LECTORES SIN REMEDIO

Este blog tiene su origen en la página semanal de libros de "Diario de Jerez", "lectores sin remedio", que llevamos escribiendo desde el año 2007. Aunque el blog no es necesariamente una copia de la mencionada página, en él se podrán leer artículos que aparecen en ella. Pero el blog, por supuesto, pretende ser algo más... Los responsables son los dos lectores sin remedio, de los que facilitamos la siguiente información: Ramón Clavijo es Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y es actualmente Técnico Superior Bibliotecario del Ayto. de Jerez de la Frontera. Está especializado en fondos bibliográficos patrimoniales. José López Romero es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y actualmente es Catedrático de Lengua y Literatura en el I.E.S. Padre Luis Coloma de Jerez de la Frontera. Especializado en la literatura dialógica del s. XVI y en la novela del s. XIX.

viernes, 9 de diciembre de 2022

DE MAGNETO A SHERLOCK HOLMES

Bromeaba con algunos amigos sobre si el personaje histórico que aparecía en aquella vieja y olvidada foto de los años treinta, no habría servido a Stan Lee y Jack Kirby para crear su luego famoso personaje de cómics de la Marvel “Magneto”. El personaje de la foto no era otro que el bibliotecario y arqueólogo municipal de Jerez Manuel Esteve, tocado con el casco griego en el año 1938 (ver: “Manuel Esteve y el casco griego: a propósito de una fotografía”. Diario de Jerez, 16 julio, 2022), y cuyo parecido con aquel Magneto era asombroso. Bromas aparte, días después, en la presentación de la última entrega de la serie de novelas de las que soy autor junto a José López Romero, y que tienen como protagonista al huraño y escéptico inspector Castilla, esperé que al final del acto, en el turno de preguntas, alguien hiciera una especialmente deseada por mí, sobre si nos habíamos inspirado en alguien real para crear al mencionado inspector de policía. Pero nadie la hizo, por lo que me vi obligado a dejar mi respuesta para mejor ocasión, aunque hoy, ya que estamos transitando por este apasionante asunto que no es otro que hurgar en la parte de realidad que se esconde tras muchos personajes de ficción, me van a permitir dar algunas pinceladas poco conocidas sobre dos de ellos: en 1870 el bostoniano George Francis Train emprendió el primero de sus tres viajes alrededor del mundo. Era la época de los globos aerostáticos, los barcos y locomotoras de vapor, lo último de la tecnología del transporte, y pese a todo una hazaña como la de Train era algo inusual, un auténtico reto. Sin embargo, pese al eco que en su momento tuvo aquella aventura del norteamericano, pronto cayó en el olvido aunque un avispado escritor francés, Julio Verne, tomaba muy buena nota de ella para escribir su universal ‘La vuelta al mundo en ochenta días’, y sobre todo para dotar al protagonista de aquella aventura, Phileas Fogg, de muchos de los rasgos de aquel Train que ya en su vejez se lamentaba con aquella frase que luego recogería el escritor Allam Foster: “Me ha robado la gloria. ¡Phileas Fogg soy yo!”. No le va a la zaga la historia que se oculta tras Sherlock Holmes, el sugerente detective victoriano que un día creara Arthur Conan Doyle. Al parecer tras el frío, asocial y deductivo personaje de Holmes había un alter ego real que no era otro que el por entonces afamado doctor escocés Joseph Bell, también dotado de grandes dotes de observación, y que no pasaron desapercibidas a Doyle como tampoco las características prendas de vestir de Bell (ver ilustración) entre otros muchos detalles, cosa que pareció no incomodar a aquel doctor que incluso prologó tiempo después uno de sus libros. Ramón Clavijo Provencio. 

IDENTIDADES

“Todos los países tienen su lienzo grandioso, Sasha, la presunta obra de arte que cuelga en el salón sagrado y que resume la identidad nacional para las generaciones futuras. Para los franceses es La Libertad guiando al pueblo, de Delacroix; para los holandeses, La guardia nocturna, de Rembrandt; para los estadounidenses, Washington cruzando el Delaware; ¿y para los rusos? Para los rusos son dos cuadros gemelos: Pedro el Grande interroga al zarévich Alekséi, de Nikolái Ge, e Iván el Terrible y su hijo, de Iliá Repin. Durante décadas, esos dos cuadros han sido venerados por nuestro público, elogiados por nuestros críticos y copiados por nuestros diligentes alumnos de Bellas Artes.” Le comenta su amigo Mishka al conde Aleksandr Ilich Rostov, el exquisito e ingenioso protagonista de ‘Un caballero en Moscú’, la exitosa novela de Amor Towles. Y cuando leí este pasaje, de inmediato pensé en el cuadro o cuadros que mejor podían expresar la identidad del español. En más de una ocasión he leído u oído que el famoso Duelo a garrotazos de Goya bien podría definir esa alma cainita que todo español llevamos en lo más profundo de nuestro ser; de ahí que tanto nos cueste cerrar heridas, olvidar ofensas; de ahí que guardemos el rencor hasta que nos pudre las entrañas. Las pinturas negras, en general, del genio aragonés son una buena imagen o definición de lo que somos. Y en esa misma línea de guerra y destrucción, que también señala Mishka como propia de la naturaleza rusa, puede incluirse entre nosotros el Guernica de Picasso. Y sin embargo, aun reconociendo un doloroso pasado, me resisto a reconocer que a estas alturas del siglo XXI sigamos pensando que el cuadro más definidor del ser español, el que “resume nuestra identidad nacional” sea el de dos hombres matándose a garrotazos, a menos que el cainismo siga reportando un buen rédito político. José López Romero. 

viernes, 25 de noviembre de 2022

CULTURA O VIDA

“¡Entre cultura y vida… -comenzaba diciendo el Gordo, y Larisa remataba en el español que había aprendido en la cama-:… escoge vida!”, leo en ‘Las palabras perdidas’, una enorme novela del escritor cubano Jesús Díaz. El Gordo (con perdón por si acaso) se ha ligado a la angelical Larisa en un viaje cultural a Moscú, y ante la perspectiva de ver museos y bibliotecas o encamarse con la joven rusa, ninguno de los dos duda: ¡la vida! ¿Y por qué –me pregunto- esta disyuntiva excluyente? Hace unas semanas en un bar de cuyo nombre me acordaré siempre para no volver, pues una caña de cerveza estaba a precio de barril de petróleo o kilovatio hora, y todo porque te la servían en unos vasos de doble cristal que mantenía la cerveza siempre fría, precisamente en estos vasos –y vuelvo a cultura o vida- acompañando a la marca de cerveza, se podían leer distintas citas de escritores célebres. Ya saben, esas sentencias que pueden encontrarse en Internet a poco que pongamos en cualquier buscador “citas famosas de…”. Es decir, lo que en el siglo XVI eran centones y centones donde se recopilaban sentencias o frases famosas de los grandes clásicos griegos y latinos (un excelente ejemplo es el ‘Sententiarum volumen absolutissimum’ de Stephano Bellengardo), ahora con un solo clic podemos consultarlas por autores o por temas, según el gusto o el interés del usuario. A mí me tocó una de Henry David Thoreau, el famoso filósofo y naturalista norteamericano, y creo recordar que en otro vaso se recogía un pensamiento o consejo de vida de Concepción Arenal… Modestamente siempre he defendido y aplaudido todas las iniciativas que acerquen la cultura a las actividades más cotidianas de la vida. En cierta ocasión entoné un panegírico sobre el papel higiénico que se adornaba con versos de poetas célebres, aunque me abstuve de comprarlo por mi devoción por la literatura (¡cómo iba yo a caer en tamaña ofensa!). Por no decir la campaña familiar que emprendí en su momento, con escaso éxito (todo hay que reconocerlo), de pegar un poema en la puerta del frigorífico, el electrodoméstico sin duda más visitado en cualquier casa. Todos podemos hacer mucho más en nuestra vida diaria para que la cultura no se convierta en su dicotomía, sino todo lo contrario, en su mejor complemento o en un alimento básico. Y así como ahora ha proliferado toda clase de productos para seguir una alimentación sana, también podríamos buscar resortes o mecanismos para que de la misma manera incorporemos a lo más cotidiano de nuestra vida sana pequeñas o grandes porciones de cultura. Una cita serigrafiada en un vaso de cerveza es una más de las muchas iniciativas que pueden hacer que el Gordo y Larisa, en la novela de Juan Díaz, no tengan que elegir siempre vida. Aunque si tuviéramos que elegir entre el precio de la inolvidable cerveza cultural y las expectativas que se le abrían al Gordo en aquella cama y con aquella joven… José López Romero.  

  

LA II REPÚBLICA Y EL FOMENTO DE LAS BIBLIOTECAS PÚBLICAS. JEREZ

Tras la proclamación de la II República en 1931, hay una serie de iniciativas culturales de gran relevancia, algunas orientadas al fomento de la lectura y la potenciación de los centros bibliotecarios. Entre ellas  estarían la creación del Patronato de las Misiones Pedagógicas y que incluye un interesante apartado que hace especial hincapié en “el establecimiento de Bibliotecas populares, fijas y circulantes…” Pero también habría que destacar el decreto de 7 de agosto del 31 que proclama la creación de bibliotecas escolares con el carácter de públicas, lo que de alguna manera seguía la  línea de lo que intentaron los gobiernos republicanos durante el Sexenio Democrático. Pero el esfuerzo legislador no decaerá y así el 22 de agosto de 1932  se establecía  “que todas las bibliotecas estatales o locales dependientes del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, debían crear una sección circulante para prestar libros a aquellos que lo solicitaran”. A tal fin se creó la Junta de Intercambio y Adquisición de Libros para Bibliotecas Públicas (J.I.A.L.), cuyo principal objetivo fue dotar a las bibliotecas públicas de los libros necesarios para poder cumplir con el servicio de préstamos. Finalmente el 31 de agosto de 1932 se aprobaba el Decreto de creación de Bibliotecas Públicas municipales,  Decreto que trataba de regular a través de la recién creada J.I.A.L., el anhelo de muchos municipios carentes de servicios bibliotecarios y donde no se había  consolidado una biblioteca popular, tras la promulgación del ya lejano Decreto de creación de bibliotecas populares de 1869. En Jerez, el Consistorio tratará de ejecutar las nuevas disposiciones republicanas centralizándolas en la Biblioteca Municipal, donde el nuevo bibliotecario Manuel Esteve, que sustituye a Luis Pérez Roldán en 1931, además de potenciar las adquisiciones bibliográficas lanza una serie de iniciativas, que se encarga de publicitar en prensa, y que tendrán un singular éxito: en 1935 dicha biblioteca alcanzará  los  12.500 usuarios  (frente a los apenas 9000 del inicio de la década), cifra que ya no se volvería a alcanzar hasta algunos años después de finalizada la Guerra Civil. Ramón Clavijo Provencio

 

 

sábado, 5 de noviembre de 2022

EL BIBLIÓFILO DE LA CALLE JUAN BELMONTE

Los miles de libros ocupaban hasta el último rincón de la vivienda, un piso bajo de la barriada jerezana de La Constancia en el que había instalado a duras penas su biblioteca, mientras él, José Soto, se acomodaba en otro piso anexo en el que pronto tuvo que ir cediendo nuevos espacios a la voracidad colonizadora de los libros. José Soto Molina, reconocido bibliófilo local, ahora ya anciano y arruinado, había vivido sin duda tiempos mejores. Sus estrecheces económicas parecían haberse acrecentado desde que tuvo que abandonar su espaciosa vivienda de toda la vida, al verse esta afectada por  las expropiaciones que tuvieron lugar para hacer realidad la nueva vía de ensanche de Jerez: la Avenida Álvaro Domecq. Desde entonces su decadencia física era evidente. Apenas salía de aquellos pisos de la calle Juan Belmonte en La Constancia, y lejos quedaban aquellos tiempos en los que fue una figura reconocida en los ambientes culturales de la ciudad. Por el camino había dejado amigos y enemigos, también lenguas malintencionadas que lo describían con una gabardina holgada donde escondía libros de procedencia inconfesable, imagen heredada sin duda del protagonismo que ejerció en las confiscaciones de libros de particulares en los inicios de la Guerra Civil. Ahora, al final de su vida, aún recibía visitas en su domicilio de conocidos y desconocidos a los que informaba sobre el valor real de alguna biblioteca heredada, o para examinar impresos raros que algún iluso trataba de venderle a precio desorbitado. Lo cierto es que José Soto se fue apagando sin saberlo en La Constancia, entre recuerdos y libros, cada vez más libros. En los recuerdos siempre aquellos “años de plomo” en los que asesoró al bando de los vencedores, sobre la idoneidad de conservar o destruir los libros incautados a particulares. Enfrascado en aquellos oscuros asuntos, no pocos libros pasarían a su cada vez más inabarcable biblioteca. Con algunos de aquellos impresos arrebatados por la fuerza, se distrajo durante un tiempo quitando los ex libris de sus legítimos propietarios de las contraportadas, para completar con ellos álbumes de singular belleza. Si a José Soto le hubiera gustado ser recordado en algún libro, sin duda hubiera sido en aquel ‘Bibliofilia’ que por entonces preparaba para la imprenta Javier Lasso de la Vega, pero lo único cierto es que cuando Soto Molina, D. José, moría en aquel bajo de la calle Juan Belmonte, pocos se acordaban de él y menos de sus libros salvo Manuel Esteve Guerrero. Esteve, el bibliotecario, el arqueólogo de Asta, compañero de fatigas de Soto Molina en lo bueno y en lo malo, lograría gestionar con éxito la donación a la Biblioteca Municipal de Jerez de aquella enorme biblioteca. Sin duda fue aquella una tan inesperada como justa pirueta de la diosa Fortuna. Ramón Clavijo Provencio.

  

ENVEJECER

“Ha envejecido mucho”, “se le notan los años”, son expresiones que solemos utilizar para describir a personas (siempre sale el animador de turno que nos pregunta para subir nuestra autoestima  “¿tú te has mirado esta mañana en el espejo?”). Pues bien, esa misma sensación de envejecimiento, mucho y mal, he tenido al releer ‘Las mil noches de Hortensia Romero’ de Fernando Quiñones. No es la misma sensación que se tiene cuando uno se da cuenta de que un libro no aguanta una segunda lectura. Esa derrota ante el tiempo a la que me refiero se puede observar en muchas películas españolas de la década de los setenta y ochenta, no solo a las que se agruparon bajo la denominación del “destape”, sino incluso a aquellas que planteaban los problemas de una sociedad que aún arrastraba, como un pesado lastre del que no sabía desprenderse, la larga dictadura. Las anchas solapas de las chaquetas, los pantalones acampanados y un cigarrillo tras otro cuyo permanente humo acompañaba los diálogos reflexivos de José Sacristán en películas como ‘Asignatura pendiente’ o ‘Solos en la madrugada’, son un buen ejemplo de esa sensación que he tenido con la Hortensia de Quiñones. Y no es solo por el personaje en sí, la madura prostituta que le va contando a una estudiante meritoria de sociología todas sus andanzas, que son muchas y variadas, en un ejercicio de autoalabanza que por momentos suena casi infantil, sino también por la propia narración que adolece de excesos por todos lados, en extensión (una novela a la que le sobran bastantes páginas), y en intensidad. La historia del “Maera” y sus cuentos marineros, la petera de Hortensia con el médico Pedro Quintana y su generosidad con los pobres… y hasta el cuento popular final que le endosa la Horte a la estudiante del “Ramón y la mora” me han sonado a una literatura que sin duda tuvo su tiempo y que no ha podido resistir el paso de este. Por lo que argumenta al final, hasta la protagonista ha sabido envejecer mejor que su relato. José López Romero. 

viernes, 21 de octubre de 2022

UNOS FRENTE A OTROS

En su ‘Viajes con Heródoto’ (reseñado en esta página hace unas semanas), el escritor Ryszard Kapuscinski refería la anécdota, que pudo terminar en tragedia, que le sucedió cuando visitó el Congo cuando este país amanecía a la independencia, después de haber pertenecido como colonia a Bélgica. Nos cuenta el gran viajero polaco cómo al pasear por la pequeña ciudad de Lisala, con un sol de castigo y sin un alma en las calles, se le aparecieron dos gendarmes. Ya antes nos había advertido Kapuscinski de que cuando “el sistema colonial se había desmoronado, los administradores belgas habían huido a Europa y su lugar había sido ocupado por una fuerza lóbrega y desbocada que solía encarnarse en gendarmes congoleños borrachos como cubas”. La situación, por tanto, no podía ser más delicada para su integridad física, hasta el punto de que confiesa que el miedo lo paralizó, pues los dos policías iban armados hasta los dientes. Se le acercan y cuando ya ni las piernas le responden, uno de ellos le pide muy amablemente en francés si tiene un cigarrillo. A Kapuscinski, en sus propias palabras, le faltó tiempo para echarse la mano al bolsillo y sacar el paquete de tabaco y ofrecerles cuantos cigarrillos contenía. ¿Reacción natural? ¿Prejuicios de raza, que encubre ese soterrado e inconfesable racismo? Kapuscinski justifica ese miedo cerval en el peligro que supone esa “libertad despojada de toda jerarquía y de todo orden… pues… desde el mismísimo principio se imponen las fuerzas del mal y la agresión, la vileza en todas sus facetas, bestialidad y barbarie. Así era el Congo tomado por los gendarmes”. O dicho de otro modo, el Congo postcolonial. Y sin embargo, de todos es sabido que los países occidentales se repartieron el continente africano como si de un mercado persa se tratase, que impusieron en sus colonias un sistema de gobierno a sangre y fuego, que esquilmaron sin escrúpulos de ninguna clase sus riquezas naturales y mantuvieron el régimen de esclavitud hasta mediados del siglo XX. Y el rey Leopoldo II de Bélgica es un buen ejemplo de lo que decimos. El encuentro de dos gendarmes y un periodista en una calle de una ciudad congoleña no es solo una anécdota que contar en un libro. Como el propio escritor reflexiona en ella “también toma parte un buen pedazo de la historia del mundo, la cual nos colocó unos frente a los otros hace ya mucho tiempo… Pues se interponen entre nosotros largas generaciones de tratantes de esclavos, los sicarios del rey Leopoldo, que cortaban brazos y orejas a los abuelos de estos gendarmes…”. Un miedo de raíces más profundas, un miedo de siglos sin duda atenazaría a aquellos abuelos que nunca se podrían haber imaginado que sus nietos le pudieran infundir tanto temor a un blanco. José López Romero. 

  

PERSONAJES EN LA SOMBRA

No es infrecuente que se adjudique el mérito de iniciativas que luego adquieren relevancia histórica, a políticos que poco más hicieron que poner su firma al pie de un documento oficial. Hasta hace relativamente poco el origen de las Bibliotecas Populares, aquellas que fueron el germen de las redes bibliotecarias públicas de hoy en día a la que pertenecen, por ejemplo, las bibliotecas municipales, fue atribuida al impulso de ministros como Ruiz Zorrilla o José Echegaray, que al frente del ministerio de Fomento durante el “Sexenio Democrático” (1868/1874), lograron sacar adelante la Orden de septiembre de 1869 en la que se creaban las Bibliotecas Populares. Sin embargo, y como acertadamente escribe Luis García Ejarque, “…algún mérito debió corresponder, también en el parto de las Bibliotecas Populares a José Picatoste, Jefe del Negociado Primero de Instrucción Pública del Ministerio de Fomento, pero ya se sabe que en política es normal a la hora del parto, figure ya como padre otra persona distinta a aquella bajo cuya gestión se concibió la idea que luego se hizo realidad…” Pero sí, Picatoste fue el verdadero impulsor de aquella  Orden ministerial, y el que luchó hasta el final para que las Bibliotecas Populares acabaran con la desigualdad en el acceso al libro en nuestro país. Al finalizar el  Sexenio casi medio millar de bibliotecas fueron inscritas en el Ministerio,  entre ellas la hoy Municipal de Jerez que hacía la número 155, como se recoge en la “Relación de bibliotecas populares concedidas desde el 15 de enero de 1869 al 31 de diciembre de 1880 (Imprenta Tello, Madrid, 1888). De las 154 que la precedieron muchas no llegaron a ser inauguradas y de las restantes ninguna ha llegado al día de hoy. Es por ello que podemos afirmar  que la Biblioteca Municipal de Jerez es en la actualidad la única biblioteca heredera de aquella primera hornada de Bibliotecas Populares, pero también que  Felipe Picatoste es uno de esos personajes en la sombra que forma parte también de su centenaria historia. Ramón Clavijo Provencio 

sábado, 8 de octubre de 2022

DEL TIEMPO, PADURA Y TAMBORES LEJANOS

Dicen que con la edad la percepción del paso del tiempo cambia, y he empezado a comprobar que ello puede ser cierto, además de dejarnos una sensación incómoda en relación a hábitos como la lectura. En cierta ocasión escuchaba al periodista Iñaki Gabilondo congratularse por haber adquirido esa costumbre diaria de la lectura desde su adolescencia, aunque no sé si también le acompañará como a mí ahora, la preocupación por el tiempo,  una preocupación que puede llegar a ser hasta morbosa. El otro día, mientras comenzaba la lectura de lo último de Leonardo Padura ‘Personas decentes’, la nueva aventura del singular detective cubano Mario Conde del que no tenía noticias desde ‘La trasparencia del tiempo’, pensé cuál sería mi último libro, aquel que cerrara definitivamente mi historia como lector. Pues sí, aquella idea me asaltó a traición acompañada por su cohorte de preguntas a cual más inquietante, como la de ¿quién sería el autor o autora que me acompañaría en mi última etapa de lector? o ¿terminaría ese desconocido libro  antes de que el tiempo se me agotara o, en cambio, uno de esos artísticos marcapáginas de la librería “La Luna Nueva”, quedaría anclado a mitad de mi  travesía lectora? Como verán, los pensamientos también se desbocan y los de aquella tarde no solo me descentraron de la lectura, sino que empezaron a inquietarme hasta el punto de que tuve que dejar a Padura para tomar una copa de un oloroso que tenía reservado para las grandes ocasiones. Luego llegó la calma, aquel oloroso sin duda hacía milagros, y me permitió volver a prestar la atención que se merecían las andanzas de Conde por La Habana y, en definitiva,  disfrutar de la lectura, que es de lo que se trataba. Pero pese al oloroso, siento que el calendario sigue avanzando veloz y, como  quien no quiere la cosa, me llega el sonido de tambores lejanos. No, no son los de aquella película de Raoul Walsh y sí en cambio los que anuncian la próxima Feria del Libro de Jerez.  Siempre me alegra, pese a los escépticos con este tipo de eventos, el montaje de sus casetas y tenderetes que dan visibilidad al libro durante unos días, y sobre todo a los escritores, librerías y editoriales locales, lo que nunca está de más. Pero estas otras ferias locales, más allá de las que se celebran en torno al libro en Madrid y Barcelona y alguna otra gran ciudad de nuestro país, son una especie de lucha heroica contra el tiempo que ya se llevó por cierto, en el caso de Jerez, aquella entrañable feria del Libro antiguo y de ocasión que llegaba a la ciudad en la antesala de las fiestas navideñas. El tiempo de mi juventud era eterno, este que me devora ahora pasa demasiado deprisa…

Ramón Clavijo Provencio

LA WIKIPOBRE

Hoy en día entre la casta investigadora, sea del ramo que sea, citar la wikipedia es como nombrar la bicha. Da asquito y repelús. Es como si la información que encontramos en la enciclopedia de la era tecnológica fuera de segunda clase, propia de investigadores de medio pelo con ínfulas de rigor científico. Y sin embargo, no hace mucho acudíamos desesperados a la Espasa en busca del dato perdido entre el laberinto de los catálogos de archivos y bibliotecas. ¡Pero, hombre!, dirán los de la casta, ¡no compares a la wikipobre con la aristocrática Espasa! ¡Hasta en las enciclopedias ha habido y sigue habiendo clases! Bien es cierto que la wikipedia arrastra la fama de que todo el mundo, entendidos, aficionados y diletantes, pueden meter el teclado en ella, apenas sin un mínimo filtro o control de calidad; lo que en palabras más rimbombantes se denomina “la enciclopedia libre”, libre para consultar y libre para editar. Ella misma se define como “almacenamiento y transmisión de información, que puede ser editada por cualquiera y de contenido abierto”. Y quizá en esta definición estriba su valor, más el añadido de que no ocupa, como la Espasa, medio piso (y me quedo corto) de los construidos en la era de la reduflación del metro cuadrado. No pocas ventajas que, si atentos estamos al manejo y contraste del contenido que consultamos, nos facilita la investigación sin que se la menosprecie y evitamos así que la casta la mire por encima del hombro. En estos tiempos en que un simple clic nos permite acceder a toda clase de datos, despreciar cualquier fuente de información me parece ridículo y trasnochado. Y prueba de ello es que nadie quiere ahora ni regalada una enciclopedia en papel, ni las librerías de viejo. ¡Ni la Espasa! que en su momento corrió en los ya ¡antiguos! CDs. La historia no para de darnos lecciones de que a veces la pobreza es humildad, y la aristocracia termina muriendo de vanidad. ¡Hasta las enciclopedias! José López Romero.

jueves, 4 de agosto de 2022

LECTURAS PARA VERANO II

El ángel de Múnich

Fabiano Massimi. Alfaguara, 2020

Volvemos sobre esta novela que ha tenido una gran acogida entre los lectores desde su aparición. Gira en torno al turbio, y aún envuelto en el misterio, asunto del suicidio de la sobrina del líder del partido nazi y candidato a la cancillería, Adolf Hitler, Geli Raubal. Raubal apareció muerta en 1931 con un disparo en el pecho, en su habitación del apartamento propiedad de Hitler en Múnich, suceso sobre el que el autor hurga de manera convincente  sustentándose en un importante corpus documental. El resultado es una novela fascinante donde los protagonistas, inspirados en personajes reales, son los policías Siegfried Sauer y Mutti Foster, que intentan dar más luz a un suceso que pudo cambiar el curso de la historia. R.C.P 

El quinteto de Nagasaki

Aki Shimazaki. Lumen, 2018.

Como bien se dice: “conocido el método…” Frase que se les puede aplicar literalmente a las dos novelas iniciales de esta escritora de origen japonés pero afincada en Canadá. ‘El quinteto de Nagasaki’ tiene los mismos ingredientes que la segunda, ‘El corazón de Yamato’: el mismo estilo intimista, en el que las flores y las libélulas juegan un papel importante, y la misma estructura, un entramado de vidas que Shimazaki, con gran maestría, sabe conducir a lo largo de relatos que tienen como protagonistas a personajes ya conocidos en los capítulos anteriores. En este caso, podemos destacar a Mariko Kanazawa y su hijo Yukio, en torno a los cuales giran los demás, entre los que podemos citar a su amante y padre de su hijo, el doctor Horibe, su hija Yukiko, y el marido de Mariko, el señor Takahashi. Y dos acontecimientos históricos: el terremoto de 1923 y la bomba atómica sobre Nagasaki en 1945. J.L.R.

martes, 19 de julio de 2022

LECTURAS PARA VERANO I

El jardín de vidrio

Tatiana Tibuleac. Impedimenta, 2021.

Después de su deslumbrante ‘El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes’ esperábamos con expectación y, a la vez, con cierto temor la nueva novela de esta escritora moldava (Chisináu, 1978) a la que nos atreveríamos a considerar una de las grandes escritoras de este siglo XXI. Con expectación porque ‘El verano…’ nos había dejado con muchas ganas de seguir leyendo a Tibuleac, pero también con temor por pensar que esta nueva entrega no estaría a la altura de la primera. Y aunque igualar (nunca superar) a la anterior, ya era tarea difícil, ‘El jardín de vidrio’ no defrauda en absoluto. La historia de Lastochka, la niña que compra Tamara Pavlovna a un orfanato para que le ayude a recoger botellas de vidrio repartidas por toda la ciudad se convierte en un relato estremecedor que tiene como narradora a la protagonista ya adulta. El mejor elogio: no desmerece de aquel ‘verano en que mi madre tuvo los ojos verdes’. J.L.R.

Demasiados cocineros

Rex Stout. Navona Negra, 2018


El apasionamiento por la novela policiaca o negra está logrando también rescatar del olvido la obra de algunos autores notables del género. Siruela, Gatopardo, Impedimenta o Navona son algunas de las editoriales que están apostando por ello desde hace algún tiempo, lo que está permitiendo que muchos lectores descubran personajes tan singulares como el detective Nero Wolfe. La gran “humanidad” de Wolfe, con más de 100 kilos de peso, le hace moverse poco de su casa  mientras Archie, su secretario, es la parte activa que le consigue la información necesaria para resolver los casos en los que se ve implicado. En esta novela, Wolfe sí saldrá de su apartamento neoyorkino para impartir una charla, como gran gastrónomo, en una convención internacional donde aparecerá muerto uno de los grandes chefs asistentes. R.C.P.

lunes, 20 de junio de 2022

CASTIGO

 

“Hoy se cumplen (21 de octubre) doscientos ochenta y siete años que tuvo lugar en Madrid, un hecho que me place ahora recordar, por lo que fuere. Un hombre que había sido el favorito de un rey y el magnate más notorio de su tierra fue condenado a «morir degollado en cadalso por la garganta». Hablo del muy poderoso señor D. Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias [en la imagen], cuyo aniversario necrológico celebra hoy la iglesia, no sé bien si con Tedeums o MisereresUno de los cargos principales acumulados contra D. Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias y ex secretario de Cámara, fue el «haber hecho sobre su corto patrimonio una opulenta fortuna». Pero, ya queda dicho, del trágico acontecimiento van transcurridos centenares de años, y centenares de ministros, no menos venales que D. Rodrigo Calderón, han hundido sus manos avarientas en las arcas del Tesoro, sin que hayan sido segadas jamás”. Así contaba el gran bohemio Alejandro Sawa en su magnífico libro ‘Iluminaciones en la sombra’ la suerte de este personaje que, efectivamente, murió degollado, como correspondía a un noble, en la plaza Mayor de Madrid el 21 de octubre de 1621, recién iniciado el reinado de Felipe IV. Y no menos cierta es la opinión o lamento del ilustre escritor, muerto él mismo en la más absoluta pobreza, de que ya han pasado por la historia de este país no cientos, sino miles de ministros y  personajes políticos de diverso pelaje y de la peor estofa que se han llenado los bolsillos, “han hundido sus manos avarientas en las arcas del Tesoro” y aquí no ha pasado nada. Nada más que con la historia más reciente, la de nuestra democracia, se podría haber inundado de sangre varias veces la plaza Mayor, si la Historia, como se lamenta Sawa, no nos diera con el famoso marqués lecciones vanas de ejemplaridad. En estos días en que se debate tanto entre lo legal y lo moral, ético e incluso estético, que algunos han llegado a esgrimir, lo cierto es que, como todos sabemos, lo legal lo deciden las leyes y quienes tienen que administrarlas, con lo que ya empezamos con los problemas, porque en este país la aplicación de las leyes deja mucho que desear; y sobre lo moral, ético o estético algunos opinan que cada ciudadano tiene su propio y particular concepto de ello. Y es posible que así sea, porque siendo legal un buen negocio nuestra moral, ética o estética es inversamente proporcional al volumen de nuestros bolsillos. No acudamos al tópico ya manido de que todos tenemos un precio, cambiemos “precio” por “dignidad”; y si esta no fuera suficiente, cambiémosla a su vez por “fama” u “honra”, aquella que daba o quitaba la pública opinión. Y hoy son los medios de comunicación los que se han apropiado de esa “pública opinión” y, en esto, como en las leyes, ya empezamos con los problemas. ¡Qué razón tenía Sawa! José López Romero. 

CÉSAR


El primer libro en el que descubrí a Julio César, un poco antes de recibir aquellas clases de latín de la gran Pilar Cortiles, fue la mediocre biografía titulada ‘Julio César’ de Enrico Farinacci, publicada en la editorial Bruguera en su mítica colección de novelas gráficas, en la que muchos empezamos a descubrir el placer de la lectura. Algún tiempo después me enteraba de que el tal Farinacci no era sino uno de los muchos pseudónimos que utilizaba Enrique Fariñas, uno de tantos de aquellos olvidados escritores que a lo largo de los años 60 tocaban todos los palos literarios, para cubrir los encargos de las editoriales sacrificando vocación por subsistencia. Creo, sin embargo,  que aquella más que discreta biografía de César es la responsable de mi posterior interés y fascinación por el personaje histórico. En este ya largo recorrido como lector me he encontrado, como podrán suponer de todo, desde grandes libros (‘César’. Adrian Goldsworthy) hasta textos infames. Curiosidades que captaron mi atención en su momento como aquella biografía novelada, ‘El Joven César’ de Rex Warner, luego continuada en ‘César Imperial’ (ambas en Edhasa), hasta ese ‘César Imperator’ (Planeta) del admirado Max Gallo que tan buenos ratos de lectura me proporcionó. Pero con  lo que no me había topado en todos estos años es con la coincidencia en el tiempo de la publicación de tres apuestas, a cual más ambiciosa, en torno a este personaje al que dedicamos estas líneas, lo que aparte de la curiosidad  dibuja  una batalla bibliográfica donde también habrá vencedores y vencidos. Como ya habrán adivinado me refiero al libro ‘Roma soy yo’ (Ediciones B), primero de una serie de seis firmado por el popular Santiago Posteguillo. A la mencionada aproximación novelada del español le ha salido un competidor en el libro de Andrea Frediani titulado ‘La sombra de Julio César’ (Espasa), que parece también será el primero de otra serie. Y por fin el ensayo histórico de Patricia Southern ‘Julio César’ (Desperta Ferro), libro este último por el que he comenzado el reto lanzado a los lectores y que presumo me va a tener entretenido por un tiempo. Ramón Clavijo Provencio

 

 

sábado, 4 de junio de 2022

PATÉTICO

En más de una ocasión he acudido a una de las conclusiones a las que llegaba Francisco Ruiz Ramón (en su magnífico libro ‘Historia del teatro español’, vol. 1), para explicar el fracaso de la tragedia renacentista en España, en concreto, al diseño de los personajes, cuyo exceso trágico terminaba por convertirlos en  “seres desmesurados, a todas luces más dignos de un disparatado tratado de patología que de una tragedia”. Al leer alguna novela me he acordado de esta afirmación. El autor o la autora ha cargado tanto las tintas en algunos aspectos psicológicos de sus criaturas que ha terminado por convertirlos en monstruos, de tan ridículos que acaban siendo patéticos. La última, ‘Los días perfectos’ de Jacobo Bergareche. Una novela bien construida en dos cartas escritas por Luis, el protagonista, una dirigida a su amante, Camila, y la otra, más breve (¡faltaría más!) a su mujer, Paula. Hasta aquí todo correcto e interesante, incluso las cartas de William Faulkner que está consultando en el Harry Ransom Center de Austin y que le sirven a Luis como hilo conductor de las suyas. La narración o, mejor diríamos, confesión a las dos mujeres de su vida fluye con excelente estilo, con reflexiones que le llevan a lector a pensar en el paso del tiempo, en la memoria de las relaciones personales, en las complicidades necesarias en toda pareja para no caer en el “tedio”, en esas cenas en celebración de San Valentín tan tristes que terminan con el acta de defunción de una vida juntos que ya no tiene ningún sentido. Si la novela, como en alguna ocasión ha confesado el propio autor, pretende ser una reflexión sobre el desgaste del amor en pareja, podemos decir que el objetivo a primera lectura está conseguido. Y sin embargo… El personaje de Luis es tan excesivo que pasa de patético a gilipollas en unas cuantas páginas iniciales, perfil que mantiene e intensifica a lo largo de toda la novela. Entre las “virtudes” que adornan al personaje se puede contar el desprecio hacia los demás, en particular el insulto gratuito a la compañera de trabajo, la gorda tetona, con quien en un momento de debilidad provocado por el alcohol mantuvo relaciones sexuales, cuyo recuerdo ahora le asquea; o tildar de pedófilo a un compañero de su amante, porque este ha pretendido invitarla a una copa. Descalificaciones de toda punto innecesarias pero que ya nos advierten de la catadura moral de quien le está confesando a su amante (otro rasgo de cinismo) que sus días perfectos son pasarlos en la cama con ella, pues la relación que mantiene con su mujer ya es una pesada carga de la que no puede o no sabe desprenderse. Y en el colmo de la gilipollez esnobista, el amigo Luis se dedica a reparar y pintar en sus ratos libres motos antiguas y a hacer escabeches para sus amigos. Y así a lo largo de toda la novela, hasta convertirse en un ridículo insufrible. Todo un personaje el tal Luis. Pero no nos equivoquemos, la culpa, evidentemente, no la tiene Luis, sino su creador, que ha querido hacer una novela sobre el desgaste del amor en pareja, y le ha salido como el culo. ¡Ah! Por cierto, no se pierdan la crítica a esta novela en el Diario de Sevilla (1-08-2021). Sin palabras. José López Romero.   

  

A CUATRO MANOS

Cuando José López Romero y yo publicamos nuestra primera novela de la serie del inspector Castilla, ‘Asta Regia’, muchos se sorprendieron pero no tanto porque investigadores hasta ese momento centrados individualmente en dar a la imprenta publicaciones de sus respectivas especialidades se pasaran a la novela policiaca, sino sobre todo por el hecho de que esas novelas se escribieran a “cuatro manos” como popularmente se suele decir. A partir de ahí  cada nueva novela de la saga mencionada ha venido acompañada irremediablemente por un rosario de repetitivas preguntas sobre cómo lo hacemos o cuál es nuestro método de trabajo, que tratamos de sobrellevar con humor mientras nos vamos acostumbrando a ello. Pero pese a todo nos sigue sorprendiendo tanto a Pepe como a mí, tanta curiosidad por un asunto, este de escribir  novelas por dos autores, que pese a todo no es  nuevo en la historia de la literatura y cualquiera que hurgue un poco en ello lo comprobará. Incluso podemos mencionar casos verdaderamente curiosos y hasta cierto punto poco conocidos, como es el protagonizado por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, cuando a mediados de los cincuenta del siglo pasado crearon al singular personaje de Isidro Parody que protagonizaría varias historias resolviendo intrincados casos policiales, claro que lo hicieron escondidos bajo el pseudónimo de Bustos Domecq.  A mediados de los 70 muchos recordamos con agrado aquella pareja formada por Dominique Lapierre y Larry Collins un auténtico fenómeno de masas para la época, tras la publicación de libros como ‘Oh, Jerusalén’ o ‘Arde París’.  Más recientemente y ya en nuestro país la pareja formada por Andreu Martin y Jaume Ribera iniciaron una fructífera colaboración cuyo exitoso resultado es la serie protagonizada por el detective Ángel Esquius. Pero de todos los casos que podríamos poner, el que personalmente me atrae más  es el de la sociedad formada por los italianos Giacometti y Ravenne que siguen publicando novelas entre lo policiaco y fantástico entre las que destacaría la primera de ellas, ‘La mujer del domingo’, que luego sería llevada al cine en una película del mismo título, protagonizada por Marcello Mastroianni y Jacqueline Bisset. Ramón Clavijo Provencio.

viernes, 20 de mayo de 2022

PASIÓN POR LA NOVELA NEGRA


Con su ‘Diccionario apasionado de la novela negra’, Pierre Lemaitre (en la imagen)  deja por esta vez la ficción con la que ha conquistado a miles de lectores -es el caso de la saga protagonizada por el comandante Camille Verhoeven, o las espléndidas novelas ‘Nos vemos allá arriba’ o ‘Tres días y una vida’-, para ofrecernos ahora una visión muy particular de ese universo que tan bien conoce como es el de  la novela policiaca. La subjetividad del libro es sin duda uno de  sus atractivos y pese a que esta característica lo aparta por otro lado de la exhaustividad de datos que quizás algunos esperarían hallar en un diccionario, el buen lector pronto encontrará sobrados motivos para disfrutar con la lectura. Sí, es este un libro nada convencional, y es que Lemaitre huye de una excesiva erudición para, en cambio, seguir sin titubeos sus gustos y emociones, siendo esta la prioridad para dar a conocer al lector  historias impagables. Su eclecticismo al abordar el tema le hace citar por ejemplo series de televisión policiacas, estén o no basadas en una novela previa, aunque tampoco se olvida Lemaitre de repasar un buen ramillete de películas basadas, estas sí, en novelas de afamados escritores del género negro. Impregnándolo todo está el humor, mucho humor, lo que es  un acierto si se maneja con maestría como es el caso. Todos estos aspectos comentados enriquecen notablemente este sin duda brillante y muy personal repaso de lo más destacado del género, y en mi caso particular me compensa con creces  de la poca presencia de autores españoles (no todo comienza y acaba en Montalbán) o  extrañas ausencias como las de Philip Kerr. Entre los temas que aborda este ‘Diccionario apasionado’ está el muy interesante de las sagas protagonizadas por  personajes que alcanzaron un enorme éxito, pero que a la muerte de sus creadores los herederos de su legado decidieron, por distintos motivos, continuar esas historias que se habían quedado huérfanas de autor. Lemaitre nombra dos casos en concreto: la serie Millenium de Stieg Larsson  continuada tras su fallecimiento, con un éxito más discreto, por David Lagercrantz, y las novelas protagonizadas por el inefable Pepe Carvalho, ahora continuadas, tras la muerte de su creador, Manuel Vázquez Montalbán, por el excelente autor barcelonés Carlos Zanón. Se podrían nombrar infinidad de casos aparte de estos que recoge Lemaitre, pero sirva de botón de muestra el protagonizado por el escritor Benjamin Black (pseudónimo de John Banville) y responsable de la muy recomendable serie que tiene al patólogo forense Quirke como protagonista, que fue el elegido por los herederos del legado del gran Raymond Chandler para continuar la serie protagonizada por el icónico Philip Marlowe. De este acuerdo surgió la excelente novela ‘La rubia de ojos negros’  que no desmerece las que nos legara el admirado autor norteamericano. Ramón Clavijo Provencio.

  

CHINO

Aunque soy arte y parte en este asunto, aunque muy indirecta, no me resisto a dedicar este breve artículo a una iniciativa que, con objetividad, me atrevería a calificar de interesante y provechosa. Me refiero a los cuatro libros o cuatro traducciones que lleva ya publicados el Aula Confucio del I.E.S. Padre Luis Coloma, en una línea de publicaciones que en estos cuatro años ha tenido como objetivo unir la cultura jerezana con la lengua china. De acuerdo con ese propósito, mis adjetivos adquieren todo su sentido: interesante y provechoso. Empezamos con un texto emblemático, el cuento por excelencia más conocido del autor que le da nombre al centro ‘Ratón Pérez’ (editorial Peripecias, 2018); seguimos al año siguiente con una selección de los aforismos de José Mateos que el propio autor tituló ‘Silencios escogidos’, una antología de sus textos que obtuvo el Premio Torino in Sintesi y que cuidó el mismo Mateos (editorial Canto y Cuento, 2019); el pasado 2020 vio la luz la traducción al chino del poemario de Pepa Parra ‘De profesión, viajera’ (ed. Canto y Cuento 2020), que había obtenido dos años antes el XI Premio de poesía para niños “El Príncipe Preguntón”. Después de un curso condicionado por la pandemia, a finales del mes pasado se presentó con motivo de la Semana Cultural China en el I.E.S. P. L. Coloma la traducción de ‘El pacto y otras novelas cortas’ de Sebastián Rubiales Bonilla, editado también por Canto y Cuento. Tanto José Mateos como Pepa Parra y Sebastián Rubiales mantuvieron con las traductoras chinas no pocas y complicadas conversaciones para explicarles el sentido de sus textos. La implicación y trabajo de los autores y de las profesoras de chino, con Jinliang Li a la cabeza, en estos proyectos han sido encomiables. Y sus frutos son los textos en edición bilingüe que han visto la luz. Una iniciativa ya consolidada que es uno de los emblemas del Aula Confucio del I.E.S. Padre Luis Coloma. Un magnífico grano de arena en esa interculturalidad de que tan necesitados estamos. José López Romero. 

viernes, 22 de abril de 2022

HOY COMO AYER

“Algunos años ha que volví yo a mi antigua ociosidad, y, pensando que aún duraban los siglos donde corrían mis alabanzas, volví a componer algunas comedias, pero no hallé pájaros en los nidos de antaño; quiero decir que no hallé autor que me las pidiese, puesto que sabían que las tenía; y así, las arrinconé en un cofre y las consagré y condené al perpetuo silencio.”. Así se lamentaba con más resignación que amargura don Miguel de Cervantes en su prólogo a las ‘Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca representados’ que publicara en 1615 (en M. de Cervantes, ‘Comedias y tragedias’, Madrid, RAE, Espasa, 2015). Más de una veintena o treinta contaba el propio D. Miguel que había escrito en la década de 1580 y que habían logrado la aceptación general del público (“que todas ellas se recitaron sin que se les ofreciese ofrenda de pepinos ni de otra cosa arrojadiza; corrieron su carrera sin silbos, gritas ni barahúndas”). Pero es en el mismo prólogo a las ‘Ocho comedias…’ donde termina reconociendo la irrupción como si de un terremoto para los corrales de finales del siglo XVI se tratara del gran Lope de Vega: “y entró luego el monstruo de naturaleza, el gran Lope de Vega, y alzose con la monarquía cómica; avasalló y puso debajo de su juridición a todos los farsantes; llenó el mundo de comedias proprias, felices y bien razonadas, y tantas, que pasan de diez mil pliegos los que tiene escritos, y todas (que es una de las mayores cosas que puede decirse) las ha visto representar, o oído decir, por lo menos, que se han representado.” Con todo, nunca Cervantes despreció o tuvo en menos sus propias obras en comparación con las ajenas, e incluso se arrogó ciertas innovaciones (“me atreví a reducir las comedias a tres jornadas, de cinco que tenían; mostré, o, por mejor decir, fui el primero que representase las imaginaciones y los pensamientos escondidos del alma, sacando figuras morales al teatro, con general y gustoso aplauso de los oyentes.”), ni abjuró de un arte de hacer comedias y tragedias con buen gusto y honesto propósito, que alegraran, admirasen y suspendieran a los espectadores. Y, por el contrario, se lamentaba del éxito de “las comedias actuales: llenas de disparates y, con todo eso, el vulgo las oye con gusto, y las tiene y las aprueba por buenas, estando tan lejos de serlo, y los autores que las componen y los actores que las representan dicen que así han de ser, porque así las quiere el vulgo, y no de otra manera.”. Cuatro siglos más tarde leemos. “Si un editor tiene un libro entre las manos que sabe que es venenoso, pero se trata de un veneno que el público demanda, lo editará. Si a un escritor se le ofrece redactar quinientas páginas repletas de clichés y fórmulas oxidadas con que envenenar a sus lectores, y si ese ofrecimiento comporta una suma nada despreciable de dinero, lo escribirá” (Carlos Segovia, “Morirás envenenado”, en AA.VV. ‘Nueva carta sobre el comercio de libros’, Playa de Ákaba, 2014). Hoy como ayer “lo serio es vender productos, hacer caja a base de nombres, rostros, textos de fácil digestión y rápida evacuación. Para qué empeñarse en hacer las cosas bien cuando lo malo vende más y mejor”. José López Romero.

JEREZ, PRIMAVERA DE 1983 EN LA BIBLIOTECA MUNICIPAL

En estos días de primavera donde se celebran numerosos actos en torno al libro, y este 23 de abril la biblioteca Municipal de nuestra ciudad alcanza los 149 años desde su inauguración, me vienen los recuerdos de otra primavera ya lejana, la de 1983, en la que a principios del mes de junio me incorporé como bibliotecario a la mencionada biblioteca y en la que se desarrollaría a partir de entonces  mi vida profesional. No eran buenos tiempos aquellos para esta institución centenaria, ya que desde inicios del año 1983 permanecía cerrada. Los primeros meses de dicho año se había producido el traslado desde su antigua sede en Plaza de la Asunción a la que sería la nueva situada en el edificio  del Banco de España en Jerez, y que al cerrarse dicho banco se cedían al Ayuntamiento para equipamiento cultural. Pero para abrir al público como biblioteca todavía tenían que realizarse unas importantes obras de adaptación del edificio, que aún cuando yo me incorporaba aquel mes de junio no habían comenzado. Por tanto, no había mucho que celebrar en torno al libro aquella primavera en Jerez, salvo que se cumpliera la ansiada apertura del edificio como biblioteca, lo que no sucedería hasta 1986. Realmente el único que tenía algo que celebrar  era yo, incluso me sentía eufórico  en ese mi primer día de trabajo como bibliotecario, aunque en aquel recorrido con el por entonces director de la biblioteca Manuel A. García Paz como guía, solo pude contemplar un edificio solitario con parte de los fondos almacenados en cajas precintadas, esperando el que se preveía inmediato traslado para facilitar las obras previstas. Pero aquella primavera ha permanecido imborrable en mi memoria por otro detalle: contemplar por vez primera el fondo bibliográfico patrimonial de la biblioteca jerezana, y que entonces se custodiaba en los sótanos del edificio, en el interior de lo que una vez fue la caja fuerte del Banco de España. Aún recuerdo con total nitidez aquella escena… Empujamos la pesada puerta de acero inglés que daba acceso a aquella enorme zona del edificio. Cuando terminamos de abrir aquel coloso de metal, la visión de los miles de libros custodiados en su interior encuadernados en piel o pergamino, fue un regalo tan inesperado como impagable, un tesoro en papel al que dedicaría el resto de mi vida profesional, aunque esto último entonces aún no lo intuyera. Ramón Clavijo Provencio

  

viernes, 8 de abril de 2022

LECTURAS MUY PERSONALES SOBRE EL VINO DE JEREZ

Qué duda hay que entre los libros de culto en torno al “jerez”, sigue destacando el ‘Jerez, Xerez, Sheris’ de Manuel María González Gordon. Fue este libro el que desbancó al que hasta ese momento era referencia obligada para los lectores y curiosos interesados en conocer este universo, y que durante tanto tiempo fue el ‘Noticias sobre la historia y el estado actual del cultivo de la vid’ de Diego Ignacio Parada y Barreto. Volviendo al de González Gordon, recuerdo que  el acto de presentación en Jerez de  su última reedición en el año 2005, y que contó con la intervención del historiador Hugh Thomas, congregó a cientos de asistentes, lo que puede resultar sorprendente para un libro cuya primera edición data del lejano 1935, detalle que quizás se explique porque su lectura hoy sigue siendo igual de cautivadora que entonces. A estas alturas ya habrán adivinado que estas líneas van de recuerdos, de buenos recuerdos lectores, por lo que volviendo sobre estos, me viene a la memoria otra publicación, ‘Xerez’, que en formato de revista me cautivó cuando en mis inicios de bibliotecario la descubrí entre los fondos de la Biblioteca Municipal de Jerez. ‘Xerez’ fue un proyecto de Luis Pérez Solero que pretendía en doce entregas plasmar el rico universo vinícola de esta ciudad. Finalmente, solo saldrían dos números “Visitando la  Bodega” y “La Campiña jerezana”, que pese a sus maravillosos textos y sorprendente material gráfico, hoy solo son una rareza bibliográfica. En estos apresurados recuerdos de lector también hay espacio para la desilusión, pues fue eso lo que quedó de lecturas como ‘La Bodega’ de Blasco Ibáñez, ‘La gran borrachera’ de Manuel Halcón o la ‘Vida y milagros del vino de Jerez’, libro curioso y divertido pero poco más, de José y Jesús de las Cuevas, pero que me conduciría a sus novelas en torno al jerez. Luego vendría la maestría de Pemartín con su ‘Diccionario del vino de jerez’ y el esplendor de Bonald en ‘Dos días de septiembre’, pero también ese ‘Jerez de los bodegueros’ de Francisco Bejarano, donde la historia y la literatura se funden para brindarnos una visión fascinante de una ciudad cuya razón de ser es el vino. Este último libro lo leí al unísono de ‘Sherry’ de Julián Jeffs, y hoy me resulta divertido recordar cómo libros tan distintos, permanecen ya  como compañeros de viaje en mi memoria. Pero los libros no se detienen empeñados unos más que otros en dejarnos alguna muesca de su paso por nuestras vidas, como es el caso, de ‘Viaje sentimental en torno al jerez’ del que es autor José Vicente Quirante. Me ha traído este libro al instante, ecos de aquellos escritos que nos dejaron los viajeros románticos que recorrieron nuestra ciudad atraídos por el jerez, y donde los sentimientos generados por su descubrimiento superaban, para gozo de los lectores, a cualquier otra motivación. Ramón Clavijo Provencio. 

No. Decididamente no. Ella era una escritora de éxito. Y no pocos sacrificios y penalidades le había costado llegar hasta allí. Pero lo que cada vez le provocaba más pereza era la exposición pública. Eso de estar siempre atenta al lacito que debía ponerse en la solapa; eso de firmar manifiestos que le ponían por delante, sin leer siquiera; y eso de asistir a las manifestaciones en contra de lo que fuera o a favor de ya no sabía qué causa, pero siempre en primera línea para que la viesen bien y poder rentabilizar su presencia, cada vez le resultaba más molesto y hasta ingrato. ¡Y ahora la maldita guerra! Y para colmo a un loco, a un descontrolado se le había ocurrido preguntar públicamente qué estaban haciendo los intelectuales, los artistas los escritores de este país por los millones de víctimas, por los refugiados, por las familias que lo han perdido todo, por los miles de niños sin hogar; que no bastaba firmar documentitos y manifiestos, con ponerse un lacito en la chaqueta con los colores de Ucrania, que eso de asistir a las manifestaciones tras de una pancarta ya no era suficiente, que había que dar un paso al frente y ayudar económicamente, acoger a esas familias… sobre todo ellos, que disfrutaban de una posición desahogada, que vivían mimados por el nuevo régimen que pagaba escrupulosamente los servicios prestados con premios y galardones. Y ella se removía en su sofá de cuero leyendo en el periódico la soflama de aquel energúmeno que reclamaba tamaño sacrificio, porque todos debíamos arrimar el hombro –decía-, y que ahora era el tiempo de la solidaridad, de la generosidad, palabras con las que tanto se les había llenado la boca. No. Ella no estaba dispuesta a ese sacrificio, a complicarse la vida metiendo en su casa a una familia, por muy refugiada que fuera. En todo caso, se indignaba, que las acojan esas políticas, las de la diplomacia de precisión, así les darían un sentido a sus vidas, se decía con sarcasmo mientras su mirada se perdía en un hermoso atardecer frente al mar. José López Romero. 

viernes, 25 de marzo de 2022

INVASIÓN

En septiembre de 1540 una armada turca, al mando de Acenagaga, uno de los hombres de confianza de Barbarroja, el gran almirante y corsario otomano invadía o, mejor dicho, hacía una incursión en las costas españolas, en concreto en Gibraltar, plaza de ubicación estratégica, entrada al continente africano y vigía de los movimientos de las continuas armadas que se preparaban sobre todo en Argel y que no tenían otro objetivo que hostigar las costas cristianas del mediterráneo. Del saco que sufrió la plaza, en pérdida de vidas, prisioneros para ser vendidos como esclavos y todos los bienes que pudieron robar los turcos, nos da cumplida cuenta el escritor Pedro Barrantes Maldonado en su ‘Diálogo entre Pedro Barrantes Maldonado y un caballero extranjero’ (editorial Renacimiento, Espuela de Plata, 2009). Un Barrantes que unía a su actividad de escritor la de soldado (según el modelo del caballero renacentista: las armas y las letras) y que intervino en la campaña de defensa y socorro de Gibraltar en aquellas jornadas, ya que por aquel año residía en Sanlúcar de Barrameda, al servicio del Duque de Medina Sidonia, a quien acompañó en tal empresa. Por carta del propio Duque conocemos que “Por la hora que me vino el aviso de lo de Gibraltar, me partí con toda la gente de pie y de caballo de esta mi tierra para allá, lo mismo hizo la ciudad de Jerez. Llegado a Medina eran salidos cien lanzas y quinientos peones a socorrer aquella ciudad y que de Jimena, que está cinco leguas de ella, había ido toda la gente de caballo y de pie con muchos bastimentos y con otras provisiones”. Y la misma ayuda prestó la ciudad de Sevilla, que días después del saco, envió una carta al emperador Carlos con la súplica de que atendiera la necesidad de fortificar la plaza “y proveerla de armas y de gente que convenga para su guarda y defensa”. La incursión, como era habitual en la época, apenas duró una jornada, el tiempo necesario para hacerse con un suculento botín en seres humanos y bienes materiales. Pero en este caso, la jugada no les salió a los turcos tan a su gusto como se felicitaban satisfechos después del saqueo y ya en alta mar, pues a su encuentro salió don Bernardino de Mendoza, general de la armada de España, y en combate naval “venció, mató y cautivó la mayor parte dellos, y les tomó diez navíos y libertó setecientos y cincuenta cristianos”, como nos cuenta Barrantes en la segunda parte de su libro. Esta crónica que ahora leemos por una parte como pieza de valor literario, pues es un excelente ejemplo y modelo de uno de los géneros renacentistas por excelencia como es el diálogo, y por otra, como una página más de nuestra historia, de un tiempo ya lejano y cerrado, se vuelve trágicamente a abrir, alcanza  terrible vigencia y actualidad porque siempre, sea el tiempo que sea, hay un monstruo que en su delirio de locura decide una y otra vez repetir hechos históricos que creíamos que solo pertenecían ya a la literatura. José López Romero.

  

LAS VIAJERAS Y EL OLVIDO

En la ponencia que desarrollé recientemente, en el curso organizado por la UCA (Campus de Jerez) y el Centro de Estudios Históricos Jerezanos, titulada “Los viajeros y la imagen de España: miradas viajeras sobre la provincia de Cádiz”, creí oportuno detenerme en un apartado hasta hace muy poco tiempo olvidado por la historiografía, cual es el de los testimonios de las viajeras románticas que visitaron nuestro país  entre 1830 y 1930. Resulta curioso cómo la historiografía al analizar este fenómeno de los testimonios extranjeros sobre nuestro país en el periodo antes mencionado, y que tanta relevancia ha tenido en la proyección posterior de la imagen de España en el exterior y que aún pervive, poca atención ha prestado a los testimonios de esas damas viajeras. Numerosos investigadores e investigadoras, entre los que me incluyo, analizaron el fenómeno a lo largo del último tercio del siglo pasado, pero hay que reconocer que en esos estudios poca atención se les ha prestado a esos testimonios de mujeres, que no solo viajaron cuando el viaje era una experiencia de riesgo, sino que por el hecho de ser mujeres las dificultades en forma de incomprensión social era evidente. Es cierto que esa investigación tiene una dificultad también añadida: muchos de esos libros que las damas viajeras publicaron, lo hacían en tiradas muy cortas y limitadas a círculos de distribución cerrados, lo que dificulta hoy la localización de algunas de esas ediciones. En todo caso y desde hace solo unos pocos años la historiografía española parece querer recuperar el tiempo perdido en libros como ‘Viajeras románticas en Andalucía’ de Alberto Egea o en artículos como el de Lola Escudero ‘Las ladies viajeras en España’ (Boletín de la Sociedad geográfica española, 2022) o en el caso de Jerez el titulado ‘Jerez y sus vinos visto por las extranjeras viajeras’ de José Luis Jiménez (Diario de Jerez. 2018). Los anteriores trabajos entre otros, van descubriéndonos el hasta ahora desconocido papel en el fenómeno viajero, de intrépidas mujeres como Louisa Tenison, Josephine Brickman, Elizabeth Herbert o Alice Illimworth, entre otras muchas,  cuyos testimonios deben completar esa visión viajera que de la  España decimonónica hasta ahora se nos había trasladado. Ramón Clavijo Provencio

 

domingo, 13 de marzo de 2022

EL MODESTO BÁLSAMO DE LA LECTURA

The Old Country’, en su primera edición de 1917 de Ernest Rhys,  e impreso en Londres y París por J.M. Dent and Songs y en Nueva York por P. Dutton, es un viejo libro que conservo en mi biblioteca. No lo menciono ahora por ser este impreso una rarísima edición codiciada por los bibliófilos y que un día llegó hasta mí tras una larga historia que quizás en otra ocasión me anime a relatar, lo traigo a colación por otro motivo cual es el ser una prueba material del poco conocido y menos valorado papel de los libros en los conflictos bélicos, y que la guerra en Ucrania ha puesto de nuevo trágicamente de actualidad. En la contraportada del ‘The Old Country’ que poseo se puede observar aún un llamativo sello, en el que aparece un soldado con uniforme estadounidense. Este soldado carga al hombro un pesado rifle con la bayoneta calada y sostiene entre sus manos una numerosa pila de libros. La leyenda que acompaña la imagen y que traduzco, dice: “Biblioteca del servicio de guerra. Este libro está donado por el pueblo norteamericano a través de la Asociación de Bibliotecarios de América, para la lectura de sus soldados y marinos”. Millares de libros como este que les menciono fueron editados y distribuidos durante la  Primera Guerra Mundial, la más devastadora guerra que vivió la humanidad hasta ese momento, entre las tropas del contingente norteamericano destinado en Europa. Libros que fueron organizados en bibliotecas itinerantes y que luego servían para contribuir al ocio de las tropas, en un intento de que se evadieran de la tragedia en las que eran protagonistas, para ejecutar las inexplicables decisiones de sus gobernantes. Estos “libros de la guerra” existieron en todos los bandos contendientes, y no hace falta tirar de imaginación sino que existen testimonios gráficos de aquellos trágicos años donde se observa a soldados en sus tiendas, incluso en las infernales trincheras del frente de  Francia, con un libro o una revista entre las manos. Cuando vuelvo a hojear este “The Old Country” es inevitable que me asalten pensamientos sobre qué ojos se posarían en él tratando de huir a través de sus ahora quebradizas páginas, o a cuántos seres habrá reconfortado en tan aciagos días. Había olvidado que poseía este libro pero me lo recordó hace unos días aquella imagen fugaz, de esas de tantas que las cadenas de televisión van mostrándonos de los escenarios devastados de lo que alguna vez fueron bulliciosas ciudades ucranianas, donde me pareció distinguir en un segundo plano a un par de soldados o milicianos, ignoro el bando contendiente al que pertenecían, sentados sobre los bordillos de una acera y enfrascados en la lectura de sendos libros. Libros como este ‘The Old Country’ y que hubiera preferido siguiera olvidado en los anaqueles de mi biblioteca. Ramón Clavijo Provencio