Durante el siglo XVIII se pusieron
de moda las recomendaciones de algunos intelectuales sobre la manera de
organizar el tiempo diario. Bartolomé Benassar
escribe que aparte del tiempo dedicado al trabajo y al sueño, debía quedar un
tercio del mismo para el tiempo de vivir, y será este tiempo para vivir el
objeto de numerosos tratados en los que se orientaba cómo administrarlo. El
libro de Benjamín Franklin ‘Libro del hombre de bien’ fue de los que más fortuna tuvieron. La idea
era establecer un orden diario que evitara perder el tiempo en cosas inútiles.
Por supuesto estas recomendaciones iban destinadas a la alta burguesía, ya que
la mayor parte de la sociedad tenía suficiente con dedicar todo su tiempo a
buscarse el sustento diario. Siguiendo esta moda iniciada en el siglo XVIII
(ver “La ordenación del tiempo burgués” en Actas de las I Jornadas de Historia
de Jerez, 1986), en 1830 se publicaba en
Jerez un curioso impreso titulado ‘Pajangam’,
donde a la manera de Franklin se aconsejaba a los burguesía local dividir su
tiempo según unos patrones preestablecidos, entre los que estarían dedicar
fracciones horarias a pasear, vagar, tomar la siesta y leer. Es curioso como el
leer ocupaba gran parte del tiempo del burgués tras la siesta, aunque con
variantes según estemos en invierno (dos horas y media) o verano (una hora y
cuarto). Hoy día en que tanto se habla de la decadencia de la lectura,
realmente a lo que estamos asistiendo es a la transformación de esta. La
quietud, el silencio y sobre todo el tiempo han estado vinculados siempre a la lectura, pero hoy es la falta de tiempo, ese del que se habla
en ‘Pajangam’, su peor enemigo. En la medida que va perdiendo protagonismo el
formato papel, el escaso tiempo
disponible para la lectura se utiliza cada vez más interactuando – a través de dispositivos digitales- con
otras formas de ocio e información
(juegos, consulta de bases de datos,
navegación , etc.). Afortunadamente la falta de tiempo se compensa con la
universalidad del acceso a la lectura ya no solo privilegio de una clase ociosa. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
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