El ‘Diccionario de los políticos’ de
Rico, por lo vigente de sus “definiciones”, más bien parece escrito ayer mismo
y no hace ciento sesenta años.
Abnegación: “cualidad desconocida en los políticos a pesar de que
casi todos hacen alarde de ella”. Juan Rico y Amat no se andaba por las
ramas en 1855, aprovechando que el “bienio progresista” había rebajado las
calores de Isabel II, aquella que se autodefinía “española hasta las cachas”,
esquivando así los peligros que para las opiniones arriesgadas conllevaba la
anterior etapa política, la “década ominosa”. Alicantino y abogado de
profesión, ya había desempeñado labores políticas en los gobiernos civiles de
Zaragoza y Barcelona, de ahí el título alternativo de su Diccionario: “verdadero
sentido de las voces y frases más usuales entre los mismos, escrito para
divertimento de los que ya lo han sido y enseñanza de los que aún quieren serlo”.
Los que se han dedicado a la cosa pública siempre han sido objeto de los
envenenados dardos de sus contemporáneos, si bien nuestro autor parecía que más
bien estuviese pertrechado con el “pilum” de las antiguas Legiones. Habla de los “abusos” como una “hierba muy
perjudicial que crece y se arraiga extraordinariamente en los campos de las gentes
que mandan”. Lo clavó. La Constitución de entonces era la de 1845, la única
hasta el momento que nació de acuerdo al procedimiento de reforma estipulado en
la anterior. Todo un logro. Para nuestro autor, “no hay mucho malo en lo que
encierra, lo rematadamente malo son los comentarios y aplicaciones que se hacen
de sus doctrinas”. Hablamos de una carta magna que fue la encarnación más
genuina del liberalismo doctrinario, que hacía descansar la soberanía nacional
en las Cortes con el Rey y que disminuía el censo electoral hasta un raquítico
uno por ciento de la población española. Cuando llega a la palabra “corrupción”,
parece que escuchemos a un periodista de nuestros días: “epidemia contagiosa
que provoca la marcha al extranjero, con objeto de cambiar de aires, de algún
depositario de fondos públicos, atacado mortalmente de esa enfermedad”. Es
justo lo que hizo, muchos años después, en 1937, el comunista Manuel Uribarri,
recién nombrado jefe del Servicio de Investigación Militar (SIM), la policía
política del gobierno Negrín, que acabó huyendo a Francia con un botín de
100.000 francos, un capital en aquellos tiempos, si acaso comparable al reunido
por el “conseguidor” de los ERE o por algún que otro avispado tesorero. Tampoco
se corta don Juan cuando define la “Diputación” como la “escuela de
primera enseñanza donde se aprende por algunos el arte de hacer fortuna”.
Hoy en día quizás deberíamos aplicar esta definición a la voz “Ayuntamiento”.
Y así una infinidad de conceptos hasta completar una obra de 336 páginas que
aguardan en los anaqueles del Legado Soto Molina de la Biblioteca Municipal a
disposición del público investigador. NATALIO
BENITEZ RAGEL.
Una biblioteca es lo más parecido a un laberinto, un laberinto lleno de libros, de mundos por descubrir.En homenaje a las bibliotecas y a la lectura , preside la cabecera de este blog un dibujo del pintor jerezano Carlos Crespo Lainez: "Noche de lectura".
LECTORES SIN REMEDIO
Este blog tiene su origen en la página semanal de libros de "Diario de Jerez", "lectores sin remedio", que llevamos escribiendo desde el año 2007. Aunque el blog no es necesariamente una copia de la mencionada página, en él se podrán leer artículos que aparecen en ella. Pero el blog, por supuesto, pretende ser algo más... Los responsables son los dos lectores sin remedio, de los que facilitamos la siguiente información: Ramón Clavijo es Licenciado en Historia por la Universidad de Sevilla y es actualmente Técnico Superior Bibliotecario del Ayto. de Jerez de la Frontera. Está especializado en fondos bibliográficos patrimoniales. José López Romero es Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla y actualmente es Catedrático de Lengua y Literatura en el I.E.S. Padre Luis Coloma de Jerez de la Frontera. Especializado en la literatura dialógica del s. XVI y en la novela del s. XIX.
sábado, 17 de diciembre de 2016
PASIÓN Y PAISAJE
Con este título el poeta
y profesor Jacobo Cortines presentó este mismo año en curso su poesía reunida
(1975-2016). En la extensa e interesante “Adenda” final (“huellas de la
creación”) Cortines va desvelando, a modo de diario, su proceso creador, las circunstancias
que rodean la composición de muchos de sus poemas y, sobre todo, la lucha
individual –pero en realidad universal- del poeta con la materia poética para
hacerse con una voz personal. La finca familiar en Lebrija, “Micones”, los
paisajes marineros vistos y sentidos desde la urbanización portuense de El
Manantial, y especialmente la ciudad de Sevilla, en la que vive y en cuya
universidad ha ejercido la docencia como profesor de Literatura Medieval, y por
último su anhelada y soñada hacienda “El labrador” (magnífico el poema “Nombre
entre nombres”), son los espacios en los que Cortines se inspira y trabaja para
cincelar sus versos. El contacto tan íntimo con la naturaleza, campo y mar,
pero también con los paisajes urbanos se dejan notar en unos poemas que tienen
como constante esa relación entre sentimiento e imágenes y motivos naturales
(pájaros, flores, árboles) o las calles y plazas de la ciudad, y también con el
paso del tiempo; pero otras veces es solo al hombre y su doloroso vivir al que
escuchamos y que él mismo desnuda en ese diario final. Poemas como “Reflejo en
la ventana (autorretrato)”, o “Declaración”, o “Buenas noches”, por poner
algunos ejemplos nos muestran su proceso de introspección. Sin olvidar tampoco
la corriente social, el compromiso del escritor con su tiempo, en este caso
ante la guerra (“Europa”). Finalmente, tanto en la esclarecedora introducción
como en la “Adenda”, Cortines señala como punto de inflexión de su poesía la
“Carta de junio” dedicada a su padre, un poema en tercetos endecasílabos que
sin duda es el gran poema del libro. Cortines, fino traductor de Petrarca, nos
deja un poemario de mesilla de noche. José López Romero.
sábado, 3 de diciembre de 2016
ARTE Y LITERATURA
Al hilo de algunas
lecturas últimas y el lejano recuerdo de otras que más adelante citaré, me vino
a la memoria el otro día la anécdota que Juan Mayorga incluye en su obra ‘El
chico de la última fila’: le refería Juana, gerente de una galería de arte, a su
marido Germán, un descreído del arte moderno, la historia de aquel artista que
una vez pintadas unas acuarelas y grabadas en un CD la descripción de estas,
había decidido destruirlas y exponer, como si de los cuadros se tratara, el
disco que el espectador podía escuchar para hacerse una idea de lo que habían
sido las pinturas. Ante tal ocurrencia no nos sorprende y hasta comprendemos la
falta de fe y confianza del pobre Germán en una expresión artística que más
tiene de boutade que de verdadero arte. Y esto me venía a la memoria porque la
relación de las distintas artes con la literatura, con la lengua en general
siempre ha sido muy estrecha, aunque no exenta de grandes dificultades;
expresar con palabras los sentimientos, emociones o reacciones que despiertan
en un espectador un cuadro o una escultura o, más difícil aún, la descripción
de una pieza musical es un ejercicio literario que pone a prueba la pericia y,
lo más importante, el dominio de la lengua y, sobre todo, la inspiración del
escritor. ¿Cómo traducir en palabras las notas musicales que provocan en los
oyentes los más exquisitos y profundos
sentimientos? Entre los ejemplos que a vuela pluma acuden a mi memoria lectora,
el primero es la famosa ‘Oda a Francisco Salinas’ de fray Luis de León, por cuyos
maravillosos acordes llegamos, llegaba el fraile poeta al conocimiento de Dios
y a la perfección del mundo, movido a través de esa música celestial que salía
del órgano de su amigo. La casualidad ha hecho que algunas de mis lecturas
recientes aborden el tema que aquí tratamos: música y literatura. Muchos
escritores han confesado la influencia de la música en su literatura, como
tuvimos ocasión de comprobar en Cortázar, quien en su libro ‘Clases de
literatura’ nos daba una lección de jazz; como delicada y atormentada era la
música, la relación amorosa que nace y muere entre Erika y el joven violinista
en la novela de Stefan Zweig ‘El amor de Erika Ewald’. Tonos grises, otoños e
inviernos de aquella Viena de finales del XIX, música de nocturnos de Chopin,
que transformamos en ragtime, en ritmos populares, en el más puro jazz en aquel
barco, el Virginian, del que nunca saldrá Danny
Boodman T.D. Lemon Novecento, el protagonista de la novela de Baricco; o los
acordes de ‘norwegian wood’ que Reiko le saca a la guitarra en ‘Tokio blues’ de
Murakami. Pero si un escritor tuviera
que destacar, en mi opinión, de aquellos que convirtieron en palabras la
música, me quedaría sin duda con Bécquer y su leyenda ‘Maese Pérez el
organista’. Leer esta joya del relato corto es escuchar al mismo tiempo esa
música extremada que nos transporta, como el órgano de Salinas a su amigo Luis
de León, al cielo. Sin olvidarnos tampoco de ‘El Miserere’. ¡Y no hace mucho
estas leyendas se leían en Secundaria! ¡Qué tiempos! José López Romero.
PATRIA
Hay libros que no puede uno
dejar pasar. Sin saber bien por qué, entre la marabunta amenazante que nos sobrepasa, de repente destaca un título y
uno siente la necesidad imperiosa de asaltar sus páginas, esperanzado y a la
vez temeroso de acertar o errar en esa búsqueda incesante del lector tras la buena literatura, cada vez
más esquiva. Algo de eso me ha sucedido con ‘Patria’, la nueva
novela de Fernando Aramburu, autor al que habíamos perdido la pista desde aquel excelente ‘Años lentos’ publicado hace tiempo. Tratar de explicar la atracción hacia un
libro antes de leerlo puede ser compleja, o simplemente inexplicable. Otros
libros, como ‘Patria’, que me he ido encontrando y seguiré encontrando en mi
periplo de lector, también firmados por un escritor de prestigio, y que trasladan al lector historias que gozan del beneplácito unánime de público y
crítica, sin embargo no han logrado captar
mi atención hacia ellos o, en todo caso, si finalmente los llegué a ojear o
leer, lo fue más obligado por razones profesionales y de opinión que por
atracción. Con ‘Patria’, como
antes con ‘El mapa y el territorio’ de Houellebecq, ‘Némesis’ de Philip Roth, ‘La
Fiesta del Oso’ de Soler o ‘Un año en la otra vida’ de José Mateos, entre
otros, todo vuelve a suceder de una
forma tan natural como inexplicable, y en
mi simbiosis con el libro no han intervenido ni comentarios o escritos
ajenos, ni tan siquiera el grato recuerdo que me dejó como lector aquel libro
de Aramburu que antes mencionaba. ‘Patria’
una novela literariamente perfecta, nos hace llegar una historia
pegada a un territorio y pese a ello sortea con maestría el riesgo del
localismo para convertir un paisaje reconocible
en el escaparate de los valores y las miserias humanas universales. Pero
no, no son estas breves líneas una reseña de esta singular novela, sí en cambio
las que quieren dejar testimonio de ese misterio, el de volver a toparme con
otro de esos libros que uno no puede dejar pasar, de esos que sin saber por qué
te arrastran a asaltar sus páginas y reencontrarte con la cada vez más esquiva
literatura. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
viernes, 25 de noviembre de 2016
CULTURA LOCAL: LIBRERÍAS (I)
A estas alturas de mi vida, toda ella
profesionalmente hablando, circunscrita a un ámbito muy concreto de la cultura
cual es el mundo del libro, si algo creo haber alcanzado no es por supuesto
fortuna o fama, sí en cambio el haber perfeccionado el instinto de captar la realidad de ese mundo, libre de
disfraces y artificios con los que algunos intentan disimular sus carencias,
una realidad en nuestra país que tiene más de prosaica
que de poética. Si acotamos el espacio
geográfico, pues lo que nos interesa es rastrear el peso que el mundo del libro
tiene en esta ciudad, Jerez, nuestra atención se debe fijar ineludiblemente en
dos elementos: las librerías y las bibliotecas. Por supuesto que hay
otros agentes, pero estos dos son sin dudarlo los principales. En cualquier
ciudad es fácilmente perceptible, incluso para un observador ocasional, el peso
cultural del libro simplemente acercándose a sus librerías y bibliotecas,
visita sin necesidad de guías
locales, donde percibiremos el calor o la indiferencia que la ciudanía o
las autoridades locales muestran por la cultura, y por extensión por el libro.
Jerez para un visitante cultural y ocasional se mostraría como una ciudad donde
no proliferan las librerías -dejaremos las bibliotecas para una segunda
entrega-, aunque no es este un dato singular pues es la tendencia general en un
país donde ha bajado su número -por causas muy diversas, y no solo achacables a
las nuevas tecnologías-. Sin embargo, y es este otro dato que no siempre se
encuentra en las ciudades que el visitante cultural recorre, las librerías
existentes, al menos la mayoría, se muestran como esos pozos de agua
-permítaseme la comparación- que buscan los nómadas que atraviesan el desierto
y sin los cuales no podrían culminar su viaje. Sería injusto decir que Jerez es
un desierto cultural en lo que al libro se refiere, pero para ese visitante
ocasional la existencia de un vocacional y apasionado gremio de libreros locales ayuda a suavizar
el paisaje. Es un gremio digno de
admirar por muchas razones, y no la menor por su templanza al tratar de
evolucionar al ritmo de una sociedad cambiante, de hábitos lectores muy
distintos a los que conocieron nuestros padres, y donde nadie es capaz de
profetizar -acuérdense de McLuhan- hacia donde nos lleva esta sociedad de la
información donde las nuevas tecnologías lo invaden todo. En Jerez el visitante
cultural captará rápidamente que quedan pocas librerías, pero también
reconocerá, afortunadamente, que las que quedan, la mayoría, son, aparte de
lugares donde se comercializa el libro, pequeños centros culturales que
contrarrestan las carencias más que evidentes que los poderes públicos dejan en
este aspecto de su paisaje urbano. (Ilustración: J.F. Petto) RAMÓN CLAVIJO
PROVENCIO
CUSTOMIZAR
Hace unos días y paseando
por los comercios de una de las grandes superficies de la ciudad, bajo la
excusa de “hacer tiempo”, aunque ni mi mujer ni yo sabíamos para qué lo
hacíamos, a la madre (que es una blanda) se le ocurrió comprarle una camisa a
la niña. Cuando llegamos a casa, la niña cogió la camisa y unas tijeras, le
cortó una manga, le hizo dos sietes por los costados, le puso tres cintas
adhesivas y dos imperdibles y se la probó. A la camisa ya no la conocía ni la
madre o el padre que la cosió. “Mira, mamá. Ya he customizado la camisa”. Menos
mal que la madre (una mujer para un pobre), hizo de la manga sobrante un paño
de cocina y le respondió a la niña: “Mira, niña. Ya he customizado la manga”. Y
yo, que a todo esto asistía tan atónito como atento espectador, me pregunté
para mis adentros: ¿podría yo hacer esto con algún poema o relato? ¿podría
customizar una obra literaria hasta el punto de que no la conociera ni el padre
o la madre que la escribió? Debo aclarar que derecho y veloz me fui al
diccionario de la RAE y aún no se recoge en este un verbo tan lleno de
posibilidades y tan rico en experiencias. La verdad es que la imitación ha sido
desde que tenemos uso de conciencia literaria un concepto muy controvertido,
venerado en otro tiempo pero perseguido desde que se impuso la originalidad
como principio de creación. Hace ya unos años fuertes polémicas se levantaron
en los ambientes literarios por un quítame allá estas customizaciones, que
diríamos ahora. Porque de tomar prestados algún que otro verso o algún que otro
párrafo, por no hablar de páginas, se trataba; es decir, ponerle dos o tres
imperdibles a un poema o quitarle alguna manga al relato. Pocos intentos me
bastaron para darme cuenta de las escasas aplicaciones que tiene el verbo
customizar en literatura; en esa buena literatura que no consiente ni entiende
de parches ni remiendos. José López Romero.
sábado, 12 de noviembre de 2016
PREMIOS
¡Las casualidades que
tiene la vida! El mismo día en que los borrachuzos (Sánchez Dragó dixit) de la
Academia Sueca anunciaban la concesión del Premio Nobel de Literatura a Bob
Dylan, moría en Milán Darío Fo, el que recibiera el mismo premio en 1997. ¡Y
qué diferencia! ¡Qué distinta, imposible de comparar, la talla literaria del
escritor italiano con la del cantante, al que se le concede el premio por
“haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana
de la canción”! En el fragor de las copas supongo que no encontraron algo más
inteligente con que justificar la concesión. Hay años y galardonados en que se
observa una peligrosa deriva de estos premios que lejos de mantener el
prestigio, lo terminan por dilapidar. Pero volvamos a la Literatura. En unos
pocos meses Italia, y con ella toda la cultura de nuestro occidente, se ha
quedado huérfana de dos grandes escritores del siglo XX y comienzos de la
actual centuria: el ya citado Darío Fo y el gran Umberto Eco (fallecido también
en Milán, el 19 de febrero de este año). Ninguno de los dos, como los enormes
clásicos de la cultura renacentista que nos regaló la Italia del Quattrocento y
del Cinquecento, necesitan de presentación alguna. Fo es uno de los dramaturgos
más influyentes e importantes de la segunda mitad del siglo XX, con obras como
‘Muerte accidental de un anarquista’ o ‘Aquí no paga nadie’, por no citar sus
piezas cortas (algunas de ellas recogidas en su volumen ‘No hay ladrón que por
bien no venga’), heredero de la más clásica tradición teatral occidental, desde
las comedias latinas hasta el esperpento de Valle-Inclán; y Umberto Eco, quien
al margen de su labor como novelista y su emblemática ‘El nombre de la rosa’,
sigue siendo en sus trabajos la referencia obligada de los estudios
semiológicos, porque nadie como él estudió la relaciones del arte y todas sus
manifestaciones con el público; a sus tratados de semiología, habría que añadir
‘Apocalípticos e integrados’ o ‘Los límites de la interpretación’. Eco
pertenece a esa otra lista de escritores damnificados (con Borges a la cabeza),
a los que ni los efluvios etílicos consiguieron que le concedieran el premio
Nobel; premio que se hubiera sin duda prestigiado por contar en su nómina de
galardonados con este escritor. Y puestos a hablar de premios, ¿por qué las
editoriales o ciertos organismos públicos no se dedican a instituir premios
para escritores noveles, como hace unos días se quejaba en las páginas de este
Diario el joven novelista jerezano Alejandro Berrquero? ¿por qué no hay un
Planeta, o un premio nacional o de la crítica para una primera novela (opera
prima)? No cabe duda de que es más fácil y seguro apostar por consagrados por
aquello del balance final de resultados (ingresos – gastos). Y es que la
literatura al fin y al cabo no deja de ser para muchos más que un producto
comercial, como las canciones de Bob Dylan; y si no, que se lo pregunten a su
cuenta corriente. José López Romero.
FRENÉTICO
Desde
que McLuhan predijo, allá por el año 1970, a través de su famoso tratado ‘La
Galaxia Gutemberg’, que el mundo que conocíamos, el que venía de
aquel invento revolucionario y que lo trasformó todo cual fue la imprenta,
desaparecería con la irrupción de las nuevas tecnologías, muchas cosa han
pasado pero quizás la más evidente es que aquella extrema predicción del
canadiense no se ha llegado a cumplir ni nada parece indicar que vaya a serlo
alguna vez, al menos tal cual él lo imaginó. Durante décadas, y tras el libro de McLughan, las profecías en torno a la
desaparición real del libro en papel proliferaron tanto como las que
vaticinaban el fin de los tiempos, sin embargo aunque es evidente que
aquellas profecías erraron en lo esencial, también lo es que algo -o más bien
mucho-, está cambiando, y lo que es más importante: el ritmo del cambio es tan
frenético que realizar hoy día vaticinios y
profecías sobre el futuro del libro tradicional - pero también sobre
el digital o los mismos sistemas y
plataformas por donde accederemos a la información- resultan inútiles. Prestemos atención al ritmo del cambio que mencionamos: la escritura apareció
alreddor de 4000 años ante de C. Los soportes de esta también evolucionaron
desde la tablilla de arcilla hasta el papel, al igual que los sistemas de
producción que sufrieron una revolución con la irrupción de la imprenta de
tipos móviles. Finalmente en el siglo
XIX las prensas de vapor empezaron a
imprimir millones de libros y periódicos a la vez que se popularizaba la
lectura entre las capas más desfavorecidas de la sociedad. Pues bien, si se
necesitaron milenios para esta evolución, y solo han trascurrido unas décadas,
desde 1974 en que apareció la versión más básica de internet, hasta el día de
hoy para que el ritmo frenético de cambio de las nuevas tecnologías vayan trasformando el paisaje - pero todo
ello sin que el libro tradicional haya desaparecido- ¿alguien se atreve a
vaticinar lo que nos deparará el inmediato futuro? RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
viernes, 28 de octubre de 2016
SENSACIONES CONTRAPUESTAS
(24
de octubre, Día de La Biblioteca)
Recibí
esta efeméride anual, el Día de la Biblioteca, con sensaciones contrapuestas.
Por un lado, orgulloso de encontrarme en una ciudad que fue pionera en la
implantación de la biblioteca pública en nuestro país, cuando la lectura entre las clases populares y menos
favorecidas era casi una quimera; pero por otro lado, con tristeza
al observar los menguantes recursos con que un año tras otro se dispone para
unos servicios públicos que no han terminado de calar en España de igual forma que
en otros países europeos, donde la biblioteca pública es algo pegado
indisolublemente a la vida cotidiana de sus habitantes. Cuando observo y releo
viejos documentos e impresos del año 1873, en los que se habla de los
preparativos y posterior inauguración en Jerez de la que andando los años se ha
convertido en la Biblioteca Municipal más antigua de Andalucía, aún siento una
cierta emoción de que aquel hecho lo protagonizaran conciudadanos nuestros, que
seguramente entonces no imaginaban que aquella modesta colección bibliográfica
de apenas dos mil títulos, y especialmente creada para la instrucción y ocio de
las clases populares, llegara a cumplir los 143 años con una colección que hoy
supera los 100.000 volúmenes, algunos
piezas únicas de contrastado valor patrimonial. Pero también, por contra, me
siento defraudado cuando observo cómo los ingentes esfuerzos realizados desde
mediados de los años ochenta del pasado siglo por la administración en pro de
una moderna, eficaz y bien dotada red de lectura pública en Andalucía, parecen
no solo haber menguado, sino casi se han detenido desde finales de la década
pasada, hecho que se deja notar sobre todo en las bibliotecas municipales. En
nuestra ciudad, que además de pionera,
como decíamos al inicio de estas líneas, en la implantación de bibliotecas
populares lo fue también en la provincia de Cádiz al poner en funcionamiento la
primera red de bibliotecas urbanas, no solo sentimos como en otros lugares la
virulencia de la crisis económica sobre
las bibliotecas, sino que esta además se vio agravada por decisiones políticas cuando menos desafortunadas que penalizaron
la cultura especialmente, convirtiendo la red de biblioteca públicas
municipales en una sombra de lo que fue. Pasé pues el Día de La Biblioteca debatiéndome
entre sensaciones contrapuestas, la de ser consciente de que hemos recibido un
legado de valor incalculable que debemos preservar, y por otro, las que me
provoca la indiferencia histórica de gran parte de nuestra clase dirigente -en
esto poco europeístas- sobre esta institución, que sigue siendo tan necesaria
en esta sociedad tecnológica como en aquella de 1873 cuando se inauguraban las
primeras bibliotecas populares. RAMÓN
CLAVIJO PROVENCIO
POESÍA SOY YO
Título de
la antología y también respuesta al propio editor del volumen, Chus Visor,
quien el año pasado se dejaba caer con unas declaraciones sobre la poesía
actual española, en la que venía a decir, entre otras perlas, que no hay
grandes voces femeninas en la lírica española desde principios del siglo
pasado. Lo curioso (el negocio induce a estas contradicciones) es que sea la
editorial de Visor en la que se haya publicado esta recopilación a cargo de
Raquel Lanseros y Ana Merino y que recoge una excelente muestra de la poesía
femenina desde 1886 hasta 1960. Ochenta y dos mujeres tanto españolas como
hispanoamericanas (“poetas en español del siglo XX” se subtitula la antología)
bien representadas a través de sus poemas y que nos dan una visión bastante
completa de casi toda una centuria de poesía femenina. Pero dos antologías más
han venido en pocas fechas a sumarse a la de Lanseros y Merino: ‘(Tras)lúcidas’ (Barleby
ediciones) coordinada por Marta López Vilar que viene casi a completar a aquella,
pues el periodo que abarca es de 1980 a 2016, poesía última por tanto; y ‘20
con 20’, a cargo de Rosa García Rayego y Marisol Sánchez Gómez (Huerga &
Fierro) y, sin olvidarnos de la ya lejana ‘Mujeres de carne y verso. Antología
poética femenina del siglo XX’ (La esfera de los libros, 2002). Una respuesta
en toda regla no solo a las declaraciones de Chus Visor, sino a todo (o a toda)
aquel que piense que la poesía escrita por mujeres es de poco interés o que
estas no alcanzan la altura de los hombres. En Literatura, como en casi todos
los órdenes de la vida y sus actividades, establecer comparaciones sexistas
poco provecho produce si no es la provocación por la provocación con los
consiguientes conflictos, a los que esta sociedad actual tan sensible y tan
alerta está, a menos que otros objetivos se persigan con ello, que al lector
normalmente se le escapa. Pero tampoco caigamos en el victimismo bajo cuyo
manto se esconde la mediocridad. José López Romero.
viernes, 21 de octubre de 2016
MÁS QUE PALABRAS
Desde la
pérdida, tan triste como irreparable, del gran maestro don Fernando Lázaro
Carreter, y de ello ya hace una buena docena de años (2004), los que tenemos a
nuestra lengua como profesión, y en algunos casos también como devoción, una
sensación de cierta orfandad sentimos sin aquellos dardos en la palabra que don
Fernando con tanto tino y pulso firme escribía y publicaba en la prensa,
artículos que después reunió en dos volúmenes de obligada consulta para conocer
los engranajes de nuestro idioma y el uso, muchas veces chirriante, que de este
hacemos. Pues bien, el pasado verano la lectura de ‘Más que palabras’ del catedrático
y académico Pedro Álvarez de Miranda, me ha devuelto ese gusto e interés por
los asuntos y problemas lingüísticos con que leía los dardos de don Fernando. Y
a la manera de estos, el libro de Álvarez de Miranda es una colección de
artículos que su autor publicados previamente en otros medios, sobre todo en la
revista ‘Rinconete’ del Centro Virtual Cervantes. Destaca, y de ahí también la
referencia a los libros de Lázaro Carreter, la amenidad y, por momentos, la
fina ironía con que Álvarez de Miranda aborda los problemas, la mayoría
léxicos, que en sus artículos intenta aclarar y, especialmente, orientar al
lector. Porque, y esta es otra de sus virtudes y principios que el propio autor
defiende a lo largo del libro, no se trata en muchas ocasiones de aplicar la
norma con todo su rigor, sino más bien de describir usos, costumbres, e incluso
anomalías que una vez extendidas exigen cierto respeto, si no la
condescendencia del especialista. Para ello, admiramos el rastreo que el
lexicógrafo hace del origen de palabras y expresiones hasta llegar a la
aclaración de su devenir a lo largo del tiempo (expresiones como “Así se las
ponían a Fernando VII” o “pasarlas moradas”), o la divertida e interesante
confusión por deficiente lectura del manuscrito de un verso de Lope, que da
lugar a todo un altercado filológico; por no citar los artículos que dedica
Álvarez de Miranda a analizar las distintas variantes de algunas palabras
(“biruji”, “refanfinflar”), o el tan actual y lamentable problema del uso del
femenino/masculino (verduga/verdugo; modisto/modista). Pequeños ensayos en los
que, como decimos, el autor apenas quiere imponer la norma, aunque se muestra
escrupulosamente respetuoso con ella, sino mostrarnos a través de la historia
la plena vitalidad de una lengua. Y en esto Álvarez de Miranda nos da una
lección de cómo las palabras, como en cualquier otra, nacen (motivo de júbilo),
se reproducen (para nuestra satisfacción) y mueren, sin que tengamos la
obligación de celebrar un duelo con su consiguiente funeral y entierro; y es
labor del lexicólogo mostrarnos su procedencia, su uso, a ser posible el más
correcto, y dejar que los hablantes la empleen de la mejor manera posible, sin
rasgarnos las vestiduras. Un magnífico libro. José López Romero.
LIBRO Y PAISAJE
Me gustan esas
imágenes donde tras las figuras de personajes anónimos o conocidos, aparecen
estanterías repletas de libros. Me gustó la fotografía que se publicaba
recientemente del admirado poeta
Francisco Bejarano, posando entre los libros de su biblioteca. Antes este tipo de imágenes eran comunes, tan
comunes como ver escenas callejeras donde los libros de una u otra manera
aparecían y no nos llamaban la atención. Personas leyendo en los bancos de un
parque público, o en el bus. Transeúntes portando algún libro o periódico
cuando iban o volvían de algún lugar, pero con el deseo confesable o
inconfesable de que llegara pronto el momento para leer las hojas de papel que portaban con mimo, y a las que cualquier alto
en el camino –un semáforo, o la espera en la marquesina de la línea 5, que cada
vez se hace más larga- era una buena excusa para hojearlas rápidamente. Me
gustan esas imágenes hoy, pero me invade cuando las contemplo una cierta
melancolía, quizás tristeza, porque tras su belleza puesto que los libros siguen teniendo un poder estético
y evocador de difícil competencia,
comprendo que el libro ha sido
borrado de los hábitos cotidianos de una gran mayoría, y pese a que aquella vieja canción nos diga machaconamente en una de sus
estrofas La vida sigue igual, la vida
sigue igual…nada sigue igual. Cuando
paseo por mi ciudad no suelo ver paseantes con libros, todo lo contrario,
también estos parecen haber desaparecido del paisaje cotidiano, y si excepcionalmente en algún paseo público,
cafetería o cualquier otro lugar del
entramado urbano nos topamos con alguien
ensimismado en la lectura, la singularidad de la imagen rápidamente atrae
miradas furtivas de los paseantes. Me gustan esas imágenes donde en segundo
plano, tras las figuras de personajes anónimos o conocidos aparecen libros,
pero cuando estas no son artificiales,
incluso cuando estas son captadas con un sentido reivindicativo. Todo lo
contrario de aquellas en las que una fauna variada se hacen cuando llega algunas
efemérides o actos de homenaje a viejas glorias de las
letras, pese a que no pisen desde hace años una biblioteca o en sus
domicilios las librerías destaquen por su ausencia. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
sábado, 8 de octubre de 2016
IMÁGENES AFRICANAS A TRAVÉS DE CUATRO ARTISTAS JEREZANOS
Uno
se puede topar con temas casi
desconocidos, pero de indudable interés para la historia local -en este caso
del arte- de la manera más inesperada. Temas sobre los que con sorpresa y a
posteriori, comprobamos que no existe información, o esta es muy escasa, en las
pocas monografías o revistas especializadas consultadas. Es lo que me sucedió
hace algunos meses, cuando rastreando el
origen de algunos de los dibujos de temática africana del gran artista jerezano
Teodoro Miciano, y publicados en el libro ‘Cuentos de Yeha’ de Tomás García Figueras, no solo comprobé que
algunas de aquellas magníficas ilustraciones ya habían aparecido previamente,
antes que en la publicación de D. Tomás, en la Revista ‘África’ y además que en las portadas de dicha revista -a
la sazón medio de comunicación de las tropas coloniales españolas en África
durante décadas- encontré más dibujos de Miciano, algunos prácticamente
desconocidos. La serie de dibujos de Miciano aparecen entre los años 1929 los
más antiguos, y 1934 los más recientes. Comprobando, portada tras portada, año
tras año de la mencionada revista, me vi nuevamente sorprendido cuando descubrí
en ellas dos artistas jerezanos más : el bibliotecario y arqueólogo municipal
Manuel Esteve y el ilustrador Justo Lara Garzón, más conocido en los ambientes
artísticos por el pseudónimo de “Ponito”. Tanto los dibujos de Miciano como de
los dos últimos aparecen en la segunda época de la revista ‘África’, es decir
aquella que coincide su publicación con los estertores de régimen monárquico en
nuestro país y el inicio de la II República.
Animado y sorprendido me quedaba por comprobar un último detalle. Tenía
entendido que casi durante el mismo periodo que se publicaba ‘África’ en Ceuta
(1926/1936), en Tánger los padres Franciscanos editaban la revista ‘Mauritania’
(1928/1962). ¿Podría ser que en las portadas de dicha revista algún artista e
ilustrador jerezano hubiera dejado su huella? No descubrí, pese a mis ilusiones
iniciales, ninguna nueva obra de los artistas más arriba mencionados, pero sí
que encontré en la mayoría de los números publicados entre los años 1943 y 1944
un nuevo nombre, el del pintor Carlos
Gallegos García Pelayo. Un repaso de las ilustraciones aportadas por estos
artistas de Jerez en las revistas mencionadas – y que tenían en común aparte de
su origen el que todos fueron grandes cartelistas, y protagonistas de unas
artes gráficas que vivían una época dorada en nuestra ciudad- nos dan una visión sorprendente, colorista,
singular y sobre todo muy bella del N. de África. Sin duda una aportación
merecedora de un estudio más en profundidad -estamos en ello- y en todo caso que justifica la exposición
que se prepara en la Biblioteca Muncipal –“imágenes africanas”- para finales
del próximo mes de octubre. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
100 AÑOS
El pasado 29 de
septiembre hubiera cumplido don Antonio Buero Vallejo 100 años de vida, una
edad que solo alcanzan unos pocos privilegiados, quizá aquellos a los que se
les ha olvidado morirse o que la muerte se ha olvidado de ellos. No es el caso
de don Antonio, ni tampoco de Camilo José Cela quien también habría cumplido
ese número de años el ya lejano 11 de mayo. Y para conmemorar la fecha de este
último la RAE acaba de publicar la edición de una de sus mejores obras, ‘La
colmena’, con la inclusión en apéndice de los pasajes y páginas que la censura
prohibió en su edición española de 1963, aunque ya había aparecido la primera
en Buenos Aires en 1951. Y la misma RAE en su página web anuncia los actos que
se van a celebrar en honor de Buero Vallejo, aunque parece que no tiene
prevista la edición conmemorativa de ninguno de sus imprescindibles dramas,
pese a que estos también sufrieron las tijeras y la ignorancia de los censores
de turno, a cuya nómina perteneció el propio Cela. La historia de la literatura
española del siglo XX no se entiende sin estos dos grandes escritores, que
llenan por sí mismos dos capítulos esenciales de un periodo de la centuria
pasada, marcados por aquellos años posteriores al final de la guerra civil. En
el caso de Buero Vallejo con especial consecuencia, pues fue condenado a muerte
por aquellos tribunales militares franquistas que tan bien recrea Alberto
Méndez en el relato tercero de ‘Los girasoles ciegos’. Repasar las entrevistas
que en la red podemos encontrar de Buero, sobre todo la del programa “A fondo”,
es encontrarse no solo con el escritor, con el dramaturgo, el más importante de
la segunda mitad del siglo XX, sino sobre todo con un hombre que basó toda su
vida en esas virtudes que ahora echamos tan en falta en esta España de hoy: la
dignidad, la honestidad, la discreción. Las mismas virtudes que con tanta
maestría supo insuflar en sus personajes. Leer a Buero Vallejo es hoy una
necesidad, un ejercicio de higiene moral. José López Romero.
sábado, 1 de octubre de 2016
POKEMON GO
En la novela ‘El regreso
de Titmuss’ (Libros del Asteroide), que reseñamos más abajo, el médico Fred
Simcox recuerda cómo su predecesor en la consulta, el viejo doctor Salter,
cuando traía un niño o una niña al mundo siempre le daba la consabida palmada
en el culo y decía: “adelante, es lo máximo que puedo hacer por alguien que se
embarca en la vida”. Pues eso es, por lo que parece, lo que durante este verano
ha hecho la empresa Nintendo con el célebre fenómeno de los Pokemos, pero en
lugar de darles a sus seguidores una palmada, les ha dado una patada y los ha
puesto a andar, porque de eso se trataba o, al menos, así nos lo han querido
vender: hacer andar a una población demasiado ensillonada, sobre todo aquella
que precisamente juega en sus deletéreas consolas, fuente inagotable de
obesidad y colesterol. Visto así hasta habrá que darle a la empresa las
gracias. Pero cuando de movimiento de masas semovientes (y nunca mejor dicho)
se trata, la cosa se nos puede ir de las manos, y así atónito me quedaba al ver
en la tele reuniones masivas de perseguidores de esos muñecos, o viandantes que
arriesgaban su vida al cruzar una avenida con tal de alcanzar su presa. Así
visto, hasta habrá que reconocerle al invento su ingenio: una masa amorfa
detrás de unos muñecos con una de sus armas preferidas de la que no pueden
desprenderse: el móvil. Una de esas locuras de que solo son capaces los seres
humanos (no confundir con el ‘homo sapiens’). No hace mucho, apenas unos pocos
años, tanto mi compañero Ramón como yo en esta misma página celebrábamos la
idea puesta en práctica del fenómeno que se dio en llamar “bookcrossing”, es
decir, esos libros que un lector podía dejar en un lugar público (banco de una
plaza o de un jardín; un bar…) para que otro lector pudiera leerlo, en una
especie de cadena de lectura que en realidad encerraba mucho más que el simple
trasiego de mano en mano del libro, porque leer es sinónimo de compartir y la
lectura de complicidad. Pero por desgracia poco o nada sabemos ya de este
fenómeno del “bookcrossing’’, por lo que podemos deducir o imaginarnos su
fracaso estrepitoso; ni en los días en que los medios se hacían eco de ello,
nunca vimos en la tele masas de gente que se reunían en busca de los libros,
nadie ponía en riesgo su vida por leer antes que otro la novela que había
dejado su último lector en un banco público, nadie preguntaba por la calle si
habían visto un libro… Cuando me enteré por primera vez del famoso “pokémon go”
me asaltó la pregunta (en mi infinita ingenuidad) ¿por qué en vez de muñecos no
han elegido versos y así sus perseguidores se podían afanar en la tarea de
componer el poema? La respuesta es muy sencilla: el fulano colectivo, ese que
tiene la cabeza llena de colesterol, no movería un dedo de la mano que sostiene
su móvil, no daría ni un paso con toda su excesiva humanidad por la cultura. Y
eso es triste y desalentador. José López Romero.
MANKEL
Estos últimos meses
la actualidad literaria nos ha traído numerosas noticias en torno al escritor
sueco Henning Mankel, y lamentablemente
una de ellas nunca la hubiéramos querido leer, la de su fallecimiento en la
localidad sueca de Gotemburgo en octubre del año pasado. Como es sabido Mankel se hizo
un hueco entre los lectores de medio mundo, por la serie de novelas que
escribió protagonizadas por el inspector Kurt Wallander, aunque para ser justos
hay que decir de inmediato que su
contribución a la literatura va más allá
de la afortunada creación del mencionado personaje literario. La muerte de un
escritor es tanto más sentida cuando, como es el caso, sucede en plena madurez
creativa como lo confirman sus dos últimos libros publicados en un intervalo de
escasos meses, ‘Arenas movedizas’ y ‘Botas de lluvia suecas’ (Tusquets). Ambos
han sido comentados en estas páginas –el último de los mencionados, en
la sección de Reseñas de hoy- pero creo necesario decir algo más de ellos. Son
libros que si los leemos detenidamente, más allá de su contenido, nos hablan de
un antes y un después en la vida de Mankel
–no solo como persona, lo que resulta comprensible, sino también como escritor-
tras recibir la noticia de que padecía una enfermedad terrible. A partir
de ese momento escribirá los libros
mencionados. El primero, ‘Arenas movedizas’,
se va redactando en ese periodo difícil que va desde que el escritor
recibe como un mazazo la noticia de su
enfermedad, y luego sigue ese proceso turbio de adaptación a esa realidad, con periodos de aceptación o negación de la misma. El resultado es un libro lleno
de melancolía, bello y donde aún queda sitio para la esperanza. En cambio ‘Botas
de lluvia suecas’, su libro póstumo, se escribe cuando ya es consciente del
final, cuando no queda espacio para la esperanza y sin embargo –y ahí lo
intrigante del libro- Mankel nos deja una novela de un pulso narrativo
intachable y que desprende vitalidad y belleza en todas y cada una de sus
páginas no dejando margen para la derrota. RAMÓN
CLAVIJO PROVENCIO
domingo, 18 de septiembre de 2016
LECTURAS DE VERANO V
González-Ledesma.com
La página oficial de este gran escritor catalán recoge
en su menú inicial toda la trayectoria literaria de quien nos ha dejado un buen
puñado de las mejores novelas policiacas que se escribieron en España en el
siglo pasado, y que tienen como protagonista al crepuscular inspector Méndez y
como ciudad de sus investigaciones a esa Barcelona franquista, que tan bien ha
descrito en sus narraciones otro catalán universal, Juan Marsé. Varios enlaces
se centran en el análisis de estas novelas. A su biografía, premios concedidos,
algunas entrevistas y sus lecturas preferidas (apartado muy interesante), se
añaden las reseñas de dos novelas escritas bajo el seudónimo de Enrique Moriel
y, otro apartado se dedica a Silver Kane, seudónimo con el que escribía
González Ledesma novelas populares, sobre todo del oeste. Una excelente página
que pretende divulgar la figura literaria, no siempre valorada, de uno de los
grandes novelistas del siglo XX. J.L.R.
Francamente,
Frank
Richard Ford. Anagrama, 2015
Galardonado recientemente con el premio Princesa de Asturias de Literatura,
Richard Ford se ha convertido con el paso de los años y, sobre todo, con la
fuerza incontestable de sus escritos en un referente indispensable para
cualquier buen lector. Con este nuevo libro –tras el deslumbrante ‘Canadá’-,
vuelve con ese irreverente, singular y carismático personaje, Frank Bascombe,
protagonista de una trilogía irrepetible (‘El periodista deportivo’, ‘El Día de
la Independencia’ y ‘Acción de Gracias’) que ahora retirado en el barrio
residencial de Haddam (New Jersey) y con algunos años de más, nos deja una
crepuscular visión de la vida a lo largo de cinco narraciones independientes,
en las que vuelven también la ironía, la denuncia, la tristeza, pero también el
humor que nunca abandona a este personaje. “El hombre de la calle de Ford”,
como lo define John Bambille, vuelve en
este libro a emocionarnos y sorprendernos ya desde las primeras páginas, donde
las secuelas de huracán Sandy estarán muy presentes. R.C.P.
lunes, 22 de agosto de 2016
LECTURAS DE VERANO IV
Mujer
bajando una escalera
Bernhard Schlink. Anagrama, 2016.
Autor de la tan alabada como
esplendida novela El lector, fue
motivo suficiente para que me acercara a
su nuevo libro con la esperanza de toparme con alguna historia tan redonda como
la que se recogía en aquel, aunque confieso que también con cierto temor a la
desilusión. Pero Schlink no suele
defraudar. Confieso que la lectura de esta nueva novela me ha dejado una
sensación parecida a la que tuve tras terminar El mapa y el territorio o, más recientemente, Nos vemos allá arriba. Todas historias singulares, y que
convencen al lector más escéptico de que
aún hay esperanza para la literatura. En esta historia compleja, pero que en
ningún momento despista, confunde o aburre al lector, con un lenguaje sencillo
y ágil, el autor nos narra el reencuentro del protagonista con un cuadro de una
mujer desnuda desaparecido durante décadas. A partir de ahí se conectará el
presente con el pasado, en un fastuoso juego narrativo sobre las pasiones que
desata aquella valiosa obra de arte. R.C.P.
Hamelin
Juan Mayorga. Cátedra,
2015.
La editorial Cátedra ha reunido en un solo volumen dos
obras de uno de los dramaturgos más importantes sin duda que tiene el teatro
español en la actualidad: Juan Mayorga. Con prestigiosos premios en su haber y
sus obras representadas en numerosos países, algunas incluso llevadas al cine
(la interesantísima “El chico de la última fila”), Mayorga es un hombre de teatro
en toda la extensión de esta denominación. En “Hamelin” pone sobre las tablas
uno de los temas más escabrosos y sórdidos de la sociedad actual: la pedofilia.
Con una puesta en escena absolutamente minimalista, con el fin de que el
espectador no pueda distraerse, el juez Montero intenta desentrañar las
relaciones entre el niño Josemari y su protector Pablo Rivas, quien también
ayuda económicamente a la familia del joven. Una obra llena de tensión
provocada por el tema que aborda. J.L.R.
domingo, 7 de agosto de 2016
LECTURAS DE VERANO III
El cuarto de los niños y otros cuentos
Ángel Vázquez.
Pre-textos, 2008
Quien se acerque a la
literatura de Ángel Vázquez sin duda se convertirá en uno de sus devotos
lectores. Ya hemos afirmado en más de una ocasión en esta misma página, que su novela
La vida perra de Juanita Narboni nos
parece una de las mejores de la literatura española del siglo XX, y aunque
menor a esta pero con su punto de interés Se
enciende y se apaga la luz, novela con la que obtuvo el premio Planeta de
1962. La editorial Pre-textos publicó hace unos años sus cuentos, pequeñas
obras maestras del género, con prólogo de Emilio Sanz de Soto y estudio
preliminar de Virginia Trueba Mira. “Fragmentos de vida y soledades”, así
define Virginia Trueba los relatos de Vázquez, a imagen y semejanza de su
autor, uno de los grandes “malditos” de nuestra literatura, que nació en Tánger
en 1929 y murió en Madrid en 1980 en la
más “estricta” pobreza. J.L.R.
Enterrad a los muertos
Louis
Penny. Salamandra, 2016
Es
interesante esta novela por varios motivos, y ello pese a que su protagonista
es un viejo conocido: el inspector Gamache. Si hasta este momento la serie de
novelas con Gamache como protagonista discurría para el lector dentro de los
cánones de unas atractivas pero convencionales historias el género negro, ahora
todo parece cambiar. Sí, es cierto que en esta también tratará de resolver un
intricado caso, pero es este un elemento secundario de una historia repleta de
flasback que tratan de ir dando pistas al lector sobre el porqué del retiro del
protagonista a la ciudad de Quebec, explicación que solo obtendremos hacia el
final de la historia. Otro elemento atractivo en la narración, es la
tensión que se palpa, centrada en una
pequeña biblioteca inglesa, entre la cultura francófona dominante y la
minoría angloparlante. Galardonada con numerosos premios es una novela de las
que uno no se arrepiente del tiempo invertido para su lectura. R.C.P.
jueves, 21 de julio de 2016
LECTURAS DE VERANO II
La guitarra azul
John Banville. Alfaguara, 2015.
A medida que pasa el
tiempo y la obra de este escritor irlandés
crece, convence a un cada vez
mayor número de lectores que nos encontramos ante alguien que dejará huella en
la historia de la literatura. Aún nos produce sorpresa y admiración de cómo se
desdobla en dos escritores distintos:
si como Benjamín Black crea la
figura del forense Quirke, y da a la novela negra nuevos bríos y una calidad
estilística pocas veces superada; Banville en cambio con cada historia entrega
al lector una prueba insuperable de calidad literaria. Ahora lo vuelve hacer,
con una novela compleja pero que es magistralmente contada al lector, que no se
siente nunca perdido y sí cautivado por ella: Oliver Orme, que en el pasado fue
un artista de cierto nombre, es también un ladrón. Y esa otra cara desconocida
y su pasión por Polly, la mujer de su mejor amigo Marcus, le llevará a realizar
su robo más osado. El mejor Banville. R.C.P.
Una letra femenina azul pálido
Franz Werfel.
Anagrama, 2015.
De la colección Anagrama, edición limitada, recomendamos esta novela corta
del escritor checo Franz Werfel (Praga, 1890), amigo de Kafka, que tuvo que
emigrar a EE.UU. en 1940, a consecuencia de la II Guerra Mundial; en Beverly Hills moriría cinco años más tarde.
Autor polifacético (novelista, poeta y dramaturgo), Werfel con este tan
atractivo título nos relata la historia de Leónidas, jefe de sección del
Ministerio de Educación, que desde su casamiento con la rica Amelie Paradini
disfruta de una vida llena de tranquilidad y placer. A sus cincuenta años
recién cumplidos es un hombre satisfecho sobre todo consigo mismo. La carta que
recibe una mañana, escrita con letra femenina azul pálido le lleva a recordar
una vieja historia de amor que mantuvo, al poco de casarse, con Vera Wormser, y
con el recuerdo el desasosiego. Magnífica. J.L.R.
viernes, 8 de julio de 2016
LECTURAS DE VERANO I
Los libros que nunca he escrito
George Steiner.
Debolsillo, 2011.
Llevo ya unos años que
para mí el verano empieza cuando inicio la lectura de un libro de George
Steiner. El primero fue lecciones de los
maestros y este año ha sido Los
libros que nunca he escrito al que se alude en el artículo anterior. Volumen
que recoge una serie de trabajos o ensayos de variada temática pero que tienen
como denominador común la reflexión siempre autorizada de uno de los grandes
pensadores del siglo XX. Steiner nunca me defrauda porque en sus escritos se
destaca la voz de un hombre comprometido con su tiempo, con todos y cada uno de
los problemas, los grandes y pequeños conflictos de la humanidad y que tantas
desgracias nos han causado. Compromiso del profesor, labor de la que se siente
muy orgulloso, que reflexiona sobre los sistemas educativos, o como judío sobre
la inveterada persecución a que su religión ha sido sometida. El próximo verano
otro Steiner, sin duda. J.L.R.
Arenas movedizas
Henning Mankell.
Tusquets, 2015.
Si tuviera que
decidirme por un término para definir las impresiones y sensaciones que me ha dejado
este libro tras su lectura, sería sin dudarlo la de emocionante. Alejado de sus
historias africanas o de las del personaje que le dio justa fama, el comisario
Wallander, Mankell decide ahora centrarse, dejar testimonio de la otra realidad
a la que se enfrenta, tras habérsele diagnosticado un cáncer recientemente.
Pero no se confundan, no es este un libro que gire sobre la enfermedad, aunque
sea esta la que provoca un deseo irrefrenable del autor de plantearse
cuestiones que a todos nos preocupan: el paso del tiempo, los recuerdos, el
miedo…En cada capítulo Mankell nos narra con su habitual maestría exenta de
artificios, una historia real que de una manera u otra vivió personalmente y
tras las que trascienden preguntas que buscan respuestas. R.C.P.
domingo, 26 de junio de 2016
MÁS PAPELES DEL MARQUÉS
El
marqués de Torresoto, que en la ilustración aparece con sus hijos en plena
guerra civil, tuvo, ya lo comentamos anteriormente, una vida fecunda cuajada de
variopintos amigos, empleados y familiares que dieron lugar a curiosas
anécdotas. Como el tío Paco, un abogado hermano de su padre con debilidad por
las apuestas. Ganó una de ellas que consistía en cortarle las barbas a un
obispo que estaba de paso por Sanlúcar, pero acto seguido hubo de embarcarse
sin dilación hacia Filipinas. Escribió durante varios años, pero al final dejó
de hacerlo y del tío Paco nunca más se supo. Otro personaje peculiar que
aparece en el manuscrito fue un tal Mr. Larner, un gigantón inglés de nariz
descomunal y mirada estrábica, aunque un competente taquígrafo “capaz de
tomar al dictado con facilidad en cuatro idiomas”. Pero también un gran
paranoico, veía por todas partes espías alemanes que pretendían eliminarlo,
llegando a abofetear a un flamenco que tuvo la mala fortuna de mirarlo en plena
plaza del Arenal. Con los casi dos metros del inglés, hizo falta la mitad de la
fuerza pública jerezana para separarlo del gitano y llevarse detenido al
malhumorado taquígrafo, que acabaría sus días arrojándose desde una ventana de
un hospital gibraltareño. Aunque con buena salud, González Soto padeció algunas dolencias
complicadas, como el tumor sobre el ojo derecho que motivó una agria disputa
con el cirujano republicano Fermín Aranda y Fernández Caballero. Julio
González Hontoria le convenció para que escuchara la opinión de este joven
médico jerezano formado en París y dotado de “excelentes condiciones y
aptitudes”. Pero al de cabecera, Dr. Del Blanco, no le hacía gracia la
intrusión, acordándose que celebrarían
consulta conjunta con la participación de un tercero, el antiguo y reputado
médico jerezano Germán Álvarez Algeciras. Como la consulta a tres bandas no
ofreciera resultados definitivos, el enfermo recurrió al Dr. Rocafull, cirujano
afincado en Cádiz, que fue quien finalmente lo intervino con feliz desenlace en
1892. Pero llegó la hora de saldar cuentas con el resto: Blanco y Álvarez
Algeciras fijaron sus honorarios en 50 pesetas, pero el doctor Aranda alegó que
él se había preparado en las mejores clínicas parisienses y se dejó caer
solicitando ¡500 pesetas!. El asunto acabó en el Colegio Médico de Cádiz, que
rebajó la cifra hasta las 250, pagaderas a quien no le había colocado al
enfermo ni una simple tirita. La historia se repetiría 50 años más tarde, con
el mismo paciente y el Dr. Aranda Latorre,
oftalmólogo e hijo del republicano, al que consultó sobre un problema de
cataratas. Tras la consulta, y a pesar de no operarle, quiso cobrarle los cien
duros de rigor, pero de nuevo el Colegio Médico dejó la cifra en la mitad. En
ciertos casos, como en este, los “recortes” están plenamente
justificados. NATALIO BENITEZ RAGEL.
CAMPAÑAS
Desechada ya por falta de
verosimilitud y decoro (“relación entre lo que se puede esperar de los personajes y lo que estos
efectivamente hacen”), dos conceptos que tanto gustaban a Cervantes, la idea
de hacer una campaña de promoción de la lectura con Cristiano Ronaldo y Messi
leyendo un libro (aún recuerdo emocionado una foto del Fari con un libro en sus
manos), no queda más remedio que atacar el inveterado desapego o repelús de
nuestros ciudadanos, sobre todo los más jóvenes, de la letra impresa con
campañas más agresivas o, al menos, más originales. Y para ello nada mejor que
ponernos en el papel de aquellos antiguos arbitristas que durante los siglos
XVI y XVII mandaban memoriales al rey con las propuestas más peregrinas para
solucionar los problemas endémicos de nuestro país, sobre todo los económicos,
y que tanto ridiculizaron los escritores de aquellos siglos, sirva como ejemplo
la insuperable sátira que don Miguel incluye en su “Coloquio de los perros”. Y
puestos a jugar, se podría satisfacer el apetito lector con libros cuyas
páginas pudieran, una vez leídas, comerse. Y si el libro en papel higiénico ya
está inventado, aunque con escaso éxito, unos preservativos con poemas de amor no digo yo que no le
añadiría más sentimiento o, al menos, más poesía al asunto, tan necesitado de
ello en estos últimos tiempos (ya lo veo: “deme una caja de doce de Pablo
Neruda”). Pero si tuviese que elegir una buena idea, sin duda me quedaría con
la ocurrencia de un iluminado de finales del siglo XVIII para recuperar el
peñón de Gibraltar: que cinco mil soldados llevaran al cuello un escapulario de
la Virgen del Carmen, que los haría invulnerables a las balas de los herejotes
ingleses. Ante el fracaso estrepitoso de las campañas que han intentado mejorar
los índices lectores de nuestro país, yo voto por el escapulario. Es simple
cuestión de fe. José López Romero.
sábado, 18 de junio de 2016
LECTORES / LECTURAS
“Me recuerdas a alguien que solo lee el
primer capítulo de un libro. Nunca llegas a averiguar qué sucede después”, le
reprocha su amigo Asif a Jay, el protagonista de ‘Intimidad’, la novela de
Hanif Kureishi que hace unas semanas reseñamos en esta página. Y esta frase me
ha llevado a recordar la pregunta, tan socorrida pero también tan esclarecedora,
que se le suele hacer en las entrevistas a toda persona relacionada de una
forma u otra con los libros o la cultura en general: “¿has dejado algún libro
sin terminar de leer?”. Y en las respuestas pocos son ya los que aseguran que
una vez abierto un libro no paran hasta terminarlo, aunque en ello empeñen
tiempo y esfuerzos baldíos. La gran mayoría confiesa que a lo largo de su vida
lectora, más de uno y de varios, por no decir muchos libros, se les han
resistido o, dicho de otro modo, son ellos, los lectores, los que no han tenido
la suficiente fuerza de voluntad para acabarlos, o lo han pensado mejor y han
decidido no invertir ese tiempo y ese esfuerzo en algo que en poco o nada les
va a beneficiar. Por mi parte, confieso que en mi ya lejana juventud fui lector
persistente hasta la terquedad: libro abierto, libro que debía acabar, hasta
que en un periodo de crisis lectora (todos pasamos en un momento u otro de
nuestras vidas por distintas crisis), tomé la difícil decisión de cerrar un
libro sin terminar. Aquel acto, no exento de una sensación de pecado fue, sin
duda y en cambio, una liberación. Liberación que, sin embargo, ahondó más la
crisis y atravesé un periodo de lector de las primeras veinte páginas, es
decir, en lector de primeros capítulos, como le reprochaba Asif a su amigo Jay.
Hace unas semanas me distraía soportando (¿o soportaba distraído?) la película
titulada ‘Alex y Emma’ (Kate Hudson y Luke Wilson), en la que Emma reconocía
que antes de empezar un libro, tenía que leer las últimas páginas; si estas le
llegaban a interesar, emprendía su lectura; un tipo cuando menos extraño o raro
de lectora esta Emma, como así se lo echaba en cara Alex. A veces la forma de
leer, nuestros hábitos lectores dicen mucho más de nuestra personalidad e incluso
nos definen de forma más clara que un psicoanálisis. Vivir la vida con la
inconstancia del lector de primeros capítulos (que es la verdadera intención de
Asif y de ahí su reproche a Jay), puede ser tan perjudicial como empecinarse en
terminar un libro que ya no nos va aportar nada, que en nada nos va a
beneficiar. Los libros son al fin y al cabo como las relaciones humanas: los
amigos de la infancia y juventud o aquellos que permanecen para toda la vida;
las novias y novios ocasionales (de primeros capítulos) y el libro que leeremos
una y otra vez hasta el fin de nuestros días; el trabajo que no nos gusta
porque aspiramos a un libro mejor… Y así, abrimos los libros de la misma forma
que conocemos a las personas. Algunas no aguantan ni las veinte primeras
páginas, y a otros (como los políticos) mejor conocerlos por las veinte
últimas. José López Romero.
LA NUEVA NOVELA HISTÓRICA
Es
curioso cómo ha evolucionado el concepto de novela histórica desde sus orígenes
-hoy uno de los géneros con más seguidores-, si podemos reconocer como tales
aquellas historias surgidas de la pluma
de Walter Scott o Enrique Gil, Larra y Fernández y González en el caso de
nuestro país. Aquellas novelas históricas se enfrentaban al hecho histórico de
una manera muy singular, utilizando la historia despreocupadamente más como
decorado que como motor de la trama, y poblando esta de personajes
ficticios, donde las aventuras de sus
protagonistas eran el principal atractivo. Igualmente era denominador común de estas novelas situarlas en un pasado
lejano, preferentemente la Edad Media, por la
incomprensible creencia de que ello garantizaba una mayor libertad al
autor y una menor contaminación de este por la realidad histórica donde se situaba la narración. Decimos
incomprensible pues si esa premisa del
distanciamiento del autor de los hechos históricos tratados, es indispensable
mantenerla por parte de los historiadores, carece de significado y valor cuando
nos situamos en el lado de la literatura, de la ficción, donde se le presupone
al escritor una cierta libertad, y no estar supeditado a las normas básicas que sujetan el mencionado trabajo del
historiador. Como decíamos, hoy la novela histórica, género que siempre gozó de
la complicidad de los lectores, y mucho más desde hace unas décadas, ha
modificado su manera de acercarse al hecho histórico. Ya no es generalizado situar el escenario temporal muy lejos del actual,
y por otro es el hecho histórico el auténtico protagonista de la narración, siendo los personajes
y parte de la trama elementos complementarios y secundarios, solo necesarios en
la medida que sean útiles para dar la visión de un escritor sobre un
determinado personaje o acontecimiento histórico. Escritores como Pérez
Reverte, Posteguillos, Eslava Galán o Lozano Leyva - en el apartado
español- o Yourcenar y más recientemente
Philip Kerr entre otros muchos, son claros ejemplos de esta otra manera
enfrentarse al hecho histórico desde la literatura, y donde la
rigurosidad histórica guarda un escrupuloso equilibrio con la ficción. RAMÓN CLAVIJO PROVENCIO
sábado, 4 de junio de 2016
JEREZ, FERIA DEL LIBRO
Cuando lean
estas líneas nos encontraremos a las puertas de una nueva edición de la
Feria del libro en Jerez. Sí, esa celebración en torno a unos de los
imprescindibles referentes de la cultura –el libro- y sobre el que pivotan
tantos elementos e intereses que sería difícil enumerarlos, pero entre los que
estarían sin duda los económicos
–nuestro país es la tercera potencia editorial del planeta-, educativos, de
ocio, tecnológicos, comerciales, propagandísticos, etc. Coincide también esta
edición, con la que se levanta en El
Retiro de Madrid, la primera organizada en España – la feria del Libro de
Madrid surge durante la II República, aunque su asentamiento primero, y luego modelo para el resto de ferias de nuestro país, haya
que atribuírselo al jerezano Julián Pemartín cuando ostentaba el cargo de
primer director del Instituto Nacional del libro, en la España de 1940-. Algunos
lectores recordarán, y volvemos al apartado local, como no han sido fáciles
estos últimos años para mantener esta propuesta, años atrás indiscutible
referencia cultural del calendario anual en nuestra ciudad, y que desde
principio del nuevo siglo, y por una confluencia de circunstancias negativas,
ha estado en serio peligro de desaparecer –de hecho algunos años ni llegó a
celebrarse-. La Feria del libro en Jerez fue así desapareciendo del imaginario
colectivo a base de ediciones que iban languideciendo por decisiones poco acertadas, bien sobre la
ubicación de la misma que no terminaba de asentarse en un lugar apropiado y
reconocible – muchas ediciones se celebrarían en la plaza del Arenal, lugar donde
paradójicamente se vivieron ediciones magníficas frente a otras que mejor dejarlas
en el olvido- , o sobre las fechas más
apropiadas para su celebración, lo que llevó a un esperpéntico viaje a través
del calendario, despistando especialmente a lectores y desanimando
paulatinamente a editoriales y libreros.
No serían las únicas causas, aunque sí las más visibles y que parecían
llevar a la Feria del Libro de Jerez a
ninguna parte. Hubo otras más soterradas pero dejémoslo ahí por ahora. Lo
cierto es que tras la edición de 2015 –por la que pocos apostaban- y donde
Ayuntamiento, libreros y editoriales realizan una apuesta arriesgada por unas
fechas y una ubicación inédita, parece volver la esperanza a los escépticos y
vislumbrarse una salida en el callejón tenebroso en el que esta propuesta
parecía languidecer. La edición de este año vuelve a proponer fechas y sede
similares, lo que a la vista del año anterior creemos un acierto, pues como
decía el librero Cristóbal Serna, más que caja, que también –como en otras ferias
mayores- lo que se busca por ahora en Jerez es darle estabilidad y visibilidad - con una propuesta cultural
digna y atractiva-, única fórmula para
ir sumando más colectivos e
instituciones en años venideros. RAMÓN
CLAVIJO PROVENCIO
LA CONFUSA
“La Confusa” es el título de una obra
teatral del gran Cervantes que permanece desaparecida, a pesar de los siglos
transcurridos y del número, ya incontable, de rastreadores de biblioteca que a
lo largo de todos estos años han dedicado sus esfuerzos a investigar el teatro
de don Miguel y, de camino y si la fortuna fuera propicia, a encontrar pieza
tan deseada, porque su hallazgo es sinónimo sin duda de gloria y fama. Y a
pesar de su pérdida, sabemos de su existencia porque el propio Cervantes la
cita y pondera en la “Adjunta al
Parnaso” en los siguientes términos: «Mas la que yo más estimo, y de la
que más me precio, fue y es de una, llamada La Confusa, la cual,
con paz sea dicho de cuantas comedias de capa y espada hasta hoy se han
representado, bien puede tener lugar señalado por buena entre las mejores». Una opinión tan favorable, aunque pueda parecer imputable al amor
que siente un padre por la criatura de la que es creador, se puede confirmar
por la excelente acogida que tuvo esta obra entre el público durante mucho
tiempo, ya que en 1627 todavía formaba parte del repertorio de la compañía de
teatro dirigida por el cómico Juan Acacio, cuando “La Confusa” puede fecharse
antes de 1585, es decir, en los años en que Cervantes escribió buena parte de
sus obras teatrales y alcanzó en las tablas no poca admiración y
reconocimiento. Y precisamente cuando en este año celebramos el cuarto centenario
de la muerte de nuestro príncipe de las letras y, por tanto, debemos
enorgullecernos del idioma a cuyo esplendor tanto contribuyó, se nos aparece la
señorita Barei en el festival de Eurovisión, seguramente confusa entre tanta
celebración, y nos canta en el idioma del gran Shakespeare, de cuya muerte
también se cumple su correspondiente efeméride. Sin embargo, el resultado final
no dejó lugar a la confusión: el puesto 22º de 26 participantes; nada que ver
con éxito que cosechó en su tiempo aquella otra “Confusa”. José López Romero.
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