sábado, 31 de octubre de 2015

TIEMPO Y LECTURA

Durante el siglo XVIII se pusieron de moda las recomendaciones de algunos intelectuales sobre la manera de organizar el tiempo diario.  Bartolomé Benassar escribe que aparte del tiempo dedicado al trabajo y al sueño, debía quedar un tercio del mismo para el tiempo de vivir, y será este tiempo para vivir el objeto de numerosos tratados en los que se orientaba cómo administrarlo. El libro de Benjamín Franklin ‘Libro del hombre de bien’  fue de los que más fortuna tuvieron. La idea era establecer un orden diario que evitara perder el tiempo en cosas inútiles. Por supuesto estas recomendaciones iban destinadas a la alta burguesía, ya que la  mayor parte de la sociedad  tenía suficiente con dedicar todo su tiempo a buscarse el sustento diario. Siguiendo esta moda iniciada en el siglo XVIII (ver “La ordenación del tiempo burgués” en Actas de las I Jornadas de Historia de Jerez, 1986),  en 1830 se publicaba en Jerez  un curioso impreso titulado ‘Pajangam’, donde a la manera de Franklin se aconsejaba a los burguesía local dividir su tiempo según unos patrones preestablecidos, entre los que estarían dedicar fracciones horarias a pasear, vagar, tomar la siesta y leer. Es curioso como el leer ocupaba gran parte del tiempo del burgués tras la siesta, aunque con variantes según estemos en invierno (dos horas y media) o verano (una hora y cuarto). Hoy día en que tanto se habla de la decadencia de la lectura, realmente a lo que estamos asistiendo es a la transformación de esta. La quietud, el silencio y sobre todo el tiempo han estado vinculados   siempre a la lectura, pero hoy  es la falta de tiempo, ese del que se habla en ‘Pajangam’, su peor enemigo. En la medida que va perdiendo protagonismo el formato papel,  el escaso tiempo disponible para la lectura se utiliza cada vez más interactuando  – a través de dispositivos digitales- con otras formas de ocio  e información (juegos, consulta de bases de  datos, navegación , etc.). Afortunadamente la falta de tiempo se compensa con la universalidad del acceso a la lectura ya no solo  privilegio de una clase ociosa. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO 

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