sábado, 14 de mayo de 2016

MITOS (14)

“Un hombre de buen gusto no vive ya a mi edad”, confesaba Imre Kertész en una reciente entrevista publicada en una revista cultural, pocos días antes de su reciente fallecimiento, sucedido el pasado 31 de marzo. Esta frase del escritor húngaro, premio Nobel de Literatura del año 2002, me recordó en cuanto la leí que en parecidos términos se pronunciaba un Miguel Delibes “puesto ya el pie en el estribo”, a sus casi noventa años que no llegaría a cumplir. A sus ochenta y seis años, Kértesz consideraba ya por simple cuestión de elegancia y caballerosidad no molestar más a la humanidad con su presencia, y para eso acababa de publicar en Acantilado “La última posada” o, lo que es lo mismo, sus diarios que abarcan la primera década del siglo actual. Y cuando alguien a esa edad ya piensa dar por cerrada su vida, sus familiares, incluso él mismo, se consuelan ante la plenitud de una existencia vivida hasta el final: ha crecido, ha formado una familia, ha visto crecer a sus hijos, y en estos casos (el de Kertész, el de Delibes) han sido testigos privilegiados de su tiempo, que han sabido con maestría literaria plasmar en sus obras, convertidas así en crónicas, a veces descarnadas de unos acontecimientos que también les tocó sufrir. Porque esa vida plena también se ha cobrado su buena parte de desgracias: ambos escritores fueron víctimas cuando aún eran unos niños de los estragos de la guerra, y en el caso de Kertész hasta la deportación en los campos de exterminio nazi. Testigos de un tiempo no siempre amable para ser vivido, pero también protagonistas de otros momentos que inscriben a ambos autores con letras de oro en la historia de la literatura. Quizá un hombre de buen gusto no quiera ya vivir a los años que cargaba a sus espaldas Imre Kertész, pero sus lectores le agradeceremos de seguro su obra, su compromiso humano, el ejemplo en definitiva que nos ha ido dando a lo largo de toda su vida, el mismo ejemplo que admiramos en Delibes. Porque a un escritor, como a cualquier profesional, no se mide solo por la calidad de su obra, sino también por la trascendencia de esta en sus contemporáneos y en las generaciones futuras, y en esto tanto Kertész como Delibes alcanzan una altura impresionante. Pero a los sesenta y ocho años no debemos aún consentir a la muerte que se lleve a uno de los más grandes, no debe darse por acabado el tiempo, no es de buen gusto que te llegue la hora tan temprano. Fue a esa edad hace unos meses que nos dejó Johan Cruyff, sin duda un Nobel del fútbol, protagonista de excepción de una época de este deporte, cuya influencia como jugador y como entrenador aún perdura, y que también ha plasmado en libros (unos cinco he contado en la red). Y los que somos amantes del balompié y vimos jugar y sufrimos, por nuestros colores, a Cruyff no dejamos de reconocer que es una figura excepcional del deporte, como Kertész, como Delibes para la literatura. José López Romero.  

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