LECTORES SIN REMEDIO

Este blog tiene su origen en la página semanal de libros de "Diario de Jerez", "lectores sin remedio", que llevamos escribiendo desde el año 2007. Aunque el blog no es necesariamente una copia de la mencionada página, en él se podrán leer artículos que aparecen en ella. Pero el blog, por supuesto, pretende ser algo más... Los responsables son los dos lectores sin remedio, de los que facilitamos la siguiente información: Ramón Clavijo es Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y es actualmente Técnico Superior Bibliotecario del Ayto. de Jerez de la Frontera. Está especializado en fondos bibliográficos patrimoniales. José López Romero es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y actualmente es Catedrático de Lengua y Literatura en el I.E.S. Padre Luis Coloma de Jerez de la Frontera. Especializado en la literatura dialógica del s. XVI y en la novela del s. XIX.

viernes, 24 de diciembre de 2021

DEDICATORIAS PARALELAS

“A Pilarita Azlor Aragón y Guillamas y a Isabelita Silva y Azlor Aragón. En las largas y solitarias horas de esta mi última enfermedad me imaginaba algunos días que veníais las dos, como tantas otras veces, y apoyadas en mis rodillas me pedíais que os contara un cuento; y para realizar en parte esta dulce ilusión os escribí entonces esta historia de ‘Pelusa’. Creo que esto será lo último que escriba; y no porque piense colgar mi pluma como el bueno de Cervantes, sino porque la enfermedad me la arrebató ya de las manos, y la muerte se encargará pronto de tirarla a la basura, que es el lugar más adecuado…” Firmaba la dedicatoria “Luis Coloma, S. J. Madrid, 2 de noviembre de 1912 (P. Luis Coloma, ‘Cuentos para niños’. Ed. Peripecias). Dos años y medio aproximadamente tardaron sus vaticinios en cumplirse, pues el 10 de junio de 1915 el Padre L. Coloma daba su alma al descanso eterno, cuando ya contaba sesenta y cuatro años, quizá ni él mismo pensara llegar a tanta vida después de que a los veintiuno se pegara accidentalmente un tiro en el pecho, por el que estuvo al borde de la muerte. En su celda del convento de los jesuitas de Madrid, aquejado de cientos de achaques, esa “mala salud de hierro” que lo acompañó durante toda su vida, Coloma cerraba con aquella dedicatoria uno de sus cuentos infantiles, ‘Pelusa’, que fue escribiendo a lo largo de toda su vida y a los que tanto quería. A 2 de noviembre, con ese frío que anuncia la inminencia del invierno, consciente y resignado a dar por acabado el oficio que tanto tiempo le ocupó y en el que tanto amor volcó, la escritura, Coloma seguramente recordaría también a aquel “Carlitos X, ilustre general y revoltoso chicuelo” a quien dedicó su cuento ‘Periquillo sin miedo’ porque “una noche en que habías enredado más que de ordinario, te cogí por la manita sin decir palabra, y te llevé al famoso torreón moruno, terror de los revolucionarios del Colegio. Por el camino me dijiste que habías pensado ser un general muy valiente y que, por lo tanto, a nada temías”. Pero sobre todo, recordaría sin duda su cuento más emotivo, ‘Ratón Pérez’, para el rey Alfonso XIII, entonces príncipe, y publicado por vez primera en 1894. En la edición de 1911 Coloma se lo dedica a “Su Alteza Real el Serenísimo Señor Príncipe de Asturias, Don Alfonso de Borbón y Battenberg” con estas palabras: “Hace cerca de veinte años que escribí estas páginas para S. M. el Rey D. Alfonso XIII, vuestro augusto padre. Permitidme, señor, que, al reimprimirlas hoy, las dedique a V.A. deseoso de que arraiguen en vuestra alma, tan honda y fructuosamente como arraigó en vuestro padre, la sencilla y sublime idea de la verdadera fraternidad humana…”. En 1616, Cervantes ponía el punto final a su novela ‘Los trabajos de Persiles y Sigismunda’, que ofrecía a Don Pedro Fernández de Castro, séptimo conde de Lemos. En ella decía el más grande de los ingenios españoles. “Ayer me dieron la Estremaunción y hoy escribo esta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir, y quisiera yo ponerle coto hasta besar los pies a Vuesa Excelencia; que podría ser fuese tanto el contento de ver a Vuesa Excelencia bueno en España, que me volviese a dar la vida. Pero si está decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los cielos, y por lo menos sepa Vuesa Excelencia este mi deseo, y sepa que tuvo en mí un tan aficionado criado de servirle que quiso pasar aun más allá de la muerte, mostrando su intención”. Cervantes daba su alma al eterno el 23 (22) de abril de 1616, cuando contaba sesenta y siete años de edad. José López Romero.

  

EMILIA PARDO BAZÁN, LA PIONERA

De la misma manera que parece haber un consenso entre los especialistas, en cuanto a atribuir los orígenes de la novela policiaca a aquellos espléendidos relatos cortos protagonizados por el detective Auguste Dupin de Edgar Allan Poe, y que se publicarían entre 1841 (‘Los crímenes de la calle Morgue’) y 1844 (‘La carta robada’), publicándose en 1842 ‘El misterio de Marie Roget’, no parece que suceda lo mismo si nos referimos a nuestro país. Algunos autores  han atribuido a García Pavón los orígenes tardíos del género en España, con su policía municipal de Tomelloso, Plinio, pero otros adelantan sus primeras manifestaciones incluso a 1853, con la aparición de ‘El Clavo’ de Pedro Antonio de Alarcón. Sin embargo sobre esta novela habría que decir que es evidente que está más cerca de esos relatos basados en hechos o sucesos reales de la época, que de las claves y características que hoy atribuimos al subgénero policiaco. Menos discusión parece despertar el caso de Emilia Pardo Bazán, que es autora de varios relatos que perfectamente encajan con lo que hoy entenderíamos por novela policiaca, como los titulados ‘Aljófar’ y ‘De un nido’, ambos publicados en sus ‘Cuentos’ (1902) y de los que el próximo año se cumplirán 120 años desde su edición. Sin embargo, quizás su relato policiaco de más fuerza e interés literario sea ‘La gota de sangre’ (1911), y donde el protagonista, haciendo gala de un gran poder deductivo, desvela el misterio de una muerte violenta a través de la mancha de sangre que aparece en una camisa. Esta escritora, conocedora de los relatos policiacos de Conan Doyle, aporta a este tipo de literatura  más relatos como ‘La cana’ (1909) o ‘En coche cama’ (1914), entre otros. Antes pues de ese numeroso grupo de  excelentes escritoras españolas que triunfan actualmente en la novela policiaca o negra, como Jiménez Bartlett o Dolores Redondo entre otras, ya Emilia Pardo Bazán a principios del siglo XX, elevaba el género en cuanto a calidad literaria e interés temático, dejándonos un ramillete de espléndidos relatos que aún hoy siguen despertando el interés de numerosos lectores, y la convierten en pionera de este subgénero literario en nuestro país.  Ramón Clavijo Provencio

  

lunes, 13 de diciembre de 2021

PAISAJES CON HISTORIAS

Escribía el  escritor jerezano Francisco Bejarano, en su  recomendable libro ‘Manual del lector y escritor modernos’, que  “Hay libros para leer,  pero son los menos… tanto es así que el año que disfrutamos de verdad con la lectura de cuatro o cinco puede considerarse como excepcional”. Sobre este asunto hay una anécdota que protagonizó Umberto Eco. Un periodista le preguntó si todos los libros que tenía en su biblioteca los había leído, a lo que él respondió que “por supuesto que no. Cualquier lector preparado sabe que hay libros para leer, y otros que se tienen por diversas circunstancias”. Pues bien este libro de los hermanos José y Agustín García Lázaro, ‘Paisajes con historias en torno a Jerez (2), tiene esas cualidades que lo convierten en uno de esos escasos libros de imprescindible lectura que surgen cada año, y a los que nos referíamos antes. Una de ellas es la manera en que el texto nos atrapa y nos impulsa  a seguir leyendo. En este sentido la barrera que muchas veces los lectores encontramos en demasiados libros, con un lenguaje excesivamente complejo y que los malogran, no lo encontraremos aquí. Cuando siendo un joven universitario inicié la lectura del libro ‘El hombre prehistórico’ de Robert J. Braidwood, aquel  que temí fuera un tratado de difícil comprensión, me resultó la más placentera de las lecturas pese a la complejidad del tema que trataba. La explicación estaba en la claridad no exenta de belleza del texto. En ‘Paisajes con historias’  también encontraremos esta gran virtud de las que les hablo, y que hacen de él un libro para disfrutar leyendo. Pero hay otro motivo por el que acercarse a sus páginas:  la de poner su foco de atención en esa parte de Jerez, la de su entorno, que precisamente ha estado fuera de foco, valga la redundancia, durante demasiado tiempo en nuestra historiografía. Poco sabemos aún de ese entorno y de los acontecimientos y empresas que en él  se han llevado a cabo a lo largo de los siglos, y menos aún de esa huella en el medio, en el paisaje, que ha ido dejando dicha actividad humana. Los autores ponen remedio a esto con un libro de imprescindible lectura, de esos escasos, insisto, que surgen al cabo del año y continuación de aquel que también editara   ‘Remedios, 9’  en 2020,  surgido como este de ese bloc ya de culto, “En torno a Jerez”, creado también por los hermanos García Lázaro. Y llegado a este punto solo nos queda animaros a seguir el consejo de la periodista Anne Fadiman cuando recomienda la lectura “in situ”, es decir leer determinados libros, y este es sin duda uno de ellos, en los lugares que describen. Ramón Clavijo Provencio

  

SIGNOS

 “¿Qué diferencia notas, father?” Habíamos coincidido mi hija y yo en la librería de cabecera y la preguntita hizo que girara a mi alrededor y al poco me di cuenta de que ¡toda una estantería estaba vacía! Solo colgaba el nombre de la sección “Astrología”. Ante la curiosidad, más que la sorpresa, el librero se adelantó a la pregunta: “Sí. Hemos tenido que retirar todos los libros y especialmente los relativos al zodíaco por obsoletos. Ha aparecido un nuevo signo y ya esos libros están anticuados”. No daba crédito. Pero mi hija, siempre ella, me guardaba (esta vez sí) la gran sorpresa. “Father, ¿y a que no sabes cómo se llama ese nuevo signo y qué fechas del calendario ocupa? Cáete: se llama “ofiuco” y lo más grande: ¡tú perteneces a ese signo!” Uno, aunque nunca ha sido llamado por las divinidades astrales por los caminos de la fe horoscopaliana, tiene su corazoncito y sus años a la espalda para que ahora le digan que en vez de sagitario eres un ofiuco indeterminado. La verdad es que, a pesar de mantener la compostura, no  me hizo la menor gracia la novedad. ¿Eso quería decir que durante toda mi vida había tenido una personalidad que no me correspondía? ¿Que respondía a unos rasgos emocionales, intelectuales e incluso a una eventual fortuna que no eran los míos? ¿Sería ahora compatible con mi mujer? ¿podría haberme tocado el euromillón si hubiera sabido antes que era ofiuco? Demasiadas preguntas se me agolpaban en la cabeza, demasiadas inquietudes. Tenía la sensación de haber vivido una vida impostada, un engaño, una vida que no me correspondía. Y lo que es más grave ¿cómo es un ofiuco? ¡Al menos para intentar dar el perfil y hasta la cara! Y llevar mi nueva identidad con la dignidad requerida y con orgullo para que puedan decirme “¡Pero qué ofiuco estás hecho!” José López Romero.

viernes, 26 de noviembre de 2021

COMUNEROS

 

Los que nacimos a mediados de los sesenta y cursamos la EGB recordaremos sin duda la asignatura llamada “Área Social”, un popurrí de historia, arte, civilizaciones..., adornado con capítulos para la formación del espíritu nacional, eso que hoy llamamos educación para la ciudadanía. Los “baby boomers” de hoy, que vivimos aquella época, memorizamos mucho rey godo, mucho Cid, mucha reconquista y mucho Reyes Católicos. Pero por otros asuntos (Inquisición, trato de los indígenas de América, expulsión de judíos y moriscos...), la materia pasaba de puntillas. Como también fue somera la información que recibimos de unos hechos que cumplen ahora quinientos años, las “Comunidades de Castilla”, más conocida como la revuelta de los “comuneros”. Se nos grabaron tres nombres: Padilla, Bravo y Maldonado. Y una batalla, Villalar, el pueblo donde el 24 de abril de 1521 los líderes del movimiento perdieron la cabeza y los herederos todos sus bienes. Era la primera vez que las ciudades, el poder local, plantaban cara a su rey, un extranjero que llegó a España con diecisiete años sin hablar una palabra de castellano y colocando a flamencos y borgoñones en las más altas magistraturas civiles y eclesiásticas. Y pidiendo dinero para costear su candidatura al trono imperial. Muchas ciudades castellanas se plantaron, estallando un conflicto que para algunos es la primera revolución moderna, con paralelismos con lo ocurrido en la Inglaterra del siglo XVII o en la Francia de finales del XVIII. Sobre el tema han corrido ríos de tinta, novelas incluidas, como la que en 1847 firma Víctor Du Hamel, “La Liga de Avila”, que llama a los comuneros los del “partido de la independencia”. Pero este quinto centenario está siendo especialmente fecundo en actividades culturales. La Junta de Castilla y León patrocina el proyecto “El tiempo de la libertad. Comuneros V Centenario”, que ha impulsado la ópera “Los Comuneros”, de Igor Escudero, que recorre las principales ciudades que vivieron la revuelta. El “Nuevo Mester de Juglaría” representó en junio en Segovia la versión sinfónica de una historia cantada que ya compusieran en 1972. Viajaba hacia Jaén Lorenzo Silva escuchándola cuando alumbró la idea de su última obra, “Castellano” (Destino, 2021). “Quizá se la pueda llamar novela. O quizá no. Decídalo quien la lea”, nos propone. Aunque nos dice que es el relato de un viaje, para mí serían dos, porque el autor madrileño con sangre andaluza recorre con los protagonistas los escenarios que vivieron los hechos, mientras se pregunta por la esencia de Castilla, de lo castellano. El periplo concluye en el Monasterio de la Mejorada, en Olmedo, donde el autor razona que podrían descansar los restos de Juan de Padilla, el primer comunero. Mientras aguardamos nuevos casos del sargento Bevilacqua, con “Castellano” Silva nos ha hecho la espera mucho más placentera. NATALIO BENÍTEZ RAGEL.

 

APLAUSOS

Algunos nacen estúpidos, otros alcanzan el estado de estupidez, y hay individuos a quienes la estupidez se les adhiere. Pero la mayoría son estúpidos no por influencia de sus antepasados o de sus contemporáneos. Es el resultado de un duro esfuerzo personal.”, así comienza el libro titulado ‘Historia de la estupidez humana’ de Paul Tabori, y si a esta cita le añadimos la afirmación de que “Una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio.”, que podemos leer en ‘Las leyes fundamentales de la estupidez humana’ de Carlo M. Cipolla; y abundando en el asunto traemos aquí la idea de que la estupidez es otro de los factores que nos diferencian de las máquinas por su imprevisibilidad, que leemos en ‘Lo imprevisible’, libro muy recomendable, como los anteriores, de Marta García Aller, ya tendríamos, en tres notas, una buena definición de la estupidez humana. El catorce de octubre pasado, en sesión plenaria del Congreso de los Diputados, al bajar de la tribuna Alberto Rodríguez, que había sido condenado unos días antes por el Tribunal Supremo por patear en una manifestación a un policía, compañeros y compañeras de su partido y de la coalición, entre ellas la vicepresidenta del gobierno, le dedicaron un aplauso. Es decir, los representantes del pueblo, los supuestos garantes de la democracia y el cumplimiento de las leyes aplauden a un individuo que le pegó patadas a un policía. Una versión moderna de aquel viejo tópico del “mundo al revés”, el de los estúpidos. Un día antes, el eterno Alfonso Guerra lamentaba que algunos asistentes al desfile de la Hispanidad hubieran abucheado a Pedro Sánchez y aplaudido a una cabra. Pues si me dieran a elegir entre la cabra y Alberto Rodríguez… José López Romero. 


viernes, 29 de octubre de 2021

LO IMPREVISIBLE

‘Lo imprevisible’ es el título de un libro escrito por la periodista especializada en temas tecnológicos Marta García Aller y publicado el pasado año por Planeta. Un ensayo que tiene como denominador común la relación del ser humano con las nuevas tecnologías y, en consecuencia, con el llamado big data o almacenamiento de datos de todo tipo y asunto que vamos acumulando a diario y de los que apenas tenemos ni conciencia ni control sobre ellos. Así visto ese dichoso big data, al lector un tanto sensible y un poco avisado en estos temas si, por un lado, no le coge de sorpresa mucha de la información que García Aller va analizando a lo largo de su trabajo; por otro lado, no resiste la tentación a medida que va leyendo de mirar a un lado y a otro, e incluso, si me apuran, a echar un vistazo por debajo de la cama, no vaya a ser que una cámara se nos haya colado por algún intersticio de la pared y nos estén convirtiendo en un pequeño pero muy visitado vídeo de TikTok. A poco que estemos documentados, no nos extrañan los avances en medicina, en relaciones personales, o en meteorología debidos en gran medida a las máquinas, por poner asuntos que trata con humor y un tono divulgativo admirables, lo que hace del libro una lectura amena y muy aleccionadora. Pero los datos van mucho más allá del simple conocimiento superficial del que solo se informa a través de algunos medios de comunicación. La ¿peregrina? idea de que el cambio climático se combatiría mejor con una humanidad más bajita, o el “furor” desatado por la novedad de los robots como juguetes sexuales, o que sepan las empresas de relaciones personales cuándo los clientes son menos exigentes en establecer o aceptar encuentros, o los algoritmos que pueden predecir y, por ello, prevenir los incendios en Seattle o los delitos en Nueva York, son trabajos que nos facilitan en la actualidad las máquinas, estos últimos citados a través de estudios realizados (¡asómbrense!) por una empresa española fundada y dirigida por una ingeniera española (¡Qué lejos queda ya aquella mítica y enorme Deep blue creada por IBM para intentar ganar al campeón del mundo de ajedrez Boris Kásparov allá por 1996!). Pero si de entre tanto dato y análisis tuviéramos que quedarnos con alguno, por mi parte me quedaría con tres. Uno, el control e información de los Estados y las empresas sobre los ciudadanos y usuarios o clientes a través de las cámaras de reconocimiento facial y de nuestros gustos y hábitos (cada “me gusta” es una fuente de información que nos identifica y clasifica, de ahí que debamos mirar a un lado y a otro antes de apretar el ratoncito); el segundo, que el humor es la única arma que tendremos los humanos si alguna vez las máquinas deciden pensar por su cuenta. Y el tercero, el llamado “crédito social” que inventaron los chinos (en esto del control son unos adelantados, menos en el virus), por el que un ciudadano ejemplar puede gozar de exenciones fiscales y descuentos de todo tipo. Pero, claro, en una sociedad en que los valores éticos e intelectuales están bajo mínimos, y la estupidez se cotiza por todo lo alto, ¿a quién calificaríamos como “ciudadano ejemplar”? Y no me obliguen a decir nombres. José López Romero.

  

DE ABDULRAZAK GURNAH A CARMEN MOLA


Cuando aún no  habíamos terminado de asimilar el fallo del premio Nobel de Literatura de este año, nos dábamos de bruces con una sorpresa si cabe aún mayor, al desvelarse el ganador (ganadores en este caso) del último premio Planeta. Desde luego ha sido una semana, literariamente hablando, para no olvidar. El primero, el galardón más prestigioso del mundo, parece instalado desde hace algún tiempo en la ceremonia de la confusión,  acrecentada con el escándalo destapado por el movimiento “Me Too” que obligó a suspenderlo en 2018, sensación que se acrecienta con fallos  como el de este año, que ha recaído en el tanzano Abdulrazak Gurnah. No conocemos nada de este escritor, del que en nuestro país como en el resto del mundo incluida Tanzania, se apresuran a reeditar o traducir libros que han pasado hasta ahora desapercibidos, y que no dudamos tendrán, qué menos,  calidad e interés. Pero  de lo que sí dudamos es que los motivos que hay tras este fallo sean exclusivamente literarios. El  Planeta, a diferencia del Nobel, es una convocatoria que busca y no encuentra, desde sus inicios,  un prestigio que trata de suplantar a base de talonario. La ceremonia donde se desvelaba el fallo de este año no fue sino la esplendorosa traca final, en la que se trataba de hacer pasar una meditada operación de marketing como el más pulcro de los fallos. Y así, como si estuviéramos asistiendo a uno de los espectáculos escapistas del gran Houdini, se desveló que  la obra premiada era ‘La Bestia’, aunque más que de ella se hablaría a continuación de esos tres autores que en ese mismo momento se desprendían de su disfraz de  Carmen Mola.  Y en este juego irrespetuoso con los lectores de estos nuevos “tres tenores”, el panorama literario perdía de forma tramposa a una escritora que había revolucionado el panorama de la novela negra española más gore, y de camino  oscurecía de forma injusta a otra mujer, en esta ocasión real, Paloma Sánchez Garnica que con el libro ‘Últimos días en Berlín’ resultaba finalista de esta sorprendente edición del Planeta. Ramón Clavijo Provencio. 

jueves, 21 de octubre de 2021

CEREMONIAL DE LECTOR

Los lectores siempre tendemos a hablar o escribir de nuestras malas o buenas lecturas. Parece lógico por tanto que, a veces, nos sea imposible frenar el ansia de alabar el último libro que nos emocionó –cómo no mencionar ahora a Víctor Colden y su ‘Veinticinco de hace veinticinco’ -, mientras otras toca desfogar nuestra rabia por la  desilusión y pérdida de tiempo que nos ha supuesto la lectura de la última novela de este o aquel laureado escritor. Sin embargo, es menos corriente que  hablemos o escribamos sobre el ceremonial del lector, esas reglas no escritas que todos seguimos con sus variantes particulares y sin las cuales quizás la lectura no tendría ese irresistible atractivo que nos tiene atrapados desde siempre. En ese ceremonial es una pieza esencial el tiempo, y aunque para algunos -aquellos que transigen en leer allí donde les pille-  puede parecer secundario, es evidente que su falta distorsiona la lectura. Es preciso recordar ahora que a finales del siglo XVIII y parte del XIX la administración del tiempo adquirió tal importancia, que se intentó racionalizar su utilización proponiendo un cuadro horario en el que  enmarcar las tareas diarias, y donde se incluía por supuesto a la lectura. No es baladí, pues, tener tiempo para poder leer ya que, como todo buen lector o lectora conoce, la lectura está reñida con las prisas. En ese ceremonial del lector nos detendremos ahora en otro asunto aparentemente “menor”: el de  nuestro lugar preferido para la lectura. En mi caso todo sería más complicado sin ese rincón donde está el viejo sillón ajado por el uso, al que el paso del tiempo y de la luz ha  descolorido la tapicería pero que nos negamos a sustituir por el miedo teñido de cierta superstición novelesca, de que sin él quizás no podríamos habernos apasionado tanto con la lectura de ‘La muerte del Comendador’ de Murakami  o, quizás, habríamos sido más benevolentes con el último y arriesgado libro del gran Paul Auster, ‘La llama inmortal’ (con el que se  aleja un poco más de aquel autor, al que sigo admirando, que escribió la maravillosa ‘Broklin Follies’) . Y de la misma manera que para la lectura como la entiendo se necesita tiempo y un lugar adecuado, la elección de lo que leemos, quizás la parte más apasionante del ceremonial del lector, sería impensable imaginarla azotados por la prisa. Por ello las visitas a nuestras librerías preferidas son, quizás ahora más que nunca en estos tiempos de Amazon, el elemento clave de todo este ceremonial de la lectura y sin el cual sería imposible, en esa búsqueda entre calles estrechas de atestadas estanterías, encontrar tesoros inesperados como ‘Helena o el mar del verano’ de Julián Ayesta o ‘Morir en primavera’ de Ralf Rothmann, que han dejado honda huella en mi memoria. Ramón Clavijo Provencio.

  

DAVID GISTAU

Que nuestro país siempre ha contado con excelentes periodistas no es ningún descubrimiento. Desde los tiempos de aquel “Fígaro”, pseudónimo bajo el que se escondía el gran Mariano José de Larra, en la primera mitad del XIX, con quien sin duda comienza el periodismo moderno, y la inabarcable cantidad de periódicos que proliferaron a lo largo de aquella centuria, hasta nuestros días, la nómina de periodistas del pasado siglo que podríamos citar sobrepasaría con creces los límites de esta página y de las siguientes. Los nombres de Manuel Chaves Nogales y César González Ruano, gozan actualmente del suficiente prestigio como para llenar ellos solos la primera mitad del XX; y ya en el último cuarto, el de la democracia, me voy a permitir citar, por simple gusto personal, a  Martín Prieto y a Joaquín Vidal, pues inolvidables fueron del primero las crónicas del juicio a los acusados por el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, y del segundo sus inigualables crónicas de las corridas de toros; sin ser yo aficionado al arte, las leía con verdadero placer. Cuatro nombres que son solo una mínima representación de la riqueza y calidad de nuestro periodismo. Por eso, cuando a través de distintos periódicos me topé con los artículos de David Gistau, no pude por menos que reconocer en su estilo a uno de los grandes del género. Y cuando hablamos de “grandes” nos referimos a aquellos escritores que consiguen darle una vuelta más a la forma clásica de tratar los textos y las noticias, los que logran un estilo tan propio como reconocible. Cada artículo de Gistau es una exigencia para el lector, un reto por alcanzar su altura e inteligencia, para llegar a ese grado de complicidad con el autor. Hace unos meses se publicó una selección de sus artículos bajo el título de ‘El penúltimo negroni’ (Random House), en homenaje a su prematura muerte a los cincuenta años. Una pérdida irreparable. José López Romero. 

viernes, 1 de octubre de 2021

EL OCASO DEL IMPERIO

Desde la ventana puede ver entre los picos las últimas nieves que el tibio sol de primavera aún no ha logrado fundir. Él, arrebujado en una manta, achacoso de mil dolores y cicatrices, espera y recuerda. Retirado en aquel rincón de La Rioja, después de tantos afanes, de guerras, viajes, estrecheces e intrigas solo le queda la memoria pero también el olvido. Después de toda una vida al servicio del imperio, nada le queda salvo ese rincón de la tierra que lo vio nacer, allá por 1518, y que será también la que lo cubra, porque ya solo espera a la muerte. “Yo, Ioan de Spinosa, humil vasallo de Vuesa Magestad, dize que hauiendo partido de su corte por el mes de abril del año presente con orden de Vuesa Magestad para boluer a servir a Venecia, se puso en camino y siguió su viaje con harto trabajo y necesidad, por no hauer querido ser molesto a Vuesa Magestad en demadalle ayuda de costa y que llegado a Milán cayó malo de calenturas…”, escribía en 1565. Sus recuerdos se agolpan en tropel en su cabeza. Aquellas fiebres por poco se lo llevan por delante. ¡Y Venecia! A la que por fin, después de dos meses, “en que se puso en nuevas deudas”, pudo arribar para ponerse de nuevo al frente de toda la información sobre la construcción de la armada y de los movimientos que el Turco preparaba para castigar las costas de la cristiandad. Venecia era un hervidero de espías, de buitres al acecho de noticias que él bien sabía hacer llegar a la secretaría del emperador y después de este a la del gran don Felipe II. “Por las últimas cartas que esta Señoría tiene de Constantinopla de 24 hasta 30 de agosto, se entiende que el Turco hauía mandado que se fabricasen de nueuo quarenta galeras…”. A sus sesenta y dos años repasa toda su vida. Su bautismo de armas, cuando apenas contaba con diecisiete años, en la guerra de Túnez que el emperador conquistó, o acompañando a don Pedro González de Mendoza en las guerras del Piamonte, o cuando tuvo que sofocar a la infantería española amotinada, hasta su asentamiento en Venecia, como “secretario de la cifra y de las cosas de Estado”. Pasa por su memoria como en postales toda la geografía de Europa en la que guerreó: Francia, Sicilia, Nápoles, Toscana, Romagna, Lombardía, Piamonte, Flandes y Alemania. Y siempre con peticiones de amparo para su necesidad y para saldar deudas contraídas al servicio del imperio: 150 escudos de renta; merced de 200 escudos concedido por don Gabriel de la Cueva, gobernador de Milán; al menos 20 escudos para cubrir los gastos de aquellas malditas fiebres de Milán… En 1580 publica Juan de Espinosa el ‘Diálogo en laude de las mugeres’, y confiesa: “algunos errores tocantes a la orthographía o cosas semejantes, excúseme el no podello emendar  la enfermedad grave con que al tiempo que se imprimía yo me hallaba”. Cae la tarde y con ella ese sol de primavera que no alcanza a calentar a un viejo olvidado por la historia. Tres siglos y medio más tarde otro viejo español escribiría uno de sus últimos versos: “estos días azules y este sol de la infancia”. José López Romero.

 

LOS IRRESISTIBLES “OLORES Y SABORES” DE LA NOVELA NEGRA

Hace unos días recibía una invitación por parte de un conocido restaurante italiano, para degustar un menú homenaje a la gran escritora norteamericana, aunque veneciana de corazón, Donna León, creadora del comisario Brunetti, gran amante de la cocina. No hacía mucho el mismo restaurante había iniciado tan atractiva propuesta con un homenaje en Madrid a Camilleri, por lo que deduzco que la iniciativa tendrá aún más recorrido en el tiempo. Pero les comento esto porque me parece relevante que ideas como la anteriormente mencionada, ponga en un primer plano para el público en general, la relevancia que la gastronomía tiene dentro del universo de la novela policiaca o negra, si prefieren este último término. Y ya que estamos en ello cómo no mencionar al gran cocinero y escritor Xabier Gutiérrez, al que se le atribuye haber inaugurado en nuestro país eso que alguno ha denominado “gastronomic noir”, con una tetralogía, “Los aromas del crimen”, de las que hasta ahora se han publicado los libros ‘El aroma del crimen’, ‘El bouquet del miedo’ y ‘Sabor Crítico’, todas protagonizadas por el subcomisario de la ertzaintza Vicente Parra. No, la novela policiaca o negra, como quieran, no está, que también, impregnada solo de los aromas del tabaco, el café, o el bourbon sino por el de la variada gastronomía en la que sus personajes nos introducen a los lectores. La verdad es que no podemos imaginarnos las novelas de Maigret sin sus rondas por incontables bares o restaurantes de París o a nuestro Pepe Carvalho sin sus devaneos con la gastronomía catalana, y así podríamos seguir con una lista tan larga como apetecible. Pero como sería imposible en estas breves líneas, seamos realistas, abarcar en su totalidad esa faceta gastronómica de este afortunado género literario, nos despediremos con el detective Nero Wolfe creación de Rex Stout, quien en el libro “Demasiados cocineros” nos deja un ejemplo sublime de esa íntima relación entre  la novela negra y la gastronomía. Ramón Clavijo Provencio  

lunes, 16 de agosto de 2021

LECTURAS PARA VERANO III


Cuando Lázaro anduvo

Fernando Royuela. Alfaguara, 2012.

Después de una gris vida laboral como empleado de banca, Lázaro sufre un ERE que lo lleva de cabeza a la prejubilación (hasta aquí la historia del protagonista por desgracia no dista mucho de la de miles de españoles). Y cuando “disfruta” de su obligado retiro, un derrame cerebral lo lleva a urgencias, cuyos médicos le certifican la muerte. Al ser conducido a la morgue, de forma inexplicable resucita y les pide a los camilleros un cigarrillo. Devuelto a este mundo, la vida de Lázaro da un vuelco total en el que más que protagonista de su destino, termina por convertirse en espectador de una serie de acontecimientos a los que asiste a veces aburrido y cansado, y otras divertido. Fernando Royuela con un estilo en la mejor tradición irónica de nuestra literatura, nos va describiendo y criticando una sociedad que no sabe qué hacer con una inoportuna resurrección. Magnífica. J.L.R.


Cuentos completos. (2º volumen, 1909/1937)

Edith Wharton. Páginas de Espuma, 2019


Los escritos viajeros de esta norteamericana, ‘En Marruecos’, ‘Viaje por Francia en cuatro ruedas’ o sus ‘Travesías por España, Francia, Italia y el Mediterráneo’, me proporcionaron en el pasado momentos de emoción y admiración. Wharton día tras día vencía, sin duda, los convencionalismos de la sociedad del momento. Gana el premio Pulitzer y fue la primera reportera de guerra. Pero aparte de sus excelentes libros de viajes o el alabado y conocido ‘La edad de la inocencia’, a Edith Warton podemos incluirla entre esos pocos escritores maestros de un género tan difícil como el del relato breve. En este segundo volumen (el primero ya fue comentado en esta sección) comprende el periodo 1909/1937. Una acertada selección, tanto en su temática como en la altura literaria de los mismos. R.C.P. 

domingo, 8 de agosto de 2021

EL ECO LEJANO DE LOS LIBROS QUE NUNCA EXISTIERON

Durante siglos algunos escritores han hecho girar sus historias en torno a libros que nunca se escribieron, como el “Segundo libro de poética de Aristóteles” (“El nombre de la Rosa”, Umberto Eco), “El Necromicón” (“El Sabueso”. H.P. Lovecraft) o “El libro de arena” (“El libro de arena”, Jorge Luis Borges) entre otros. Lo cierto es que la genialidad de las historias donde son mencionados nos ha hecho dudar alguna vez sobre la existencia o no de dichos libros, aunque en realidad sean fruto de la genialidad de un reducido número de escritores y escritoras. Sin embargo, tras este aparente juego literario, encontramos algunas motivaciones más allá de las puramente literarias, y no es la menor el deseo consciente o inconsciente, de que a través de la literatura recuperemos de alguna manera libros que alguna vez existieron, de los que tenemos alguna vaga prueba de su existencia y que por algún motivo u otro desaparecieron. Desde la pasada década la ciencia está inmersa en un gran reto como es desentrañar el contenido de los más de 1.700 rollos de papiro, que aparecieron carbonizados en el siglo XVIII en la villa de Pisón, hoy conocida como la “de los papiros”. Podemos decir que es hasta el momento la única biblioteca que ha llegado del mundo clásico a la actualidad. Esta biblioteca, aún de contenido esquivo, podría contener textos desconocidos de autores clásicos, aquellos a los que Carl Sagan se refería cuando escribió “Hemos superado en mucho la ciencia que el mundo antiguo conocía, pero hay lagunas irreparables en nuestros conocimientos históricos. Imaginemos los misterios que podríamos resolver sobre nuestro pasado si dispusiéramos una tarjeta de lectura para la desaparecida biblioteca de Alejandría” (“Cosmos”. Planeta. Barcelona, 1982). Creemos pues que la literatura de alguna manera, con maravillosas historias inventadas, sí, pero que se inspiran en vagas noticias de libros que alguna vez existieron, ha sido bálsamo para paliar la perdida de tantas maravillas que el paso del tiempo nos arrebató. Hace algunos años, cuando investigaba sobre el periplo de algunos viajeros por la España de la Ilustración, me topé con una referencia a un libro para mi desconocido. El manuscrito en cuestión era “Juan Palomino contesta a Tomás López, geógrafo, sobre el termino de Xerez” de Juan Javier Ximénez de Segovia y López de Spínola, fechado en Jerez en 1796. Para mí, a partir de ese momento, se convirtió su localización en una prioridad. Pasado un tiempo, hallé un fino hilo que me hizo mantener cierta esperanza en localizarlo. Aquel manuscrito pareció pertenecer en algún momento a la biblioteca privada del poeta José Carlos de Luna. Pero luego llegó el confinamiento motivado por la COVID 19, y todos nos vimos marcados por otras prioridades existenciales. Cuando la situación sanitaria nos permitió tímidamente retomar nuestras rutinas, volví sobre el asunto del manuscrito. Ya era tarde. La biblioteca de José Carlos de Luna hacía tiempo se había fraccionado, y no había constancia del destino de muchos de sus ejemplares entre ellos el manuscrito de Ximénez de Segovia. Desistí con pesar de aquella búsqueda, aunque hoy, al hilo de estas líneas, quién sabe si aquel manuscrito perdido será motivo de inspiración para otra apasionante historia. Ramón Clavijo Provencio

lunes, 2 de agosto de 2021

LECTURAS PARA VERANO II


Olga

Bernhard Schlink. Anagrama, 2019

No descubrimos nada si afirmamos que Schlink es uno de los mejores escritores alemanes  contemporáneos. Su espléndida ‘El lector’ quizás sea el ejemplo más recurrido para ratificar lo que decimos. Pero a la vez que esta novela, luego llevada al cine en una gran versión, tiene otras de menos repercusión popular pero que como ‘Mujer bajando una escalera’ sigue mostrándonos el enorme talento de este escritor para profundizar en los sentimientos y a la vez hurgar en el pasado más incomodo de la historia europea. En ‘Olga’ la novela trascurre bajo tres perspectivas, que lejos de estorbar la lectura, se enriquecen unas a otras para culminar en un emocionante final. Un narrador en tercera persona, un estudiante de los años cincuenta y unas cartas serán el hilo conductor de una historia en pos de la intensa y trágica vida de una mujer. R.C.P. 


Magnetizado

Carlos Busqued. Anagrama, 2018.


El pasado 29 de marzo encontraban muerto en su casa a Carlos Busqued. Contaba 50 años de edad. Había nacido en Roque Sáenz Peña, provincia de Chaco (Argentina) en 1970 y vivía desde hacía años en Buenos Aires. La editorial Anagrama ya le había publicado varias novelas, entre las que destacan ‘Bajo este sol tremendo’ y la que aquí reseño ‘Magnetizado’. Con ecos de ‘A sangre fría’ de Truman Capote, Busqued va desentrañando a lo largo de esta novela o crónica o serie de entrevistas la personalidad de Ricardo Melogno, quien sin justificación o motivo alguno mató en septiembre de 1982 a cuatro taxistas con el mismo “modus operandi”: un disparo en la cabeza desde el asiento de atrás del propio taxi. Busqued recoge en su narración todo tipo de materiales, entre los que destaca la serie de entrevistas que le hizo al mismo Melogno en la cárcel. El relato del asesino y su paso por las cárceles y los manicomios es realmente estremecedor. Muy recomendable. J.L.R. 

viernes, 16 de julio de 2021

LECTURAS PARA VERANO I

Romanticismo

Manuel Longares. Cátedra, 2008.

Ya lo he dicho en varias ocasiones: uno a veces llega a ciertos, a muchos libros un poco tarde, pero bendito el momento en que se llega. Y esto me ha pasado con esta monumental novela de M. Longares que ya puede considerarse con todo merecimiento una de las obras maestras de nuestro siglo, aunque solo hayan transcurrido dos décadas de este. Con una prosa brillante, apabullante, que deja extasiado al lector, y por momentos anonadado, Longares nos relata la historia del “cogollito”: la vida de la alta burguesía madrileña (barrio de Salamanca) desde los días anteriores a la muerte de Franco hasta los finales del siglo XX, con la victoria socialista (¡qué ha sido de aquel partido!) en 1982. La inquietud, el desasosiego de una clase adinerada y ociosa ante un futuro incierto y cómo va evolucionando a través del tiempo y los cambios que se producen en la generación posterior, son los temas tratados con la maestría narrativa y deslumbrante de Longares. Imprescindible. J.L.R.

 

El campeón ha vuelto

J.R. Moehringer. Duomo, 2016

Es este un libro que en nuestro país fue descubierto tardíamente, tras el éxito que su autor cosechó con dos libros posteriores ‘Open’ (2014) y el espléndido ‘El bar de las grandes esperanzas’ (2015). Y sin embargo esta novela corta que gira en torno a la búsqueda por parte del propio autor, en sus inicios como periodista, de un boxeador que tuvo un cierto éxito en la década de los 50 del pasado siglo, contaba con muchos atractivos para ser editada en castellano en el ya lejano 1997, fecha de edición en los Estados Unidos. Uno de ellos, haber sido finalista del premio Pulitzer de ese año. Sin embargo, hubo que esperar a 2016 para introducirnos en la más que apasionante historia de Bob Satterfield y cuya pista parece perderse en un vagabundo que deambula por las calles de Los Ángeles y se hace llamar “Campeón”. R.C.P.


domingo, 4 de julio de 2021

CABALLERO BONALD

Pasado ya un tiempo prudencial, el que dista del dolor a la aceptación resignada de la pérdida, tiempo en el que los escritores ya reposan en sus obras, a disposición, como siempre lo están, de los lectores, quiero, si me lo permiten, contar mis encuentros con la obra de J.M. Caballero Bonald. No sé si fue antes la lectura de ‘Dos días de setiembre’, en la edición de Argos Vergara (1979) o de ‘Selección natural’ la antología al cuidado del propio Caballero que publicara la editorial Cátedra allá por 1983, mis primeros encuentros, lo cierto es que son dos lecturas a las que les he sacado un buen partido, pues la novela fue la protagonista de una de la sesiones del club de lectura de la biblioteca municipal, y algunos poemas de aquella selección (“Espera”, “Nombre entregado”…) se los leo todos los años a mis alumnos en un intento, siempre desesperado, de que pongan al menos un verso, un poema en sus vidas. Más tarde el buen criterio que ahora falta hizo de ‘Toda la noche oyeron pasar pájaros’ lectura obligatoria de aquel tan recordado C.O.U., y así nuestro alumnado pudo disfrutar, si eso es posible cuando la lectura se impone por decreto, de la prosa de Caballero. Y con una periodicidad que no entendía de plazos fijados, sino de gustos y oportunidades, fui adentrándome en el universo narrativo de Caballero en torno a los paisajes de la baja Andalucía: ‘Ágata, ojo de gato’ (de la que conservo una edición de Bruguera, 1977), ‘Campo de Agramante’ y ‘En la casa del padre’, que también propuse con éxito para otra sesión de mi querido club. Y para entender mejor al escritor y también a su obra dos textos, uno leído y otro en consulta, tengo a mano por si falta me hicieran: ‘La costumbre de vivir’, el segundo volumen de sus memorias, y el estudio que le dedicara a sus novelas José Juan Yborra Aznar titulado ‘El universo narrativo de Caballero Bonald’ (Diputación de Cádiz, 1998), el mismo excelente investigador que publicara en la revista ‘Trivium’ (nº 10, 1998) el artículo “Suma bonaldiana, aproximación a los títulos bibliográficos sobre la obra de creación de José Manuel Caballero Bonald”. Y por supuesto, tan a la misma mano, a tiro de brazo, tomo de vez en cuando de la estantería su ‘Somos el tiempo que nos queda’ y leo algunos poemas, sueltos, los que el azar pone ese día ante mis ojos, y termino siempre por releer aquel “Espera” (“Y tú me dices / que tienes los pechos rendidos de esperarme, que te duelen los ojos de estar siempre vacíos de mi cuerpo, / que has perdido hasta el tacto de tus manos / de palpar esta ausencia por el aire, / que olvidas el tamaño caliente de mi boca…”) y, por supuesto, “Nombre entregado” (“Tú te llamabas tercamente Carmen / y era hermoso decir una a una tus letras, / … Ahora es de noche y tú no tienen nombre, / a nadie pertenecen tu voz, tus adjetivos, / mientras cae la lluvia / mansamente y es más torva la vida / cuando al llamarte sé que ya no tienes nombre…”). Y cuando termino de leer estos versos siempre hago el propósito de leérselos al día siguiente  a un grupo de alumnos, para que pongan al menos por un día un poema en sus vidas. Y cuando los leo en clase siempre se produce el milagro: el silencio. José López Romero. 

EL AJEDREZ EN LA MEMORIA

No podemos afirmar que nuestro país haya sido, y menos aún sea en la actualidad, un lugar donde el ajedrez haya alcanzado la popularidad que sin duda tiene en otros lugares. Y sin embargo este juego, definido equivocadamente como elitista por algunos, parece siempre haber estado muy presente aunque en un segundo plano en nuestras vidas. En muchos domicilios, muchas veces arrinconado, tenemos un tablero olvidado del que no recordamos cuándo lo adquirimos o para qué. En mi memoria recuerdo en el peregrinaje anual que todos los veranos realizaba mi familia a Los Barrios para pasar el verano, cuando aquella  población era aún un pintoresco pueblo y no una ciudad dormitorio de Algeciras, aquel pequeño club de ajedrez en el que aprendí las reglas del juego siendo un adolescente. Luego vendría la adquisición de dos libros que aún conservo: ‘Tratado elemental de ajedrez’ de Ricardo Aguilera, pero sobre todo el ‘Lecciones de ajedrez’ de J.R. Capablanca, el gran maestro cubano, que con una prosa brillante introducía al lector en partidas míticas protagonizadas por grandes maestros, y al que atribuyo  mi temporal obsesión por el juego, en el que nunca llegué a destacar. Aquel viejo libro me viene a la memoria tras leer el de muy reciente aparición ‘Cuentos, Jaques y Leyendas’, del profesor Manuel Azuaga, que rescata del olvido una serie de magnéticas historias, protagonizadas por personajes conocidos como Humphrey Bogart, Miguel de Unamuno, Nabokov o Stanley Kubrick entre otros, y donde el ajedrez es la pieza, nunca mejor dicho, principal. El año pasado leí con interés otro libro ‘El peón’ escrito por Paco Cerdá. En él se rescataba una vieja historia protagonizada por nuestro mejor ajedrecista hasta el momento, Arturo Pomar, aquel niño prodigio  que al final de su carrera firmó unas tablas con el joven americano Bobby Fischer, en el campeonato mundial de Estocolmo de 1962. En fin, libros sobre un juego tan maravilloso como poco cuidado en este país, y que quizás contribuyan a llamar la atención de algún futuro genio de las tablas, aunque hoy aún ni siquiera conozca el movimiento de las piezas sobre el tablero. Ramón Clavijo Provencio 

sábado, 19 de junio de 2021

LECTURAS SOSTENIBLES

En 1987 la ONU define el desarrollo duradero (o sostenible) como aquel “que satisface las necesidades de la presente generación sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”. En 2015 aprobó la resolución “Transformar el mundo: la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible”, un plan de acción en favor de las personas, el planeta y la prosperidad, fortaleciendo la paz a través de los diecisiete “Objetivos de Desarrollo Sostenible” (ODS). La IFLA (Federación Internacional de Asociaciones de Bibliotecas), había estado trabajando para involucrar a las bibliotecas en los ODS, destacando su papel en el “acceso a la información como un derecho humano básico y como precondición para el ejercicio de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales que pueden acabar con el ciclo de pobreza y apoyar el desarrollo sostenible”. La Fundación MUSOL (Municipalismo y Solidaridad), nos obsequió en 2018 con el documento “Modelo de transversalización de los ODS en las políticas municipales y de rendición de cuentas ante la ciudadanía y ante las autoridades designadas”. Entre las actividades que proponía para que las bibliotecas se alinearan con los Objetivos de la ONU se encontraban los “clubes de lectura sostenibles”, apostando por novelas y relatos que incitaran a la discusión sobre aquellos. Citamos algunos ejemplos. “La isla bajo el mar” (Isabel Allende, 2009) nos relata la azarosa vida de Zarité, una esclava que consigue superar las dificultades y abrirse camino para alcanzar la felicidad, argumento idóneo para la discusión sobre el Objetivo número 5 (Lograr la igualdad de géneros y empoderar a todas las mujeres y niñas). “El señor presidente(Miguel Angel Asturias, 1946), es una denuncia de la dictadura que puede provocar debates en torno al Objetivo número 16 (Paz, justicia e instituciones sólidas).  “Los santos inocentes” (Miguel Delibes, 1981), donde una familia humilde de la Extremadura profunda es sometida a un régimen de explotación casi feudal, nos permite plantear los Objetivos números 1 (Fin de la pobreza) y 10 (Reducción de las desigualdades). Para los menores MUSOL nos propone cuentos como “Barnabo de las montañas (Dino Buzzati, 1959), una fábula moral en una prosa evocadora del mundo poético fantástico que alberga el bosque (Objetivo número 13: adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos); o “Valeria” (García Hernández, 2015), un relato online sobre una niña guatemalteca que padece los efectos de la falta de acceso al agua y al saneamiento en la infancia y en la educación (Objetivos números 4, garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad ; y 6, garantizar la disponibilidad de agua y su gestión sostenible  y el saneamiento para todos). Los “libros humanos” o los “GPS literarios sostenibles” son otras tantas maneras de concienciar sobre las encomiables metas propuestas para 2030. Conseguirlo o no entra dentro del terreno de la incertidumbre, pero al menos hablamos de ello. Que ya es algo. NATALIO BENÍTEZ RAGEL.        

ALBERT PLA

“Me dio un infarto y me llamó la muerte, pero no fui porque hablaba castellano”, es la frase que algunos medios de comunicación han destacado de la entrevista que hace unas semanas le hicieron al cantante catalán Albert Pla. Al margen de la figura siempre controvertida y polémica del proyecto de cadáver, al leer la frase me dije: “bueno, otra gracieta independentista”. Y la verdad es que molesta o, al menos, desagrada esos insultos absurdos y gratuitos a símbolos nacionales que al fin y al cabo son señas de identidad de un país y, si se trata de nuestra lengua, de una cultura que traspasa los límites de lo nacional para elevarse a lo universal. Y más lástima nos da cuando los que tienen que poner en su sitio a personajes como estos, dan la callada por respuesta. Y es una pena que este cambembo mental pretenda sin éxito, por supuesto, insultar al castellano porque Cataluña en general y, particularmente Barcelona han estado muy vinculadas a la obra por excelencia de nuestras letras, el ‘Quijote’, como así demostró y analizó con todo detalle el gran cervantista catalán Francisco Rico en su ensayo titulado ‘La barretina de Sancho, o Don Quijote en Barcelona’, incluido en su libro ‘Tiempos del Quijote’ (Barcelona, Acantilado, 2012). Pero de esto con total seguridad el tal Pla no tenga ni puñetera idea, se le ve en la cara. Y más pena produce aún, cuando grandes catalanes tanto han dado a la literatura española, que es lo mismo que engrandecer nuestra lengua. Pero tampoco de esto seguramente tenga ni idea el individuo Pla. Pero de algo debe estar seguro Pla: que la muerte se lleva por delante a todo bicho viviente, y lo mismo la próxima vez le hable en catalán para que la entienda mejor. Porque la muerte se lleva a los inteligentes y a los imbéciles. ¡Lástima que a estos no se los lleve antes! José López Romero.

sábado, 5 de junio de 2021

"LAS FORMAS DEL ENIGMA" DE JOSÉ LUPIÁÑEZ

Unos versos del divino Borges nos vienen a la cabeza después de leer el último poemario de José Lupiáñez titulado ‘Las formas del enigma’ (ediciones Carena, 2021), que dicen así: “Si (como el griego afirma en el Cratilo) / el nombre es arquetipo de la cosa, / en las letras de rosa está la rosa / y todo el Nilo en la palabra Nilo” (de su poema “El Golem”). Si extrapolamos o trasladamos la cita al nuevo libro de Lupiáñez podemos afirmar que en ‘Las formas del enigma’ se contienen, a modo de compendio, todos los libros del poeta, como si esta última “rosa” fuera el arquetipo de todos sus versos, como si estos poemas contuvieran todos sus Nilos. Después de aquella ya muy lejana ‘Laurel de la costumbre’, antología que recogía su quehacer poético desde 1975 hasta 1988 (ya ha llovido desde entonces), Lupiáñez no ha parado de entregar a la imprenta, en dosis muy bien escogidas, buena muestra de su evolución poética hasta llegar a este nuevo poemario que iguala, contiene y supera a los anteriores. De ‘Número de Venus’ (Campo de Plata, 1996) vuelve el poeta a la brillantez del verso alejandrino, metro constante en sus posteriores libros, pero que en ‘Las formas del enigma’ nos trae un recuerdo más vívido de aquel poemario de 1996. Hay mucho en su espléndido “Soliloquio del navegante”, poema inicial de ‘Las formas…’ de aquel también inicial ‘Pórtico’ de ‘Número…’ y no solo el alejandrino, sino especialmente la vida como viaje a veces irreal, imaginario, y sobre todo la conciencia del paso del tiempo. Quizá, no en vano han pasado más de veinte años, se observa en el “Soliloquio del navegante” una conciencia mayor de la ausencia, de lo irremediablemente perdido. Y si estos pueden considerarse temas recurrentes en la poesía de Lupiáñez, sobre todo de sus versos más intimistas, de los que excelentes muestras tenemos en su libro ‘La edad ligera’, no pocos encontramos de ellos en ‘Las formas del enigma’: “Despedida” o “En penumbra” son dos buenos ejemplos de ello. Tampoco renuncia el poeta al exotismo, a esos ambientes orientales de los que ya habíamos gustado en ‘La luna hiena’ (1997. Dedicado a Marisa Rodríguez, siempre en nuestro recuerdo): “Mujeres cubiertas” de Casablanca o “Noche de Alejandría” nos traen ecos de “Favorita” o de “Samair” del poemario de 1997. Pero si tuviéramos que destacar algo fundamental de este nuevo poemario de José Lupiáñez, nos quedaríamos con dos elementos; uno recurrente en toda su  poesía (recordemos la cita de Borges), y otro que ha ido incorporando en sus últimos libros y que definen como pocos su estilo. El primero y como expresión más acabada de su sentido y conciencia de la vida como viaje: el mar, que a veces se nos ofrece como puerto en el que guarecernos de los avatares del destino (de ahí el título de otro de sus libros ‘Puerto escondido’. 1999), y en otras ocasiones somos solo náufragos de un tiempo inhóspito. Y el otro, el verso largo, en la mejor tradición de Rosales o de Dámaso Alonso. Su último poema “El ausente” cierra un poemario como lo inició con preguntas para las que el poeta, desde su profunda madurez, tiene una sola respuesta: el lamento por lo perdido. José López Romero.     

  

EMILIA PARDO BAZÁN Y SUS LIBROS

Olvidada salvo para un círculo muy reducido de intelectuales, parece ahora ponerse de moda esta gran escritora, más que por una recuperación de su interesante obra, por  otra serie de noticias que han captado la atención popular, incluso de aquellos que jamás han leído ni tienen intención de leer alguno de sus libros, ni siquiera esas cartas “picantonas” que la gallega intercambió con otro grande de la literatura, Benito Peréz Galdós y que han sido reeditadas recientemente (‘Miquiño mío. Cartas a Galdós’. Turner, 2020). Pero creo que no nos equivocamos al afirmar que ha sido el litigio de los Franco con el Estado durante los últimos años,  por el Pazo de Meirás, residencia de doña Emilia en vida, la que la ha puesto como nunca desde hace décadas bajo la lupa de la atención pública a la escritora. En el Pazo se conserva aún parte de la biblioteca privada de doña Emilia, unos 3000 volúmenes, no todos en buen estado y que sobrevivieron a  un incendio en el edificio en 1978, circunstancia que convenció a Carmen Polo, ya viuda de Franco, a donar parte de aquella biblioteca, unos 7000 volúmenes a una institución que garantizara mejor su conservación, la Academia gallega (RAG). Aún no sabemos el final de los miles de libros que quedan en el Pazo, ni por qué no pasaron todos a la RAG en su momento, pero qué duda cabe que la biblioteca merece  unificarse, pues es de la única forma que adquiere su verdadero sentido y valor como biblioteca de autor, y  por tanto  sin amputaciones nos puede mostrar los gustos lectores de su propietaria, aparte de una gran cantidad de libros, primera ediciones, dedicadas y firmadas por los más importantes literatos de la época. No es tanto pues una biblioteca de bibliófilo como de lector cultivado, lo que no quita que en ella se encuentren algunas piezas antiguas de gran valor patrimonial. Qué duda cabe que Emilia Pardo Bazán  ha resucitado con fuerza del olvido por circunstancias como las apuntadas, ojalá también ello  sirva para el descubrimiento de su obra por muchos lectores, obra a la que por cierto la RAE hizo en vida un sonoro vacío. Ramón Clavijo Provencio

 

sábado, 8 de mayo de 2021

EL REY DON SEBASTIÁN

En 1683 el impresor Juan Antonio de Tarazona publica en nuestra ciudad un pequeño folleto que contiene la relación o crónica del proceso seguido en 1594-5 contra Gabriel de Espinosa, el que con el pasar de los siglos se convertiría en el famoso personaje llamado “el pastelero de Madrigal”, de fecunda tradición literaria (todas las referencias a este impreso y a su protagonista en ‘Historia de Gabriel de Espinosa, pastelero de Madrigal que fingió ser el rey don Sebastián’, ed. Renacimiento, 2020). J.A. de Tarazona se había asentado en Jerez por segunda vez en 1675 y consta que hasta 1680 su actividad como impresor no había sido escasa, pero ¿qué le lleva en 1683 a imprimir un opúsculo que relata un caso que, aunque famoso, hacía ya casi un siglo que había acontecido? ¿Interesaba a pesar del tiempo transcurrido aquella truculenta historia del pastelero de Madrigal y su desgraciado desenlace? La cantidad de manuscritos y ediciones que proliferaron no solo nada más terminar el proceso, sino a lo largo de todo el siglo XVII, puede atestiguar la vigencia en la memoria colectiva de aquel proceso y, sobre todo, de la figura de un misterioso Gabriel de Espinosa, que llegó a poner en duda razonable su identidad como el malogrado rey don Sebastián de Portugal, desaparecido en la batalla de Alcazarquivir en 1578, librada por el joven rey contra el ejército del sultán de Marruecos Muley Abd al-Malik. Una duda tan razonable que puso en alerta al mismísimo y todopoderoso Felipe II, cuya alargada sombra se proyecta sobre la sentencia del no menos famoso proceso. La literatura fue también, sin duda, junto con los manuscritos y ediciones del folleto, la encargada de que la historia fuera convirtiéndose en leyenda popular: Lope de Vega, Luis Vélez de Guevara la dramatizaron en sendas “comedias”, y alcanza su cima literaria en dos piezas excepcionales ‘Traidor, inconfeso y mártir’ de José Zorrilla y ‘Los impostores’, tan breve como magnífico relato de Francisco Ayala. La historia no hubiera sin duda tenido ese recorrido (hasta llegar incluso, no lo olvidemos, a la publicación del folleto jerezano en 1683), sin la serie de personajes, a cual más peculiar, que  fueron apareciendo a finales del siglo XVI haciéndose pasar por el rey don Sebastián resucitado. Su misteriosa desaparición y la imposibilidad de encontrar el cadáver entre la masacre que supuso aquella batalla, daría lugar al movimiento llamado el Sebastianismo, en el que aquellos candidatos no fueron más que una anécdota chusca. Finalmente, el proceso terminó con la sentencia a muerte de Gabriel de Espinosa, y las no menos severas a que fueron condenados todos los que se vieron envueltos en la supuesta patraña: a muerte también fue condenado fray Miguel de los Santos, fraile portugués y supuestamente cabecilla de la trama, y a reclusión permanente, despojada de todo privilegio, a doña Ana de Austria, hija natural de don Juan de Austria (el célebre héroe de Lepanto) y, por tanto, sobrina de Felipe II, y monja en el convento de las agustinas de Madrigal, quien habría hecho promesa de casarse con el pastelero una vez recuperase el trono de Portugal, que su tío había anexionado a la corona de España en 1580. Han pasado más de cuatro siglos y la leyenda del pobre pastelero sigue despertando al menos la curiosidad de muchos lectores, pero en muy pocos años nadie se acordará de los impostores que tanto abundan en la política de hoy; para ellos solo el olvido. José López Romero.

EL "HALCÓN MALTÉS", JEREZ Y LA CENSURA

En 1933 se editaba en castellano la novela del escritor norteamericano Dashiell Hammett ‘El halcón maltés’. Tres años antes, la primera edición en los Estados Unidos, había tenido un gran éxito considerándose un revulsivo para el género policiaco, y estrenándose en 1931 la primera versión cinematográfica de la misma. Sin embargo, sería en 1941 cuando se presentaba la versión  aclamada por público y crítica, dirigida por John Huston y protagonizada por Humphrey Bogart. En ese año España transitaba por una dura posguerra y las autoridades franquistas no permitieron que la película llegara a las pantallas españolas, lo que sucedería  a principios de los años 70 del pasado siglo, cuando TVE emitió el ciclo “Su nombre es Bogart”, en el que se incluyó la misma. No solo eso, la versión castellana de la novela, editada como decíamos en 1933 por la editorial Dédalo en tiempos de la segunda república, y con el curioso nombre de ‘El Halcón del rey de España’,  entraba a formar parte de la larga lista de libros considerados perniciosos para los lectores españoles en aquellos años, por lo que se censuraba su lectura y comercialización. Por lo escrito hasta ahora entenderán que resulta curioso y atractivo, que en la exposición recientemente inaugurada en la Biblioteca Municipal de Jerez “Quién es el asesino”, y donde se hace un recorrido bibliográfico por la novela policiaca, esta edición prohibida en la posguerra esté entre las piezas expuestas. El libro en cuestión parece   es   adquirido en los tiempos de la República, unos años en los que ya era Manuel Esteve Guerrero el bibliotecario de la misma y se dieron pasos importantes en la actualización del fondo bibliográfico. En la ficha manuscrita en papel de aquellos tiempos que aún se conserva, no hemos observado la existencia de esas marcas con la que los bibliotecarios de la época señalaban los libros apartados de la lectura pública, o al menos cuya consulta tenía que ser autorizada previamente por el bibliotecario. Una historia curiosa sobre cómo en el Jerez de los años 40, Dashiell Hammett y su San Spade burlaron la censura.  Ramón Clavijo Provencio

 

viernes, 23 de abril de 2021

23 DE ABRIL

El 23 de abril, como no todo el mundo sabe pero Wikipedia sí, fue elegido como Día Internacional del Libro por la UNESCO en conmemoración de tres grandes escritores: “el entierro de Miguel de Cervantes Saavedra (según el calendario gregoriano), la muerte (y probablemente también el nacimiento) de William Shakespeare (según el calendario juliano) y la muerte de Inca Garcilaso de la Vega” (Wikipedia dixit). La aclaración de los diferentes calendarios no es baladí, pues la coincidencia no solo en el día sino también en el mes y en el año (1616), era cuando menos un tanto sospechosa por lo increíble. Y la incorporación del Inca Garcilaso de la Vega a la efeméride no deja de ser otra curiosa coincidencia, sin más pretensiones, habida cuenta de la magnitud de sus compañeros de viaje en la barca de Caronte. Celebrar la muerte se nos da de maravilla, no tanto la vida, y menos aún el reconocimiento en vida de los méritos de estos enormes escritores. Para el mundo de lectura hispana, Cervantes es la referencia por excelencia, de la misma manera y medida que para la cultura anglosajona lo es Shakespeare. O mejor dicho y si me lo permiten, mucho más grande y venerado por sus lectores se nos aparece el dramaturgo nacido en Stratford upon Avon, que el reconocimiento que popularmente ha tenido y tiene nuestro don Miguel entre nosotros, cuya obra queda reducida a la lectura y conocimiento de especialistas y escasos curiosos, a los que hasta el mismo Cervantes se atrevería a calificar de “impertinentes”. Y no será porque sus obras no dispongan en el mercado de muchas y excelentes ediciones. El mundo editorial en lengua inglesa siempre se ha preocupado por la calidad de las ediciones de sus clásicos, e incluso Shakespeare ha gozado de magníficos traductores y cuidadores de sus obras en castellano: a las antiguas pero no menos valiosas de Astrana Marín, se han sumado desde hace ya varios años las traducciones publicadas en la colección de Letras Universales de la editorial Cátedra, al cuidado de Manuel Ángel Conejero, director del Instituto Shakespeare de Valencia, quien por cierto dictó hace años una conferencia en nuestra biblioteca municipal con motivo de su reapertura, institución que tan vinculada está en su historia con el 23 de abril, pues en el de 1873 se inauguró. Y ¿qué decir de las obras de Cervantes? Actualmente, a la monumental edición del ‘Quijote’ publicada por la editorial Crítica en 1998 bajo la dirección de Francisco Rico, le han seguido las ediciones de todas sus obras impulsadas por la Real Academia, al cuidado de los grandes especialistas con que contamos en nuestro país de la obra cervantina. Y como curiosidad, la Real Academia hace años promovió la publicación de reproducciones facsímiles de las primeras ediciones de los textos cervantinos, obras que aún se cuentan en el catálogo de la real institución. Una presencia editorial de los dos grandes, enormes escritores que apenas tiene repercusión en los lectores. Aunque en esto Shakespeare juega con ventaja: sus obras siempre se representan e incluso proliferan las versiones cinematográficas, de las que aún se recuerdan las magníficas dirigidas e interpretadas por el actor Kenneth Branagh. Dos (tres) escritores unidos por una fecha: el 23 de abril, que hoy conmemoramos. Y como ya defendí en esta página, no un día, sino todos deberían ser el Día Internacional del Libro. José López Romero.