sábado, 14 de mayo de 2016

ANSIEDAD

Finalmente, el escritor que ocupaba el estrado,  procedió a revelarnos al grupo de oyentes que casi llenábamos la sala una  iniciativa que se había decidido llevar a cabo hacia unos meses, con objeto de demostrar algo sobre lo que pivotaba su intervención en aquella tarde desapacible en el exterior, pero interesante  y entretenida  en aquel circulo literario: la accesibilidad generalizada a los instrumentos de edición y distribución estaba  desprestigiando la literatura, y hasta cierto punto acabando con ella. “Envié un original mío –explicaba el escritor- a no menos de una decena de editoriales. Modestas algunas, otras de cierto prestigio  pero desechando las grandes y  por supuesto bajo pseudónimo. Sobre aquella pequeña colección de relatos que envié - viejos textos por mí desechados hacía tiempo y que no tenía ninguna intención de publicar-, casi la mitad contestaron. De ellas solo una razonaba el por qué no aceptaba el manuscrito, sus puntos flacos- cosa que yo mismo ya había descubierto hacía meses-. Las restantes, igualmente desechaban la publicación, pero para mi sorpresa sugerían que podían hacerse cargo del manuscrito a través de su división de auto edición, donde tras un necesario repaso de sus correctores, podían por un módico precio poner el libro, en una muy cuidada edición en la calle. El costo  por supuesto podría subir dependiendo del número de ejemplares, de qué tipo de distribución y campaña publicitaria se hiciera, etc. En definitiva –sentenciaba el escritor - publicar hoy no es tanto cuestión , como antaño, de un lento, difícil y largo proceso selectivo, donde intervenía una depurada y prestigiosa maquinaria humana,  publicar hoy depende cada vez más de los  recursos económicos de los que pueda disponer el autor. Y nos referimos tanto a las ediciones en papel como digitales: más recursos más visibilidad. El resultado el desconcierto de los lectores ante tanto libro absurdo,  inútil, imposible”. No aprendí nada nuevo de aquella charla, pero  sí medité sobre el peligro de que esta fácil accesibilidad a la edición a veces resulte tan tentadora, que incluso los que siempre hemos aceptado sus tradicionales reglas del juego tratemos ahora de eludirlas, dando un regate tramposo  ante las ansias de publicar. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO

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