sus vecinos de toda la vida, a sus
muertos. José López Romero.
sábado, 10 de octubre de 2015
COMPROMISO
“Quienes tienen la generosidad
de interesarse por mi trabajo o son contrarios a él han planteado con
frecuencia la misma cuestión. Después de leer mis libros, durante un seminario
o al término de una conferencia, ya con vacilante cortesía, ya en tono de reproche:
“¿Cuáles son sus ideas políticas? En todos sus escritos sobre historia y
cultura, sobre educación y barbarie, ¿por qué no hay ninguna franca declaración
de su ideología política?...”, esta cita (perdóneme el lector su extensión) es
el inicio del ensayo titulado “Petición de principio” incluido en el volumen Los libros que nunca he escrito de
George Steiner. El célebre pensador no tiene otra justificación a su
aislamiento de la res publica que su
contrario: su obsesión por resguardar su privacidad. No deja de ser un tanto
lamentable que sigamos exigiendo ya sea a personajes públicos, ya incluso a un
recién conocido su posición ante cualquier acontecimiento, ideología o afición,
y así vamos catalogando a las personas y, lo que es peor, las rechazamos o nos
atraen por el equipo de fútbol del que es aficionado (seguro que más de un
lector se niega a leer a un escritor por ser aficionado del Madrid o del
Barcelona), por sus ideas políticas o por defender una causa social con la que
no estamos de acuerdo o que defendemos con la misma pasión. Esa exigencia de
tomar partido la sufrió en tiempos más convulsos y peligrosos para su propia
integridad física el propio Erasmo de Rotterdam, a quien continuamente primero
en su estancia en Lovaina y posteriormente en Basilea, le insistían en que se
declarase a favor o en contra de Lutero. La presión sufrida por el gran
humanista nada tenía que ver con un natural tan pacífico que rayaba en la
pusilanimidad de carácter. “Concordia, paz, sentido del deber y benevolencia eran
valorados en sumo grado por Erasmo” nos dice Huizinga en la excelente biografía del roterodamés, virtudes que
precisamente no compartía el vehemente reformista alemán, hasta el punto de que
Erasmo se vio obligado a negarlo en numerosos escritos: “no conozco a Lutero”.
A Steiner, a Erasmo y a tantos otros intelectuales en un momento de sus vidas se les ha exigido
que tomen partido, que declaren sus ideas políticas o religiosas, cuando todos
sus escritos son una enorme manifestación de su compromiso personal con el ser
humano, con sus virtudes y con sus defectos, el compromiso del hombre con su
tiempo y con la historia, porque no hay mayor dignidad de un pensador que poner
al servicio, declararles a sus lectores los ideales humanos por los que debemos
luchar, al margen de ideas o aficiones. Ese es el verdadero y sincero valor de
humanistas como Erasmo, como Steiner. Poner una firma en un manifiesto,
afiliarse a un partido político, declararse de izquierdas o de derechas no es
más que un gesto para una galería ansiosa por catalogar. José López Romero.
SENECTUTE
“El
corredor de la muerte tiene el mayor índice
de conversiones de todo el país”, le dice el alcaide
del penal norteamericano donde se va a efectuar la ejecución de un convicto por
inyección letal, al periodista
interpretado por un convincente Eastwood, que va a cubrir el suceso para su
periódico (Ejecución Inminente. Clint Eastwood. 1998). No exactamente
conversiones, pero sí es cierto que el paso del tiempo, la vejez o la
enfermedad va llevando a muchos escritores o personajes relevantes de la
sociedad a reflexionar sobre el sentido de la vida, mientras reparan cómo se va
acercando irremediablemente su opuesto, la muerte. Uno de ellos, Ramón y Cajal, -que no solo fue
el gran científico y divulgador que todos recordamos, sino también gran
dibujante y fotógrafo- dejó igualmente algunos libros imperecederos para la
literatura. En uno de ellos El mundo
visto a los 80 años. Memorias de un arteriosclerótico, se adentra en la decadencia inevitable del
anciano. De todo ello surge un libro excepcional que a la vista de las
sucesivas reediciones desde el año de su publicación -1939- más parece una
pócima mágica que consuela nuestro
espíritu ante el último tramo de la vida. Mientras Cajal representa, a través
de la literatura, la visión de encarar plácidamente el final, otros
autores parecen reflexionar sobre su
pasado de manera melancólica, incluso con cierto tono si no de arrepentimiento,
sí de reconocimiento de errores que quizás
si se tuviera otra oportunidad no volverían a repetir, en unas páginas
pese a todo elegantes y cautivadoras como son las de Senectute de Norberto Bobbio. Por fin, nos encontramos con otro
número nada despreciable de escritores que nos legan textos donde aún se palpa
el temblor y la incredulidad ante lo que irremediablemente se va acercando.
Quizás estos, con esa sorpresa, y a la
vez certeza de lo que finalmente llegará para todos, sean los que más terminan por hacer mella en el lector. Es el
caso del último libro de Henning Mankel, el escritor sueco, que con sus Arenas Movedizas –del que se incluye también una breve reseña en esta
misma página- creo que regala a los
lectores su hasta ahora mejor creación. RAMÓN
CLAVIJO PROVENCIO.
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