Sin duda Sebastián Rubiales es un majareta. Porque solo
la generosidad de los majaretas, como él dice, puede escribir y regalarnos un
libro como “Los lugares prohibidos” (Renacimiento, 2004). Un libro de viajes
que no es exactamente tal, un libro de reflexiones y meditación sobre el ser
humano y sus circunstancias pero que tampoco lo es en sentido estricto. Además,
¿qué tienen que ver la plaza de San Marcos, en Venecia, con Majarromaque; qué
relación puede existir entre Tesalónica y el Salto al cielo? Quien se acerca a
un libro de viajes suele encontrarse con una determinada geografía y una misma
perspectiva, la mirada atenta y escrutadora del viajero que quiere apresar el
instante, convertirlo en palabras, y con ello elevarlo a la categoría de
historia. Más lejos de la intención de Sebastián Rubiales, para quien el
paisaje, los distintos lugares que nos va describiendo se forman, como nuestro
propio yo, y de ahí la estrecha relación que mantiene el autor con todos, con
“mimbres de olores, luces y sombras, vegetaciones, humedades, vientos y mares,
sonidos, palabras ignoradas, creencias esplendorosas, sueños fracasados –valga
la redundancia-, proyectos, recuerdos…” Porque a través de las descripciones de
Rubiales sentimos el olor dulce y pegajoso de Tesalónica, como podemos imaginar
la vista de París que a nuestros encendidos ojos se ofrece desde la altura del
Château d’Eau; o como disfrutamos de los colores rosados y anaranjados del
atardecer de la desembocadura del Guadalquivir; o incluso olemos la derrota en
el Cabo de Gracia de todos los que, incautos, naufragaron en ese “mar altanero
y desafiante que no esconde los peligros”, ayudado por el viento de Levante,
“que tiene la voluntad artera de quien vive en el doblez de la traición, pero
en esta costa se siente tan dueño, tan infinitamente poderoso, que ni siquiera
se toma la molestia de parecer amable”. Los paisajes o lugares prohibidos de
Sebastián Rubiales son, como él quiere, sensaciones, páginas de historia, y
sobre todo belleza, perfección (plaza de San Marcos), y sueños (Majarromaque);
lugares soñados que si el viajero se deja llevar, sin las prisas y la
impaciencia de los europeos, te ofrecen lo mejor de ellos, porque no de otro
modo puede encontrarse a sí mismos (San Juan de Puerto Rico). Ya decíamos al
principio que no era este libro una meditación, y sin embargo cuando hemos
pasado su última página y cerrado el libro, no hemos podido por menos que
dedicar unos minutos a reflexionar sobre la necesidad, cada vez más urgente,
que tiene el ser humano por hacerse con sus propios “lugares prohibidos”, o
soñados, o deseados. Sebastián Rubiales nos invita a celebrar la belleza, a
“pasear despreocupados por los lugares prohibidos para recibir en el rostro el
airecillo húmedo del mar y, en las manos, la luz azul de la tarde que comienza
a ser noche”. Yo, Sebastián, también quiero ser un majareta. José López Romero.
Una biblioteca es lo más parecido a un laberinto, un laberinto lleno de libros, de mundos por descubrir.En homenaje a las bibliotecas y a la lectura , preside la cabecera de este blog un dibujo del pintor jerezano Carlos Crespo Lainez: "Noche de lectura".
LECTORES SIN REMEDIO
Este blog tiene su origen en la página semanal de libros de "Diario de Jerez", "lectores sin remedio", que llevamos escribiendo desde el año 2007. Aunque el blog no es necesariamente una copia de la mencionada página, en él se podrán leer artículos que aparecen en ella. Pero el blog, por supuesto, pretende ser algo más... Los responsables son los dos lectores sin remedio, de los que facilitamos la siguiente información: Ramón Clavijo es Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y es actualmente Técnico Superior Bibliotecario del Ayto. de Jerez de la Frontera. Está especializado en fondos bibliográficos patrimoniales. José López Romero es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y actualmente es Catedrático de Lengua y Literatura en el I.E.S. Padre Luis Coloma de Jerez de la Frontera. Especializado en la literatura dialógica del s. XVI y en la novela del s. XIX.
sábado, 13 de diciembre de 2014
VIAJES DIFÍCILES
Escribía
Nuria Amat –escritora interesante de la
que no tenemos noticias desde hace algún tiempo- que Viajar
es muy difícil, aunque no se refería como ya sin duda habrán supuesto a esa
moda que nos invade desde hace décadas, en la que cualquiera se cree un
intrépido viajero porque un vuelo low cost lo ha dejado en la misma playa donde
Cook fue muerto a manos de los indígenas del lugar, o por haberse asomado, en
un viaje programado al milímetro, a los
cráteres islandeses donde Julio Verne imaginó la entrada a esa otra realidad descrita en su Viaje al centro de la Tierra. Por cierto, moda esta la del viaje
organizado, que muchos atribuyen a Mark Twain tras la publicación de su famoso
libro Guía para viajeros inocentes. Nuria
Amat con la frase con la que iniciábamos estas líneas, se refería a los viajes
literarios y cómo sus protagonistas, con
sus miradas privilegiadas sobre el camino, nos ha ido dejando a lo largo del
tiempo sublimes textos como Un paseante
en Nueva York de Alfred Kazin o El
tiempo de los regalos de Patrick Leigh Fermor. No se engañen, viajar en el
sentido literal del término sigue estando al alcance de muy pocos, y es que
mientras muchos lugares del planeta se hunden materialmente ante el peso de turistas ilusos, solo una afortunada
minoría, la de los peregrinos literarios, siguen logrando captar en las mismas geografías
pisoteadas por la marabunta la esencia de lo visitado. Peregrinos literarios
hoy quedan pocos, al menos en la mejor tradición de los Burton, Freya Stark,
Chatwin o Abadía, entre otros. Quizás Paul Theroux o Reverte –en ocasiones-,
entre los nuestros. Además, hoy hay que ser muy precavido pues las crónicas
poco escrupulosas abundan, y es que tampoco hay que tomarse demasiado en serio
aquellas líneas escritas por Simone
Beauvoir: Viajar una semana a un lugar
cualquiera puede animarnos a escribir un libro, quedarnos un año daría para una
breve crónica, pero permanecer una década ya no permitiría escribir nada. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
sábado, 6 de diciembre de 2014
CANIBALISMO
Desde
siempre me ha causado envidia esa capacidad de otros lectores de leer varios
libros a la vez, de sumergirse en historias distintas y seguirlas todas con igual intensidad y atención sin
aparente dificultad. En cambio yo siempre me he considerado lector de un titulo, que sigo con fidelidad y sin
distracciones hasta su final -no corro el riesgo, no se preocupen, de caer en
la maldición de aquel lector que día tras día a lo largo de años, se sentaba en
el mismo sitio de la biblioteca y solicitaba siempre el mismo libro al
bibliotecario- aunque la tentación me
asalta muy de vez en vez, y entonces me planteo afrontar el que hasta ahora ha
sido un reto inabordable. ¿Cómo hacerlo?
En la sobremesa, mi hora preferida para leer, reservarla por ejemplo
para Oakley Hall y sus ahora recuperadas y excelentes novelas del oeste
norteamericano, la noche en cambio sería
más apropiada para el nuevo caso de Bevilacqua y Chamorro, o la relectura de
los libros de González Ledesma, recientemente reivindicados por mi compañero de
página. ¿Quizás comenzar con un libro, y cuando el interés empieza a flaquear
retomar la lectura del otro que aguarda en la mesilla? Como nunca me gustó
pasar por pusilánime, creí que ya era
hora de intentar esa otra nueva experiencia lectora. Mi primer temor fue que el
inspector Méndez se equivocara de libro y deambulara perplejo por el Oeste de Hall,
o que el sheriff mayestático de Warlock
confundiera a la sargento Chamorro con un facineroso. Pero no, nada de
esto sucedió. Aunque a medida que
avanzaba la lectura paralela de mi primera pareja de libros, algo si empecé a
notar. Primero sutilmente, luego… Cada vez iba reduciendo el tiempo dedicado a
uno de ellos mientras rápidamente acudía al otro libro ansioso para seguir leyéndolo.
Finalmente terminé este último por lo que tenía todo el tiempo para el que poco
a poco había ido abandonando. Pero fue inútil, a partir de donde había dejado
el señalador, todas sus páginas se habían quedado en blanco. ¿Un libro puede
devorar a otro? RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
PASIONES Y PENUMBRAS
A diferencia de los narradores, poco proclives a cambios
cuando el método funciona, el poeta, el bueno, está en un permanente proceso de
transformación y renovación, a menos que quiera convertirse en un productor
industrial de poemas prefabricados. Y digo todo esto porque acabo de leer el
último poemario que se añade a la ya larga trayectoria poética de José Lupiáñez
titulado “Pasiones y penumbras” (ed. Carena, 2014) y los cambios son
significativos con respecto a “La edad ligera” (2007), su penúltimo libro,
cambios que nos muestran la permanente preocupación del poeta, la búsqueda de
nuevos tonos que incorporar a su ya rico acervo literario. Una trayectoria
poética la de J. Lupiáñez cuyas cifras
pueden impresionar: el año que viene se cumplen los treinta y cinco de su
primer libro “Ladrón de fuego”. Pero es que Lupiáñez –todo hay que decirlo-
empezó muy joven en este siempre esforzado oficio de hacer versos. Una obra
poética tan dilatada como fructífera y variada, con una exultante madurez que
va del barroquismo, al intimismo y de este a una poesía escrita a luz de las
pasiones y a las tímidas sombras de las penumbras. Pero ni en los poemas más
apasionados la luz nos ciega, ni en las penumbras la oscuridad es tan completa.
En muchos de estos últimos poemas se percibe un fondo de melancolía,
consecuencia de una madurez que es conciencia de lo vivido y también de lo
inexorablemente perdido. No nos sorprende el abundante uso del alejandrino, del
heptasílabo, de estructuras estróficas tan clásicas como intemporales como el
soneto (ya en alejandrinos, ya en endecasílabos. Magnífico el conjunto dedicado
a los meses), y no nos sorprende porque sabemos del gusto clásico, la
influencia que sobre Lupiáñez han ejercido (porque los conoce como pocos) desde
Garcilaso (“Voseo garcilasiano”), San Juan, pasando por Góngora, Bécquer hasta
llegar al gran Darío, y porque ya en su “Número de Venus” nos dejó excelente
constancia de su dominio del alejandrino. “Sobre las aguas”, el poema que
cierra la primera parte del libro, antes de comenzar con las “penumbras” es un
ejemplo del tono decadente, melancólico, misterioso e inquietante que domina
buena parte de los poemas: “por esas ondas iba tu belleza, libre, / coronada de
trinos, inventando reflejos / de gloria fugitiva, encendiendo deseos / y
penumbras en mi alma…”. El poema inicial “Alguien me llama” nos trae ecos del
“pórtico” de “Número de Venus”; y otros se resuelven en una de las constantes
de la poesía de Lupiáñez: la captación de escenas que evocan momentos de un
pasado que ahora, a la melancólica luz de las penumbras se recuerda (“Niño
antiguo”) o parecen leyendas en verso (“Otoño en la Alpujarra”). La desnudez de
la amada, los abrazos, las caricias forman parte de esas pasiones a veces
efímeras, otras insatisfechas, otras interrumpidas (“No le abras a nadie”).
Pero también las penumbras, el compromiso con su tiempo (“Éxodo”), la tristeza
de los días (“Día gris”) y, finalmente, el sentido de acabamiento y pérdida:
“Adiós a cuantos fuisteis marineros conmigo, / cuando la mar nos daba con su
furia en el rostro. / ¿Para qué la nostalgia? ¿Acaso fuimos libres? / Adiós,
nuestro navío se ha perdido en la noche; / el puerto queda lejos y nadie nos
aguarda.” (“Canción del hereje”). “Pasiones y penumbras”, un libro pleno. José
López Romero.
sábado, 29 de noviembre de 2014
¡CON LO QUE TÚ ERES!
-“Father, con lo que tú eres, ¿por qué no fundas un
partido político?”, me dice mi hija con la misma sonrisa en los labios con la
que su madre me mira cuando salgo de la ducha. La puñetera niña no me aclaró
qué quería decir “con lo que tú eres”, mejor dejar las cosas así (tampoco me he
atrevido a preguntarle a la madre por qué se sonríe en un acto tan cotidiano y
natural). Pero la simple propuesta de meterme en política, como están las
cosas, no me hacía deducir nada positivo de aquella expresión. Sin embargo, al
calor de la ya tan manida y nunca emprendida regeneración y de las nuevas
formaciones que van devorando el sistema actual, un partido de lectores sin
remedio no digo yo que no tuviera sus simpatizantes. Al margen de ideologías de
izquierdas o de derechas, la literatura está llena de textos que nos enseñan el
buen gobierno, el ejemplar comportamiento de los gobernantes y la relación que
éstos deben mantener con los gobernados. Pero si tuviéramos que elegir uno de
ellos, sin duda nos quedaríamos con las lecciones que don Quijote le da a
Sancho antes de convertirse en el gobernador de la ínsula Barataria (II parte,
capítulo 42). Un modelo de sensibilidad, de sentido común, de dignidad y de
honradez en el uso del poder que tanto se echa en falta en estos tiempos. Si
los que durante estos años más que mandar, nos han mangoneado, hubieran tenido
como texto de cabecera los consejos del divino loco a su escudero, seguro que
otra muy distinta sería la triste situación que ahora sufrimos. En cualquier
caso, ni tengo edad ni pelo para dejarme la coleta (con lo que la expresión de
mi hija es aún más sospechosa por lo hiriente), ni me veo yo en mítines leyendo
“El Quijote” a una masa tan desencantada que apenas lo entendería. Aunque yo
tengo ya muy claro el eslogan de campaña, el mismo que aparece en el emblema
como marca del impresor Juan de la Cuesta: “Post tenebras spero lucem”. José
López Romero.
CALABAZAS Y CABEZAS
Reír es bueno. Y reír leyendo es
gratificante, pero algunos escriben como si el mundo fuera a acabarse. Que se
acabará, eso seguro, pero mientras tanto podríamos relajarnos un poco y dejar
la escatología para los “iluminados”. Como dice el brigada Bevilacqua en el
último libro de Lorenzo Silva, solo se muere una vez, pero los que piensan
mucho en la muerte mueren todos los días. Alegría, señores, que son dos días. Por
eso, cuando me tropiezo con un escritor jocoso, ingenioso y ocurrente, me
olvido de aquellos resentidos que semanal o diariamente balbucean sus
ininteligibles diatribas. En el XIX, revolucionario como él solo, la gente
tenía un gracejo escribiendo que ya quisieran muchos hoy en día. Si no, lean
conmigo a Salvador María Granés, un parodiador madrileño que usó siempre el
pseudónimo Moscatel y que firmó más
de veinte parodias, como “Juanito Tenorio”.
Sus “Calabazas y cabezas” son buen ejemplo de lo que venimos
defendiendo. Impresa en 1880 les da un hilarante repaso en verso a las
principales figuras de la política, la banca, la literatura, el arte o la
tauromaquia, ilustrada con mordaces caricaturas. Entremos al trapo. Del
malagueño Cánovas, que comenzó como profesor en una academia, nos dice:
“cuentan que en Málaga un día, tan pobre y mísero estaba, que solo se
alimentaba de los niños que instruía”. Entró en política y se acabaron las
penurias, eso no ha cambiado. Castelar no sale muy bien parado tras su paso por
la jefatura del Gobierno en 1873: “de tribuno sin rival, gozas nombre universal
bien ganado y merecido, pero en política has sido un ciudadano fatal”. La
verdad es que a los políticos les zurraba de lo lindo, parece mentira que
sesenta años más tarde no se pudiera hablar ni del concejal de tu pueblo. A
Figueras, que fue el primer presidente de Gobierno con la I República, lo llama
“federal, gran abogado, fue valiente presidente del poder ejecutado, y digo lo
de valiente en sentido figurado”. Germán Gamazo, varias veces ministro, estaría
poco tiempo callado, pues “hablando su vida pasa, y es vicio en él tan marcado,
que cuando no es diputado, perora él solo en su casa”. Del jerezano Paul y Angulo,
según la Historia instigador del asesinato de Prim, dice: “Con sangre escribió
El Combate, mostró destreza en un duelo, hizo luego un disparate, y si no lía
el petate y se larga, le arde el pelo”. La pluma de Granés se ocupa de una
nutrida galería de personajes, y muchos han quedado en el tintero: Ramón de
Cala, Silvela, Salmerón, Pavía... Todos ellos, a buen recaudo y disponible para
el público en la Biblioteca Municipal de Jerez. Los lectores sin duda
agradecerán descubrir a este ingenioso y olvidado escritor, y la
sorprendente actualidad que tienen hoy muchos de sus certeros dardos. NATALIO BENITEZ RAGEL.
sábado, 15 de noviembre de 2014
SOMBRAS
Hace unas semanas les daba cuenta de la
aparición de dos documentos de gran
valor histórico: uno databa del siglo I d. C. y el otro era un cuaderno
perdido de un científico de la expedición de Scott a la Antártida. Ahora me
gustaría cerrar el tema acercándome a la otra cara de la moneda, la de la
literatura, donde la aparición muy de vez en vez de algún manuscrito inédito de un escritor de
prestigio ya desaparecido, o un
fragmento nunca publicado de algún libro de culto, no suelen estar exentas de
polémica. Sucedió el año pasado con la aparición oportuna –lo digo porque se
vivían los prolegómenos del aniversario de su muerte- de unas pocas páginas
inéditas del libro de Saint Exupery El
principito. En esto de las apariciones “espontáneas” en la literatura hay
que estar prevenido, pues a diferencia del rigor que rodea los estudios previos
a las “apariciones” de los documentos históricos, la sombra siempre planea
sobre los literarios. Y es que se juega
con ese convencimiento de que todos estamos predispuestos a desear la
aparición de un libro desconocido de un autor que admiramos, predisposición que
hace aumentar la picaresca. Fue muy
comentada hace unos años la publicación de una desconocida versión de la novela de Julio Verne El volcán de oro. Hoy las incertidumbres sobre ella siguen y
tenemos dos versiones firmadas por el mismo autor, y ninguna certeza sobre
cuál era la que Verne deseó dar a la
imprenta. Revolver viejos manuscritos
siempre trae consecuencias no deseadas, y si no, basta recordar el culebrón
que aún sigue sobre el último original inacabado de Capote, Plegarias atendidas, del que
periódicamente aparecen algunas páginas.
Estos últimos años han ido apareciendo textos de Orwell, poemas de
Benedetti, cuentos de Kafka, etc. Y la lista seguirá creciendo puesto que la
literatura se rige por unos intereses comerciales lejanos a los de la
investigación histórica, y es esto lo que muchas veces arroja serias sombras
sobre la auténtica realidad de lo que se nos trata de vender. RAMON CLAVIJO PROVENCIO
DEUDA
Ha tenido que pasar demasiado tiempo para recordar que
tengo una deuda pendiente y, por ello, más vergonzante con un escritor y con
los lectores que se acercan a estas líneas. En mi descargo puedo argumentar que
son tantos en tantos siglos que no uno, sino un ciento y hasta millares son los
escritores que se te pueden escapar, y que necesitaría más de tres vidas para
leer algo, no todo, de aquellos que realmente merecen la pena. Por fortuna para
mí, aunque debí encontrarme con sus novelas mucho antes (nunca es tarde…),
puedo contarme entre el sin duda enorme grupo de rendidos lectores de Francisco
González Ledesma. Hace unos meses, después de haber leído varias de sus
narraciones, me hice con la reedición que la editorial Menoscuarto publicó de
su primera novela “El adoquín azul”, una narración breve sobre la represión de
la dictadura. Una novelita por la que podemos comprobar que González Ledesma es
mucho más que un escritor de novela negra. Pero no hubiese hecho falta tal
demostración, porque en sus propias novelas policíacas, con su comisario
Ricardo Méndez como protagonista, ya se puede apreciar que González Ledesma es
un escritor de mucho más recorrido y profundidad de lo que te permite o creemos
que permite el género negro. Si la figura del Méndez crepuscular, ya de vuelta
de tantas batallas cuyas huellas se dejan notar en las cicatrices del cuerpo
pero también del alma, nos acerca al tipo de protagonista clásico del género,
son la fina ironía, la capacidad del personaje para reírse de sí mismo, la
mezcla de lo trágico y lo cómico los rasgos que relacionan a Méndez con los
personajes más emblemáticos de la literatura española, y a las novelas de
González Ledesma con la mejor de nuestra literatura clásica. Después de leer
“Expediente Barcelona” y “Una novela de barrio” me di cuenta de que quizá el
género policíaco anglosajón podía estar sobrevalorado, al amparo de las
versiones de Hollywood; de que el emergente y ya consolidado género
norte-europeo no dejaba de ser una literatura menor, incluso con productos de
desecho (caso de Stieg Larsson); y de que la novela negra mediterránea bien
merecía un buen periodo de atenta y, de seguro agradecida, lectura. Si ya había
descubierto hacía unos años a Donna Leon y su Brunetti enredado en los turbios
asuntos políticos, sociales y económicos tan italianos, y a Camilleri con su
amable Montalbano (personajes cuyas series televisivas lejos de hacerles
justicia, los ensombrecen), o a Petros Márkaris y su comisario Kostas Jaritos,
la lectura de González Ledesma ha sido en mi caso uno de los grandes y
afortunados descubrimientos de los últimos años. Con él y con los lectores de
esta página había contraído una deuda que espero haya pagado. Ya solo me queda
seguir leyendo sus obras… ¡Qué pena no encontrar su nombre en un monográfico
sobre la novela negra en España publicado por una de las revistas literarias
del momento!. José López Romero.
viernes, 7 de noviembre de 2014
PLACAS
La calle “library way” de Nueva York, o el tramo de la 41
que desemboca en la Quinta Avenida y, de esta, en el imponente edificio de la
Biblioteca Pública de la ciudad, está llena de placas, hasta 96, encastradas en
las dos aceras de la calle, que recogen otras tantas citas de escritores y
sabios referidas al libro o a la lectura. En Internet hay numerosas entradas
que nos aclaran la historia y detalles de estas emblemáticas placas que, a
medida que uno se va acercando a la Biblioteca, a la que está viendo al fondo
de la 41, puede ir leyendo y pisando. Esta curiosidad puede entenderse de
muchas maneras, pero no deja de ser un ejemplo más de la profunda admiración
que la cultura anglosajona siempre ha mostrado por el libro, y de la que tanto,
pese a los siglos que de nuestra cultura mediterránea nos contemplan, debemos
aprender. Me recordó las placas de Nueva York la iniciativa de la que nos
informaron diferentes medios de comunicación que ha tenido, al perecer, un
colectivo de artistas urbanos de Madrid, llamado “Boamistura”, de adornar 22
pasos de peatones del centro de la capital con versos. Y así los cientos y
miles de viandantes que cruzan por dichos pasos pueden alegrarse el día con
frases como: “A veces reírse es lo más serio” o “Madrid, te comería a versos”.
Hace ya unos años me hice eco en esta misma página de un comentario de una
joven poeta, que proponía sacar a la calle a la poesía. La idea, por tanto, de
Boamistura no es nueva, como tampoco el comentario de la joven, porque
iniciativas de sacar a pasear la literatura ya la tenemos en aquellas
bibliotecas ambulantes del XIX o en el fenómeno moderno de los “crossing
books”, al que varios artículos ha dedicado mi compañero de página. Partiendo
de que cualquier idea que pretenda acercar el libro y su lectura a la gente, es
por sí misma encomiable, mucho me temo que “te comería a versos” se quede
perdido en el almacén de imágenes de un infinito número de móviles como una
curiosa anécdota urbana. Las placas de Nueva York llevan allí desde 1998. José
López Romero.
UNA HISTORIA EN PENUMBRAS
Uno de los
periodos históricos envuelto aún en la penumbra es el de la posguerra. Pese al
interés de la literatura o el cine por el mismo, no ha sucedido lo mismo en el
campo de los estudios históricos salvo muy contadas y no siempre afortunadas
incursiones. No es de extrañar, pues, que tampoco en nuestra ciudad haya
suscitado el mencionado periodo un excesivo interés por parte de los
investigadores, y que este se haya traducido en numerosos trabajos dignos de reseñar.
Entre estos últimos sólo estaría la breve pero intensa visión del catedrático
Diego Caro Cancela sobre la posguerra local en el tercer volumen de “Historia
de Jerez de la Frontera” (Cádiz, 1999) que él mismo coordinó. Otros
investigadores también han hurgado en esta etapa pero ya tratando temas más
específicos, aunque no menos significativos e interesantes, y que pueden ser un
primer escalón para recomponer los vacíos del periodo posbélico. Entre estos
autores podríamos nombrar entre los más significativos a Cristóbal Orellana,
José García, Ana Rubio, Fernando Romero Romero o José I. Gómez Palomeque. Pero
en honor a la verdad la posguerra española, sobre todo el periodo más duro de
la misma que podemos establecer entre los años 1939/47, no tiene en nuestra
ciudad estudios relevantes que nos den una visión de conjunto de cómo discurrió
la vida en ella en sus más variados aspectos. Sin embargo, hoy sabemos que Jerez
vivió una fuerte represión iniciada durante la guerra civil y que se prolongó
durante la década siguiente; que la hambruna hizo presa en sus calles pese a la
riqueza de su campiña; que el mercado negro, o lo que se conoció como estraperlo
fue una dura realidad; que a pocos
kilómetros de la ciudad, en los parajes de las Mesas de Asta, un hombre solo
iniciaba una de las mayores empresas culturales de la historia de Jerez, o que
en ella se vivió muy de cerca y con
inquietud los primeros conatos del movimiento guerrillero –luego
conocido como maquis- cuyas primeras manifestaciones se producen cuando la
guerra mundial empieza a decantarse a favor de los aliados a partir de la operación Overlod en el N. de
África. En fin, les quiero decir con esta apresurada relación de
acontecimientos que Jerez durante la posguerra, es una ciudad con más puntos de
interés de los que podríamos pensar, y así
junto a datos que nos ratifican en que en la ciudad se producen
fenómenos que se extienden por el resto del país –ya hemos mencionado el estraperlo,
o el racionamiento- hay otros que la singularizan y bien merecerían un trabajo
de conjunto como los ya editados en otras ciudades españolas. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
sábado, 1 de noviembre de 2014
TEXTOS PERDIDOS
Durante las últimas semanas nos han llegado noticias
de sorprendentes descubrimientos de manuscritos, fruto de la casualidad o de imprevisibles hasta hace poco
circunstancias. Porque es la casualidad y la suerte la que provocó fechas atrás
la aparición de un texto escrito sobre papiro
por un legionario romano, Aurelio Polión, destinado en las lejanas fronteras
del Imperio (Hungría), donde en un estilo emocionalmente cercano se lamentaba
de su separación de la familia y rogaba
a los dioses por un pronto reencuentro. Muchos creen que el paso irremediable de los años y la historia
nos va alejando de nuestros antepasados,
y por ello se generaliza la tendencia de ver a aquellos seres como lejanas
criaturas que poco tienen en común con nosotros. Por ello es comprensible la sorpresa
cuando ante un texto como este que comentamos, reconocemos sentimientos que bien
podrían estar invadiendo a cualquiera de nosotros en la actualidad. Más de uno
debería, como sano ejercicio de formación personal, leer textos de aquellos
clásicos que ahora tratan de desterrar de los sistemas de enseñanza y
comprobarían lo poco que hemos cambiado desde Polión. El otro texto al que me
refería, un cuaderno de notas, no
hubiera llegado hasta nosotros si ese tan traído y llevado cambio climático del
que se nos habla cada vez con más certeza, no hubiera hecho derretirse una
superficie en la Antártida hasta ahora cubierta de hielo. El cuaderno
perteneció al naturalista de la expedición de Robert Scott - aquel aventurero y científico que en una
loca carrera por llegar al Polo Sur luchando contra la naturaleza y contra el
noruego Amundsen, pereció junto a casi la totalidad de su equipo- George Murray
Levick. De Murray Levick los hielos
“eternos” nos devuelven ahora, un siglo
después, un diario con anotaciones dañadas por el agua que se están tratando de
recuperar, y que sin duda enriquecerán con nuevos detalles aquella historia que
conmocionó al mundo. Ramón Clavijo
Provencio.
CALLAR A TIEMPO
Los hay que hacen de
la literatura un medio de vida, y muchos que siguen intentando vivir de ella;
los hay también que convierten su vida
en literatura, a veces de ciencia ficción, otras de terror; pero también los
hay que hacen de la literatura su vida, y la viven con la pasión y el dolor,
con la felicidad y la desgracia, con la alegría y la tristeza que nos
proporciona el mismo hecho de vivir. A este pequeño y admirable grupo de
escritores pertenece Mauricio Gil Cano. El conocimiento de años de Mauricio y
su obra, sobre todo poética, dan testimonio de lo que acabo de escribir. Un
testimonio que el lector que se acerque a sus poemarios comprobará sin duda,
desde su 19 sonetos y un canto a Venecia, pasando por Declaración de un vencido hasta llegar a la última entrega Callar a tiempo (Ediciones En Huida),
sin olvidarnos de la labor que durante años ha ido desarrollando en los
distintos medios de comunicación como crítico, y como coordinador y director de
diferentes y variadas propuestas literarias (taller de creación literaria en la
Fundación Caballero Bonald; director de la colección de poesía “Hojas de
bohemia”), que representan una importante contribución al panorama cultural de
nuestra ciudad. Unidas, así pues, literatura y vida, Callar a tiempo es la crónica de las
últimas páginas de ese libro vital de Mauricio Gil Cano; crónica de un vivir en
el que no falta ningún elemento, ni sentimiento, ni actitud que a un hombre le pueda
ser ajeno: la pasión amorosa (el soneto en alejandrinos “Tú
sabes”), pero también el anhelo del otro (“La espera”, dedicado a Carmen); el
compromiso del hombre con su tiempo y su destino (su inicial “Para aprender
vinimos”), o con el prójimo (“Symposion”); la relación del hombre con un dios
que es sacrificio, muerte, resurrección, salvación de ahí los versos dedicados
a Cristo (“Calvario”, “Dios agonizante”, “Spe Salvi”); el dolor de la creación
literaria (“Yo”; “Callar a tiempo” que le da título al conjunto); pero sobre
todo la concepción del hombre como náufrago o ángel caído pero “definitivamente
humano”, porque los poemas de Mauricio son miradas hacia el interior en un
permanente buscarse y comprenderse, entender en definitiva a un yo en conflicto
dialéctico consigo mismo. Se cierra el poemario con un apartado de “Homenajes”,
en los que destaca el poema dedicado a su madre y a poetas como Miguel
Hernández o Jaime Jaramillo Escobar de los que celebra su compromiso vital. Por
los poemas transitan referencias, versos, citas de Cernuda, de Juan de la Cruz
(sobre todo), de Blas de Otero, Borges y de tantos otros que forman ese
conjunto de fuentes literarias de las que Mauricio sabe coger la mejor lección:
“para saber que somos lo que fuimos / y seremos aún y algún día sabremos /
quizá que habremos sido”. José López Romero.
sábado, 25 de octubre de 2014
ARRANCAR
Una de las primeras escenas de la célebre El club de los poetas muertos (cursi
película) y que asombra a pupilos y espectadores por lo que supone de
iconoclasia, es el arranque tan colectivo como festivo de las páginas de un
libro. Una carta de presentación del nuevo profesor ante sus alumnos que,
salvadas las tímidas reticencias de los más empollones, termina por ganarse a todos,
incluido el patio de butacas. Porque a pesar del acto de lesa bibliofilia, de
atentado contra la cultura, al fin y al cabo no deja de ser un acto de
destrucción, de mutilación de un libro, ¿a quién no le han entrado ganas (¡y no
digamos escolares y sus horribles libros de texto!) de cometer este pecado inconfesable y, por
ello, de difícil perdón y, por tanto, de ninguna penitencia, aunque ya se me
ocurrirá algo. Y todo esto viene al caso porque leyendo El sueño del Rey Rojo. Lecturas y relecturas sobre la palabra y el
mundo, de mi admirado Alberto Manguel (libro del que no arrancaría ni una
letra, dicho sea de paso), me encuentro con la anécdota del moralista
decimonónico Joseph Joubert quien, según Chateaubriand, “cuando leía arrancaba
las páginas que no le gustaban, logrando así una biblioteca enteramente a su
gusto, compuesta de libros huecos en tapas que les quedaban grandes”. Los que
decidimos hace tiempo unir nuestro destino a la literatura, a los libros en
general, como un bien tan preciado como necesario para considerarnos ciudadanos
con derecho a voto, arrancar aunque solo sea una página de un libro, por muy infame
que esta sea, no podríamos entenderlo si no es como un acto de cobardía ante el
propio libro, por su indefensión, y ante el mismo autor, al que ni siquiera le
concedemos el derecho a defender su obra. Antes que la mutilación, cierro el
libro y ya buscaré en mi agenda de direcciones a quién se lo regalo. José López
Romero.
DÍAZ OLANO EN LA BIBLIOTECA
Las bibliotecas públicas son una
fuente inagotable de sorpresas. Si es una fundada en 1873, las probabilidades
aumentan. Y si el bibliófilo José Soto Molina ha sido generoso benefactor, las
sorpresas agradables son casi diarias. Es lo que le ocurre a la Central de
Jerez. Nos preguntamos cómo llegaría a manos de don José Soto un cuaderno “de campo” plagado de dibujos y bocetos de
indudable calidad, y donde las únicas pistas para identificar al autor eran una
firma (I. Diaz) y una dedicatoria (“Mis
apuntes a mi discípula P. Manso”). Una página de Internet (¡bendito
Internet!) nos aclaró que había un pintor llamado Ignacio Díaz Olano (Vitoria,
1860-1937): la firma de sus cuadros era idéntica a la de nuestro cuaderno. Dado
que la mayoría de su producción se encontraba en el Museo de Bellas Artes de Álava,
mandamos un fichero gráfico: nos confirmaron el nombre de Olano, nos informaron
de que el cuaderno pertenecería (por la firma) a su primera etapa y se
mostraron muy interesados en la persona objeto de la dedicatoria, de la que
tampoco nosotros teníamos referencia alguna. La Espasa recoge su entrada en el
suplemento de 1931, pero la información más detallada sobre el vitoriano (a
falta de consultar la obra de Santiago Arcediano Salazar), la hemos hallado en
una página web llamada “ForoXerbar”. Estuvo becado por el Ayuntamiento de su
ciudad, y pudo llevar a buen puerto sus aficiones artísticas gracias al
mecenazgo de su amigo Felipe Arrieta, pues aparte de la venta de sus cuadros,
lo que llamamos “sueldo fijo” no lo tendría hasta 1901, cuando empieza a dar
clases en la Escuela de Artes y Oficios de Vitoria. Pudo formarse en Italia, y
a su vuelta participa en varias exposiciones nacionales, obteniendo premios en
las de 1895, 1899 y 1901. Su estudio, que montó en la calle Florida de su
localidad, bien podría parecerse al dibujo que ilustra este artículo, sacado
del referido “cuaderno”. Centrado en el retrato, las costumbres, los bodegones
y los paisajes, tan solo protagonizó dos exposiciones en solitario: la de la
Sala Delclaux de Bilbao en 1910, y la de la Escuela de Artes y Oficios de
Vitoria en 1925. Pero también fue docente, como dijimos, ocupando plaza en la
Escuela mencionada desde 1901, plaza de la que no se llegó a jubilar, e impartiendo
clases de dibujo en el Instituto de Segunda Enseñanza desde 1912 a 1932. Claro
que también parece que se dedicaba a enseñar por su cuenta, a juzgar por la
dedicatoria de nuestro cuaderno, que sería el tesoro de la tal P. Manso hasta
pasar a manos del bibliófilo, paso previo para que hoy día se conserve en
nuestra Biblioteca Municipal. NATALIO BENITEZ RAGEL/ RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
sábado, 18 de octubre de 2014
LA GRAN LITERATURA
La ya larga experiencia como lector si algo me ha enseñado a lo largo de los años,
es que la búsqueda premeditada de un buen libro nunca da los resultados
esperados, y que como las esquivas
fuentes del Nilo para los exploradores europeos del XIX, toparnos con un buen libro hoy en día es más
producto de la casualidad o la suerte que de otra cosa. Es este el primer libro
que leo de Pierre Lemaitre del que ignoraba hasta ahora todo, y del que tras la lectura de su novela, me ha
entrado un deseo irrefrenable de conocer su desconocido recorrido literario, así como
esperar con paciencia su nueva novela. Y
es que tras la lectura de esas casi quinientas páginas de este “Nos vemos allá
arriba”, no puedo sino confesar que he
vuelto a tropezarme por casualidad con una gran historia. Una historia en la
que la realidad y la ficción se mezclan con sabiduría presentándonos un relato
coral, donde serán precisamente los personajes que la habitan los que
finalmente hagan de esta novela del hasta ahora para mi desconocido escritor
francés, un libro fascinante. Un hecho históricamente contrastado como fue el
escándalo que estalló tras la Primera Guerra Mundial en Francia, al descubrirse un oscuro negocio tras las
exhumaciones de los militares caídos en la contienda en territorio galo, es el
núcleo en torno al cual el autor va descubriéndonos las andanzas de tres supervivientes de la misma en el París de la
postguerra. El soldado Albert Maillard, pusilánime pero afortunado, al que otro
soldado, Edouard Péricot, salva la vida
al precio de perder parte de su rostro, lo que a partir de ese momento, como se
podrá suponer le cambia la vida, ocultando sus mutilaciones tras variadas máscaras
que crea con la ayuda de una pequeña. Por fin el teniente Aulnay-Pradelle, despiadado,
corrupto y ansioso de recuperar el perdido esplendor del linaje familiar cueste
lo que cueste, y cuyas acciones marcan el destino de Albert y Edouard. Protagonistas estos últimos, rodeados de
personajes secundarios no menos fascinantes, Joseph Merlin –todo un
descubrimiento para el lector-, o Marcel Péricourt, padre de Edouard, difíciles
de olvidar. Un libro este, que como ya
sucediera con otros no muy lejanos en el tiempo, como “El Mapa y el Territorio”
de Houllebecq o “Intemperie” de Jesús Carrasco, desdicen a aquellos que opinan que hoy la
gran literatura ya no existe. RAMÓN
CLAVIJO PROVENCIO
GENERACIONES
Hace ya unos meses presentó Luis García Montero su última
novela titulada “Alguien dice tu nombre” en nuestra ciudad. Y tanto la presentadora,
Mamen Ramírez (magnífica su intervención), como después el propio
poeta-novelista insistieron en las mismas claves e intención de la novela: un
retrato de la España de la década de los años 60, en el que García Montero ha
querido analizar y explicarse aquella sociedad que no lograba desembarazarse de
la dictadura de Franco, pero que se enfrentaba a un futuro no muy lejano con
ilusión y expectativas renovadas porque
algo estaba ya cambiando. Una época, los 60, marcada por la venta a plazos, los
primeros televisores, los primeros coches pequeños pero familiares,
acontecimientos todos estos que a muchos, incluido García Montero, nos cogió
con una edad en la que no podíamos darnos cuenta de lo que ellos suponían, pero
que veíamos en nuestros padres y en nuestras propias casas. De ahí que García
Montero destacase en su intervención la figura paterna y la educación y respeto
que las familias intentaban inculcar a sus hijos. Y con el correr de los años,
y el paso de la infancia a la adolescencia, de la que también habló el
escritor, las aficiones comunes, y sobre todo las inquietudes, las culturales,
las sociales pero también las políticas, que se reflejan de forma tan
trascendente en la novela. Todo el público que llenaba por completo el hermoso
patio donde se celebraba la presentación se veía reflejado en las palabras de
García Montero, porque a casi todos nos cogió por aquellos grises años de los
60 entre la infancia y la adolescencia y porque en la década siguiente vivimos
con la intensidad que esa edad requiere aquellas inquietudes culturales y
políticas. Las palabras de García Montero no hicieron más que recordarnos algo
ya vivido. ¿Y la juventud de ahora? ¿qué hemos hecho mal cuando ni se acercan a
escuchar a García Montero? José López Romero.
miércoles, 3 de septiembre de 2014
Hemeroteca Digital
HACE algunos días nos desayunábamos con unas declaraciones de un político local en la prensa, denunciando lo que él creía inexistencia - y consiguiente reivindicación - de una hemeroteca digital en la Biblioteca Municipal de Jerez. Si somos sinceros, el asunto nos causó sorpresa, y eso que a estas alturas de nuestras vidas profesionales el sentido de la sorpresa creo que lo estamos perdiendo, como el pelo. Siempre hemos creído, resignadamente, que las cuestiones relativas a la lectura, y por tanto al libro y a las bibliotecas, es uno de esos temas -como la política o la religión- sobre el que cualquiera se siente capacitado para opinar, y este caso, la afirmación de la inexistencia de una Hemeroteca digital, podría ser uno de ellos. Pero la rotundidad de las opiniones del mencionado político sobre algo tan especifico, la verdad, eran para sorprender incluso a escépticos redomados como nosotros. Pero vayamos al grano y puntualicemos. Desde 2007 (siete años ha) la Biblioteca Municipal tiene una Hemeroteca Digital, pues la firma de convenios con los departamentos de Cultura de Ministerio y Consejería autonómica, posibilitó que a partir de ese año se pudiera consultar digitalmente la colección completa del periódico El Guadalete -1852/1936-, referente del periodismo local. A partir de esa fecha, la web de la Red de Bibliotecas, gestionada por el segundo de los bibliotecarios abajo firmantes, abría una ventana con el material hemerográfico digitalizado. Comenzó a gestarse la Hemeroteca Digital, esa que no existe para el político y que puede consultarse desde hace más de un lustro en una sencilla dirección electrónica: http://www.jerez.es/biblioteca. En el menú desplegable de nuestra web encontramos el apartado 'Biblioteca Digital' dentro de 'Zona multimedia', y en el menú 'Catálogo' varios periódicos locales digitalizados. Así de fácil. Desde entonces, hemos seguido digitalizando otros ejemplares de prensa local, como 'El Martillo' o 'El Progreso'. Existen repositorios (archivos) de prensa digital, así como de libros digitalizados en la biblioteca Municipal de Jerez. Hace un par de años la editorial Extramuros finalizaba la digitalización, previa firma de otro convenio con el Ayuntamiento de Jerez, de cerca de quinientos ejemplares de su fondo bibliográfico antiguo, libros de los que existe copia digital y alguno de ellos colgados en la página web de la propia biblioteca, dentro del mencionado apartado 'Biblioteca Digital'. Conclusión: ¿se puede avanzar más en este proceso? Por supuesto. Como en todo, los medios humanos y económicos disponibles son los que determinarán el mayor o menor avance de algo tan arduo como la digitalización hemerográfica, y que en muchos casos requiere la colaboración de varias instituciones para afrontarla. Todo es discutible y criticable, y en el caso que nos ocupa se puede entender -por las razones que sean- que el nivel o ritmo de digitalización de una determinada institución sea o no el adecuado. Ahora bien, lo que no se puede es negar la evidencia por desinformación, afirmando que no existe una hemeroteca digital que lleva siete años funcionando. Ramón Clavijo Provencio/ Natalio Benitez Ragel
viernes, 22 de agosto de 2014
LIBROS PARA EL FINAL DEL VERANO
Londres después
de medianoche
Augusto Cruz. Seix Barral, 2014
No puedo disimular mi satisfacción tras leer este libro. Ha sido para mí toda una sorpresa, teniendo
en cuenta que no tenía referencias del autor. Pero lo cierto es que me he
divertido de principio a fin con esta novela llena de momentos impactantes,
tensión y un sabio equilibrio entre hechos reales y ficción, que dan una fuerza
inusitada al relato. Todo parte de un dato real: la desaparición de la última
copia de la primera película americana de vampiros Londres después de
medianoche. Forrest Ackerman, conocido coleccionista, decide contratar al
detective Mc Kenzie para dar con la copia. De la película se dice que actuaron auténticos vampiros y
que tras su rodaje todos los relacionado con ella sufrieron alguna desgracia:
actores que desaparecen, cines que se incendian…Con un respaldo documental
notable e incrustando anécdotas reales en la narración el autor ha logrado un
resultado sorprendente. R.C.P.
The monuments men
Robert M.
Edsel. Destino, 2013
Resulta curioso que este libro haya conservado su título original en inglés,
también el que tras leerlo nos demos cuenta de que supera con creces la versión
cinematográfica del mismo, pese a que sea esta la culpable de que muchos se
acerquen a un texto que de otra manera les hubiera pasado desapercibido, al no
adquirir la relevancia que está teniendo tras ella. Sigue la estela de aquel
otro – excepcional- titulado El saqueo de
Europa de Lynn H. Nicholas. Los
hombres de los monumentos es un pequeño batallón que hacia el final de la
II Guerra Mundial, trata de salvar piezas de arte robadas y en poder de los
nazis. La concienciación por el patrimonio es uno de los grandes temas que
planea en estas páginas, en un tiempo
donde todos los recursos estaban puestos en el frente que era lo prioritario.
Interesante relato donde se narra otra guerra: unos tratando de robar y otros
intentando salvar lo robado. R.C.P.
Sueño del origen
Eloy Sánchez Rosillo.
Tusquets, 2011.
Sin duda Eloy Sánchez
Rosillo es una de las grandes voces de nuestra poesía actual. Poeta y profesor
de la Universidad de Murcia, en plena madurez profesional y, sobre todo,
literaria, y al margen de corrientes y modas, ha sabido en su ya prolífica obra
lírica (ocho libros en total) acuñar un estilo personal y reconocible, como
personal y reconocibles son los temas y los motivos que va desgranando en sus
versos, en los que combina el tono elegíaco del paso del tiempo con un
optimismo que se deja notar en la celebración de la vida y en la aceptación de
los límites de lo humano. Los días tristes llenos de melancolía se mezclan con
la presencia de los seres queridos, los recuerdos y los sueños, de la belleza y
de la alegría, de una vida que, en definitiva, quiere vivirse sin temor a la
muerte. En “Sueño del origen” reconocemos a la mejor poesía española, esa que
no ha perdido lustre y vigor gracias a poetas como Sánchez Rosillo. J.L.R.
lunes, 21 de julio de 2014
EN BUSCA DEL LIBRO DESEADO
Para muchos el verano es la época en la que tímidamente retoman el hábito de la lectura, aquel que casi han perdido a lo largo de los años. Y entre las múltiples tareas que se imponen para llenar el tiempo de ocio, una de ellas es disfrutar con un buen libro a ser posible tendido en una playa remota o al borde de una tranquila piscina, o simplemente dejando pasar la tarde al fresco en un pequeño patio o sombreado balcón, entretenido entre sus páginas. Pero luego viene la duda y la angustia de si encontraremos el libro, o los libros -para los más osados- adecuados. Y así son muchos lo que se pasarán el verano tratando de encontrarlo, y mientras los días van quedando atrás crecerá su angustia al comprobar que de todo lo que se proponían hacer al inicio del estío, cabe la posibilidad de que no encuentren el libro con el que recuerden este nuevo verano. Yo no sé si es tanta la oferta que se abre ante nuestros ojos, y por tantos medios distintos, que encontrar algún libro que nos atrape -como un tesoro en una isla inexplorada- es mucho pedir. Pero lo que les puedo asegurar es que en estas semanas que llevamos de este verano de 2014, y séptimo desde el inicio de la crisis, me he topado con algunas gratas sorpresas que me han hecho disfrutar y mucho de la lectura. Si tuviera que decidirme por alguno, destacarlo de los demás, no tendría duda en señalar La rubia de ojos negros como mi libro de este verano, y tengo la certeza de que esto no cambiará ya a pesar de que la calurosa estación no ha terminado aún. Por muchas razones. Por supuesto en sus páginas se encuentra la diversión y el placer que todo lector busca. Las horas no pesan y nos molesta todo lo que nos pueda apartar de la historia que vamos página a página descubriendo. Y esa diversión no esta reñida con la exquisitez formal, la perfección en el lenguaje que hace que todo lo matices de la historia lleguen al lector de forma natural. Pero la principal razón por la que señalo este libro, como mi libro del verano antes de que este acabe, es la maestría de un escritor como Banville. A la valentía de haber aceptado el reto de rescatar a un personaje como Philip Marlowe, lo ha hecho de tal manera, con tanta solvencia, que algunos hemos tenido que recuperar las viejas y magistrales historias de Raymond Chandler, para convencernos de que La rubia de ojos negro no es una novela perdida de Chandler y ahora recuperada años después de la desaparición de este escritor. Con La rubia de ojos negros nos encontramos al mejor Chandler pero es una novela –paradojas de la literatura- que firma Benjamín Black (John Banville). A tenor de los resultados no sería de extrañar que en un futuro cercano Banville/Black nos sorprenda con otra historia en torno a Marlowe. Si es así, deseemos que no sea larga la espera. ¿Quizás el próximo verano? Ramón Clavijo Provencio
sábado, 12 de julio de 2014
RECOMENDACIONES
El adoquín azul
Francisco González
Ledesma. Menoscuarto, 2014.
Como sobre Francisco
González Ledesma volveremos en breve, nos centraremos en la reseña de esta
novela que ve su segunda edición en la editorial Menoscuarto, ya que se publicó
por vez primera y se regaló como promoción (asómbrense los lectores) junto con
la revista “Interviú”, cuya editorial había comenzado una colección de “obras
inéditas de los mejores autores de novela negra en castellano”, en el año 2002.
Y en esto tenía toda la razón la colección porque González Ledesma nos ofrece
una breve pero intensa muestra de su maestría como narrador con este “adoquín
azul”. Montero, protagonista de la novela, logra escapar de la policía
franquista gracias a la ayuda de Ana,
una misteriosa mujer de la que solo sabe que es esposa del despiadado jefe de
policía Ponce. Al cabo de los años y de vuelta de Nueva York, instalado de
nuevo en Barcelona, Montero se dedica a buscar a Ana, su amor interrumpido.
J.L.R.
El
mundo de afuera
Jorge Franco. Alfaguara, 2014
Ganadora del premio Alfaguara, en
el cincuentenario de esta editorial, nos aproximamos a la novela con la cautela
que siempre tenemos con las historias avaladas por jurados, algo lógico si nos
atenemos a la truculenta historia de los premios literarios en este país. Pero
la novela de Franco, debemos reconocer, no deja indiferente. He buscado
calificativos para una historia que pasa
de una visión idílica de la realidad a la más tenebrosa, sin solución de
continuidad. Pero lo que sobre todo planea en la novela es el miedo, miedo a
perder lo que se posee, al mundo exterior que es donde se encuentra lo que más se anhela. Isolda, vive en un castillo extraño en la ciudad de
Medellín, y su soledad se contrapone al exterior bullicioso y amenazante,
mientras va subiendo el grado de tensión del lector. R.C.P.
viernes, 6 de junio de 2014
PEDRO SEVILLA
Hace unas semanas el club de lectura de la biblioteca
municipal celebró una sesión especial, por primera vez en los años que llevamos
funcionando teníamos la oportunidad de tener al autor del libro que íbamos a
comentar delante de nosotros. Un libro de poemas y su poeta, o dicho más
concretamente: la antología “Todo es para siempre” (Renacimiento) y su autor,
Pedro Sevilla. A la novedad de la presencia, habría que añadirle esa aura de
distanciamiento que, por tradición romántica, envuelve la relación entre
artista y resto de mortales. La admiración y hasta veneración que todos
sentimos ante cualquier persona dotada de esa capacidad solo atribuida a los
dioses: la de crear. Esa fue la sensación, la atmósfera que se respiraba
momentos antes de que entrara Pedro Sevilla en la sala donde iba a celebrarse
la sesión. Atmósfera que desde sus primeras palabras el poeta se encargó de
disipar, para convertir el encuentro del escritor con sus lectores en un
diálogo; un diálogo no del artista con sus admiradores, sino de la persona con
otras personas. Y a través de sus poemas fuimos desgranando recuerdos,
vivencias, sentimientos que, como hombres y mujeres, todos hemos tenido. La
poesía de Pedro Sevilla es una poesía que nos alcanza a todos en todos los
aspectos, porque es un ser humano como todos nosotros. La voz pausada en la
lectura de sus propios versos fue otro de los regalos que nos llevamos en
aquella jornada sin duda inolvidable. Y en su recuerdo ahora me doy cuenta de
que no hablamos con el escritor, porque nada se dijo de su proceso de creación,
de cómo va puliendo unos versos que salen de ese rincón tocado por el dedo
divino (no cabe otra explicación), sino con el hombre, el que por el solo hecho
de vivir sufre pero también siente la felicidad en compañía de sus amigos, de
su familia, de aquellos que ya no están pero cuyo recuerdo los hace revivir.
Hablamos con un enorme poeta, hablamos con un enorme ser humano. José López
Romero.
EXPLORANDO CAMINOS
Hace unos días se inauguraba la feria del Libro de
Madrid. Multitud de ojos interesados están posados sobre ella. Unos más por
curiosidad que por interés, otros con nerviosismo pendientes de cuál es la
respuesta del público ante la que podíamos considerar la propuesta anual más importante en torno al libro en nuestro
país junto a Liber. Y esa respuesta, como se podrá entender, no está tanto en
conocer el número de visitantes que pasearán entre los stands curioseando
libros, sino el dato de los que
realmente adquirirán alguno y proporcionarán a la clausura de la Feria datos
reales sobre si el sector editorial empieza a recuperar pulso o sigue
debilitándose. Lo que está claro a estas alturas, es que el mundo del libro –y
ya aquí no hablamos exclusivamente de ventas- lleva afrontando una tormenta
terrible demasiados años, que va dejando víctimas a su paso y un paisaje en
transformación -que ya se intuía necesaria hace unos años-, pero que ahora la
realidad ha forzado sin más dilaciones. En este escenario surgen propuestas por
doquier, unas con apariencia de novedosas, y otras que son lanzadas como globos
sondas esperando que alguna realmente encuentre el camino correcto. Bueno, no
es sólo un camino, son una maraña de caminos los que explorar aunque todos
tengan como objetivo el mundo del libro y la lectura. Días atrás leía con
satisfacción la propuesta editorial del artista jerezano Carlos Crespo Lainez,
buscando la excelencia, la calidad de la propuesta que finalmente se hace
llegar al gran público. Tiradas pequeñas en número, primorosas en su envoltura,
valiosas en cuanto a su contenido. En definitiva, recuperar el prestigio del
libro. Si La Gata Editorial –ese es
el sello de esta ilusionante y novedosa propuesta- trata de marcar un sendero
en cuanto a la edición, en Barcelona una serie de libreros han lanzado otra
propuesta no menos impactante, y quizás por su carácter totalmente novedoso
sobre la que están puestos muchos ojos –como comentábamos sobre la Feria del
libro madrileña-: abrir sucursales de librerías en centros bibliotecarios.
Puede parecer un contrasentido - es lo que tienen las ideas revolucionarias-
pues vender libros aparentemente no puede casar con una institución donde su
propósito es proporcionar este de una manera gratuita. Sin embargo es algo
sabido que muchísimos usuarios de bibliotecas son también clientes de librerías
y a partir de ahí, ¿por qué no explorar y ver más posibilidades de tal
maridaje, en un momento donde se está produciendo una gran crisis en el
sector librero? Los momentos de
transición siempre son duros, inquietantes y peligrosos, todos lo sabemos, pero
también apasionantes al permitirnos trabajar en pos de escenarios nuevos. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
sábado, 31 de mayo de 2014
PANEM ET CIRCENSES
Escondían algo. Resultó ser un libro, como observé
poco después cuando el que supuse propietario lo extraía de la arena de la playa, tras un tira y afloja con sus amigos. Finalmente y entre chanzas, concedieron desvelarle el
escondite mientras corrían hacia la orilla, sin dejar de lanzarle burlas. El
joven lector se marchaba poco después de
la playa, entre las protestas de sus compañeros, y me quedé con las ganas de
saber el título de aquel libro que ahora descansaba lleno de arena en el fondo
de una bolsa de playa… Sesenta años después de “Farenheit 451”, aquella historia de ficción creada por Ray Brardbury sobre la persecución a los
lectores y a la lectura, y la consiguiente quema de libros por un cuerpo
especial de bomberos - que había cambiado las mangueras de agua por los lanzallamas- , todo parece hacerse más real.
La realidad de hoy, ciertamente distinta y más compleja que la que imaginó
Bradbury, va conduciendo en cambio hacia el mismo destino: la invisibilidad de
la lectura, la de identificar a todo lector poco menos que como un “bicho raro”, y por tanto poco de
fiar. Al menos a todo lector que tenga un libro en papel entre sus manos,
quizás uno electrónico amortigüe el recelo…durante un tiempo. Paradójicamente
el año se llena de días dedicados al libro, lo que tirando de ese oráculo
moderno cual es el refranero, podríamos etiquetar con aquel que reza “Dime de lo que presumes y te diré de lo que
careces”. Y mientras, entre tanto San Jordi, Día Internacional del libro, de la
Lectura, etc. - donde parece haber una amnistía temporal para los lectores-, los
presupuestos de las administraciones menguan sus partidas para la compra de
libros a las bibliotecas públicas (en Andalucía ese presupuesto ha quedado
reducido a cero), al mismo tiempo que las Fiestas se convierten en la panacea a
la que aferrarse por parte de esta sociedad confundida. Nada nuevo. Pero qué
vamos a esperar si ya los romanos gritaban “panem et circenses” hace dos mil
años. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO.
CLÁSICOS
-“Tenemos que llevarlos al médico” –le decía su mujer,
mientras veían cómo sus hijos dormían plácidamente, ajenos a la inquietud de
sus padres. A la madre ya le asomaban dos lágrimas como tronchos de lechuga
(José Ángel dixit). –“Pero ¿a qué
médico?” –le respondía su marido que no daba crédito a la escena que estaba viviendo
o tal vez soñando, porque aquello más tenía de pesadilla que de realidad. Eran
las tres y cuarto de la madrugada y su mujer lo había despertado con una
pregunta sacada de lo más profundo de algún desequilibrio mental de origen
quizá genético (algo había ya detectado en su suegra): -“Oye, Manuel, ¿tú sabes
si los niños han leído El Lazarillo?”
Velando embobados ahora su sueño, otras preocupaciones asaltaban a la mujer: ¿y
El Quijote? ¿y la Eneida o la Odisea? ¿y el Poema de mío
Cid? Cuanto más pensaba aquella frustrada madre, más tronchos de lechuga
corrían por sus mejillas, mientras el padre, ya insomne, repasaba con la vista
las estanterías de las habitaciones de sus hijos que estaban atestadas de
libros infantiles y juveniles propios de su edad. Cuando volvieron a la cama,
la conclusión de aquella mujer era toda una declaración de intenciones y como
tal la entendió el marido, es decir, como una amenaza en toda regla: “¡mañana
mismo empiezan con los clásicos!”. En cierta ocasión cité una frase de Rosa
Montero, creo recordar, que venía a decir que los clásicos no son un punto de
partida, sino una meta; y sin que sirva de precedente, estoy totalmente de
acuerdo con esta opinión. En un mundo en que la lectura es una actividad en
desprestigio y lamentable decadencia entre la clase estudiantil, sea de
secundaria y hasta universitaria, que además tiene que hacerse un hueco a
codazos entre el uso y, sobre todo, el abuso de las nuevas tecnologías, que
algunos escolares lleguen a adquirir el hábito lector debe entenderse como todo
un éxito que sin duda corresponde a sus profesores pero, sobre todo, a sus
padres, porque con su ejemplo o su insistencia han logrado que sus hijos no
solo no rechacen los libros, sino que se entretengan y disfruten con ellos.
Pero en este largo y tortuoso camino, lleno de obstáculos, hay que ser muy
cuidadosos con los lugares donde ponemos el pie y cuánto podemos forzar la
marcha. Sin ser santo de nuestra devoción, no se le puede negar el mérito a la
literatura juvenil, porque en sus variados géneros pueden encontrar los escolares
el libro que los enganche definitivamente a la lectura, y a través de ésta
seguro que terminarán tarde o temprano por llegar a los clásicos, como un libro
lleva a otro hasta llegar a esa meta de la que nos hablaba Rosa Montero. Y a
veces por forzar demasiado, por querer que lean lo que todavía no está al
alcance ni de sus gustos, ni de sus inquietudes y menos aún de su conocimiento
para llegar a disfrutarlos como se merecen, terminamos por convertirlos en
desertores de la lectura. Cinco y media de la mañana. –“Manuel, ¿por cuál te
parece que empecemos?”. –“Por La isla del
tesoro. Todo un clásico.” José López Romero.
sábado, 24 de mayo de 2014
RENEGAR
Aunque hay cientos de novelas mejores o, al menos, más
entretenidas, Aire de Dylan, de
Vila-Matas, no deja de tener sus aspectos de interés, en concreto y para lo que
aquí nos interesa ese “Archivo General del Fracaso” que está formando el
protagonista, Vilnius Lancastre. Aprovechando una estancia en Los Ángeles, a
Vilnius se le ocurre, para ir engrosando el cuanto menos curioso archivo, poner
un anuncio en la prensa local (Los
Ángeles Times) con el ofrecimiento de entrevistar a los cineastas de
Hollywood que quisieran confesar las películas o fragmentos de ellas que
desearían suprimir. Y ya se relamía el ingenuo Vilnius con las confesiones de
Francis Ford Coppola, quien seguramente solo salvaría las dos primeras partes
de El padrino, o con las de Martin
Scorsese renegando de todas sus películas, a excepción de No Direction Home, excepción en la que hay que observar el interés
de Vilnius por salvaguardar la imagen de Bob Dylan por su parecido con el
famoso cantante. Y así pasaría por sus entrevistas-confesiones lo más granado
del cine americano abjurando de todo. Sin embargo, la decepción es mayúscula
cuando nadie responde al anuncio. Y es curioso que en muchas entrevistas a
personajes famosos estas mismas preguntas aparezcan con frecuencia: ¿qué
suprimiría usted de su labor profesional? ¿de qué está usted más arrepentido de
haber hecho? Preguntas que recuerdo se les suele hacer a actores y actrices que
tienen un “oscuro” pasado en el llamado “cine de caspa” nacional; y sin
embargo, pocas veces o casi nunca se las he visto formular a escritores, será
porque, como los directores de cine de Hollywood, no se arrepienten de nada de
lo escrito o, seguramente, no quieran confesar sus páginas u obras más infames.
Y si famoso fue el caso de Juan Ramón Jiménez persiguiendo obsesivamente los
ejemplares de Ninfeas y Almas de violeta, sus dos primeros
libros juveniles, no conocemos otro caso igual. ¿Y sus mejores obras? De ellas
ya se encargan sus propios autores de publicitarlas. José López Romero.
LA BIOGRAFÍA INCONCLUSA
En 1995 publiqué una biografía de Manuel Esteve,
bibliotecario y arqueólogo municipal. Se cumplía por entonces los veinte años
de su fallecimiento. El libro sobre Esteve me trajo alegrías y sinsabores, pues
si por una parte descubría la vida de un personaje que había sido clave para
entender la vida cultural de la ciudad; por otro lado, la modesta edición y el
no poder profundizar - por las propias características de la colección meramente divulgativa- en un periodo clave en
la biografía de Esteve como fueron los años cuarenta, dejaron lo que pudo ser
un ambicioso proyecto en poco más
que un estudio interesante. Desde
entonces me quedé con ese regusto de
volver sobre el biografiado y ahondar sobre las peripecias de este personaje,
en unos años tan convulsos para el país. Pero sobre todo me interesaba entender
porqué si cuando se inicia la postguerra
nos encontramos a un Manuel Esteve, que pese a sus éxitos arqueológicos, es
sobre todo conocido como el bibliotecario municipal, una vez terminada esa década de hierro, se
transforma en el arqueólogo y sus
iniciativas en torno al libro brillan por su ausencia en contraste con otras de
las que fue abanderado y, todo hay que decirlo, menos comprometidas políticamente.
Del periodo que abarcaría de 1931 a 1936, la arqueología apenas es para nuestro
personaje una labor secundaria, aunque presta atención y tiempo a reorganizar
la colección desordenada de objetos, parte de ellos depositados bajo las
arcadas del edificio bibliotecario, y tramita con particulares la cesión o
donación de piezas, aunque la idea de Museo Arqueológico en ese momento sea más
una utopía. Pero mientras Esteve da sus primeros pasos profesionales en la
Biblioteca, la conflictividad social va en aumento hasta llegar 1936. Entonces,
en la Hoyanca de San Telmo, se levantó una gran pira con los libros
procedentes de las asociaciones disueltas por las autoridades golpistas. Salvo
los libros que se consideraron educativos,
el resto del material bibliográfico requisado los meses anteriores fueron pasto
de las llamas. Era otro capítulo de la guerra cultural que solapadamente se
había venido produciendo desde incluso
antes del estallido de la guerra civil. La casi inmediata creación de un
batallón miliciano para el control de bibliotecas privadas, a la vez que las
purgas de amigos y conocidos en el Ayuntamiento o los centros educativos y
culturales como el maestro Teófilo Azabal, su compañero en el Instituto
provincial Roma Rubí o el pintor Miciano, sin duda tuvieron en la práctica una
visible influencia en la manera de conducirse el bibliotecario municipal a
partir de ese momento, abriendo un periodo de sombras y dejando hasta hoy una
biografía inconclusa. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
sábado, 10 de mayo de 2014
EN MOTO
La reciente motorada,
que hizo a muchos desempolvar las viejas máquinas escondidas en los trasteros y
garajes para que pisaran el asfalto al menos una vez al año, a mí me impulsó a
encaramarme por las estanterías de casa buscando algunos libros, que a lo largo
de los años adquirí empujado por mi afición a la literatura viajera, y donde la
moto disputaba protagonismo a su dueño. Estos viajes motorizados quizás no
hayan desplazado del imaginario popular
a esos exploradores y aventureros a lomos de caballos o camellos como el mítico
Thesiger que recorrió el Territorio vacío (desierto de Arabia), o aquellos que a
bordo de carruajes destartalados atravesaban continentes a través de caminos
infames. Sin embargo, unos pocos aventureros a bordo de sus motos lograron
culminar viajes increíbles y lo que es mejor, y al fin al cabo nos interesa a
los lectores, dejaron también para la posteridad unos relatos lo
suficientemente intensos, como para que hayan quedado para la posteridad. Dos
de estos hitos nos pueden servir como ejemplos de otros muchos viajes
merecedores de una nueva mirada. El primero, y quizás uno de los más memorables,
viene recogido en el libro Los viajes de Júpiter de Ted Simon, tal vez el
mejor libro de viajes en moto jamás escrito y que nos devela la odisea de recorrer el mundo en una Triumph Tiger 500 entre 1973 y 1977. Publicada
en 1979 su versión inglesa, la primera
edición castellana llegaría treinta años más tarde (Interfolio, 2009). El libro
de Simon fue inspirador de una multitud de viajes motorizados, e hizo famosas
–como a la Triumph “Júpiter”- a otras máquinas bautizadas con mayor o menor
fortuna. Otro viaje memorable, aunque desde otra perspectiva, fue el de las dos
BMW que llevaron a Ewan Mc Gregor y Charley Boorman por tres continentes en
2004. Viaje que algunos equivocadamente creen heredero del espíritu que impulsó
el de Simon, y que si bien nos dejó como secuela una excepcional serie
documental -The Long Way Round- no
podemos decir lo mismo de los libros que se editaron aprovechando el impacto de
la mencionada serie. Ramón Clavijo Provencio
Suscribirse a:
Entradas (Atom)