“Vamos a París” era la frase “consagrada”
o lema con que los ilustrados del siglo XVIII de más de media Europa
manifestaban la obligación y devoción que “comerciantes, filósofos, científicos
o curiosos” contraían con la capital francesa como ciudad de peregrinaje
cultural. Francia sin duda “había impuesto su idioma como lengua de
entendimiento internacional. Ningún ilustrado podía serlo sin saber idiomas y
todos hablaban francés”. Los pasajes entrecomillados están extraídos del
volumen 4 titulado “Razón y sentimiento (1692-1800)”, a cargo de Mª Dolores
Albiac-Blanco perteneciente a la Historia
de la Literatura Española editada por Crítica y dirigida por José Carlos
Mainer. No otra idea que la importancia de París y del idioma francés durante
el siglo XVIII ha alentado el último trabajo del gran humanista contemporáneo
Marc Fumaroli, un conocedor como ya hay pocos de la cultura occidental, y muy
especialmente de su país. Bajo el título Cuando
Europa hablaba francés (excelente, como todas, la edición de la editorial
Acantilado) Fumaroli refrenda con todo lujo de erudición todas y cada una de
las palabras que antes he citado del volumen de la Historia de la Literatura Española. España y sus ilustrados en esto
al menos no eran una excepción. Pero si París ha seguido manteniendo a lo largo
de los siglos el prestigio de capital cultural europea, lugar de peregrinaje y
asentamiento de tantos intelectuales y artistas (desde el Modernismo, los
movimientos de vanguardia, el exilio de tantos españoles después de la guerra
civil, o más actualmente los periodos obligados de nuestros escritores hispanos
y americanos, hasta llegar algunos
incluso a fijar su residencia en la llamada con cierta cursilería “la
ciudad de la luz” o “la ciudad del amor”); pero si París no ha perdido ese
prestigio –decíamos-, a pesar de los parisinos, otra suerte y muy distinta ha
corrido su idioma. Hoy esa necesidad de “saber idiomas” que tenían los
ilustrados europeos del siglo XVIII es la misma que tenemos todos en esta
sociedad, pero ya no es el francés el que necesitamos saber, sino el inglés,
que se ha convertido en el idioma internacional que nos han impuesto y, si
París no ha perdido ese “glamour” (palabra cursi) tan atractivo como decadente,
otras son ya las ciudades de referencia para la cultura occidental (Nueva
York), y el francés lamentablemente se ha ido hundiendo en los planes y sistemas
educativos de nuestros escolares hasta alternar como optativa con otras materias.
Ya hace de esto sus buenos años, en los centros educativos se estudiaba el
francés como primer idioma (apenas rastro se anunciaba del inglés), y hasta
hace poco un grupo (aunque cada vez menos numeroso) de excelentes alumnos y
alumnas aún mantenían el francés como primera lengua extranjera. Eran los años
de esplendor o el canto del cisne, últimos restos ya sin duda de aquella
antigua idea ilustrada del lejano siglo XVIII, como lejano queda ya también el
nombre por el que se conoció en nuestro país la sífilis. José López
Romero.
Una biblioteca es lo más parecido a un laberinto, un laberinto lleno de libros, de mundos por descubrir.En homenaje a las bibliotecas y a la lectura , preside la cabecera de este blog un dibujo del pintor jerezano Carlos Crespo Lainez: "Noche de lectura".
LECTORES SIN REMEDIO
Este blog tiene su origen en la página semanal de libros de "Diario de Jerez", "lectores sin remedio", que llevamos escribiendo desde el año 2007. Aunque el blog no es necesariamente una copia de la mencionada página, en él se podrán leer artículos que aparecen en ella. Pero el blog, por supuesto, pretende ser algo más... Los responsables son los dos lectores sin remedio, de los que facilitamos la siguiente información: Ramón Clavijo es Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y es actualmente Técnico Superior Bibliotecario del Ayto. de Jerez de la Frontera. Está especializado en fondos bibliográficos patrimoniales. José López Romero es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y actualmente es Catedrático de Lengua y Literatura en el I.E.S. Padre Luis Coloma de Jerez de la Frontera. Especializado en la literatura dialógica del s. XVI y en la novela del s. XIX.
viernes, 18 de diciembre de 2015
CULTURA
En uno de los libros
reseñados más abajo, Farándula, se
descubre al lector la visión de la autora – realista y nada subjetiva- sobre el
teatro. Es una historia por momentos divertida, pero también plagada de
situaciones oscuras, dramáticas y reivindicativas. Pero pese a centrarse en el
teatro, realmente lo que se pretende es reivindicar el papel que le
corresponde a la Cultura, con mayúsculas, en nuestra sociedad, una cultura que
durante los últimos tiempos -que van más
allá de los inicios de la crisis que aún parece darnos los últimos coletazos-
se nos aparece sin el brillo que tuvo antaño, maltratada administrativamente y
distorsionada por ese mal al que parece nadie encuentra remedio, de confundir
cultura con cualquier manifestación popular o festiva. Recientemente algunas asociaciones reivindicaban la recuperación de
la denominación Cultura a secas, para
tantos entes administrativos –desde ministerios a representaciones territoriales de más bajo
rango- que a lo largo de las últimas
décadas habían añadido al término una serie de apellidos que andando el tiempo
han ido distorsionando la finalidad
originaria de los mismos. Parece que la
palabra Cultura es hoy día una excusa
para hablar de otras cosas que siempre han sido secundarias, especialmente las
de carácter festivo y que ahora parecen ser prioridad y se llevan la parte del león
de los mermados presupuestos de las administraciones. Para mí la Cultura con mayúsculas siempre la
asimilé a dotarnos de buenos museos, archivos y bibliotecas. A la protección del cine y teatro, pero también al fomento de la
lectura entre los más pequeños o
incentivar la investigación. Cultura
es proteger la cadena de
comercialización del libro, especialmente
librerías o la inversión en
proyectos patrimoniales…Por supuesto que la cultura es más, pero por ser un
concepto amplio y de difícil definición se impone reivindicar su esencia hoy
salpicada y desplazada por sus aspectos más anecdóticos y superficiales. Libros
como Farándula serán siempre
bienvenidos por su reivindicación de la esencia del concepto Cultura, por lo
que no desesperamos de ver algún día desterrada esa política miope del Panem et circenses que se ha impuesto por doquier. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
sábado, 12 de diciembre de 2015
CASOS EXTRAÑOS
Leo un esplendido artículo publicado en El
País –“Genios replegados” de Rubén
Amón- recordando al compositor finlandés
Jean Sibelius en el 150 aniversario de su nacimiento, en el que nos escribe
sobre el cansancio intelectual que
invade al compositor en plena madurez y éxito, que provocará finalmente su incapacidad para
componer más. Me hizo recordar el mencionado texto aquel lejano verano en Los
Barrios, la población natal de mi padre y donde año tras año pasábamos la
familia la temporada estival, en el que lo acompañé a visitar a un antiguo amigo de juventud al que
conoció en Tánger (en la imagen), y que por entonces, mediada la década de los
setenta del pasado siglo, volvía a España para instalarse en la mencionada
localidad del Campo de Gibraltar.
Recuerdo aquella casona de dos pisos, sobre todo el huerto de la parte
trasera, donde se había instalado aquel singular personaje, correcto pintor
paisajista –uno de sus lienzos reproduciendo un colorido paisaje de la ciudad
marroquí de Tetuán presidió durante años el salón de la casa paterna- aunque él
se autotitulaba por encima de todo escritor. Si bien contemplé, y en algunos casos
admiré algunas de sus pinturas, jamás supe de
sus libros, pese a que en su casa junto a los lienzos aparecían
enmarcadas algunas fotografías del propietario de la casona con escritores
relevantes –como supe años después- Truman Capote, Gerard Brenam o Paul Bowles
viejo conocido de su etapa norte africana. Aquella visita de adolescente pronto
pasó al olvido, entre otras razones porque el excéntrico personaje, después de
una larga espera en el salón de aquella casa al que nos hizo pasar una vieja
asistenta, finalmente no apareció ante el enfado de mi padre. Años después volví
a tener noticias de él, cuando en una breve carta se despedía de mi progenitor
tras algunos años en Los Barrios, en pos de la “energía vital para escribir”, se justificaba, y que al parecer no
encontraba en aquel lugar –como tampoco antes, según me comentó mi padre, en Tánger
y en tantos otros sitios- y lo tenía frustrado, pese a que esa energía no le
faltara –aunque por lo visto ello no lo consolaba- para seguir pintando
paisajes notables. Sin duda este hubiera sido un caso atractivo a estudiar para
mi admirado y recién desaparecido doctor
Oliver Sacks. Pero casos como este que les narro abundan en la historia
de la cultura. De algunos ya da cuenta Rubén Amón en el artículo mencionado al
comienzo de estas líneas: Rimbaud, Dashiell Hammett, Salinger, Melville… Todos
parecidos pero a la vez todos singulares y que por ello despiertan curiosidad
o atracción científica sobre
historias unas veces trágicas y delirantes, otras extrañas e inexplicables y
algunas, incluso, dignas de una opereta.
RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
MATERIA COMBUSTIBLE
Desde su inicial Elogio a la mala yerba (VIII Premio
Internacional de Poesía Loewe a la Creación Joven en 1995 y publicado por Visor
en 1996), la trayectoria poética de Pepa Parra se ha ido consolidando en el
panorama literario de nuestro país, aunque el reconocimiento general, de
público y crítica, cueste mucho más desde provincias que desde una gran ciudad.
Pero Pepa, como otros excelentes ejemplos (Paco Bejarano, Pepe Mateos, Pedro
Sevilla), ha preferido permanecer en su tierra, Jerez, en la que desde su
puesto en la Fundación Caballero Bonald es testigo de privilegio del ambiente literario
que se respira fuera de nuestra ciudad, en algunas capitales más viciado que en
otras, además de permitirle que se valoren sus méritos poéticos y su trabajo. Y
desde aquel primer poemario hasta Materia
combustible (Ediciones en Huida, 2013) la búsqueda del otro, las relaciones
cuerpo a cuerpo y la obsesión por disfrutar del momento, al tomar conciencia de
lo efímero de la felicidad son temas recurrentes en sus poemas. La carnalidad,
la recreación en lo bello, en esos cuerpos que se dejan llevar por la pasión o
por el descanso después de la batalla de amor se reflejan en los poemas y de
ahí el título del libro y las tres secciones que lo componen: “fuego”,
“cenizas”, “fuego”. Pero en Materia
combustible aparece con más intensidad que en libros anteriores la
preocupación por el paso del tiempo y, sobre todo, por el “futuro incierto”, lo
que nos lleva a poemas que intentan con cierta e inútil desesperación recuperar
el pasado, aunque solo sea un “sorbo” de él (“Dame un sorbo de ayer, una
mirada/ los restos de un naufragio / a los que sujetarme…” del poema “egoísmo y
miseria”). En esta misma línea encontramos el estremecedor “Cenizas, humo” o
las preguntas que se nos hace en el poema “Y si ahora”. Materia combustible es un libro sin duda que exige, por su calidad
e intensidad, una lectura pausada, la mirada madura de sus versos, esa mirada
desde la que escribe Pepa Parra. José López Romero.
sábado, 5 de diciembre de 2015
ZONAS HÚMEDAS
“¿Qué estás leyendo?”, me pregunta mi
mujer. Y aunque no es gallega, cuando pregunta lo parece. “Lo digo porque te
veo salivar demasiado”, y aunque no es gallega (insisto), cuando hace algún
comentario lo parece. “Zonas húmedas”, le
contesto. “¿Lo dices por la boca o es el título del libro?”, definitivamente,
alguno de sus antepasados debe de ser gallego. “El título”, le respondo. “Pues
seguro que no trata de la laguna de los Tollos, porque tú de Ecología tieso;
conque ¡ya me dirás de qué va el librito! ¡Alguna guarrería!”. ¡Acertó! Lo
dicho: ¡gallega! Cada vez que he cerrado el libro de Charlotte Roche después de
leer algunas páginas, la pregunta que siempre me asalta es ¿con qué intención
ha escrito la autora alemana esto? Muchas y muy variadas son las intenciones de
un escritor cuando se enfrenta al proceso de creación, que convierte su obra en
algo más que arte: dar una visión de la sociedad, intentar explicar el pasado,
despertar la conciencia de los lectores, sus sentimientos, el amor, el odio,
poner a estos delante de los enigmas universales, hacerlos reaccionar, etc.,
etc.. Y me hago la pregunta porque no entiendo qué se esconde detrás, qué nos
quiere transmitir C. Roche con su protagonista, una muchacha, Helen Memel, cuya
única afición conocida (“coñocida”, para utilizar las propias palabras de
Roche), es entablar una relación tan variada como repugnante con todos sus
fluidos, efluvios, excrementos corporales que van del juego a la ingesta,
incluidas menstruaciones, legañas, mocos y todo lo que sea susceptible de
transmisión bacteriana, porque la tal Helen quiere tanto a sus bacterias, sobre
todo las que pueden pulular por sus zonas más húmedas, que no tiene escrúpulo
alguno en comérselas o dejarlas por ahí para que otros las disfruten. Por no
hablar de la variada gama de masturbaciones y relaciones sexuales que nos va
describiendo al hilo de sus guarradas, sazonado todo con comentarios sobre sus
borracheras y emporramientos. La operación que acaba de sufrir en la zona anal
(así empieza la novela) le sirve también para que no quede agujero de su cuerpo
por explorar y explicar qué suele hacer con ellos. ¿Es el trauma de una niña que
no ha asimilado bien el divorcio de sus padres y sigue, pese al tiempo
transcurrido, intentando unirlos? ¿nos quiere hacer ver C. Roche que Helen es
al fin y al cabo una muchacha como otra cualquiera, aunque un poco más
desinhibida? Lo que leemos en Zonas
húmedas es una relación de guarradas, todas absolutamente gratuitas y
muchas consecuencia de la mala educación de la protagonista, que por momentos
levantan el estómago al más desinhibido lector. Para algunos (leo en Google) la
novela es transgresora y en ella se aprecia la valentía de la escritora. Bueno,
hay opiniones como lecturas para todos los gustos. Pero esta en especial es de
muy mal gusto. Y sin embargo, cuando se publicó en Alemania en el 2008 fue un
verdadero best-seller, con ventas millonarias en todo el mundo. “Y si es tan
guarro, ¿por qué lo lees?”, nuevo ataque de la gallega. “Eso mismo me estoy
preguntando yo”. “¡Ah! No vale hacerse el gallego. La gallega soy yo”. José
López Romero.
EN LA LIBRERÍA
Llevaba un rato en mi
librería de guardia, y durante ese tiempo me sorprendió que un número
apreciable de clientes entrara preguntando
por una biografía de Carlos I. Más extrañado me quedé cuando comprobé
que estos clientes eran adolescentes, algunos acompañados por adultos –ante la
cara de extrañeza de alguno de estos jóvenes recorriendo las calles del local,
supuse que los acompañantes irían en calidad de guía para orientarlos por un
territorio que no habrían pisado nunca.
Luego mi buen amigo el librero me aclaraba el asunto. Aquellos chavales no iban
buscando los excelentes textos de Geoffrey Parker o Fernand Braudel sobre el
personaje antes mencionado, sino un modesto librito (Carlos I, rey emperador de Laura Sarmiento), sobre la serie que una cadena televisiva
emite sobre el primero de los Austria en
nuestro país. Al parecer había sucedido meses antes lo mismo con el personaje
de Isabel de Castilla. Esto es, el éxito de la serie derivó en un inesperado éxito de ventas del
libro preparado al efecto. Pese a todo, y lamentando que ningún libro sobre
nuestra historia escrito por un historiador de prestigio no tuviera por sí solo
el tirón entre nuestros jóvenes de estos modestos impresos –estaría a mucha
distancia en cuanto a ventas el que recientemente ha publicado Arturo Pérez
Reverte (La Guerra Civil contada a los
jóvenes)-, sí es para alegrarse de que series históricas como esta que
traemos al caso sobre Carlos I estén, a la vista de las estadísticas de
audiencia, batiendo records y además, y esto es lo que más nos interesa,
llevando a un número considerable de jóvenes a interesarse por personajes históricos claves para entender la
historia de nuestro país. Se puede perdonar que esos libros –con un aceptable
rigor histórico- no estén escritos por Parker
o Braudel, ¿no creen? Y tras esta
distracción en mi librería de guardia, en una fría mañana otoñal, proseguí con mi búsqueda
de algunos textos de Oliver Sacks, el neurólogo, pero también humanista, que tanto nos enseñó sobre los
misterios del cerebro y, sobre todo, la
maravillosa complejidad del ser humano. RAMÓN
CLAVIJO PROVENCIO
sábado, 28 de noviembre de 2015
CURIOSIDADES BIBLIOGRÁFICAS EN LA II REPÚBLICA
Complicado
ha sido siempre la crianza de los hijos. Más aún si el educador se empeña en
inculcar un solo punto de vista de la vida al educando, el suyo. Suelen ser
personas convencidas de la infalibilidad de sus opiniones y creencias. Y no
proceden solo de un lado, pues tanto a la diestra como a la siniestra
encontramos ejemplares de esta catadura. Fue el caso del padre Codinach,
Superior General de la Orden del Carmen, que en 1934 publica en una imprenta
cordobesa con el “provocativo” nombre de “La
Española”, un librito de carácter moralista. Amplitud de miras de la
imprenta, sin duda, pues ya había sacado a la luz el reglamento de “Germinal”, una sociedad de obreros de
aquella ciudad. Nuestro carmelita se escandalizaba de la “inmoralidad pública por causa de las desnudeces también públicas”.
En otras palabras, que los jóvenes cada vez se tapaban menos y enseñaban más. ¡En
1934! Si el sacerdote viviera hoy, creería que hemos sido invadidos por una
nueva especie. Definía la educación filial, que así se llamaba la obra, como la
dirección conveniente que los padres deben dar a los hijos para que todas sus
facultades lleguen a su desarrollo y perfección. Arduo camino, pues según nos
cuenta el cura, a los niños les subía la temperatura por “los
vestidos cortos de las niñas, y sobre todo por no llevar siempre calzones o
bragas”. Aunque no siempre han tenido tan mala prensa como hoy, desaconsejaba
la bebida y el tabaco para la juventud, “que
tan funestas consecuencias morales y físicas acarrea”. Afirma que las niñas deben dominar la costura,
el bordado y el planchado, y ayudar en la casa con la faena doméstica. De los
niños no habla. En lo referente al amor, hablar todo lo que se quiera, pero
solitos ni a misa: “nunca se quedarán
solos los novios, y siempre han de estar visibles a alguno de la casa”. No permitan nunca que se toquen y se besen,
como no sea darse la mano al saludarse o despedirse”. En fin, todo esto no
resulta extraño en un religioso de hace ochenta años, pero sorprende la
libertad de imprenta respecto de estos escritos en una República laica, aún cuando
el opúsculo viese la luz en el llamado “bienio negro”, cuando era la derecha la
detentadora del poder. Pero eran los tiempos de las bibliotecas populares, del Patronato de Misiones Pedagógicas –y sus
entusiastas campañas educativas por las zonas rurales-, de la Junta de
Intercambio y Adquisición de Libros, del Diccionario de uso del español de
María Moliner... Un periodo fecundo, sin duda. Lástima que fuera malogrado por
la intransigencia de aquellos que creyeron ser portadores de la verdad. De
ambos bandos. Natalio Benítez Ragel.
VISOR
Ahora
sí. A diferencia de semanas pasadas, esta vez estoy decidido a comentar aquella
entrevista que le hicieron al editor Chus Visor, publicada por los medios allá
por principios del verano y que tanta polémica levantó. “Dicen que los
novelistas son vanidosos pero ¡hay cada poeta!”, es el titular que en ella se
destacaba y no era precisamente lo más grueso o fuerte con lo que el dueño de
una de las más prestigiosas colecciones de poesía de habla hispana se dejaba
caer. La entrevista tenía su razón de ser porque con 70 años recién cumplidos
también se celebraba que llevara 45 de ellos intentando ganarse la vida con la
edición de poesía, toda una heroicidad en un país que se lee poco y mucho menos
poesía, aunque el propio Visor no está de acuerdo con esto y pone como ejemplo
los 45 años de su sello (seguro que más de una y de dos subvenciones le habrán
salvado algunos balances anuales) y los 25.000 ejemplares vendidos del poemario
de Joaquín Sabina (pero es que Sabina vende lo que toca). En cualquier caso,
esos 45 años de editor y sus 70 de vida le permiten a Chus Visor ocupar un
lugar de privilegio desde el que no solo puede observar toda la fauna
literaria, sino también decir lo que sobre esta piensa, porque a esas alturas
de la profesión y de la vida uno se puede permitir ciertos lujos y entre ellos
el de decir lo que le da la gana. Por eso, comenta sin tapujos la mediocridad
de muchos poetas actuales (“poetas infames” los llama) que sin embargo venden
bastante bien lo que publican, o que la poesía femenina no está a la altura de
la narrativa, o la enemistad que se ha granjeado de los poetas que no ha
editado, así como niega la acusación de manipular premios para dárselos a sus
amigos (¡qué va a decir él!). Al margen de polémicas y declaraciones más o
menos escandalosas y siempre discutibles, hay que reconocerles a editoriales
como Visor, Tusquets o Renacimiento (por
poner otros ejemplos), su papel decisivo en el prestigio internacional de
nuestra poesía. José López Romero.
sábado, 21 de noviembre de 2015
ROMANOS
“-Padre –pregunté-, ¿ha merecido la pena?
Quiero decir, el poder, esta Roma a la que has salvado, esta Roma que has
construido… ¿Ha merecido la pena todo lo que has tenido que hacer? Mi padre me
miró durante un largo tiempo, y después desvió la mirada. –Debo creer que sí
–dijo-. Los dos debemos creer que sí”. Es parte de la conversación que
mantienen Octavio César y su hija Julia, después de que el emperador de Roma le
proponga la obligación de casarse con Tiberio, hijo de Livia, la esposa de
Octavio. Una obligación que Julia debe aceptar aunque regañadientes por el bien
de esa Roma a la que su padre ha dedicado y sacrificado toda su vida, como la
misma Julia, quien ya lleva a sus espaldas, pese a su juventud, dos matrimonios
de conveniencia. Es la famosa y siempre socorrida “razón de estado” que sigue
vigente hasta nuestros días. Pero no interesa tanto esa excusa o justificación
bajo la cual tiranos, dictadores y gobernantes de la peor calaña han cometido a
lo largo de la historia toda clase de atrocidades, sobre todo, delitos de lesa
humanidad, sino la pregunta que Julia le hace a su padre, la que nos deberíamos hacer pasado el climatérico
lustro de nuestra vida, pero que en un gobernante se hace más acuciante y necesaria.
Los acontecimientos políticos que actualmente nos preocupan, los ataques
terroristas, las guerras que asolan países y se cobran miles de vidas, perdidas
o desarraigadas ya para siempre de la tierra en la que vieron por vez primera
una luz que ya no les alumbra… no creo que la respuestas de los responsables de
estos sucesos, de tanta tragedia sea la que Octavio César le dirige a su hija,
ellos no pueden creer que sí. Porque no han dedicado ni sacrificado sus vidas
en salvar a su Roma, en construirla, sino en destruirla y arrasarla. La vocación
de servicio a su país, a la ciudad que se observa en Octavio y que este le
reclama una vez más a su hija Julia se ha transformado en intereses económicos,
en soberbia e inhumanidad. La conversación con que empezaba estas líneas
pertenece a la novela de John Williams ‘El hijo de César’ (reseñada hace unas
semanas) y la refiere Julia en una de las cartas que escribe años más tarde en
su destierro en la isla de Pandateria, obligada a permanecer alejada de la
ciudad a la que tantos sacrificios personales dedicó, pero también en la que
fue feliz y se dejó llevar por una vida disoluta. En todas las novelas o libros
que tratan de la Roma antigua, se destacan los vicios sin cuento, las intrigas,
los asesinatos y crímenes de toda clase que se cometían, pero también se puede
observar el inmenso amor, el orgullo de sus ciudadanos de aquel imperio, de
aquella urbe que era el centro del mundo. “Quiero que sepas que soy consciente
de la dificultad que entraña tu misión de gobernar esta extraordinaria nación,
a la que amo y odio, y este Imperio, aun más extraordinario, que me horroriza
al tiempo que me enorgullece”, le dice un personaje de la novela de Williams a
Octavio. Otra lección de los romanos que debemos aprender. José López Romero.
LOW COST
Como en el mercado inmobiliario –y perdonen la comparación- en el del libro parece funcionar mejor el de segunda
mano, y así parece ponerlo de manifiesto
los últimos estudios sobre la comercialización y distribución del libro en los
últimos años. Lo cierto es que 2014 ha
sido un año terrible para las librerías en nuestro país - la Confederación
española de asociaciones y gremios de libreros habla de que casi 900 librerías han echado el cierre- algunas tan relevantes como La Regenta en
Madrid o Negra y Criminal en Barcelona. En el caso de esta última con la
paradoja de perecer precisamente cuando vivimos la edad de oro de dicho género.
Ante este panorama es curioso como el mercado del libro de segunda mano se mantiene:
no solo no disminuye el número de librerías sino que las virtuales no parecen
significar para ellas un serio peligro aún. En un interesante artículo que
firmaba Xosé Hermida hace algunas semanas en El País, se recogía la opinión de un librero de la Cuesta Moyano , y esta no
difería mucho de la que les comentaba basada en los estudios estadísticos de la
CEGAL: se sigue resistiendo y aunque el
negocio mengua no desaparece. Puede parecer algo extraño que en la era digital al
mundo del libro low cost o de segunda mano -que aguanta con dificultad pero
firmeza las turbulencias del mercado-, lo
que más le preocupe es el peligro cierto de que una clientela envejecida pero fiel no encuentre continuidad en las nuevas
generaciones. En Jerez el fenómeno
parece también plasmarse en la reciente inauguración de una librería de viejo
en los antiguos locales de la que fuera Librería Hojas de Bohemia en la plaza de Vargas. Todo
un síntoma de lo que decimos. Por cierto, estamos en vísperas de la instalación
de la tradicional Feria del libro antiguo en la alameda de Cristina, un clásico
del paisaje pre navideño en la ciudad, y que además es notorio el tirón de
público que tiene y para sí quisieran otros eventos de similares
características en el calendario local. RAMON
CLAVIJO PROVENCIO
domingo, 15 de noviembre de 2015
LITERATURA SOBRE LITERATURA
“Un libro empieza y termina mucho antes y
mucho después de su primera y de su última página”, dice Julio Cortázar en una
conferencia titulada “La literatura latinoamericana de nuestro tiempo”, que se
recoge como apéndice en su libro Clases
de literatura. Berkeley, 1980 (ed. Punto de lectura, 2013). Y cuando
terminé de leer este libro de Cortázar no pude por menos que recordar la frase
cargada de razón. Los buenos libros, los que marcan al lector son realmente
aquellos para los que estábamos preparados, consciente o inconscientemente,
para leer y aquellos que no olvidamos durante toda nuestra vida, que nos hacen
reflexionar, que nos producen un placer o nos provocan unas emociones que nos
acompañarán para siempre. Clases de
literatura es un libro sobre literatura porque en él se recoge el curso que
Cortázar impartió en la Universidad de Berkeley en 1980; forma parte, por
tanto, de ese género ensayístico del que aquí hemos reseñado algunos trabajos,
por el interés que siempre tiene un libro sobre literatura escrito por los que
a ella se dedican desde el lado de la creación y no de la crítica o la investigación.
Y en esto, La verdad de las mentiras de
Vargas Llosa o Diez grandes novelas y sus
autores de Somerset Maugham (que hemos reseñado aquí en otro tiempo) son
títulos muy recomendables. Pero el ensayo de Cortázar tiene el interés añadido,
a diferencia de estos dos libros citados, de que el escritor argentino
reflexiona sobre su propia obra, sobre las etapas que cree advertir en su
carrera literaria y, sobre todo, las claves de creación de sus insuperables
relatos, así como de sus dos grandes novelas: Rayuela y Libro de Manuel. Una reflexión cargada
de literatura, pero también de vivencias personales que nos acercan al
escritor, pero aún más al hombre y sus circunstancias. Y en este sentido,
aunque Cortázar hable de la importancia de la fantasía, de la música, del humor
y del erotismo en la literatura latinoamericana, las páginas más sobrecogedoras
son aquellas en las que reflexiona sobre la responsabilidad (prefiere esta
palabra a “compromiso”) del escritor latinoamericano con la realidad de sus
países de origen. La denuncia de las sangrientas dictaduras que asolaron buena
parte del continente americano, y el papel que le corresponde al escritor en la
recuperación de los derechos de los pueblos a decidir su futuro y enfrentarse
al abuso de poder establecido ocupa la última parte del libro, en especial esas
dos conferencias que se incluyen en el apéndice final y de las que destacábamos
al comienzo una de las frases. Y si esa frase ya nos plantea la relación del
escritor y del lector con los libros, tampoco debemos olvidar la cita inicial
extraída de Unamuno: “… aborrezco a los hombres que hablan como libros, y amo
los libros que hablan como hombres”. Las Clases
de literatura de Cortázar es, sin
duda, un libro que habla como un hombre, con la imponente estatura del escritor
argentino. José López Romero.
SAHARA
A finales de 1975 el puerto de Cádiz fue lugar de atraque de
muchos barcos de la Armada atestados de tropas y pertrechos procedentes del
Sahara. Yo iniciaba por entonces mis estudios en el colegio universitario de Filosofía
y Letras de la vecina ciudad, y algunas tardes gustaba de acercarme a los
muelles y sumergirme en el bullicioso corazón y razón de ser de esa ciudad
portuaria. Hoy el trasiego del puerto gaditano no es el mismo –salvo los días
en que atraca algún mastodóntico crucero- y nada nos hace recordar hoy en estos
muelles aquellos meses del 75 en los que el país vivió acontecimientos
decisivos para su historia. Uno de ellos, la nunca aclarada del todo salida española del Sahara. La bibliografía existente
sobre ello, parece darnos la razón en cuanto al desinterés sobre aquellos acontecimientos, algo por otro lado
tampoco novedoso, pues poco se ha escrito sobre
los procesos descolonizadores de España en sus territorios africanos (Guinea, N. de Marruecos,
Sahara…), y quizás algo tenga que ver en ello el hecho de que el papel de nuestro
país en los mismos no fue ciertamente airoso. Sobre el Sahara, Concha Molla escribía
un interesante artículo buceando entre la escasa bibliografía a la que se puede
remitir al lector interesado en el Sahara colonial y poscolonial, y
curiosamente nos señalaba como eran de
destacar más obras de ficción que estudios históricos sobre el tema. El imperio del desierto de Ramón
Mayrata, El médico de Ifni de Javier Reverte o Mira si yo te querré de Luis Leante (premio Alfaguara, 2007), son
ejemplos de ello. Entre los de no ficción quizás destacar La historia prohibida del Sahara (Destino) de Tomás Barbulo y poco
más. Ahora la publicación del catedrático de Hª Contemporánea de la Universidad
Juan Carlos I, José Luis Rodríguez Jiménez, Agonía,
Traición, Huida: el final del Sahara español (Edit. Critica), intenta
llenar el vacío y desconocimiento sobre lo sucedido en aquellos meses de
finales de 1975, unos meses en los que
un joven universitario observaba
perplejo en los muelles de Cádiz, el incesante atraque de barcos de la Armada
procedentes del Sahara. Ramón Clavijo Provencio.
sábado, 7 de noviembre de 2015
APARICIONES
Los libros van pasando ante nuestros ojos de manera vertiginosa, y como en
un juego de magia aparecen y desaparecen sin cesar. Nos quedamos sin aliento,
incapaces de seguir el ritmo y sospechando
que en el carrusel diabólico al que nos somete la industria editorial se
nos van escapando historias
excepcionales aunque -nos consolamos-
también muchas que no merecen un minuto de atención por parte de un
lector avezado. Pero el destino de la
mayoría de los libros es trágico, y es que entre el nacimiento oficial y el
olvido el tránsito es fugaz pues todos están finalmente condenados. Ya
nos lo recordaba Felipe Benítez Reyes en aquellos versos: Todos los libros llevan un estigma de olvido. Hay una voz en ellos /Que
enmudece y declina. En otro libro,
el recientemente fallecido Henning Mankell escribe: “Nadie quiere que le olviden. Pero a casi
todos nos olvidan. ¿A cuántos escritores recordamos y seguimos leyendo hoy día?
Y no estoy pensando únicamente en los que escribieron hace cientos de años,
sino también en aquellos que leíamos y sacábamos de las bibliotecas y que
murieron hace veinte o treinta años” (Arenas movedizas. Tusquets). Hay sin embargo otros libros cuya
salida de escena es de lo más truculenta. Conocemos de su existencia pero no de
sus bondades y miserias. Entre ellos estarían multitud de libros desaparecidos
por la acción destructora del propio hombre, o por hechos fortuitos y
desgraciados. Los historiadores han rescatado muchos títulos de autores
conocidos y desconocidos, de los que solo conocemos eso, sus títulos, pero no
su contenido lo que ha excitado la imaginación de muchos escritores que han
elucubrado con ello. ¿Qué habrá sido de aquel manuscrito extraviado por un
joven Poe en uno de sus viajes a Baltimore, y del que se nos da cuenta en el
muy documentado libro de Georges Walter (Poe. Anaya)? Algunos de estos libros
que se creían definitivamente perdidos, como en otro número de magia, aparecen
cuando menos lo esperamos. Sucedió con historias perdidas de Mark Twain, Julio Verne, o Aldous Huxley,
entre otros muchos. Casi siempre estas apariciones son funestas, pues más que obras desaparecidas o perdidas
eran historias con las que su autor
nunca se sintió satisfecho y prefirió esconderlas y olvidarlas.
Por todo ello hay expectación en los círculos literarios de nuestro país
por la inminente aparición de “Los Caprichos
de la Suerte”, la novela de Pío Baroja que completaría la trilogía de “Las
Saturnales” dedicada a la Guerra Civil. Veremos si la espera de más de medio
siglo en que el manuscrito permaneció oculto en la casa familiar de Vera de
Bidasoa (Navarra) y el entusiasmo del admirado José Carlos Mainer sobre el
libro, se ve corroborado por los lectores. Aguardamos expectantes. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
FLAMENCO
Por los mismos días en que se destapaba el sueldo fantasma
del director del Centro Andaluz de Flamenco, que había percibido 2.200 euros al
mes durante tres años sin llegar a pisar siquiera tan bien remunerado puesto de
trabajo (ver Diario de Jerez, 30 de octubre), llegaba a todos los centros de
enseñanza de nuestra sufrida región las “Instrucciones de la Dirección de
Ordenación Educativa de la Junta para la celebración del Día del Flamenco”,
cuyo punto primero reza lo siguiente: “Todos los centros docentes no
universitarios sostenidos con fondos públicos de esta Comunidad Autónoma
celebrarán el día 16 de noviembre de cada año o con anterioridad al mismo si
recayese en día no lectivo, el Día del Flamenco”. La casualidad es otra de las
grandes ironías de la vida que, en este caso, se convierte en un caso más de
ese cinismo tan característico ya de nuestros gobernantes. Para celebrar el Día
del Flamenco ¿podríamos ponerles a nuestros escolares un comentario del texto
periodístico en el que se trata el “asuntillo” del sueldo fantasma? Sin duda
sería una buena actividad complementaria, porque por ella se daría cuenta
nuestro alumnado del desprecio más absoluto con que las administraciones
públicas tratan a la cultura en todas sus manifestaciones. Mientras que todos
los centros educativos ya se disponen a preparar estas actividades, aunque la cultura de nuestros adolescentes no se
mejora con la celebración de “Día de”, en el que se suele programar una serie
de actos forzados, algunos sin convicción, contando siempre con la voluntad de
docentes, escolares y hasta familias, y con escasos por no decir ningún medio,
las famosas Instrucciones del Día del Flamenco afirma rimbombante: “…
corresponde a la Comunidad Autónoma la competencia exclusiva en materia de
conocimiento, conservación, investigación, formación, promoción y difusión del
flamenco como elemento singular del patrimonio cultural andaluz”, o lo que es
lo mismo: 2.200 euros, y encima nos mandan tocar las palmas. José López Romero.
sábado, 31 de octubre de 2015
LA CASO
La verdad sea dicha: iba a
escribir de Chus Visor y aquella polémica entrevista que se publicó en los
medios de comunicación allá por principios del verano (apenas ha llovido pero
¡cómo pasa el tiempo!), incluso la entrevista realizada a Ángeles Caso y
publicada en este diario (Diario de Jerez, el pasado 9 de octubre) me había
recordado la del famoso editor de poesía porque mientras este afirmaba tan
campante que la poesía femenina en España no está a la altura de las grandes
novelistas, la Caso se lamentaba en la suya de que “la literatura que hacemos
las mujeres se mira de forma distinta a la de los hombres”. Y no es que
estuviera con esta frase replicando a Visor, ya que ambas entrevistas no tienen
relación entre sí; es más, al ser esencialmente novelista Ángeles Caso no
debería haberse sentido aludida por las declaraciones del editor. Pero
¿realmente tiene razón la Caso? ¿se mira de forma distinta la literatura
escrita por mujeres a la de los hombres? Yo creo que no. Digo más, lectores y
lectoras hay que no se pierden las novedades de muchas de las narradoras
actuales, entre las que Almudena Grandes quizá se lleve la palma de la afición.
Tengo para mí que Ángeles Caso aprovechó la entrevista para lamentarse de lo
terrenal, es decir, de sus problemas con la Hacienda pública, más que para
protestar por la distinta forma de ver la literatura escrita por mujeres. Bajo
la apariencia de que ella no va de víctima con la que le está cayendo al resto
de la humanidad que sufre en silencio bajo la férula del PP (el culpable según
Caso de todos sus males), se lamenta de cómo la Agencia Tributaria la ha
terminado por arruinar, hasta el punto de que ya no puede vivir de la
literatura. En otra entrevista, anterior a la de este Diario, publicada en
distintos medios de comunicación el 15 de mayo de este mismo año, la Caso ya
utilizaba la prensa como paño de lágrimas de sus asuntos con Hacienda,
entrevista que es un monumento al cinismo. En ella se quejaba de que muchos
escritores no están enterados de lo que pueden desgravarse (“El problema con el que se encuentran los escritores
es que no saben qué es desgravable en su profesión”), ¡y eso lo dice
una señora con carrera universitaria!; y con la mayor de la desfachatez se
añade: “Señalan que todos los gastos de
internet, luz, agua y calefacción podrían entenderse como gasto profesional.
Caso pone un ejemplo más penoso para los bolsillos, el de los
viajes. "Si no viajamos no vendemos libros, muchas veces damos
conferencias o tratamos de documentarnos y eso forma parte de nuestro
trabajo, no son viajes de placer", explica.”
Todos sabemos que las conferencias se pagan bien y que los gastos de promoción
al final benefician al escritor por las ventas. Y finalmente, los que llevamos
más de lo que acostumbramos a recordar en esto de la investigación, hasta una
mísera fotocopia ha salido de nuestros bolsillos, por no decir viajes a
archivos y bibliotecas, etc. Mucha cara hay que echarle al asunto para
desgravarse viajes de promoción, conferencias e investigación. Mucho rollo bajo
esa apariencia de corderito degollado por Montoro. José López Romero.
TIEMPO Y LECTURA
Durante el siglo XVIII se pusieron
de moda las recomendaciones de algunos intelectuales sobre la manera de
organizar el tiempo diario. Bartolomé Benassar
escribe que aparte del tiempo dedicado al trabajo y al sueño, debía quedar un
tercio del mismo para el tiempo de vivir, y será este tiempo para vivir el
objeto de numerosos tratados en los que se orientaba cómo administrarlo. El
libro de Benjamín Franklin ‘Libro del hombre de bien’ fue de los que más fortuna tuvieron. La idea
era establecer un orden diario que evitara perder el tiempo en cosas inútiles.
Por supuesto estas recomendaciones iban destinadas a la alta burguesía, ya que
la mayor parte de la sociedad tenía suficiente con dedicar todo su tiempo a
buscarse el sustento diario. Siguiendo esta moda iniciada en el siglo XVIII
(ver “La ordenación del tiempo burgués” en Actas de las I Jornadas de Historia
de Jerez, 1986), en 1830 se publicaba en
Jerez un curioso impreso titulado ‘Pajangam’,
donde a la manera de Franklin se aconsejaba a los burguesía local dividir su
tiempo según unos patrones preestablecidos, entre los que estarían dedicar
fracciones horarias a pasear, vagar, tomar la siesta y leer. Es curioso como el
leer ocupaba gran parte del tiempo del burgués tras la siesta, aunque con
variantes según estemos en invierno (dos horas y media) o verano (una hora y
cuarto). Hoy día en que tanto se habla de la decadencia de la lectura,
realmente a lo que estamos asistiendo es a la transformación de esta. La
quietud, el silencio y sobre todo el tiempo han estado vinculados siempre a la lectura, pero hoy es la falta de tiempo, ese del que se habla
en ‘Pajangam’, su peor enemigo. En la medida que va perdiendo protagonismo el
formato papel, el escaso tiempo
disponible para la lectura se utiliza cada vez más interactuando – a través de dispositivos digitales- con
otras formas de ocio e información
(juegos, consulta de bases de datos,
navegación , etc.). Afortunadamente la falta de tiempo se compensa con la
universalidad del acceso a la lectura ya no solo privilegio de una clase ociosa. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
sábado, 17 de octubre de 2015
AQUELLAS BIBLIOTECAS DE JARDINES
No hace mucho leía una noticia en un
periódico de tirada nacional, donde se denunciaba el deterioro de unos jardines
públicos, pulmón verde de una importante
ciudad española donde los niños y mayores,
se escribía , ya no jugaban o leían entres sus alcornoques o jacarandas,
pues se iban imperceptiblemente, años
tras año, convirtiendo en la viva imagen del abandono o, aún peor, de la desidia cuando se levantaban mercadillos
infames aderezados con la música a todo
volumen para ambientar cualquier fiesta de barrio. No hace falta señalar la
ciudad. A todos nos suena mucho lo que denuncian esas líneas, ya que en mayor o
en menor grado se describe una epidemia
que se extiende por las ciudades españolas.
En la misma nota informativa se mencionaba muy de pasada, o mejor se
recordaba, cómo en tiempos pasados no era infrecuente encontrar en los parques
y ciudades una pequeña biblioteca pública, más bien un kiosco, donde los
paseantes podían hacer un alto en el camino, y leer la prensa o iniciar la
lectura de un libro (aún se conservan algunos, como el de la imagen situado en
el Retiro de Madrid). El sosiego, la quietud, que se le presuponía a estos
entornos naturales hasta hace bien poco, los hacía lugar adecuado para la
lectura. En Jerez, como en otras muchas poblaciones, a finales del siglo XIX y
sobre todo durante el primer tercio del siglo XX, se crearon las bibliotecas de
parques y jardines. La primera la de la Alameda Vieja, a la que siguió la del
Retiro. Incluso el reputado arquitecto jerezano Rafael Esteve padre del que
luego sería el bibliotecario y arqueólogo municipal Manuel, diseñó en 1932 el
boceto de lo que se pretendía fuera el modelo normalizado de kiosco biblioteca
para estas zonas verdes de la ciudad. El ambiente que se respiraba en estos lugares lo podemos
palpar más de ochenta años después, en el documental que produjera el Ateneo de
Jerez a finales de los años veinte del siglo pasado, afortunadamente recuperado
y restaurado en formato digital, y donde se observa durante unos segundos al
vigilante del Retiro facilitando unos libros a unos paseantes. ¿Qué libros
albergaban estas pequeñas bibliotecas? Nada de sesudos tratados de las más
diversas disciplinas, y sí novelas de aventuras, cuentos infantiles u obras clásicas
en ediciones populares. Se trataba de
tentar a los paseantes para que
destinaran algo de ese tiempo que disponían
a la lectura; quietud, silencio y tiempo, los tres pilares en que
descansaba la lectura hasta no hace tantos años. En Jerez lamentablemente
aquellas bibliotecas de jardines hace tiempo que desaparecieron -
languidecieron en la posguerra para cerrarse definitivamente en los años
cincuenta- pero se conservan sus libros que actualmente forman parte de los
fondos patrimoniales bibliográficos de la actual Biblioteca Municipal Central. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
VECINDARIO
“Vecindario tranquilo,
horizontal y florido”, así define el excelente escritor francés Philippe
Claudel el cementerio que tiene enfrente de su casa familiar, es decir, el
paisaje que ha visto durante buena parte de su vida. Me sorprendió la
definición incluida en su libro ‘Aromas’,
por la obviedad de sus tres adjetivos y, por ello, por la forma tan natural de
referirse a un tema que a todos siempre nos produce cierto escalofrío: la
muerte. Y es que cuando se convive (vecino) tan de cerca y tan habitualmente
hasta con los asuntos o circunstancias más aterradoras, estos pierden el
sentido trascendente o macabro. Los médicos con las enfermedades; los
profesores con los suspensos; las fuerzas de seguridad con el terrorismo y la
delincuencia… el trato cotidiano profesionaliza ese trabajo o esa relación que
no pierde el prestigio de lo desconocido para el resto de los mortales, en este
caso nunca mejor dicho. Sin embargo, la literatura en torno a los muertos ha
tenido a lo largo de todos los siglos el tratamiento respetuoso que a los vivos
siempre nos ha merecido este asunto, a veces más íntimo (elegías), otras más solemne,
los escritores en general pocas bromas se han permitido si no es en las
representaciones del infierno. Por eso el pequeño texto de Claudel nos sigue
estremeciendo por la espontaneidad con que describe y compara el cementerio
(“Ciudad en miniatura, con barrios miserables… y otros lujosos”), los olores en
descomposición (“esos montones de dalias marchitas, esa ajada acumulación de
crisantemos…”) y los colores de esas mismas flores que adornan las sepulturas y
que pronto perderán su esplendor “como recién casadas abandonadas por sus
jóvenes y veleidosos maridos el día siguiente de su boda”, la comparación, como
otras del texto, contribuyen al tono distante, frío, como el mármol, con que
Claudel se acerca al espacio que ocupan sus vecinos de toda la vida, a sus
muertos. José López Romero.
sábado, 10 de octubre de 2015
COMPROMISO
“Quienes tienen la generosidad
de interesarse por mi trabajo o son contrarios a él han planteado con
frecuencia la misma cuestión. Después de leer mis libros, durante un seminario
o al término de una conferencia, ya con vacilante cortesía, ya en tono de reproche:
“¿Cuáles son sus ideas políticas? En todos sus escritos sobre historia y
cultura, sobre educación y barbarie, ¿por qué no hay ninguna franca declaración
de su ideología política?...”, esta cita (perdóneme el lector su extensión) es
el inicio del ensayo titulado “Petición de principio” incluido en el volumen Los libros que nunca he escrito de
George Steiner. El célebre pensador no tiene otra justificación a su
aislamiento de la res publica que su
contrario: su obsesión por resguardar su privacidad. No deja de ser un tanto
lamentable que sigamos exigiendo ya sea a personajes públicos, ya incluso a un
recién conocido su posición ante cualquier acontecimiento, ideología o afición,
y así vamos catalogando a las personas y, lo que es peor, las rechazamos o nos
atraen por el equipo de fútbol del que es aficionado (seguro que más de un
lector se niega a leer a un escritor por ser aficionado del Madrid o del
Barcelona), por sus ideas políticas o por defender una causa social con la que
no estamos de acuerdo o que defendemos con la misma pasión. Esa exigencia de
tomar partido la sufrió en tiempos más convulsos y peligrosos para su propia
integridad física el propio Erasmo de Rotterdam, a quien continuamente primero
en su estancia en Lovaina y posteriormente en Basilea, le insistían en que se
declarase a favor o en contra de Lutero. La presión sufrida por el gran
humanista nada tenía que ver con un natural tan pacífico que rayaba en la
pusilanimidad de carácter. “Concordia, paz, sentido del deber y benevolencia eran
valorados en sumo grado por Erasmo” nos dice Huizinga en la excelente biografía del roterodamés, virtudes que
precisamente no compartía el vehemente reformista alemán, hasta el punto de que
Erasmo se vio obligado a negarlo en numerosos escritos: “no conozco a Lutero”.
A Steiner, a Erasmo y a tantos otros intelectuales en un momento de sus vidas se les ha exigido
que tomen partido, que declaren sus ideas políticas o religiosas, cuando todos
sus escritos son una enorme manifestación de su compromiso personal con el ser
humano, con sus virtudes y con sus defectos, el compromiso del hombre con su
tiempo y con la historia, porque no hay mayor dignidad de un pensador que poner
al servicio, declararles a sus lectores los ideales humanos por los que debemos
luchar, al margen de ideas o aficiones. Ese es el verdadero y sincero valor de
humanistas como Erasmo, como Steiner. Poner una firma en un manifiesto,
afiliarse a un partido político, declararse de izquierdas o de derechas no es
más que un gesto para una galería ansiosa por catalogar. José López Romero.
SENECTUTE
“El
corredor de la muerte tiene el mayor índice
de conversiones de todo el país”, le dice el alcaide
del penal norteamericano donde se va a efectuar la ejecución de un convicto por
inyección letal, al periodista
interpretado por un convincente Eastwood, que va a cubrir el suceso para su
periódico (Ejecución Inminente. Clint Eastwood. 1998). No exactamente
conversiones, pero sí es cierto que el paso del tiempo, la vejez o la
enfermedad va llevando a muchos escritores o personajes relevantes de la
sociedad a reflexionar sobre el sentido de la vida, mientras reparan cómo se va
acercando irremediablemente su opuesto, la muerte. Uno de ellos, Ramón y Cajal, -que no solo fue
el gran científico y divulgador que todos recordamos, sino también gran
dibujante y fotógrafo- dejó igualmente algunos libros imperecederos para la
literatura. En uno de ellos El mundo
visto a los 80 años. Memorias de un arteriosclerótico, se adentra en la decadencia inevitable del
anciano. De todo ello surge un libro excepcional que a la vista de las
sucesivas reediciones desde el año de su publicación -1939- más parece una
pócima mágica que consuela nuestro
espíritu ante el último tramo de la vida. Mientras Cajal representa, a través
de la literatura, la visión de encarar plácidamente el final, otros
autores parecen reflexionar sobre su
pasado de manera melancólica, incluso con cierto tono si no de arrepentimiento,
sí de reconocimiento de errores que quizás
si se tuviera otra oportunidad no volverían a repetir, en unas páginas
pese a todo elegantes y cautivadoras como son las de Senectute de Norberto Bobbio. Por fin, nos encontramos con otro
número nada despreciable de escritores que nos legan textos donde aún se palpa
el temblor y la incredulidad ante lo que irremediablemente se va acercando.
Quizás estos, con esa sorpresa, y a la
vez certeza de lo que finalmente llegará para todos, sean los que más terminan por hacer mella en el lector. Es el
caso del último libro de Henning Mankel, el escritor sueco, que con sus Arenas Movedizas –del que se incluye también una breve reseña en esta
misma página- creo que regala a los
lectores su hasta ahora mejor creación. RAMÓN
CLAVIJO PROVENCIO.
viernes, 28 de agosto de 2015
RESEÑAS DE VERANO 5
En el café de la juventud perdida
Patrick Modiano. Compactos
Anagrama, 2014.
Después de haber leído
“Calle de las Tiendas Oscuras” y “Dora Bruder” y ahora “En el café de la
juventud perdida”, puedo afirmar que el último premio Nobel (2014) Patrick
Modiano es un autor muy recomendable en todos los aspectos. Quizá a algunos
lectores les llegue a cansar que en estas tres novelas el escritor nos plantee
el mismo asunto: la investigación sobre el pasado del protagonista, y, sin
embargo, es esa constante lo más interesante de las narraciones: cómo Modiano
nos va llevando por los laberintos, siempre misteriosos, de las vidas que se
entrecruzan de unos personajes cuyo pasado se intenta reconstruir. En esta
novela es la vida de una muchacha, Jacqueline Delanque o Louki, como le llaman
en el café Le Condé al que suele acudir, la que se analiza desde varias
perspectivas. Una interesante reflexión de cómo las vidas de unos se van
colando en las existencias de otros. J.L.R.
El gran cambiazo
Roald Dahl. Compactos
Anagrama, 2002.
En alguna ocasión ya
hemos reseñado o comentado alguna obra de Roald Dahl, quizá más conocido por su
producción literaria para el público infantil con títulos como “Matilda” o
“Charlie y la fábrica de chocolate”. Pero aquí traemos al Dahl magistral
escritor de relatos para adultos. “El gran cambiazo” es el relato que le da
título a todo el volumen, y quizá merezca ese honor por la trama y cómo la
resuelve el autor, pero ninguno de los incluidos en este libro desmerece de los
demás. Con sus relatos (publicado también en Anagrama “Relatos de lo
inesperado”) Dahl le ofrece al lector excelentes momentos de ese humor
británico que tiene a la ironía como uno de sus principales ingredientes, y a
escritores como Alan Bennett y John Mortimer como buenos cultivadores. Además,
la literatura de relatos es muy agradecida para cualquier lector… y si encima
nos hace reír… J.L.R.
El efecto Hitler
Juan Pablo Fusi. Planeta, 2015.
En el setenta aniversario del fin de la segunda guerra
mundial, el conflicto bélico más destructivo de la historia de la humanidad,
van surgiendo constantemente reediciones o presentaciones de estudios
sobre ese holocausto. Libros muchos de
ellos oportunistas y prescindibles, otros excepcionales como el que ya trajimos
a esta sección firmado por Antony Beevor, y otros oportunos como este del
profesor Fusi, uno de nuestros más prestigiosos historiadores y ex director de
la Biblioteca Nacional española. En él, con amenidad, claridad expositiva pero
también rigurosidad y el adecuado complemento documental, el historiador nos va
detallando las causas, analizando a los protagonistas, reflejando los sucesos
más representativos y sopesando las consecuencias de unos años que aún nos
llenan de perplejidad y asombro cuando no de horror. R.C.P.
Crímenes que no
olvidaré
Alicia Giménez Bartlett. Destino, 2015
Galardonado con el Pepe Carvalho de este año, la autora nos
trae nuevamente a la inspectora Petra Delicado –casi veinte años después de su
primera aparición en Ritos de muerte-
para hacerla protagonista de nueve relatos, cada uno de ellos situado en una fecha relevante del calendario
–Carnaval, navidad, vacaciones estivales… Cronológicamente los relatos van
desde el año 1997 al 2014 y todos sin excepción son inéditos en España, aunque
han sido publicados por la autora en otros países a lo largo de los años, lo que no es nada
extraño teniendo en cuenta el éxito que desde la primera novela de la serie ha
tenido fuera de nuestras fronteras. Estos relatos tienen la curiosidad y
atractivo añadido de poder ir viendo la evolución del personaje – y la de su inseparable compañero Fermín Garzón-
prácticamente desde su creación. R.C.P.
martes, 18 de agosto de 2015
RAFAEL CHIRBES
El sábado pasado, día
15 de agosto, fallecía Rafael Chirbes en Tavernes de Valldignas (Valencia), a
los 66 años de edad. Aunque sus éxitos más notorios le han llegado a este
magnífico escritor con sus novelas Crematorio,
con la que obtuvo varios premios (el de la Crítica) y fue llevada a la
televisión, y En la orilla (también
premiada con el Nacional de Narrativa), Rafael Chirbes ha sido un escritor de
largo recorrido y con justo mérito pertenece a ese selecto o escogido grupo de
escritores que nunca defrauda al lector en todo lo que este quiere encontrar en
una novela, ya sea simple entretenimiento, ya intriga, es decir, los
ingredientes perfectos para que no se pueda dejar la lectura y, sobre todo,
contado con una excelente calidad en el estilo. Chirbes es un ejemplo de esa
tradición de narradores españoles que desde Cervantes han dado lustre y
esplendor a nuestra literatura. Destacamos aquí dos breves reseñas: la primera
de una breve narración titulada La buena letra y la segunda de En la orilla.
La buena letra
Rafael Chirbes.
Anagrama, 2007
La buena letra es una novela de corta extensión pero de una
intensidad y un desgarro que conmueve al lector más impasible. Solo la
narradora se da cuenta de que después de la Guerra Civil y a pesar de lograr
sobrevivir a ella, hay otra guerra, la más cruel, la que va minando a los
personajes, que es el egoísmo, la falta de comunicación, la soledad de unos
hombres y mujeres que no consiguen ser felices, porque no logran superar el
rencor. Muy aconsejable. J.L.R.
En la Orilla
Rafael
Chirbes. Anagrama, 2013
Una
de las novelas más alabadas por la crítica durante 2013, y que ahora es
justamente reconocida con el Francisco
Umbral al libro del año. De alguna manera la historia se relaciona con la
de Crematorio, donde Chirbes se valía
de la figura de un empresario valenciano para hacer una realista crónica de la
España deslumbrante del pelotazo. El hallazgo de un cadáver en el pantano de
Olva, al inicio de la narración, es la imagen simbólica de lo que queda de
aquello. A través del protagonista, Esteban, que acaba de cerrar su carpintería
y dejar en el paro a los que trabajan para él-
víctima y verdugo- de sus indagaciones sobre el por qué llega a esa
situación, se nos dibuja un escenario
lleno de escombros y donde el dinero se muestra como el destructor de la
condición humana. R.C.P.
martes, 11 de agosto de 2015
RESEÑAS DE VERANO 4
Un paraíso inalcanzable
John Mortimer. Libros
del Asteroide, 2013.
Tras la muerte de
Simeon Simcox, peculiar párroco de pequeño pueblo inglés Rapstone Fanner,
cuando se abre su testamento alguno de los miembros de su familia (su hijo Henry)
se lleva una desagradable sorpresa: le deja todas las acciones de la cervecera
Simcox a Leslie Titmuss, diputado conservador local y a la sazón ministro del
gabinete de Margareth Thatcher. Pero este no es más que el motivo de una novela
muy recomendable, que posee todas las buenas virtudes de la mejor literatura
inglesa: humor, ironía, magnífico diseño de personajes, a cual más
peculiarmente inglés, y una trama por la que el lector transita con placer y
curiosidad. Muchos personajes nos recuerdan las mejores series televisivas, en
las que los ingleses son también maestros, el mismo Mortimer ha sido guionista
de algunas de ellas, e incluso este libro ha sido pasado a serie de t.v. Novela
que forma parte de una trilogía. J.L.R.
Mal
encuentro a la luz de la luna
W. Stanley Moss. Acantilado, 2014.
Es este un libro sorprendente.
Sorprendente porque tras su lectura podemos concluir que hemos leído uno de las
más emocionantes novelas de aventuras. Y ello
sería una conclusión cierta salvo por el detalle a tener en cuenta, de
que todo lo que se narra en sus páginas es la pura realidad. La historia que se
cuenta es la del secuestro del general alemán Kreipe en la isla de Creta, en
plena segunda guerra mundial. Stanley Moss y Leigh Fermor –luego uno de los más
grandes escritores de literatura viajera- a la sazón oficiales del ejército
británico, llevarán a cabo una misión donde
el peligro, la tensión, la fuga con el secuestrado a través de un
paisaje abrupto, se complementa con vibrantes diálogos y deslumbrantes
descripciones del entorno. R.C.P.
sábado, 1 de agosto de 2015
RESEÑAS DE VERANO 3
El
cura y los mandarines
Gregorio
Morán. Akal, 2014
Hace tiempo que un libro no provoca
tanta polémica como el que traemos a esta sección. Antes de publicarse por Akal
fue rechazado por Planeta, por no aceptar el autor se eliminaran algunas
páginas del original. Ahora una vez vista por fin la luz, se ha desvelado
el crudo y sorprendente retrato que hace del mundo cultural de este país
desde los inicios de los años 60 hasta la derrota socialista en el 96. Morán ya
tiene a sus espaldas libros polémicos
como el que dedicó a Suárez (“Historia de una ambición”). En este
describe sin ambigüedades como algunas figuras estelares de la cultura se han
hecho un lugar en el Olimpo a costa de subterfugios, intrigas y malas artes. El
protagonista, el cura, es Jesús Aguirre, ex jesuita y duque de Alba, al que
rodean muchos mandarines (García de la Concha, Cela, Biedma, etc.) R.C.P.
Almas grises
Philippe Claudel. Salamandra, 2005.
Philippe Claudel pertenece a esa generación de escritores franceses que tomaron el relevo de aquella tan polémica como excelente “nouveau roman” con Alain Robbe-Grillet o Nathalie Sarraute y cuyo colofón fue la concesión del Premio Nobel en 1985 a Claude Simon. De la promoción de Claudel también podemos destacar a Delphine de Vigan. Guionista de cine y televisión y con varios premios de prestigio en su haber, Philippe Claudel nos ofrece un relato al que mejor no le puede quedar el título: almas grises, como la del fiscal Pierre-Angel Destinat, como la del propio narrador que, después de veinte años, nos va a contar todo el proceso de investigación que llevó a cabo a raíz del asesinato de “belle de jour”, apodo con el que se le conocía a la hija menor del tabernero del pueblo, una niña de 10 años. Sin embargo, el propio narrador no nos descubre hasta el final un secreto que lo lleva atormentando desde aquellos años. J.L.R.
sábado, 25 de julio de 2015
RESEÑAS DE VERANO 2
Tiempo y mundo
Stefan Zweig.
Juventud, 2004.
En el epílogo a este
libro su primer editor, Richard Friedenthal, explica la intención de Zweig de
recoger en varios volúmenes sus pequeños textos en prosa fruto de sus
narraciones de viajes, conferencias y crítica literaria. Este titulado Tiempo y mundo es la segunda entrega (la
primera se titula “Encuentros”) y recoge estos textos de 1904 a 1940. Dividido
en tres apartados (“Hombres y destinos” que se ocupa de la crítica literaria;
“Tierras y paisajes”, de los viajes; y “Tiempo y mundo” en el que agrupa
reflexiones sociales y políticas), la brevedad de los textos y el estilo
siempre ameno de Zweig, hacen que se lea con agrado y fluidez, sin menoscabo de
la profundidad de los pensamientos e ideas de uno de los grandes escritores del
siglo XX. Leer a Zweig no solo es un placer, sino un enfrentamiento con la
historia más reciente de Europa, de la que ni él ni nosotros debemos estar muy
orgullosos. J.L.R.
Persecución
Alessandro Piperno. Lumen,
2013.
Leo Pontecorvo lo
tenía todo: éxito profesional como pediatra y profesor de la facultad de
medicina; una excelente familia, con su mujer Rachel, y sus dos hijos varones,
Filippo y Samuel; y pese a su madurez, seguía siendo un hombre atractivo que
despertaba la admiración de sus alumnas. Pero (y siempre hay un “pero”), la
inconsciencia o el jueguecito peligroso van a volver su vida del revés: el
cruce de cartitas con la novia de su hijo pequeño, Camilla (14 años), un tanto
subidas de tono. A la acusación de depravado, aireada por todos los medios de
comunicación, se le añade que el personaje ya estaba bajo sospecha por la mala
contabilidad de la clínica donde trabaja. Novela de descenso a los infiernos,
en la que destacan personajes como el abogado Herrera del Monte, la propia
esposa, el análisis de la vida conyugal y sobre todo la voz del narrador:
irónica, burlona, pero también compasiva. J.L.R.
El
impostor
Javier Cercas. Random House. 2014
No vamos a descubrir ahora la
facilidad de Cercas para introducirse en hechos oscuros de nuestro pasado más
reciente, y sortear las dificultades de hacerlo a través de claves literarias.
Ahora, en su nuevo libro vuelve a afrontar un reto mayor si cabe, puesto que el
objeto de interés del escritor es Enric
Marco, el personaje que se hizo pasar durante décadas por un antiguo recluido
en el campo de exterminio de Mathausen, e incluso llegó a representar
oficialmente a los españoles encerrados en los campos nazis hasta su
desenmascaramiento en el año 2012. Este libro recoge la historia de una
impostura, aunque como dice Cercas, tratar de buscar una explicación al porqué
de este engaño ¿no será buscar de alguna manera su justificación? R.C.P.
Bartleby
el escribiente
Herman Melville. Ilustraciones de
Poulin. Alianza, 2014
Es esta una nueva versión de la inmortal narración de Melville.
Narración suficientemente conocida y estudiada, como para detenernos una vez
más en ella y debatir sobre el
enigmático comportamiento de su protagonista, o la eterna discusión de si este
relato es un antecedente de la narrativa de Kafka. No. Si nos detenemos en esta
edición es precisamente porque no es una más, y ello es debido a la excepcional
contribución de Stéphane Poulin, reconocido artista canadiense, con muy
alabadas obras ilustradas (Bestiario), que hace de ella en un objeto de deseo.
Si a ello unimos el excelente trabajo en la traducción y en las notas
complementarias de Arturo Agüero Herranz, nos encontramos con un libro singular. R.C.P.
miércoles, 22 de julio de 2015
SIEMPRE THEROUX
Hay algo de fin de etapa, de crepuscular en las páginas del último libro de Paul Theroux. Este viajero escritor, que no al revés, dotado de una especial sensibilidad para captar, interpretar y luego transmitir al lector las experiencias vividas en sus periplos viajeros –y la prueba las encontramos en una larga lista de libros, algunos ya de culto, como El gran bazar del ferrocarril, En el gallo de Hierro, Tras las columnas de Hércules, o la exitosa novela La costa de los mosquitos- nos deja en este Último tren a la zona verde”, un libro que sin perder el virtuosismo literario y la atracción narrativa tan propias en el norteamericano, suma ahora una carga emocional que traspasa las páginas impresas y que lo singularizan dentro de la obra de este escritor. Diez años atrás Paul Theroux iniciaba un titánico viaje que le llevaría durante meses a recorrer el trayecto entre El Cairo y Ciudad del Cabo, ahora en cambio vuelve a la ciudad de los diamantes para iniciar un periplo no menos titánico y quizás más arriesgado y complejo: un viaje hacía lo desconocido viajando en rudimentarios medios de transporte y huyendo de las rutas transitadas por los escasos turistas que se aventuran por Namibia o Angola. Theroux medita sobre ese trozo de África desértica, desolada casi deshabitada, proporcionándonos también información rigurosa sobre los visitado, pero sobre todo provocando en el lector una avalancha de sentimientos al describir esos paisajes casi desconocidos y olvidados, tratando de poner en el mapa ciudades y pueblos, como los pacíficos hum/hoansi o bosquimanos, a los que parece la historia hubiera dado la espalda definitivamente. El resultado es un libro duro, sorprendente, a veces divertido, pero también conmovedor, donde el Theroux de siempre, aunque con más años y menos energía física – me tomé mis pastillas de la mañana, dos distintas para evitar la gota…-- se lanza a rutas desconocidas inspirado por esa filosofía de la que siempre ha hecho gala - Iba solo, viajaba ligero y no necesitaba más que un billete barato de ida. Existe una cosa llamada curiosidad, más digna cuando se denomina espíritu inquisitivo, ese afán fisgón ha gobernado mi vida de viajero- y que ha sido inspiradora de libros inolvidables. No seamos pusilánimes y adentrémonos con Theroux, en busca de los últimos vestigios de un África que desaparece a ritmo acelerado.
RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
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